6. Deseos prohibidos

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6. Deseos prohibidos

Los Ángeles, California

Cuando Max llegó a casa ya era hora de ir al instituto. Dominic Carrington la dejó en el pórtico con un beso en la coronilla para luego despedirse e ir al tedioso trabajo que le removía los nervios. Ser padre viudo y con un hijo desaparecido era tener que conllevar un dolor cada segundo desde que despertaba hasta que dormía, pero su trabajo por fortuna le mantenía un poco alejado de aquel sentimiento.

La casa carecía de ruido, tal vez con su madre haciendo el desayuno silenciosamente, su padre en la oficina y su hermana todavía dormida. Quitándose los tacones y llevándolos en la mano, subió la cerámica fría de la escalera de caracol hasta su habitación, pasando la de Cassandra mientras en el camino se desnudaba dejando un rastro de ropa. Para cuando llegó a la bañera ya ninguna prenda la cubría. Llenó la tina de agua hirviente, vertiendo sales de escencia de acacia y colocando pétalos de rosa y lavandas en la superficie del agua templada, dejando que de su mente fluyera todo río de cansancio.

Cassandra, por su parte, se veía en el espejo de su baño. Trazaba las marcas en su piel con delicadeza, presionando en los morados y gimiendo ante la sensación. Era un dolor placentero, sutil, y para nada algo de lo que se arrepentía.

Sí, no se arrepentía.

Los toques de Alex, sus besos, la manera en que delineaba cada curva de su cuerpo, la hizo sentir querida de una manera que Nathan nunca la había hecho sentir. Se dio cuenta de que necesitaba eso, pasión, éxtasis, algo tan ardiente que le hiciera perder los estribos.

- Soy suya - Realizó sorprendida. Aunque, dentro de ella, sabía que eso no era del todo cierto.

Una parte de Cassandra había sucumbido a los encantos de Alexandria, esa parte solitaria que creyó inexistente. La parte que necesitaba mimos, caricias y palabras dulces que todo amante le decía a su compañero.

Alex había hecho eso y mucho más en una sola noche, por unos pocos minutos, pero fueron suficientes para lograr joder la mente de la pelirroja exitosamente.

Cass sabía que los mimos fueron sin cuidado, que las caricias fueron rudas y las palabras dulces vacías de todo cariño. Pero a veces la fantasía, por más falsa que esta hubiese sido, era mejor que no fantasía en lo absoluto.

*             *            *

Ya salida de la bañera, Max se cambió a jeans blancos, tacones Dior rosa pastel y top de encaje del mismo color. Buscó el collar de perlas que le había regalado su padre en su décimo sexto cumpleaños pero no lo consiguió, por lo tanto se colocó una cadena de plata que le había robado a André y dejó su cabellera caoba ondulada libre. Buscó en el gabinete de su tocador el cartucho en el que guardaba sus píldoras y tragó dos en seco, cubriendo después todo signo de agotamiento con maquillaje.

Guiada por el aroma a panqueques con jarabe de arce y café recién hecho, la morena bajó a la cocina, viendo a su madre hacer el desayuno con una gentil sonrisa.

Max envidiaba esa tranquilidad que rodeaba a la mujer.

- Maxine Angelique Ferrari Di Arcangelis, ¿dónde estuviste toda la noche? - reclamó la mujer pelirroja en cuanto su primogénita se sentó en un taburete.

- Primero que nada, vuélveme a decir Angelique y me mudo a Francia. Y segundo, no es de tu incumbencia donde estuve, estoy o estaré - respondió con amargura, su madre no era su persona favorita en el mundo.

Angelina suspiró contando mentalmente hasta diez, recordándose que su hija la odiaba.

- Tu padre se pondrá furioso, señorita - fue todo lo que dijo, dejando un plato lleno de panqueques frente a la morena y un café puro.

Bad Girls © (Sin editar)Where stories live. Discover now