19. Esa lúgubre sensación

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No debía estar ahí.

Los calabozos eran un lugar al que solo podían estar los prisioneros y sus carceleros, aunque Simone había dicho que también se encontraban los siete principales. Era un poco oscuro, había solo una antorcha iluminando un lugar que se veía como una gran cueva con paredes doradas y rústicas. Sin embargo, había un hedor a sangre, putrefacción y algo más que no llegaba a identificar que no la dejaba respirar.

El calabozo la recibió tosco, reticente y molesto por su intrusión. Incluso pudo oír un rugido que la hizo observar cada rincón en busca de un animal gigante y salvaje que estuviera preparándose para destrozarla si daba un paso equivocado.

Kalet se veía demacrado, pero aun así sus ojos se enfocaron en Chantal cuando se acercó a la celda. La muñeca estaba nerviosa, pero también decidida en lo que había que hacer; enfrentar el pasado, las traiciones, las mentiras y los secretos.

Se inclinó en el suelo para estar a la altura de Kalet que estaba de rodillas, luciendo exhausto.

—Veo que te tratan muy bien aquí —dijo la muñeca observando cómo lágrimas doradas se mezclaban con la sangre roja y oscura en su rostro.

Se veía débil, pero pudo sonreír con burla.

—Pronto ocuparás mi lugar —prometió él.

Chantal sonrió viendo las cadenas doradas que lo apresaban y parecían debilitarlo. ¿Estarían hechas de ese oro maldito del que tanto le había hablado la gitana? ¿Era así como le quitaban el alma?

—Lo dudo, aún tengo muchas cosas para ofrecer —advirtió confiada—. Solo pasaba a despedirme. Simone me ha contado que solo te quedan tres noches aquí.

—Cuatro —corrigió él sin dejar de verla de una forma que consiguió perturbarla.

—Podrían ser más —soltó ella a la tentativa—. Solo tienes que decirme quién ha sido mi creador.

Kalet la observó en silencio por varios segundos y entonces percibió la manera en que sus ojos grises, tan tormentosos y enigmáticos como siempre, se estaban tornando dorados en ese momento. Y eso lo hizo sonreír, conocedor de una verdad exclusiva, selectiva.

—Estás muriendo —reconoció tomándola por sorpresa.

Pese a ello, Chantal no se permitió flaquear, necesitaba la información.

—Dime quién es y tal vez...

Pero entonces Kalet escupió su rostro con ira y Chantal cerró los ojos al sentir su saliva ensangrentada caer por su párpado hacia su mejilla.

Kalet esperó por una respuesta, ansioso por destrozarla una vez más, deseoso de acabar con ella. Pero la muñeca rio con ironía antes de pasar la mano por su rostro y observar la saliva del muñeco en su mano.

—Bien —aceptó poniéndose en pie para observarlo con soberbia desde su altura—. Púdrete en el infierno.

Y dio media vuelta para marcharse, pero entonces sintió que él la tomaba por el tobillo y volteó a verlo.

—Tú nos trajiste aquí y tú nos llevarás de nuevo al infierno —sentenció antes de soltarla.

Chantal no entendió muy bien sus palabras, pero se ordenó ser fuerte y no caer de nuevo ante esa debilidad que había sentido por Kalet hacía mucho tiempo atrás. Así que lo observó una última vez antes de abandonar aquellos lúgubres calabozos.

Simone la esperaba fuera y sonrió al verla. No entendía muy bien por qué, pero siempre la trataba como a una vieja amiga. Era claro que no entendía que ella solo era una de sus tantas carceleras. Pero era la que estaba más dispuesta a hablar. Así que en el camino de regreso a la habitación, cuando le tendió un pañuelo creyendo que Chantal estaba por llorar, la muñeca lo tomó para quitarse la saliva de Kalet y decidió comenzar a preguntar sobre Berenice de nuevo.

#1.5. El silencio de la muñeca: Orígenes (✔)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora