Diez

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Era un hecho que Jimmy irradiaba hermosura, y admito que eso me afectó un poco a la hora de darle mi aprobación. Pero cuando íbamos atravesando la avenida principal comencé a replantearme el no haberle hecho preguntas más importantes, tales como "¿Sabes conducir? Y si sabes, ¿eres bueno en ello?". Probablemente me habría dicho que sí, omitiendo completamente si lo hacía bien o no... en fin, durante el trayecto descubrí que al parecer un mono salvaje conducía mejor que cinco Jimmys juntos.

Él descargaba mis maletas como todo un modelo de... maletas, mientras yo seguía preguntándome porqué otra razón además de su guaposidad lo había decidido contratar. El problema era que había colisionado tantas veces con las puertas del automóvil que mi cerebro se había revuelto dentro de mi cabeza y mis neuronas no lograban hacer sinapsis. Quizás debí hablar con el segundo candidato antes de elegir.

-¿Tu... tu licencia de conducir está al día?.- pregunté al fin.

-Por supuesto.- aseguró sin titubear.

-¿Estás seguro?.- insistí. Jimmy terminó con las valijas y cerró el maletero del automóvil con un fluido movimiento, prácticamente ignorando mi pregunta o pretendiendo no haberla escuchado.-¿Y bien?.-

-Rendí el examen unas... siete veces, pero al final la conseguí.- sonrió como si eso lo arreglara todo.

Me crucé de hombros y alcé una ceja ante su respuesta. Ni siquiera yo había dado tantas veces el examen, y eso que me costó bastante conducir sin sentirme completamente histérica. Seguramente él había sobornado a su examinador con una de sus sonrisas bonitas, estúpida gente linda, consiguen todo lo que quieren.

-Dejemos esto claro de una vez.- dije apuntándolo con el dedo índice.-La próxima vez serás más cuidadoso, sino olvídate de este trabajo ¿entendido?.-

-Sí, lo siento.- se disculpó enseguida.

-Bien.- asentí.-Ahora dime la hora.- le echó un rápido vistazo a su reloj y luego comenzó a tomar las maletas.-

-Son las 13:56, más o menos.-

-¡¿Qué?!.- exclamé con horror.-¡Me quedan cuatro minutos para llegar!.-

No sé cómo pasó exactamente, pero mis pies se pusieron en marcha automáticamente como si una subidilla de energía me hubiera golpeado. Corrí lo más rápido que podía sobre tacones,dando saltitos por el aeropuerto mientras esquivaba gente, aunque veces chocaba con alguien y Jimmy era el que se disculpada arrastrando las maletas al mismo tiempo.

En esos momentos mi objetivo era encontrar a Faulkner, atacarlo por la espalda y gritarle en el oído que lo había logrado, que había llegado a la hora. El problema era que por más que miraba a los alrededores en busca de él, menos lo encontraba. Me detuve cerca de un puesto de golosinas y busqué frenéticamente el móvil dentro de mi bolso, cuando lo encontré busqué el número de Faulkner y lo llamé. La espera entre tono y tono fue abrumadora, Jimmy me miraba con un signo de interrogación marcado en su bello rostro y yo me masticaba las uñas.

-¡Ya estoy aquí!.- grité cuando escuché que contestaban.

-Son las dos con tres minutos.- dijo su voz serenamente.-Ya perdiste.- anunció.

-¡¿Qué?! ¡Claro que no! ¿Dónde estás? Te encontraré.- refunfuñé.

-Búscate un asiento cerca de la cafetería, yo iré por ti.- dijo y colgó.


Tenía un tic en el ojo izquierdo. Había escuchado en un programa del Discovery Channel que el stress se manifestaba físicamente, y que uno de los síntomas más repentinos y comunes era el movimiento involuntario de los parpados. Decían que los músculos del parpado eran tan sensibles que proyectaban la tensión del cuerpo o algo así. Bueno, ahora me sentía muy estresada.

DesastreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora