23. La Caída del Imperio

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23. La Caída del Imperio

Casa Thames, Millbank, a las orillas del Támesis.

Londres, Inglaterra.

Mientras la noche hacía de las suyas sobre las vivaces calles de Londres, dentro de las entrañas de la ciudad el caos se desataba con libertad, infringiendo ansiedad sobre aquellos dirigentes del Reino Unido que se encargaban de la seguridad de sus aceras, rascacielos e inquilinos con absoluto recelo. Las aguas del Támesis fluían con extrema tranquilidad a medida que los últimos destellos anaranjados del día tocaban suavemente la superficie cual caricia de despedida, para dar paso al cielo nocturno reinar junto a sus titilantes estrellas, que se reflejaban plateadas sobre el agua negruzca, dándole un aspecto etéreo para cualquier turista que viera con ojos vírgenes las magias de la ciudad por primera vez.

A los vigilantes les engullía los intestinos la impotencia de no poder hacer nada al respecto, sin más remedio que ver caer el tan elaborado sistema que habían durado años construyendo bajo denso sudor y arduo sacrificio, con una parte de sus vidas colocada entre telarañas de la extensa red, entretejida a la perfección, carente de puntos débiles que pudieran ser amenazados por enemigos externos del refinado escudo británico.

Estaba de sobra decir que la amenaza jamás fue esperada desde adentro. ¿Por qué habrían de traicionar al país quienes juraron protegerlo a cualquier costo? Los factores eran innumerables, y las causas infinitas. Aunque siempre era curioso el ver quién decidía destruir el sistema de adentro hacia afuera con las fauces abiertas dispuestas a desgarrar a quienquiera que interviniera en la tarea.

A las 2600 horas Scotland Yard fue el primero de la lista en caer. La fuente principal de poder en las instalaciones fue apagada y el generador de energía se accionó por sí mismo poco después. La luz volvió, pero los sistemas fueron dañados de gravedad durante el apagón. El caos no tardó en hacer acto de presencia. Sin la seguridad en la red estaban ciegos a cualquier ataque terrestre en la ciudad. Las cámaras de toda Gran Londres eran controladas por ellos, y sin ellas, era relativamente fácil realizar un ataque sin esperar que las fuerzas policiacas actuasen al rescate.

El Servicio de Seguridad fue el siguiente peón. El director general era precavido en exceso, de la vieja escuela de agentes de la dorada Inglaterra de los 70', y tenía toda la data de la agencia archivada en documentos en una habitación de máxima seguridad a la cual sólo un limitado personal autorizado tenía acceso. El hombre era amante del café puro en las mañanas, masticar habano para liberar el estrés en las tardes, y la lectura de un libro de Julio Verne al finalizar el día antes de irse a dormir. Específicamente en ese orden. Su agenda era muy atareada, y eran únicamente esos pocos momentos al día donde tenía algo de paz interna fuera de todo el ajetreo dentro de las instalaciones de su preciado MI5.

Ese día en particular tuvo que romper la rutina a la cual se había hecho adicto durante los últimos treinta años. A sus manos fue a parar el segundo habano del día, y el sabor amargo le abarcó nuevamente el paladar, con los trozos atascándose entre los deteriorados dientes al masticar una y otra vez con desbordante ansiedad. Las gotas de sudor le resbalaban por la sien, la corbata le obstruía la capacidad de respirar, y las manos se movían por voluntad propia en un incesante temblor. Jamás creyó que viviría lo suficiente para ver el día en que el país cayera en manos de la anarquía, pero era lógico que el universo decidiera jugarle una mala pasada. Era el mal de ojo de su exesposa Ruth. No le bastaba tener que quedarse con mitad de su cuenta bancaria, sino también con el Rolls Royce, su perro Bartolomé, y ahora con la poca cordura que le quedaba.

La habitación resultó no ser tan secreta como tan egocéntricamente pensaba. La jornada de trabajo estaba a punto de culminar, cuando la alarma resonó por los estrechos pasillos, alertando a todos del peligro infiltrado, y el pulso del Director Hollowitz se aceleró al punto de bajársele el azúcar. ¿Cómo demonios había pasado esto, y frente a sus narices?

Bad Girls © (Sin editar)Where stories live. Discover now