29. Juventud no es sinónimo de estupidez

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"Juventud no es sinónimo de estupidez" 

BAX

En el instante que abrió los ojos, estiró el brazo y comprobó que Razvan no estaba en la cama con él, supo que algo andaba mal. Tenía que ser. De otra manera, le habría prestado mayor atención al dolor punzante que sentía en la base de la espalda o al ardor en su cuello y mejillas que vio a través del espejo del baño.

Su corazón retumbaba de una manera casi vergonzosa. ¿Por qué pensar lo peor primero?

Tal vez porque todo en el departamento estaba intacto.

O quizá fuera el hecho de que los ordenadores, la tableta e incluso el teléfono de Razvan estaban perfectamente alineados sobre el escritorio en el estudio.

No había una nota.

Tampoco faltaba su ropa o cualquier cosa.

Lugo recordó que Razvan había llegado sin ninguna de las pertenencias que había en ese lugar, e incluso el departamento no lo había escogido él.

En su ingenuidad y el encanto de la fantasía en la que estuvo viviendo omitió detalles como el que Razvan, mucho antes de saber que no era Allan, había llegado de paso nada más. El trabajo que su padre le ofreció y la asistencia a la academia, todo era temporal.

Y ahora él también, Bax Dimitrov formaba parte de las cosas que no le pertenecían a Razvan, a las que dejó atrás cuando se fue.

Porque sí, se había ido, lo había dejado en medio de la inmensa cama, cálido y dormido después de un momento que Bax disfrutó y que se esfumó al amanecer. Al menos había sido una noche entera y no la mitad como en el cuento de la Cenicienta.

Pero a la princesa de esa historia le fue mejor, al menos ella conservó una zapatilla como prueba de que había sido real. Él, en cambio, no tenía nada.

Era más grande el vacío, la nada, el silencio y la soledad. Las paredes comenzaron a cerrarse a su alrededor en la cocina. Se agarró la cabeza con ambas manos y se dejó caer sentado apoyado de la puerta de la nevera.

Si había una manera de retroceder el tiempo... No... De olvidar lo que tal vez era una mala jugada de su mente, una seña de demencia o cualquier otra enfermedad mental que hiciera que se tuvieran alucinaciones tan poco posibles como tener un romance con una persona cuyo mundo y percepción de la vida había cambiado completamente.

Al final, Razvan era Razvan Volkov y no Allan Black, el chico por el que Bax hizo y deshizo con tal de que se fijara en él.

Si hubiera sido él mismo, si no se hubiera escabullido esa primera noche a la cocina de servicio en su casa, no le habría hablado en la clase de defensa, no habría planeado un susto que terminó en un secuestro contra él y del que Razvan, en ese entonces Allan, lo salvó.

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