18. Y todo lo que nos queda es oro vacío

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Chantal percibe un cálido líquido rodearla desde la cintura, abrazándola con una familiaridad que nunca antes sintió. Está a oscuras mientras el agua comienza a elevarse, pero no se siente atrapada, sino finalmente conectada a algo, algo que hacía mucho tiempo estaba esperando por ella.

Entonces el agua se vuelve dorada e ilumina todo el lugar. De nuevo están esas paredes antiguas de ladrillos rodeándola con antorchas apagadas. Chantal comienza a flotar mientras el agua aún sube, intentando cubrirla, atraparla.

Su respiración es calma y suave hasta que alguien la tira de sus hombros para hundirla. Abre sus ojos y grita a través del agua, sintiendo cómo ese líquido dorado se adentra en ella, por cada uno de sus orificios. Y así su cuerpo comienza a pesar y ella a caer hacia el fondo.

Incluso nublada de esa sensación invasora, pero familiar a la vez, como una muerte que llevas esperando por mucho tiempo, no puede dejar de sentirse feliz.

Chantal despertó con la respiración agitada y de forma tan brusca que acabó cayendo al suelo. Se quejó mientras su cabeza traía de nuevo hacia ella esas imágenes sangrientas que estaba segura no había recaudado de la mansión Toussaint.

Sintió las luces encenderse antes de que un par de brazos la ayudaran a ponerse en pie. Al abrir los ojos se encontró con Colette que la observaba con el ceño fruncido. Había un poco de preocupación y confusión en su rostro, pero también un extraño brillo dorado que llamó su atención.

—¿Se encuentra bien?

Chantal se sintió algo mareada y se sostuvo de sus hombros mientras intentaba recomponerse. Un líquido se escurría por su nariz y tocó el lugar buscando limpiar la sangre, pero cuando observó sus dedos, estos se hallaban teñidos de un líquido dorado, igual al de sus lágrimas.

La muñeca lo observó con desconcierto antes de limpiar su nariz, encontrando aun más de ese líquido. Volvió a marearse y entonces Colette la sostuvo con más fuerza por la cintura. La rubia no quitó sus ojos de su mano manchada en esa sangre dorada.

Entonces tomó la daga que Colette llevaba en su cinturón antes de apartarla de un empujón y soltó una pequeña risa que le heló la sangre a la otra muñeca.

La agente cayó al suelo viendo con sorpresa cómo Chantal se apartaba y tomaba la daga para cortar la palma de su mano como si estuviera poseída por una fuerza superior, inexplicable. Su sangre comenzó a brotar en oro líquido y dejó caer la navaja antes de lanzar una gran carcajada, como el único, y tétrico, sonido que se escuchó por el lugar.

Pronto el pasillo se llenó de otros muñecos mientras Colette tomaba la daga y un trapo para cubrir la herida de la muñeca que aún reía fuera de sí. Simone se hizo lugar entre los demás y ayudó a sentar a Chantal en la cama mientras Colette le hacía interminables preguntas para comprender qué era lo que ocurría y cómo asistirla. Los muñecos murmuraban y hablaban por lo bajo antes de que Simone intentara empujarlos fuera del cuarto y les ordenaba que se marcharan, aunque no estaba dando mucho resultado.

Chantal rio otra vez, pero su risa resonó demasiado fuerte, escalofriante, logrando callar a todos los intrusos que estaban queriendo acercarse a verla. Entonces la rubia sonrió antes de volver a verlos y todos ellos retrocedieron un paso antes de que se pusiera en pie. Esa vez, Colette no intervino y Simone la observó en silencio.

El resto de muñecos la observaban con terror y cuando ella se acercó, pudieron ver la sangre dorada que le corría desparramada por el rostro y goteaba de su mano, como una inminente promesa de muerte. Su mirada fue tan escalofriante que volvieron a retroceder.

#1.5. El silencio de la muñeca: Orígenes (✔)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora