*Capitulo 2. y ¿tú qué eres?

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—Despierta, Kim, vamos— le decía James mientras la movía un poco pero su hermana estaba completamente perdida. —¡Despierta! —

Kim se despertó de un saltó y volteó a ver su hermano molesta hasta que se dio cuenta que el avión estaba casi vacío, y que los pocos pasajeros que quedaban la miraban extrañados.

—Ya aterrizamos, tonta— le dijo su hermano burlón. —Yo quería dejarte aquí pero mis papás me obligaron a esperarte—

—¿Dónde están?—

—Se adelantaron para ir a recoger las maletas—

Kim se acomodó el cabello con las manos mientras James sacaba el equipaje de manos del compartimiento de arriba para después bajar ambos y encontrarse con sus padres que ya habían recogido el equipaje de todos.

—¿Qué hora se supone que es?— preguntó Kim revisando su celular que seguía teniendo la zona horaria de Tokio.

—Como las nueve de la noche— contestó su papá tratando de ajustar su propio reloj. —Vamos que Jay ya debe de estar esperándonos—

Y así era, un señor muy parecido a su padre pero algunos años mayor los estaba esperando con las manos en los bolsillos, no estaba muy diferente a como Kim lo recordaba, sólo que antes tenía mucho más cabello.

—¿La calvicie es hereditaria?— preguntó James en un susurro que provocó que Kim comenzara a reírse disimuladamente.

—¡Hermano! — Jay se acercó a abrazar a Tomas a penas lo ubicó entre la multitud que iba saliendo; después le dio un rápido saludo a Gina para girarse a verla a ella y a James.

—Wow, James has crecido bastante— dijo dándole un apretón de manos al chico que sólo sonrió un poco incómodo pues no sabía cómo debía contestar a eso.

Y cuando llegó el turno de Kim, sólo la miró, con la misma cara que solían tener los turistas que la paraban a ella y a sus amigas en las calles de Tokio, sólo que antes no se había sentido incómoda por eso. Entonces Kim se dio cuenta que mientras estuviera en aquí, esas miradas serían una constante en su vida.

—Hola tío Jay— trató de romper el silencio y sonreír.

—¿Kimberly? Has cambiado mucho— fue lo único que pudo decir el hombre antes de sugerir guiarlos a su camioneta pues el aeropuerto estaba un poco apartado de los suburbios en los que ahora vivirían por lo que se tomarían un rato en llegar y al parecer "Marissa y los chicos se morían por verlos".

Kim se acomodó en los asientos de atrás, con su hermano sentado junto a ella con los audífonos puestos y su madre del otro lado platicando amenamente los hombres que iban adelante. No prestó ni un poco de atención a la conversación pues miraba curiosamente todo el paisaje que pasaba frente a su ventanilla.

—Ya no estamos en Tokio— dijo para sí misma.

Después de unos cuarenta y cinco minutos de viaje llegaron a los suburbios, Kim veía casas, tiendas, algunos parques y pequeños edificios que no tenían ni el más mínimo punto de comparación con su amado Tokio. Lo único que la hizo sonreír un poco fue notar que había algo de movimiento a pesar de que ya era de noche.

Y con otros diez minutos más de viaje llegaron a una enorme casa blanca de tres pisos con un muy bien cuidado jardín delantero. Fue entonces cuando Kim entendió porque a Jay no le molestó que se fueran a vivir con su familia mientras encontraban donde vivir, esa casa era estúpidamente grande.

En la entrada de la casa ya los estaba esperando una mujer de unos 60 años, bien arreglada que se acercó al auto a recibirlos apenas se apagó el motor.

¡¡BICHO RARO!!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora