24. En la mira

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24. En la mira

Londres, Inglaterra.
3:05 a.m.

Lágrimas bajaban por las mejillas de Avalon, cayendo sobre los labios ajenos manchados de sangre que el chico en un ataque de tos seca había expulsado sin descanso, al borde del precipicio de la muerte. Ella emitía a su vez un sonido desgarrador desde el fondo de la garganta mientras sostenía con ahínco el cuerpo contra su pecho, como si pudiera transmitirle su pulso por sobre la carne para traerlo devuelta a la vida; un pensamiento irracional e instintivo que le destrozaba lentamente el raciocinio a cada segundo que transcurría.

Lo tenía inerte en brazos, simple peso muerto de un amor que sentía a cada vez más distante. Se aferraba con fuerza a la masa de carne y huesos, sin intenciones de abandonar su lado en un futuro cercano, más sin embargo, la conciencia le decía que debía hacerlo en los próximos veinte segundos, puesto a que estaba en un campo de batalla, y el eco de los casquillos se escuchaban a la distancia, pese a tenerlos rodeándola en todas direcciones.

—Peter —lloriqueo de nuevo, trazando una mano sobre la mejilla cubierta de una mezcla de sudor y sangre, desesperada por conseguir retroalimentación en el contacto. ¿Cómo habían llegado a esto?—. Peter... —Continuaba llamando su nombre, como si su voz lograra salvarlo de las penumbras del abismo.

El pecho siguió inmóvil, sin vaivén que señale presencia de vitalidad, y el charco formado a partir de los litros de sangre que emanaban del chico le empaparon las rodillas, mojando todo lo que tenía a su alcance de rojo carmesí.

Avalon le acarició las facciones que fácilmente podía recrear en su dormir, y dejó que su memoria sensorial guardara la sensación de la piel bajo las almohadillas de los dedos, en un intento por atesorar todo lo que él representaba. Lo quería sonriéndole cada vez que llegara a casa después de una misión, lo quería besándole las caderas cada vez que le hacía el amor, lo quería susurrándole sobre los labios cuánto significaba para él durante el desayuno, cuando le servía café y la atrapaba contra la encimera como a una indefensa gacela. Y el saber que ya no tendría esos dulces momentos compartidos le resquebrajaba el corazón pedazo a pedazo.

***

Hotel 41, Buckingham Palace Road,
Londres, Inglaterra.
11:27 p.m.

Cinco horas antes

—¿Por qué no le pegaste un tiro? Dijiste que lo matarías en cuanto lo encontraras —Ángel se dejó caer en un sillón de la amplia habitación de hotel, arqueando una poblada ceja en quejumbroso desdén. Visualizaba a la Ambrosetti deshaciéndose de los tacones y los pesados aretes de diamantes seguido del resto de la joyería en cuello y muñecas, para dejarlos con sequedad sobre un mueble cualquiera. Se había mantenido en silencio después del reencuentro con su hermano, pero Ángel, odiando el silencio, se dispuso a sonsacarle unas respuestas.

—Sé lo que dije —Le dio la espalda, en un explícito ruego para que le ayudara con el cierre del vestido, que el moreno no tardó en cumplir. Una mano bajó por la curvatura de la columna y la otra se encargó de deshacer el lazo tras la coronilla que mantenía la parte superior de la pieza unida. Quedó expuesta al instante, pero de igual manera se recosto en su pecho, refugiando la cabeza en el espacio entre el cuello y la conexión del hombro—. Pero no pude hacerlo. No sé cómo explicarlo...

—Lo amas, así de simple —Ángel le besó la sien desde ese ángulo, y le acarició los hombros desnudos con las cayosas palmas—. Siempre lo has hecho.

Bad Girls © (Sin editar)Where stories live. Discover now