21. El protector de la virtud

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BAX

Entró al baño y se arrojó agua a la cara al menos tres veces. No fue suficiente para calmar sus nervios, pero sí para que su rostro dejara de sentirse tan caliente al tacto.

Llevó ambas manos a cada lado de su rostro y lo sostuvo frente al espejo.

—Si esto es un sueño debería despertar ya —dijo en voz alta.

Escuchó la puerta principal, se asomó y vio a Allan sentarse sobre la cama. El pelinegro iba con el cabello desordenado.

—¿Vas a mirarme toda la noche desde ahí? —preguntó Allan desde la distancia, sin mirar en su dirección, estaba centrado en la pantalla de una tableta—. No tengo problema en ser observado por ti.

Apagó la luz del baño antes de emerger y acercarse a la cama. Sus calcetines blancos impedían que el frío del piso llegara a sus pies. Se los había vuelto a poner después de que Allan se los quitara antes de que su padre llegara.

—Creo que el efecto de los sedantes aún no se ha ido —dijo Bax.

Allan estiró el brazo que tenía bueno para alcanzarlo, tiró de él y lo hizo sentarse sobre su regazo.

Soltó un quejido bajo.

—Hace rato que no estoy drogado, muñequito, este solo soy yo —respondió Allan.

—Te voy a lastimar, necesitas descansar —dijo ahora Bax. Los latidos de su corazón solo iban en aumento, lo que era un claro indicio de que el nerviosismo era causado por Allan. Por la forma en la que lo trataba.

Contrario a la personalidad de Allan cuando se conocieron y a la apariencia de chico malo recién salido de un barrio de mala muerte, desde que se habían acercado no lo había tratado con frialdad de nuevo.

—Allan... —lo llamó, el pelinegro hundió la nariz en el cuello de Bax y dejó un camino de besos desde su barbilla hasta su garganta—. ¡Allan! —insistió más fuerte, se sostuvo de los hombros de Allan y se alejó lo más que pudo—. Debes tomar tus medicamentos o sentirás dolor.

Los ojos del chico despeinado miraron a Bax por debajo de las pestañas, una imagen cercana a la perfección que le nubló los sentidos y le impidió entender lo que Allan respondió.

Se concentró en la forma en la que las cejas de Allan se movían ligeramente al hablar.

—¿Me estás escuchando, Bax? —El propio Allan rompió la burbuja en la que él se había fundido, afianzó el agarre que tenía alrededor de su cintura.

Bax lo miró confundido.

—¿Qué dijiste? —preguntó.

Allan respondió primero con una sonrisa espléndida.

ImpurosWhere stories live. Discover now