Hamilton

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Lanzó.

Una.

Dos.

Y tres veces.

Dando todos en el blanco.

Con dedos sangrantes del filo de los cuchillos, limpió el sudor de su frente e hizo una mueca al sentir el líquido salado hacer contacto con las cortadas.

- Vas a quedarte sin dedos, amor - susurró una voz en su oreja detrás suyo, melosa y con un deje de cariño.

Sonrió, dejando que Peter le quitase todo rastro de sudor con ayuda de una toalla, pasándola por la curvatura de su cuello y dejando un beso en la piel seca, siguiendo con la separación de sus pechos hasta adentrarse lentamente en su camiseta.

- Pete... tengo trabajo que hacer - gimió entrecortada cuando él le mordió el lóbulo de la oreja.

- Trabajo mi culo - gruñó -. Deja que otra persona se encargue, cariño.

- El jefe me eligió, no puedo desobedecer.

- Es tu puto padre, no tu amo.

- Sabes las consecuencias si no lo hago -. Ava se volteó, mirándolo con ojos suplicantes -. En cuanto termine te compensaré.

Peter bufó, pero terminó asintiendo. Nunca podía contradecir a su preciosa Avalon.

Los Hamilton eran una familia dividida en especialidades:

Robo.

Expiación.

Asesinato.

La sección de robo estaba conformada por ladrones de bancos profesionales y de joyería. La sección de expiación por hackers y espías en si. Y la sección de asesinato en francotiradores y artillería pesada.

Avalon formaba parte de la sección de asesinato, la sección C, con un rango de A que significaba Alpha, por lo que estaba a cargo.

Ava tenía ocho hermanos, ninguno de ellos de la misma sangre, incluyéndose. Todos eran producto de un pago de fianzas, tráfico, compra, o moribundos de increíble potencial, que habían sido entrenados desde la niñez para ser lo que eran ahora.

Armas.

Guerreros.

Bestias.

Todos y cada uno con el pecado en la sangre y las manos tan sucias como sus almas.

No recordaba la última vez que vio a sus padres, ni de dónde había venido, ni por qué necesitaban a una niña de cinco años en una familia sicaria. Pero, con el paso de los años, había descubierto el por qué.

A sus diez podía manipular un cuchillo sin preocupaciones, a los doce un arma, a los catorce combate cuerpo a cuerpo, hasta ahora, a sus diecisiete años, que era el arma más letal de la familia, la guerrera más temible y la bestia más feroz.

Su belleza era otro atributo aparte de su inteligencia, de dorado cabello que caía grácilmente por su espalda en tirabuzones, hasta grandes ojos verdes azulados, labios fresas y un voluminoso cuerpo producto de arduo entrenamiento.

Subió las escaleras del sótano, donde se encontraba la sala de entrenamiento, hasta llegar a la primera planta de la gran casa en la que vivía.

A grandes zancadas cruzó la sala de estar llegando a la cocina que era en su totalidad de madera, al igual que la mayoría del hogar. Al cruzar el umbral se encontró con su hermano Xavier bebiendo una tasa de café amargo apoyado en la isla de granito, con su mirada examinando unos expedientes de su nueva misión.

Bad Girls © (Sin editar)Where stories live. Discover now