La llamada del secuestro.

40.9K 1K 104
                                    

PRÓLOGO.

Un fuerte dolor de cabeza me invade y soy incapaz de aguantarme un gruñido. Me obligo a abrir los ojos y me los froto. No puedo ver absolutamente nada y por mi mente aparece la instantánea idea de que a lo mejor me he quedado ciego, pero no. Prefiero pensar que me hallo en un lugar que está a oscuras.

Me levanto, ya que estaba tumbado en el suelo, pero al alejarme dos míseros metros del punto de encuentro algo tira de mi tobillo, impidiéndome avanzar y dañándome. Me agacho de tal forma que flexiono las rodillas y me pongo de puntillas. Palpo con las manos lo que sea que me rodea el tobillo; unas cadenas. Retrocedo hasta que la parte de detrás de las rodillas chocan y caigo encima de algo blando. Un colchón, deduzco.

¿Estoy encadenado a una cama?

Me masajeo la nuca porque me da un tirón en ella y respiro hondo. No sé dónde estoy, ni cómo he llegado hasta aquí. Me siento en el colchón ya que estaba tumbado –otra vez – y me llevo una mano a la barbilla, pensativo. Estoy intentando pensar qué fue lo último que hice, y así estoy un rato, sin éxito, hasta que escucho un gemido, no sabría decir exactamente si de miedo o dolor, al otro lado de la habitación (o de lo que sea esto) y frunzo el ceño.

Resulta que no voy a estar solo.

—¿Hola?

—Ho... hola —responde la voz de un crío.

—¿Cómo te llamas? —le pregunto.

—Toby. ¿Quién... eres tú? —tartamudea, asustado.

—Luke, y no muerdo —digo indiferente a su manera de hablar.

—Eso ya lo... suponía —replica, aunque con el tartamudeo no lo parece—. Tengo doce años, no soy un idiota.

Me quedo sorprendido y abro la boca aprovechando que no me ve. Tiene voz de niño de siete, aunque supongo que aún no le ha cambiado. Aun así me choca, ya que últimamente a los críos les madura la voz antes. Cada vez nos desarrollamos antes.

Analizo la situación, ignorando el tema de la voz. Estoy en a saber qué lugar, encadenado, pero no en soledad. Me alivia y me fastidia, ya que si tuviese dieciocho como yo podríamos hablar de temas interesantes hasta que viniesen a por nosotros. Chicas, fiestas, lo típico... pero me imagino que solo podré dedicarme a hablarle de fútbol.

—Perdona.

—¿Qué haces aquí? Cuéntame—ahora no tartamudea, es más, parece seguro de sí mismo. Diría que incluso se está haciendo el chulito.

—¿Qué haces tú aquí? —imito su manera de hablar, complacido porque lo he hecho a la perfección. No me agrada la gente que se lo tiene muy subidito—. ¿Llevas aquí días? O, ¿has venido ahora, como yo?

—Ojalá llevase días —me responde, amargo—. Meses. Mi encarcelamiento es desde hace meses.

—¿Meses encadenado a...?

—A los barrotes de una cama, sí.

Entonces estamos en las mismas.

—No creí que fuera a tener un compañero... es más, creí que iban a dejarme comida como siempre. Aunque teniendo en cuenta que te han traído hace una hora, pues tampoco es que haya mucha diferencia.

—Pues me han traído, y no me acuerdo de nada.

—Yo tampoco al principio —se ríe como si yo hubiese dicho algo aparentemente lógico—. Tienes que pensarlo durante estos días y los recuerdos vendrán solos.

—¿Y se puede saber por qué estamos aquí?

—Secuestro, claramente.

Cierro los ojos sorprendido y a la vez no tanto. Tiene sentido. Sí, lo tiene. Aunque no sé por qué me han secuestrado a mí. Mi familia no es rica, ni famosa, y yo no suelo ser de esos que se meten en líos. Aunque bueno... mi madre roba y tiene muchos enemigos por ello. La ladrona imposible es su apodo. Siempre se las apaña para estar con alguien cuando el robo sucede, mientras que en ese lugar mi madre siempre deja una pluma roja con sus propias huellas dactilares. Ni a mí me dice el gran secreto, pero lo hace para que podamos vivir. Trabaja de camarera, pero gana muy poco, y con lo que roba... bueno, nos va genial, pero no llegamos al punto de ser ricachones porque si no se darían cuenta de que ella es una ladrona. Lo mantiene en secreto. "Secreto".

La poli aún no ha dado con ella a pesar de tener sus huellas dactilares. Están dañadas, me dijo un día mi madre. Algo extraño. También lo hace para desahogarse, ya que mi padre la dejó embarazada de mí antes de irse y siempre quiso lo mejor para mí. Lo valoro y no la juzgo, pero los enemigos que tiene (los demás ladrones o secuestradores normales o profesionales) me han jodido de vez en cuando. Por eso mismo a ese chaval no le pega estar aquí. Ninguna familia que sea amiga de mi madre por sus trabajos tiene un hijo llamado como tal. Quizá no esté aquí por ella.

—No entiendo por qué iban a secuestrarme.

—Serás como yo. ¡Seguro que tienes una familia rica con enemigos y esas historias! Hasta te pega ser el típico niño malcriado que se cree guay y no llega a mierda.

—Te equivocas —digo, secamente.

Me sorprende lo rápido que ha pasado de tartamudear a ser repugnante. Se le han subido los humos muy de golpe. ¿Y si estaba disimulando para tantear el terreno?

—Lo que tú digas —me dice, sin creerme.

Genial. Voy a tener que estar con un niñato mimado y caprichoso.

Una gran puerta de metal se abre y me tapo los ojos. Me molesta muchísimo la claridad que entra por esta. Un hombre irrumpe, aunque no me suena de nada. Va entero de negro y tiene, por lo que se ve, el pelo castaño, unos grandes ojos negros y una nariz respingona. Es alto y aparenta ser muy fuerte.

Ahora que puedo ver mejor la sala, solamente hay en ella dos camas. La mía y la de Toby. Le miro pero solo consigo ver una silueta de un chico de 1,70 m como máximo. Bah. No parece un niño de doce años pero me da igual. Al ver al hombre se asusta y este ríe mientras me mira.

—Hola, Luke.

—¿Cómo sabes mi nombre? —inquiero.

—Lo sé y punto. ¿Cómo está Ashley? Me imagino que bien. He oído que lo borda como ladrona.

—Mi madre no es asunto tuyo.

No solo me conoce a mí, sino que también a mi madre, y eso me hace volver a pensar en la teoría de que estoy aquí porque es un enemigo suyo.

—Me gusta tu personalidad, chico. Te pareces a nosotros.

—¿A nosotros?

Señala a Toby, que mira a otro lado.

—Bueno... quizá un poco más a mí —pone una mueca y se agacha. Coge una bandeja y la deja en el suelo, justo a mi lado. A Toby le deja otra—. Venía para daros la cena.

—No tengo hambre —el hombre y yo miramos a Toby. Parece un perro rabioso.

—Para cuando la tengas, chaval —me mira, vuelve a sonreír, y me lanza un teléfono móvil—. ¡Para que luego digan que los secuestradores somos malos!

Lo cojo y marco instintivamente el número de mi madre, pero suenan varios pitidos y miro al hombre. Vuelve a reírse a carcajadas. Este móvil solo puede recibir llamadas. Me ha tomado el pelo.

—¡Has picado! —dice entre risas. Lo dejo a un lado—. Al pobre Toby le pasó lo mismo. ¡Pobres ilusos! Os lo regalo porque nadie va a llamaros. Disfrutad de él. Nunca saldréis de aquí —se acerca a la puerta y grita eufórico antes de irse—. ¡Nunca!

Trago saliva y escucho un sollozo de Toby. Me da la sensación de que es un poco bipolar, aunque si lleva meses solo y encadenado en la oscuridad más absoluta... estar así es lo mejor que le puede pasar. Yo no llevo ni media hora y ya me estoy replanteando seriamente la muerte.

Mis ojos se acostumbran de nuevo a la oscuridad y miro hacia la dirección de la cama de Toby. Cojo el móvil con la mano y suspiro. Si no voy a salir de aquí tendré que animarle. Es un estúpido niño de mamá y no quiero que me dé la lata.

—Toby.

—Qué —gruñe.

—Si vamos a estar aquí durante mucho tiempo... me conviene saber una cosa.

—¿El qué?

Respiro hondo y abro la boca. Esto a lo mejor le hace gracia, pero es vital para mí. Prometo que no lo hago con la intención de vacilar.

—Explícame como hacer mis necesidades sin dejar... el suelo asqueado.


La llamada del secuestro. (REEDITANDO&RESUBIENDO).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora