...Vuelvo a entrar en órbita

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Pasados unos meses desde nuestra conversación sobre la situación con Jonathan y Laura, Álex y yo desayunábamos mientras papá lavaba algunos trastes.

Me había dado cuenta de que Álex no paraba de observarme mientras jugaba con su desayuno, pero disimulé. Al parecer pensaba que me encontraba triste por algo que me había avisado el día anterior. Tal vez tenía algo de razón.

–Papá, podrás ir a ver a Will al concierto el sábado, ¿verdad? –preguntó Álex–. Será su debut como músico en el grupo de alabanza ese día.

–Por supuesto –contestó papá–. Estoy pensando en trabajar horas extras la semana que viene para poder salir temprano ese día.

El escuchar aquello me levantó el ánimo. Álex me había informado que no podría ir a verme; pero el saber que mi padre, quien casi nunca solía tener tiempo, se había esforzado en hacer un espacio en su agenda para la ocasión, definitivamente lograría compensarlo.

–Lo he tenido muy pendiente –agregó–. Sábado veinticinco de noviembre.

Álex y yo levantamos la vista al mismo tiempo y nos miramos a los ojos.

–¿Sábado... veinticinco, papá? –preguntó Álex.

–Así es, lo tengo anotado en mi agenda –contestó–. ¿Qué sucede? ¿Acaso no...?

–Es pasado mañana –respondí sumergiendo la mirada en mi desayuno nuevamente.

–¿Pasado mañana? ¿Hablan en serio? –respondió dejando por un momento lo que hacía–. Desde el principio tenía entendido que sería el otro sábado. Lo lamento, Will, creo que en ese caso no podré asistir.

–Está bien –contesté.

–Pero, no te preocupes –intentó animarme–, Álex estará allí. ¿Verdad, Álex?

–No podré pasado mañana. Se me presentó un compromiso de la universidad. Ya se lo había dicho –dijo Álex.

–¿De verdad? ¡Qué mal! –respondió–. Bueno, hablaré con mi hermana. Quizá si sale un poco más temprano del trabajo y va directamente a la iglesia pueda...

–Está bien, papá –lo interrumpí–, yo entiendo si no pueden asistir. Ya invité a Sara y a una prima suya, no te preocupes.

Me levanté de mi asiento, llevé mi plato a la cocina y luego de cepillarme los dientes salí hacia el instituto.

Esa mañana, en clase de química, todos los alumnos realizábamos una tarea que el maestro nos había asignado.

–Bien chicos, ya está por iniciar el receso. Entréguenme la tarea antes de que suene el timbre –dijo el maestro–. Recuerden que deben elegir sus parejas para realizar el proyecto que les asigné. La entrega será el 20 de enero.

Me aproximé al escritorio del maestro para entregarle mi cuaderno y, mientras él revisaba la tarea, noté que Gabriela tenía dificultades para terminar.

«Si le demuestro a Gabriela lo bueno que soy con la química seguro que querrá ser mi pareja para el proyecto», pensé. «Pero debo apresurarme antes de que alguien más le pida ser su pareja o de que Sara me lo pida a mí».

Habían pasado tres meses desde que conocí a Sara. Al principio me había acercado a ella con la única intención de llegar a Gabriela por medio de ella, pero Sara resultó ser una gran chica y con el paso del tiempo nos volvimos muy buenos amigos. De modo que, por un tiempo, me olvidé de mi interés por conocer a su prima.

No obstante, luego de habituarme a mi amistad con Sara, había decidido volver a mis intentos por acercarme a Gabriela como amigo; y me pareció que si conseguía ser su pareja en el proyecto lograría un gran resultado, ya que tendríamos que reunirnos unas cuantas veces durante las vacaciones. Pues, a pesar de que ya hablábamos frecuentemente y con naturalidad, aún no llegábamos a ser tan cercanos como lo deseaba, ya que toda nuestra amistad parecía terminar tan pronto como salíamos del salón de clases.

Sin embargo, era de esperarse que Sara asumiría que ambos seríamos pareja, pues ya se había vuelto una costumbre para nosotros trabajar juntos en todos los proyectos; nos habíamos vuelto todo un equipo. Así que debía apresurarme si quería ser el compañero de Gabriela.

El maestro me regresó el cuaderno y justo cuando me dispuse a dirigirme hacia Gabriela, Sara se acercó al escritorio del maestro a entregar su tarea.

–Will, debemos planear cómo haremos lo del pro…

–Espera un momento –la interrumpí–, iré por un libro de matemáticas antes de que toquen el timbre, para que estudiemos en el receso los problemas que me pediste que te explicara. Vuelvo en un segundo.

Pasé por el escritorio de Gabriela y pedí a un compañero que me prestara su libro de matemáticas para darle validez a mi excusa. De regreso a mi asiento, viendo que Sara no me observaba, me detuve cerca de Gabriela a observar lo que hacía.

–¿Tienes problemas con la tarea? –le pregunté.

–Sí –respondió–. Es que en realidad no comprendo mucho este ejercicio.

–No es muy complicado. Te mostraré.

Tomé el lápiz que Gabriela sostenía y le expliqué detenidamente.

–¡Vaya! Eres realmente bueno, Will –dijo Gabriela.

–No es para tanto, pero gracias por el cumplido –contesté–. Oye, ¿ya tienes compañero para el proyecto?

–No, todavía no tengo. ¿Y tú?... Bueno, supongo que Sara, ¿no?

–A decir verdad ella aún no me lo ha pedido.

–Ah, ¿en serio?... –respondió–. Pues, en ese caso, ¿te gustaría ser mi compañero?

–Bueno, si quieres –contesté mostrando un falso desinterés.

Gabriela y yo intercambiamos números de teléfono, luego volví a mi asiento. Entonces, Sara regresó del escritorio del maestro.

–Te decía, Will, que se me ocurrió una gran idea de lo que podemos hacer para el proyecto.

–¿Cuál proyecto? –fingí ignorancia– ¿El proyecto de química?

–Claro. No tenemos ningún otro que yo sepa.

–Lo siento. Gabriela acaba de pedirme que sea su pareja.

–¿En serio? –preguntó extrañada.

–Ajá –contesté sin deseos de explicar más.

Sara permaneció callada. Me veía con la mirada punzante característica de sus ojos de color marrón claro; la cual no tardó mucho en hacerme sentir incómodo.

Sonó el timbre anunciando el receso. Aquello me pareció una buena distracción para cambiar de tema.

–Antes de explicarte matemáticas debo ir a la cafetería. ¿Vienes conmigo o me esperarás en la biblioteca? –pregunté.

–Ahora no voy a comprar nada así que mejor te espero en la biblioteca.

–Está bien, iré en un momento.

Salí del salón de clases en dirección a la cafetería. Luego de comprar algo de comer caminé hacia la biblioteca. En el camino vi a Gabriela estudiando sola en un banco. Me parecía increíble que alguien pudiera verse tan hermosa usando solo el uniforme de la escuela y un sencillo sujetador para el cabello.

–Will, ¿vas a algún lado? –preguntó al verme pasar.

–Sí, voy a la biblioteca a estudiar para el examen de mañana –contesté mostrándole el libro de matemáticas que llevaba.

–Yo también estoy estudiando para el examen. ¿Por qué no te quedas aquí? Así podremos estudiar juntos.

–Bueno, en realidad le había dicho a Sara que estudiaría con ella. Debe estar esperándome ahora mismo.

–¿Sara? Ella es muy buena con las matemáticas, yo necesito tu ayuda más que ella –protestó–. Además, pasas todo el tiempo con Sara y conmigo ya casi ni hablas... Pero no te preocupes, yo entiendo, puedes ir con Sara si quieres.

Perfecto, Gabriela lo entendía. Debía ir a estudiar con Sara, debía acudir a mi cita, debía seguir mi camino; tenía que negarme su petición... Pero, ¿exactamente cómo se hacía eso? No tenía la menor idea.

–Bueno... –titubeé–. En realidad creo que tienes razón. Me quedaré aquí por esta vez. Ella entenderá.

Lo que dicta el corazónWhere stories live. Discover now