22. Condúceme a la muerte

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«Bum, bum»

Chantal lo sintió de nuevo. Dejó de escribir en el cuaderno y se puso en pie para ver. Sus ojos se encontraron con los de Colette antes de sentir una pequeña sacudida.

«Bum, bum»

Esa vez estaba segura de que no venía de ella. Y lo recordó; recordó lo que sintió antes de llegar a ese lugar, cómo el suelo latía por ella, reclamando su ser, su plasticidad.

Pero esa vez, cuando latió reclamando su nombre, la sacudió de forma abrupta. Era como si una poderosa bestia estuviera despertando. No la sorprendería, a ese punto, podría creer todo lo que le dijeran.

—¿Colette? —llamó con cierta inseguridad y la castaña observó el lugar en estado de alerta.

—Están atacando de nuevo —señaló—. Hay que ir al refugio —indicó tomándola de los brazos.

—¿Refugio? —inquirió intentando caminar con ella y entender lo que ocurría—. ¿Atacando de nuevo? ¿Quién nos ataca?

—¡Rápido!

Chantal la siguió corriendo por el pasillo junto a los otros muñecos que se veían muy asustados. Sin embargo, en un momento, la rubia sintió que la tomaban del brazo y la arrastraban hasta estrellarla contra la pared. Vio a Colette seguir corriendo, sin voltear a verla y Trocvis quedó frente a ella. Rápidamente sintió cómo sus manos apretaban su cuello sin darle oportunidad de luchar.

—¡Morirás junto a ella! —bramó entre el ruido y los temblores.

Chantal sintió las vibraciones, los latidos de la pared en su espalda y trató con todas sus fuerzas de deshacerse de Trocvis.

—¡Después de todo lo que hicimos por ti! —gritó apretando su cuello y Chantal comenzó a llorar con desespero de quitárselo de encima—. Berenice no te salvará esta vez.

Chantal tomó fuerzas de donde pudo y lo golpeó en el estómago, consiguiendo que aflojara su agarre entre quejidos, allí lo golpeó de nuevo y pudo librarse.

Apenas tomó un respiro antes de alejarse tanteando las paredes. Trocvis la observó inclinado sobre el suelo y entonces cuando intentó levantarse, ella continuó retrocediendo lo más que pudo.

¡Iba a matarla! ¡La había descubierto! ¡Debía huir!

Se dio media vuelta y comenzó a correr entre los muñecos. Su garganta ardía y le costaba respirar, pero no se detuvo.

—¡Atrápenla! —escuchó gritar a Trocvis—. ¡Es una traidora!

Chantal no se detuvo, pero sintió cómo los muñecos abrían paso para ella, dejándola escapar, observando sin entender lo que realmente ocurría.

Corrió y corrió. Pensó en encontrar a Colette, pero descartó esa idea al tener la sensación de que esa vez la estaban persiguiendo. Ni siquiera volteó a asegurarse de que habían muñecos tras ella porque estaba agotando todas sus fuerzas en su huida.

Corrió, sintiendo que las piernas ya no las sentía, que la garganta le ardía, le escocía, y el miedo y la adrenalina estaban tan enlazados que era imposible diferenciarlos.

Corrió y corrió. Los temblores intentaban derribarla y sintió que la debilidad regresaba a ella, pero continuó. Saboreó la libertad en esos pocos metros.

Entonces llegó a la claraboya donde siempre se había sentado a mirar el cielo.

Y allí estaba rodeado de muñecos que parecían esperarla, como en un perturbador ritual para quitarle su valiosa alma.

#1.5. El silencio de la muñeca: Orígenes (✔)Where stories live. Discover now