21. Hilo dorado del pasado

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Los gritos inundaban el lugar, pero nadie decía una sola palabra, aunque había una perfecta para definir aquel momento: barbarie.

Chantal se mantuvo fuerte, aunque con cada grito desgarrador sentía que le estaban quitando algo a ella, algo que siempre le perteneció, pero que no lo supo hasta ese momento en que vio a Kalet perdiendo parte de ese espíritu que había conseguido cautivarla durante más de dos años.

Colette le había dicho que había una reunión a la que todos los muñecos debían asistir. En un primer momento, creyó que Trocvis anunciaría alguna misión sobre Berenice, pero lo descartó al recordar que todos sus informes se mantenían en exclusiva confidencialidad con los siete principales. A Chantal casi no le permitían acercarse a otros muñecos o interactuar con ellos, solo podía hacerlo con Colette y con Simone porque eran las asignadas para vigilarla.

Un grito la trajo de nuevo al presente.

Kalet estaba de rodillas frente a Trocvis y otros dos principales, su rostro estaba cubierto de sangre y había pequeños rastros de oro. No tenía ropa más que unos pantalones harapientos que apenas alcanzaban a cubrir su desnudez. Su cabello estaba empapado en sudor, grasiento y sucio. La última vez que lo había visto, lo encontró cansado, demacrado, pero no en ese nivel. Era la primera vez que presenciaba ese nivel de tortura del que todos cuchicheaban en los pasillos con terror cuando la veían. Y no sabía mucho, pero sí había comenzado a notar cómo el cuerpo de Kalet tenía moretones oscuros y su piel se volvía cada vez más pálida, más delgada.

Pero sin duda alguna, ver a Trocvis recitar palabras en voz baja en un dialecto que no podía escuchar muy bien como para identificarlo, la alteró un poco. Trocvis recitaba con los ojos cerrados frente a Kalet en un estado de ensimismamiento que no parecía normal, aunque nada lo era allí abajo. Chantal podía ver cómo una presencia incorpórea, inorgánica, dorada, se desprendía de a ratos del cuerpo de Kalet, debilitándolo, arrancándole pedazos de alma, de espíritu. Lo curioso de eso era ver cómo los otros dos principales capturaban esas esencias incorpóreas en vasijas de barro y parecían estar murmurando cosas a la par de Trocvis.

Ella entendía el punto de tener que ver eso, entendía las miradas acusadoras y temerosas que le enviaban el resto de muñecos; Trocvis buscaba aun más poder, que todos recordaran por qué le debían respeto.

Sin embargo, Chantal no sintió miedo, no sintió temor. Lo que sintió fue más bien dolor. Sabía lo que estaba viendo, sabía que Kalet estaba siendo despedazado y que lo seguirían haciendo hasta su muerte. Pero no fue hasta ese momento que descubrió que Kalet estaba muriendo y con él se marchaban muchas otras cosas; sin embargo, nada era más fuerte que el sentimiento de sentirse amada.

Y le dolió. Le dolió ver que lo único que había querido era lo que más necesitaba perder.

Un par de lágrimas se acumularon en sus ojos, haciéndola luchar con aquel sentimiento que ahora le presionaba el corazón como si intentaran quitárselo lentamente a ella también. Lo sintió, sintió cómo intentaban desprenderle a Kalet del pecho y cómo la antigua Chantal se aferraba a él entre lágrimas.

Sin embargo, entre todos esos sentimientos, Chantal sintió algo diferente en el ambiente. Algo que la movilizó, algo que sonó solo para sus oídos. Fue como una especie de latido, un latido fuerte que resonó en el lugar solo para ella. La distrajo lo suficiente como para no derramar las lágrimas que se habían acumulado en sus ojos.

Miró a los lados, encontrándose con solo muñecos, no había ni un solo movimiento inusual, pero sintió algo extraño, como si algo hubiera comenzado a cambiar en ese momento. Estuvo por descartarlo como parte de su tristeza cuando el latido desapareció, pero entonces lo sintió más fuerte, más aturdidor, como si... como si... estuviera dentro de ella. Retumbando en las paredes -a veces plásticas, a veces humanas- de su pecho.

#1.5. El silencio de la muñeca: Orígenes (✔)Where stories live. Discover now