Diecinueve

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"Esto definitivamente es vainilla" pensé luego de tener la barra de jabón presionada bajo mi nariz por tres minutos. La sumergí en el agua para que soltara algo de espuma y luego la deslicé por mi brazo hasta llegar a mi codo, notando que no sólo olía a vainilla, sino que también era ridículamente suave y cremoso. Seth debía estar loco, este trocito de jabón era de muy buena calidad y él no era experto en jabones como para venir a decir que los que teníamos en el hotel eran baratos. Solté un largo suspiro y continué por el resto de mi brazo, dejando que la infundada queja de Seth pasara al olvido.

Como era de costumbre en mis baños de tina, todo el cuarto se había inundado de vapor y hacía que dentro el ambiente se volviera pesado, caliente y húmedo. El aroma a vainilla era intenso y comenzaba a molestarme, por lo que ya me estaba arrepintiendo de haber llenado el agua de la tina con burbujitas de ese mismo olor. Tomé una bocanada de aire y lo solté lentamente mientras me sumergía, acomodándome en una posición más confortable en la que podría quedarme dormida si no fuera a morir ahogada al adoptarla.

La noche anterior, luego de descubrir que Seth era un simple huésped desconsiderado, pude asistir a la famosa cena y comportarme como alguien decente que tenía todo equilibrado dentro de su cabeza. Resultó ser que el ingeniero con que nos reuníamos era bastante amigable y simpático, sobre todo porque tenía unas mil quinientas anécdotas para contar y así evitar cualquier silencio incomodo que pudiera generarse. Como siempre Faulkner no se quedaba atrás a la hora de seguir una conversación y llenaba los espacios vacíos que dejaba cuando me preguntaban algo que no sabía cómo responder. Me gustaba que me ayudara a no quedar como una completa ignorante, pero a veces me molestaba que se adelantara a mí y abriera su boca. Me daban ganas de patearlo por debajo de la mesa cada diez minutos.

En fin, fuera de eso todo fluyó con normalidad. Al ser demasiado tarde decidí quedarme en una de las habitaciones, me quité el vestido, lancé mis tacones en alguna parte de la habitación y me acosté. Al despertar esta mañana lo primero que hice fue meterme al baño a revisar los jabones y, bueno, aquí estaba.

Busqué el tapón a tientas y lo quité para drenar el agua, me levanté cuidadosamente para no resbalarme y luego me enjuague el cuerpo con la regadera. En ese momento escuché a alguien llamando a la puerta, me puse la bata blanca que había en cada una de las habitaciones y salí rápidamente del baño. Iba a medio camino cuando me di cuenta de que no estaba precisamente en mi departamento, por lo que podía haber cualquier clase de psicópata en el pasillo, o peor, podía ser Seth. Con esto en mente me arreglé la bata de tal manera de que no se viera ni mi cuello, apreté el cinto en mi cintura y luego corrí hacia la cama, de ella saqué la sabana y me envolví en ella. Ahora me veía como un palito sin mucha forma, doble protección.

Me acerqué a la puerta sigilosamente, giré el pomo con delicadeza y abrí lo suficiente como para que un tercio de mi rostro se viera. Lo primero que capté fueron un par de ojos azules, despiertos e intensos, enseguida la tensión dejó mis hombros y abrí la puerta sin mayores miramientos.

-Oh, eres tú.- dije metiéndome en la habitación.

-¿Qué...?.- empezó Faulkner, pero se detuvo a media oración.-No voy a preguntar por qué tienes toda una sábana encima, ni siquiera me esforzaré en intentar encontrarle una razón.- dijo cerrando la puerta.

-Esto...- dije agitando la sábana con mis brazos, como si fueran dos alas.-Tiene una excelente explicación.- aseguré.

-¿Ah, sí?.- preguntó fingiendo interés.

-Sí.-

-Adelante, ilumíname.-

-No sé si lo notaste, pero acabo de salir de una ducha.- comencé.-Y resulta que hace frío, sólo me abrigaba.-

DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora