*Narra Connor*
Hace un día que Evelyn no está entre nosotros y se nota su ausencia.
Alguien ha tenido la idea de celebrar un banquete. A varios no les parece bien festejar nada en un momento tan tenso, pero supongo que está bien brindar por la libertad de los prisioneros.
Busco a Lizz entre la multitud. Espero que no se haya metido en ningún lío. Desde que está con nosotros, básicamente me he convertido en su canguro. Camino tambaleante, apoyándome en desconocidos. No debí tomar alcohol, pero el abuelo Alan nos sorprendió a todos fermentándolo con magia.
Veo a Arturo y me acerco a él. Está hablando con una chica. Entrecierro los ojos, ¿estoy viendo bien? ¿Es Mery? Entonces no se suicidó cuando Arturo la dejó, la capturaron los vampiros.
—Connor —me saluda ella.
—¿Qué tal, Mery? —rodeo con un brazo los hombros de Arturo.
Parece que he acertado con el nombre. Tomo el vaso de Arturo y me bebo el contenido. Oigo a alguien llamándome, pero no reconozco la voz. Miro a mi derecha y me quedo sin respiración.
—¿Lizz? —dice Arturo.
Escupo el agua de vuelta al vaso de Arturo y se lo entrego. Intento caminar firme hacia ella.
—¿Eres Lizz? —pregunto.
—Así me llaman. El abuelo de Evelyn me ha anulado la maldición.
—Pues estás hecho un bombón.
—Si tuviera sangre, estaría ruborizada —comenta; entonces es inmune a mis piropos—. Me dijeron que estabas buscándome.
—Sí, lo hacía.
—¿De verdad? ¿Durante mucho tiempo?
—Durante toda mi vida.
Lizz pone los ojos en blanco.
Localizo a unos hombres mirándola. Sí, definitivamente llama la atención. Sin embargo, la atención que tiene ahora mismo no es positiva. Se acercan a ella.
—La princesa de las sanguijuelas —comenta uno de ellos—. Reconozco tu cara, te pareces a tu hermana mayor.
—Vuestro rey ha sido un grano en mi culo durante tres años —le dice otro, escupiendo en la cara de Lizz.
Lizz le regala una super-patada-vampírica en la entrepierna antes de que pueda reaccionar y doy mentalmente un brinco. El hombre cae al suelo, agarrándose la zona dolorida.
—Si no quieres volver a tener ese grano en el culo, te recomiendo besarme los pies cada vez que me veas. No seré tan amable la próxima vez que me faltes el respeto.
—Ya la has escuchado —señalo al hombre, escupiéndole de vuelta.
Este me fulmina con la mirada y se abalanza sobre mí, tomándome del cuello.
*Narra Kaiser*
Connor se ha transformado en lobo.
La gente ha dejado de hacer lo que hacían para animar el espectáculo que está montado sobre la cubierta. El abuelo Alan pide a la gente volver dentro del barco, mientras que Arturo y yo intercambiamos miradas. Hay que detenerlo o Diego se quedará sin barco que devolver.
Diego deja el timón y corre hacia nosotros, angustiado. Intentamos separarlos. Conseguimos inmovilizar a Connor, pero no tranquilizarlo. Lizz se agacha junto a nosotros y le acaricia la cabeza. Para nuestra sorpresa, Connor deja de gruñir y baja las orejas. ¿Qué demonios?
Dejo de sentarme sobre él cuando va recuperando su forma humana.
—¡La próxima vez lo mataré! —vocifera.
Connor se levanta y camina por la cubierta, tambaleante y con los brazos en alto en señal de victoria.
—¿Le decimos que está desnudo? —me susurra Diego.
*Narra Evelyn*
Si no me equivoco, estaba ahogándome en el mar.
No he tosido agua al despertar y me siento descansada. Me encuentro en mi cama, en casa. ¿Ha sido todo un sueño? Puede que, al desmayarme en las escaleras de camino a mi habitación, haya soñado esto y sea todo parte de mi visión.
Unos golpecitos en la puerta me sobresaltan. Entra mi abuela junto a dos chicas idénticas; son altas, la frente de mi abuela queda por debajo de sus axilas. Ubico sus rostros y las saludo con una sonrisa, se tratan de las gemelas Jennifer y Vanessa.
Nos conocimos cuando éramos pequeñas. Tuve problemas para diferenciarlas en un principio, recuerdo haberle dibujado un lunar a Jenni en la cara para saber que era Jenni.
Ahora han crecido y cambiado, su piel es más morena y radiante que antes; su rubio cabello, en cambio, ha palidecido de manera que roza el color blanco. Puedo ver algunas diferencias; el rostro de Jenni ha crecido adaptándose a sus sonrisas; Vane, en cambio, tiene la piel lisa y sus cejas no están tan arqueadas como las de Jenni. Transmiten aires diferentes.
—¿Cómo habéis llegado aquí? ¿Cómo he llegado yo? —pregunto.
—Sentimos tu energía apagándose en el mar —contesta Vane—. Si no llegáramos a pasar...
—Entonces no fue un sueño. Pero, ¿por qué cruzaríais el mar?
—La Sanadora se puso en contacto con nosotras hace poco, decidimos venir tras escuchar lo ocurrido para buscar una solución contra el Consejo de Magos —explica Jenni—. Al igual que otros ignis, estuvimos de acuerdo en reunirnos aquí.
—¿Lucharemos contra el Consejo de Estúpidos?
—No iremos a luchar, sino a hablar —aclara La Sanadora—. Ahora cuéntanos, ¿cómo acabaste en el mar? ¿Qué hay de Arturo y los demás?
Hago un resumen de lo sucedido y detallo el encuentro con el abuelo Alan. La incertidumbre se graba en la frente de mi abuela; no se alegra como esperaba que hiciera. No la culpo, es una noticia difícil de creer.
Bajamos por las escaleras y encuentro más visitantes en el salón. La mayoría son abuelos y adultos con niños, algunos se giran para saludarme. Partiremos en breve. He estado durmiendo en el sueño curativo durante dos días y medio; si supiera cuándo llega el barco, iría al muelle a recibirlos.
La tarde pasa con rapidez. La casa está inusualmente animada; no era consciente de lo delgadas que son las paredes, puedo escuchar voces y risas desde mi habitación.
—¿Puedo pasar? —pregunta una voz detrás de la puerta de mi habitación.
Me separo del escritorio de un empujón cuando reconozco la voz.
—¡Pasa, Darleen!
—Hola, Evelyn —entra en mi habitación.
Le ofrezco mi silla. Me apoyo en mi mesa y la miro, sonriente. Toma asiento y cruza las piernas, con la espalda recta y el cuello erguido. ¿Desde siempre fue tan formal? Por su expresión tranquila, las cosas deben de haber salido bien.
—El Consejo confía en mí, no tienes de qué preocuparte.
Me devuelve la sonrisa. Insisto en más detalles, pero Darleen se niega a dármelas. Se mira las uñas y me pregunta acerca de la reunión de ignis en el salón.
—Ah, buscan hablar con el Consejo. Puede que, si el resto de magos saben que no somos tan horribles como piensan, nos permitan hacer las paces —digo convencida.
—Perdón —se disculpa Darleen llevándose una mano a la boca, antes de reírse—. ¿Qué haréis para que os escuchen?
Espero un momento antes de contestar. La miro hasta que detiene su risa, no veo qué tiene de gracioso.
—Hablar. ¿Necesito hacer algo más?
Desvío la mirada para pensar. Cuando alguien habla, suelo escuchar. No entiendo porqué no escucharían a alguien cuando tiene algo que decir.