Treinta y Nueve

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El cielo estaba completamente cubierto por nubes y por su apariencia estaba comenzando a creer que iba a llover en cualquier momento, ya era época de todas formas. No estaba segura de qué tanto me gustaba la lluvia, podía ser bastante divertida en los momentos adecuados, pero muy molesta al mismo tiempo.

Puse mis manos sobre el volante y le di unos cuantos golpecitos con la punta de los dedos, siguiendo el ritmo de la canción que estaban pasando en la radio. Me miré en uno de los espejos retrovisores, sosteniéndome la mirada por varios segundos antes de volver a posarla en la entrada de la casa.

Esta vez no estaba siendo una acosadora, no. Simplemente llevaba unos pocos minutos reflexionando acerca de qué tan buena idea era aparecerme en la casa de Eric sin avisar, pero era de naturaleza impaciente e impulsiva, por lo que no lo pensé antes de subir a mi automóvil y conducir hasta aquí. Así que ahora me encontraba sentada, con el cinturón aun puesto, cómoda gracias a la calefacción y observando la entrada de su casa.

Puede que suene como una loca acosadora, pero creo que se necesita una devoción ciega y unos cuantos altares secretos dedicados a la persona para ser un acosador que se respeta. Obviamente yo no tenía ni la devoción ni los altares, así que decidí dejar de llamarme así internamente. Sólo era una mujer indecisa, fin de la historia.

Un momento, no era indecisa, sólo retrasaba lo inevitable. Si bien una moneda decidió por mi, creo que al final de todo habría acabado en el mismo lugar, incluso si lo del embarazo hubiese sido cierto. Eso simplemente habría servido para seguir retrasándolo. Pero, no sé, no iba a poder vivir tranquila con un "¿Y si...?" en la mente todo el tiempo. A veces son esas relaciones que nunca despegan las que nos joden, no las que sí fueron y que resultaron ser una mierda o una maravilla.

No sé por qué, pero ese ultimo pensamiento me dio un empujón que no había sentido hasta el momento. Me envolví el cuello con una bufanda y subí el cierre de mi chaqueta, me di un vistazo en el espejo y salí del vehículo, arrepintiéndome enseguida por lo frío que estaba el exterior. Incluso hice el ademán de volver a entrar, pero no podía hacerlo, ya había salido y tenía que continuar. Metí mis manos en los bolsillos acolchados y con largas y seguras zancadas atravesé la calle, iba a tocar el timbre del portón pero noté que estaba entreabierto y no vi nada malo con simplemente entrar.

El ante jardín se encontraba igual de limpio y ordenado que la ultima vez que lo vi, los farolitos que flanqueaban la puerta se encontraban encendidos y emitían un brillo blanquecino sobre el camino de gravilla. Me detuve frente a la puerta y estiré la mano para golpear, luego recordé que allí también había un timbre y simplemente lo presioné.

La espera fue eterna, miré mis botas y pateé lánguidamente algunas piedrecillas mientras apoyaba todo mi peso sobre mis tacones. De pronto percibí movimiento al interior de la casa y me erguí, el pomo de la puerta tembló y ésta se abrió con lentitud pero ampliamente.

Eric apareció al otro lado del umbral con una sonrisa en el rostro, era una sonrisa despreocupada que se desvaneció sutilmente cuando su cerebro procesó que se trataba de mí. No sé qué estaba esperando, quizás había ordenado comida o ya se había encontrado una novia en la calle, pero no me importó. No teniendo en cuenta que nuestra ultima conversación había estado lejos de ser exitosa.

Su expresión se estaba convirtiendo poco a poco en confusión, pero lo ignoré por completo y le sonreí como si fuera el mejor día de mi vida. Tenía un trillón de cosas en la cabeza, estaba aliviada por lo del supuesto bebé, estaba contenta pero al mismo tiempo algo triste por lo que sucedió con West, estaba enojada conmigo misma por haber molestado a Tyler, estaba estresada por el trabajo de la semana y... Bueno, ahora estaba emocionada y nerviosa, eso era culpa de Eric.

DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora