8. Campanas de libertad

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La oscuridad abriga sus sentidos y la nubla de su entorno dejando una sensación de desconcierto en su pecho. Camina con temor a caer, con indecisión en cada paso. No oye nada. Sigue caminando hasta que el silencio se detiene y sus pasos son acompañados por chapoteos.

Agua.

Está pisando agua y comienza a sentir que pese a no estar dirigiéndose a ningún sitio, ahora el agua sube sin control cubriendo por completo sus tobillos. Intenta alejarse y sujetarse a alguna pared para poder seguir una dirección.

El agua cubre sus pantorrillas y Chantal comienza a gritar por ayuda mientras busca por dónde salir, la oscuridad cubriendo su visión. Da un par de pasos, pero se paraliza cuando siente unas manos sujetarse a sus piernas e intenta correr, pero el agua ahora cubre su cadera. El terror la envuelve e intenta liberarse mientras con sus brazos busca a qué sujetarse; esta vez encuentra la pared, una pared con un relieve extraño y rudimentario.

El agua alcanza su cintura justo en el momento en que más manos se abrazan a su cuerpo y comienzan a tirar de ella hacia abajo. Chantal intenta gritar, pero su voz no sale y todo lo que escucha es el chapoteo del agua burlándose de ella.

Las manos la arrastran hacia el agua y ella toma una última bocanada de aire antes de sumergirse. Sigue peleando por salir y con desesperación intenta soltarse sintiendo que el aire en sus pulmones ya no es suficiente.


Chantal despertó dando una gran bocanada de aire y se incorporó en la cama con un ligero temblor acompañando su cuerpo. De fondo se oían las campanadas de la catedral de Notre Dame, reclamando por atención. Definió la claridad de la mañana iluminando el cuarto y a Kalet que la observaba desde el escritorio con confusión.

—¿Chantal? ¿Acaso tú...?

Pero se vio interrumpido por las fuertes campanadas de la iglesia y Chantal lo observó con la boca abierta antes de bajar corriendo de la cama.

—¿Qué sucede? —inquirió Kalet detrás de los biombos esperando a que acabara de cambiarse—. ¿Tuviste un sueño?

—¡No hay tiempo! —exclamó saliendo con un pantalón de mezclilla negro y una camiseta blanca mientras se ponía las zapatillas—. ¡Tenemos que irnos!

—¿A dónde? —preguntó el muñeco con desconcierto por su prisa, pero la muñeca no respondió, acabó con sus zapatillas, tomó su mano y salió corriendo fuera del apartamento—. ¡Chantal! —llamó mientras la rubia tiraba de él hacia las escaleras.

—¡Corre!

Bajaron los tres pisos del edificio y salieron a la calle, donde apresuraron el paso. Chantal esquivaba a las personas con facilidad sin detenerse, mientras que Kalet chocaba con cada una de ellas. El muñeco intentó pedirle explicaciones, pero Chantal corría en silencio. Por un momento creyó que la muñeca había descubierto otra pista en la pintura, pero descartó la idea cuando vio que se estaban desviando del camino que usualmente tomaban para ir al Louvre.

Cuando alcanzaron el río Sena, donde casi los atropelló un autobús, pudo darse una idea de hacia dónde se dirigían, pero no tuvo tiempo de hablar porque Chantal no se detuvo hasta encontrarse dentro de la catedral.

Notre Dame se hallaba imponente ante ellos enseñándoles su arquitectura gótica y sus característicos vitrales. Y en lo alto estaban sus fieles, perpetuos y atemorizantes guardianes de piedra: las gárgolas.

Kalet aprovechó aquel momento para recuperar el aliento y descansar sus piernas mientras la muñeca observaba a su alrededor con meticulosa actitud.

#1.5. El silencio de la muñeca: Orígenes (✔)Where stories live. Discover now