Catorce

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-Estoy estresada.- resoplé.

Recorrer tres de los hoteles fue toda una odisea, hablé con un millón de personas, asistí a mil reuniones, me presenté en cien cenas con gente importante y me escapé de diez miserables juntas. Faulkner me acompañaba a un 98% de las ocasiones y se sentaba cerca, me ayudaba a hilar ideas y me interrumpía antes de que lanzara comentarios estúpidos. Admito que el hecho de tenerlo ahí cuando me tocaba hablar con viejos adinerados y engreídos me tranquilizaba, si no fuera por él todos esos tipos tendrían una imagen horrible de mí... así que sí, la irritación que sentía cuando estaba conmigo se estaba apaciguando.

-¿Puedes definir "estresada"?.- preguntó dejando a un lado la revista del avión. Últimamente me estaba poniendo atención cuando le hablaba.

-Ya sabes...- bufé.-Es como si la memoria interna de mi cerebro se hubiera saturado, como que necesitara eliminar archivos para desocupar espacio pero no puede. O como si tuviera el cuerpo hecho de arena y fuera muy pesado para hacerlo funcionar, o como si me estuviera derritiendo y...-

-Creo que ya entendí.- me interrumpió.-Y lamento informarte que eso no es estrés.- me comunicó.

-¡Y entonces qué es?.- pregunté ligeramente exaltada.

-Me parece que estás agobiada, eso es todo.- dijo, como si eso fuera a reconfortarme.

-No sé, es tan extraño... no tengo ganas de hacer nada, podría quedarme para siempre aquí echada comiendo maní traído de la India.-

-No lo recomendaría.- comentó

Rodé los ojos en un minúsculo acto de rebeldía y me lancé un maní dentro de la boca justo cuando se anunciaba por la amplificación que estábamos a punto de aterrizar. Sentí una onda de alivio y relajación al escuchar, nunca antes había deseado tan fervientemente volver a casa luego de un viaje. La mayoría de las veces que había salido del país volvía completamente maravillada con el lugar del que venía, luego pisaba el departamento y me desencantaba por completo. Pero hoy era diferente, necesitaba meterme en mi cuarto, revolcarme sobre la cama y tirar la ropa de mis valijas sobre el suelo.

El deseo anterior se hizo cada vez más realizable cuando bajamos del avión y pisamos el aeropuerto. La gente se amontonaba en las puertas de abordaje y en las pequeñas tiendas, algunos comprando cosas luego del viaje o qué sé yo. Afortunadamente me había robado unas bolsitas de maní y no necesitaba hacer cola en los locales.

Faulkner me hizo salir hasta la calle y ahí me esperaba un automóvil negro de la empresa, el amable chofer me abrió una de las puertas y luego ambos desaparecieron en busca de las maletas. Me acomodé en los asientos lo mejor que pude, poniendo los pies sobre ellos y recostándome perfectamente, incluso cerré los ojos para dejarme llevar por la flojera. Lamentablemente no estaba tan cansada y comencé a jugar con la ventanilla polarizada, la subía, la bajaba, la volvía a subir y la bajaba otra vez. Estaba en medio de aquel juego cuando vi a alguien que me resultó ligeramente familiar.

Se trataba de una chica de corto cabello negro y piel pálida. Llevaba una suave falda rosa claro, una blusa negra de cuello blanco y zapatos oscuros, sostenía una pequeña maleta de diseños geométricos y miraba hacia el lugar donde los taxis se estacionaban claramente buscando alguno disponible.

Me tomó varios segundos procesar las facciones de su rostro, organizarlas en mi cerebro y luego interpretarlas, pero cuando lo hice salí disparada del auto en su dirección. Empujé gente y me tropecé estúpidamente con unos niños pequeños que pasaban por ahí, pero para cuando llegué a su lado sentí que había ganado las olimpiadas.

DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora