13. El juego de una traición

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Chantal permaneció muda mientras se acercaba y observaba a cada una de las personas encapuchadas, intentando reconocer sus rostros, pero todos estaban muy bien cubiertos

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Chantal permaneció muda mientras se acercaba y observaba a cada una de las personas encapuchadas, intentando reconocer sus rostros, pero todos estaban muy bien cubiertos. Ella se sostenía de Kalet porque aún permanecía débil por las imágenes que la habían invadido cuando comenzó a recitar el ritual y por todo el esfuerzo que había comprendido para llegar hasta ese lugar.

Estaba manchada en sangre, en mucosa, en barro y sus lágrimas doradas habían manchado tanto su rostro como su ropa. Y aun con toda esa desprolijidad, se irguió con determinación y observó a cada uno de los misteriosos sujetos como si supiera cada uno de sus secretos. Sus ojos tormenta irradiaron seguridad cuando se soltó de su compañero y dio un paso al frente.

—He pasado todas sus pruebas, he descifrado lo indescifrable y he sufrido lo insufrible para llegar hasta aquí —dijo con voz pronunciada y firme—. El juego ha terminado.

Un mortífero silencio invadió la cripta.

Chantal no titubeó ni un solo momento, mucho menos cuando los siete encapuchados decidieron revelar sus rostros ante los muñecos. Había diez hombres y tres mujeres; las edades rondaban entre los treinta y los sesenta. Ninguno de ellos era conocido para Chantal. En medio de ellos, estaba un hombre de edad avanzada, con cabello y barba blanca, parecía ser el líder de aquella comunidad.

—Una partida excelente, Chantal —reconoció el hombre acercándose unos pasos hasta ella. Sus ojos grisáceos eran tan duros como el cemento y su sonrisa, ligera, de boca cerrada, era la llave de muchos secretos—. Es momento de mostrarte lo que has olvidado —dijo tomando una copa dorada con decoraciones antiguas que una de las mujeres le alcanzó y tendiéndosela a la muñeca—. Bebe —indicó.

La muñeca aceptó la copa observando los ojos del hombre de forma impasible. No cedería tan fácil. Ella había arriesgado mucho para llegar hasta allí, ese era su momento y no se dejaría engañar con tanta facilidad. Sujetó la copa con fuerza entre sus manos y luego la dejó caer al suelo en un estruendoso sonido que tensó aun más el ambiente.

Chantal sonrió ante el asombro de las otras personas, mientras el hombre frente a ella mantuvo su sonrisa inmutable. El lugar volvió a sumirse en un silencio imperturbable, pero de lejos, se podía sentir como si algo, en alguna parte de ese lugar, latiera con ferocidad; un instinto, una profecía, una epifanía.

—Llévame con el jefe —ordenó la muñeca.

—Está frente a ti.

—Solo eres un muñeco más en esta jugada —espetó Chantal antes de apartar la mirada de sus ojos y dirigirla hacia los otros miembros presentes, hasta que se detuvo en un hombre joven, de ojos oscuros y cabello rubio—. Tú... —musitó acercándose a él para comenzar a detallar su apariencia; era apuesto, más alto que ella y su expresión era seria e indiferente al verla—. Eres el único humano entre ellos —aseguró observándolo de pies a cabeza y centrándose en el broche de su túnica, el cual tenía la letra "B" en cursiva mayúscula. Chantal levantó la mirada hasta posarla de nuevo en sus ojos oscuros, pero estos no estaban centrados en ella, sino detrás. La muñeca se volteó y guió su mirada hacia el mismo lugar en que estaba clavada la mirada del hombre—. Ya veo.

#1.5. El silencio de la muñeca: Orígenes (✔)Where stories live. Discover now