Treinta y Cuatro

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Lo primero que pensé cuando abrí los ojos fue "Mierda, sí pasó" como si en verdad creyera que había sido un sueño o una fantasía, como si existiera la posibilidad de reírme y descartarlo como si nada. Para bien o para mal, no era así, seguía en su casa y esas paredes eran definitivamente tangibles.

Me incorporé lentamente, restregándome los ojos y escaneando mis alrededores superficialmente hasta que lo vi. Eric estaba de pie junto a la puerta, con un hombro apoyado en el umbral y ambas manos dentro de los bolsillos de su pantalón. Me miraba con el ceño fruncido, pero a pesar de que sus ojos estaban sobre mí no era difícil percatarse de que sus pensamientos estaban en otra parte.

-Te vestiste.- dije aguantando un bostezo.

Al comentarlo fue inevitable que mi cerebro recordara que yo estaba semidesnuda, por lo que bajé la mirada hacia mi cuerpo rápidamente y comprobé que seguía en ropa interior. Rodé los ojos y procedí a buscar el resto de mi ropa, hallándola inmediatamente sobre uno de los sillones del cuarto.

-Debería llevarte a casa.- dijo.

-Puedo llegar sola.- le aseguré.

Me puse de pie con ímpetu, estaba confundida, pero sobretodo molesta. En el fondo siempre me atacaba la ira cuando no sabía qué hacer, y a eso le podíamos agregar el hecho de que acababa de despertar. Doble tragedia.

Toda mi postura se desarmó cuando fui a poner el pie sobre el piso y sentí un dolor punzante en el tobillo, no fue suficiente para hacerme caer pero si para que me detuviera en seco y soltara una maldición.

-Sé cuidadosa.- advirtió avanzando hacia mí.

-Está bien, puedes llevarme.- acepté sin mirarlo.-Y acércame la ropa ¿quieres?- le pedí de mala gana, sentándome al borde de la cama.

Tomó las prendas y me las entregó. Deslicé los shorts deportivos por mis piernas y luego me puse la camiseta, no quise calzarme las zapatillas y acabé sólo en calcetines. Cuando terminé me dispuse a salir de la habitación, pero a mi pie se le ocurrió ponerse sensible y me vi en la obligación de pedirle ayuda para ahorrarme el dolor.

El trayecto desde su cuarto hasta el vehículo debe haber sido uno de los más incómodos de mi existencia. Puse toda mi energía en no alzar la vista para mirarlo, en ignorar la firmeza y suavidad con la que me sostenía la cintura y en el especial cuidado con el que bajaba las escaleras. Era estúpido, pero sabía que fijarme en esos diminutos detalles sin importancia significaban que estaba perdida.

Me acomodé en el asiento del copiloto y observé con horror la guantera, llevándome ambas manos al estomago y presionándolo, como si eso fuera a disminuir los efectos del nerviosismo. No servía de nada, lo que sí me ayudó fue cerrar los ojos por un instante y respirar.

Eric ya se había sentado junto a mí y se disponía a echar a andar el automóvil, pero lo detuve poniendo una mano sobre la suya. No tenía planeado hacer absolutamente nada luego de eso, por lo que simplemente observé cómo sus dedos se tensaban sobre el manubrio.

-¿Pasa algo?- me preguntó.

-Eres complicado.- murmuré y alejé mi mano de la suya.

Miré por la ventana hacia el exterior y me crucé de brazos, incómoda a pesar de la suavidad de los asientos y lo cálido que era el interior del vehículo. No me gustaba admitirlo, pero Eric tenía un buen punto y una excelente excusa para seguir manteniéndome a raya. Antes de seguir lanzándome sobre él como una ninfómana con psicosis debía decidir qué quería de él.

Dado que hubo silencio durante el trayecto me dejé llevar por mis pensamientos y reflexioné un poco acerca de la cuestión. Primero que nada, Eric me gustaba, ya no tenía caso seguir repitiéndome lo contrario. Con este primer problema resuelto podía continuar con el siguiente: ¿qué iba a hacer con eso? Aún no lo sabía, digo, todavía no podía ponerme de acuerdo en qué era lo que me gustaba.

DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora