16. Y Lucifer dijo: "Hágase el caos"

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16. Y Lucifer dijo: "Hágase el caos"

Cuartel general de la CIA,Los Ángeles, California

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Cuartel general de la CIA,
Los Ángeles, California.

Los documentos se veían borrosos tras los lentes situados descuidadamente sobre el puente de la nariz. Ya no tenía energías para acomodarlos más arriba. La boca le sabía amarga después de tanto café consumido y el sueño amenazaba con envolverlo en su irresistible confort. Se rascó la barbilla, sintiendo la familiar rasposidad de su elaborada barba con la punta de los dedos. Entonces miró el destello que producía su anillo de matrimonio en el dedo anular de la mano izquierda, y emitió un suspiro soñador. Extrañaba a su mujer y su cálido tacto, su sonrisa perlada y los deliciosos filetes que cocinaba los fines de semana. Ugh, de tan sólo pensar en esa delicia condimentada se le hacía agua la boca.

Luego se maldijo internamente. En realidad, no debía ponerse tan dramático. No estaba en otro continente, ni tampoco en cautiverio, pero su prisionero era, indiscutiblemente, su escritorio, y eso era igual que estar a miles de kilómetros lejos de su hogar.

Agotado, se quitó los molestos lentes, tirandolos sin cuidado sobre los montones de hojas como si quemaran, y se masajeo el entrecejo en busca de apaciguar las pulsaciones de su palpitante sien.

El reloj digital de su escritorio marcaba las 6:04 de la mañana, y otro innumerable perezoso bostezo escapó de su boca. Su aspecto era deplorable, realizó. La corbata le colgaba alrededor del cuello como una bufanda, con los primeros botones abiertos y las mangas hasta los codos. También podía visualizar una gran mancha de café en un costado de su arrugada camisa, y otra en la tela oscura que cubría su muslo. ¿Cómo había sido tan descuidado? No le interesaba ni le importaba. Lo único que quería aparte de esos jugosos filetes era su cama, y los brazos de su esposa alrededor de su cuerpo mientras dormitaba hacia la subconsciencia.

Maldito Pentágono, maldito Scotland Yard, y maldita Eleonor Valverde. Esa perra le asignaba cada caso como si lo odiara hasta las entrañas. Bueno, el sentimiento era mutuo.

Miró el reloj nuevamente, viendo que apenas había pasado un minuto. Aún le faltaban más de treinta documentos que firmar, y la mano le hormigeaba del cansancio. Se froto la muñeca, masajeandola un poco, escuchando los huesos crujir de manera poco saludable. Viejo, estresado, y con huesos débiles. Perfecto. Simplemente perfecto. ¿Acaso Dios le ponía más peso en los hombros para verlo derrumbarse como una criatura miserable?

Pues felicidades, señor. Estaba funcionando.

La negrura se adueñó de su vista a medida que los párpados se cerraban automáticamente, luchando sin victoria por mantenerlos abiertos. No, decía su cuerpo, basta.

- ¿Quién es Isadora Kozlov?

La súbita voz femenina lo trajo de vuelta a la realidad con la taquicardia presente en su pecho. Del susto, el brazo que sostenía su barbilla se resbaló, y en un parpadeo sintió el golpe en su frente al impactar contra la madera de su escritorio.

Bad Girls © (Sin editar)Where stories live. Discover now