28. Acceso concedido

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RAZVAN

La única manera de no ser rastreado por el equipo que él mismo había configurado, era ir a pie. Lo que significó caminar casi siete kilómetros, cruzar la línea que dividía al barrio rico en el que estaba la agencia de Will e internarse en calles que hacía mucho no veía en persona.

A esa hora y a mitad de semana era raro encontrarse con discusiones entre pandillas o vandalismo a la orden en los pocos locales que sobrevivían en esa parte de la ciudad.

El mensaje que llegó a su teléfono la noche anterior había sido claro. Era cuestión de alejarse de los agentes y la gente de William y Charles para que él pudiera recuperar a Bax.

Si él se presentaba solo le darían razones del paradero de Bax. No lo mencionó y fingió estar tranquilo incluso con Erik. Como si confiara en el poco probable plan de rescate de William, quien, para manejar la agencia de seguridad más prestigiosa del país, dejaba mucho que desear cuando se trataba de rescatar a su hijo.

Razvan era de actuar, sobre todo porque era Bax quien corría peligro. Dejaba de lado lo que sabía sobre los modus operandi de los secuestros. Ignoraba probabilidades y hacía a un lado toda idea pesimista.

Era Bax. Estaba desconcertado con la intensidad de las emociones que experimentaba ante siquiera la aparición de ese chico en su mente. El universo no quisiera, Bax siendo mencionado, y, aún peor, si estaba presente. Para él todo lo demás pasaba a segundo término.

Primero estaba Bax. Hacía meses que ese rubio era su prioridad, y que las fantasías sobre su futuro, en el que los dos iban juntos a todos lados, hacían cosas normales como pasear de la mano, o él acompañaba a Bax a sus clases e iba por él al terminar; no había sido cosa de un par de ocasiones en las que pensó en ello.

Un futuro con Bax. Donde sus vidas no dependieran de lo que otros dispusieran; ni el padre de Bax, ni los padres de Razvan...

A quienes, sin importarle nada más que el futuro que perseguía, dejaría claro que no los quería cerca, porque no podrían usarlo como arma para destruir a Dimitrov.

Y al primero de ellos estaba a punto de verlo. El edificio que indicaba la ubicación que recibió y ocultó de los demás desesperados como él por recuperar a Bax.

No era nada del otro mundo, ventanales de cristal y madera roída. Muros deteriorados por el tiempo y la humedad. En un primer vistazo a los alrededores comprobó que nadie vigilaba la entrada, al menos desde la parte de afuera.

La calle también estaba vacía. Seguramente porque quien sea que se atrevía a usar ese edificio como punto de encuentro, y quizá también como guardia para mantener oculto a Bax, era, o demasiado influyente, o muy osado.

No temía lo que encontraría una vez cruzara la puerta. Por eso dio una última profunda respiración, guardó su teléfono en el bolsillo trasero de su pantalón y avanzó hacia la puerta de metal que empujó de par en par.

ImpurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora