12. Richard Hamilton

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12. Richard Hamilton

Montecarlo, Principado de Mónaco.
Riviera Francesa.

Salió de su convertible Maserati negro mate como si del mismo rey de España se tratara, portando un rostro inexpresivo de superioridad y esa elegancia que lo definía. Los flashes de las cámaras no tardaron en cegarlo, junto con el grito de chicas llamando por su nombre de farándula "Roman Cavet", que fingía ser un respetado empresario de la región ganador de millones.

Por supuesto, nadie lo conocía en realidad.

Roman vestía un elegante traje Armani azul marino que resaltaba sus ojos azul ártico y bajo el blazer solo una camisa de botones blanco, sabiendo que las corbatas le causaban migraña y los moños le cortaban la respiración. Había cierta elegancia en la simplicidad, y eso lo hacía notar.

No se detuvo a pesar de las peticiones de los paparazzis y entrevistadores, e ignorando los gritos ensordecedores entró a la fiesta, siendo envuelto por el ambiente del lugar que gritaba "dinero" por todas partes. Su presencia no tardó en hacerse evidente, obteniendo un pequeño círculo de personas a su alrededor en cuestión de segundos.

- ¡Roman! Te habías perdido - Dijo Calvin, su amigo más recurrente que encontraba en eventos como aquellos. El rubio tenía bajo su agarre a una preciosa morena que le daba miradas sugestivas, mordiéndose el labio y enrrollando un mechón de su cabello en un patético intento de coqueteo.

- Tenía un par de negocios en Dubai, estuve fuera por unos días - respondió con una falsa sonrisa, claramente incómodo con la intromisión de Calvin y la inquietante mujer.

Pero el rubio, claramente borracho, pareció no darse cuenta.

- ¡Te perdiste la fiesta de Genevieve y San Martin! Joder fue épica, tantos culos apetecibles, tantas fieras necesitando correa.

Roman se permitió soltar una carcajada. El chico era un dolor en el culo, pero era un entretenido dolor en el culo.

- Estoy buscando a los Kozlov, ¿han venido?

El rostro de Calvin perdió color y su estado de ebriedad pasó a uno de sobriedad instantáneo, como si le hubiesen drenado toda gota de alcohol ante la mención de los rusos mafiosos.

- Cualquier cosa en la que estes involucrado con esos... asesinos - masculló con desprecio -... será la sentencia de tu muerte.

A este punto la morena yacía morreandose con otro hombre de aspecto rico y soltero, cerca de la barra de tragos. Roman apretó la mandíbula, tensando los músculos e inconscientemente comprimiendo las manos en puños de blancos nudillos por el comentario del rubio.

Calvin, estudiando casi lúcidamente al hombre, reprimió cualquier palabra opositora a los deseos de su amigo.

- Están abajo en el salón prohibido - dijo dándose por vencido, agarrando otra copa de champán de la bandeja de un camarero para luego desaparecer entre la multitud.

Roman siguió el camino indicado, saludando de vez en cuando a ciertas personas cuyos nombres había olvidado pero cuyos puestos en la sociedad eran imborrables. Siguió un largo pasillo, escuchando al pasar las habitaciones murmullos, gemidos y chillidos, solo Dios sabiendo lo que ocurría tras esas puertas. Al final, una puerta roja lo recibió, haciéndolo tocar una contraseña que pocos conocían.

Uno, dos, tres golpesillos.

Pausa, silencio.

Cuatro, cinco.

Pausa.

Seis.

Finalmente la puerta se abrió, revelando a un guardia que solo se limitó a saludarlo con un seco asentimiento de cabeza. Respondió de igual manera, ahora envuelto en un ambiente menos natural donde cualquier acción contra la ley era posible.

Bad Girls © (Sin editar)Where stories live. Discover now