No confíes

By zugarbooks

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Rostros hermosos vemos, trastornos no sabemos... Sofía es una estudiante de la Facultad de Psicología, anhela... More

NO CONFÍES
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...
Prólogo
1. Una mirada peligrosa
2. Trastornos ocultos
3. Al igual que un gato aislado
4. Una cita equivocada
5. Matar es cómodo y sencillo
6. No abras puertas que no conoces
7. Rumores que perturban
8. Las palabras matan
9. Malas decisiones
11. Impulso
12. El asesino está a tu lado
13. Nunca confíes
14. Claro de luna
15. La paciencia de un buen cazador
16. Encuéntrame
17. Un plan siniestro
18. Amor enfermo
19. Análisis de muerte
20. El nacimiento de un psicópata
21. Ansiedad
22. Siguiendo el instinto
23. Cambio de planes
24. El mal está dentro de ti
Epílogo

10. La venganza sabe a sangre

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By zugarbooks

Cristian estaba ansioso, no había podido dormir bien por pensar en estar cerca de Sofía, se la imaginaba tan ruda y tan tierna como el primer día. Daba vueltas en la cama y se decía a sí mismo que en unas horas todo cambiaría. Convencería a Sofía de que él era una persona normal y de confianza.

Le tocaba fingir un papel para que ella decidiera estar con él. Pensaba que después de un tiempo ella lo amaría y él podría sacar su verdadero yo.

Ella lo aceptaría así. No la dejaría ir a ningún lado sola, ella nunca más volvería a estar sola. Le pertenecería exclusivamente a él y se alegraba por ello. Se había creado una historia maquiavélica y veía pasar cada fotograma por su cabeza. La idea era perfecta, sabía que lo lograría, pero antes, tenía que deshacerse de alguien que podía arruinarle aquellos planes.

Se levantó de un golpe de la cama, se puso los zapatos y tomó el papel que estaba en su mesa donde tenía escrito toda la información de Mateo.

Mientras Sofía permanecía absorta en sus pensamientos, él había decidió investigar a aquel que le había hablado con ese tono amenazante y que no podía dejar vivo por ahí. No era más que un pequeño estorbo, y que él sabría perfectamente cómo hacerlo a un lado. Necesitaba el camino libre para llegar a su pequeña Sofía, tan profundo, como cruzar sus huesos y quedarse a vivir en ella.

Investigó a Mateo, salía todos los días a las seis de la mañana a comprar café, y después se dirigía a un parque y se disponía a leer, una hora los lunes, martes y jueves, pero los viernes había revisado su horario y su clase era a las 8 am.

Cabía la posibilidad de que estuviera ahí más horas, eso solo le daba tiempo para realizar su plan, así que se colocó una mochila negra y salió del departamento en grandes zancadas.

Cuando estuvo afuera, se colocó el gorro de su chaqueta por encima, hacía frío y estaba bien que nadie lo reconociera ahora. Aún eran las 5:20 de la mañana, tenía tiempo para llegar a la hora que quería.

En la acera, frente al departamento de Mateo, se posó tras un árbol frondoso que lo cubría y se puso guantes quirúrgicos, palpó bajo su chaqueta el cuchillo filoso para rebanar al ganado y asintió con una sonrisa por sentir aquel objeto. Cruzó la acera y divisó la calle, era poco transitada.

Vio a su víctima salir tranquilamente, vivía en un edificio viejo que daba la impresión que se derrumbaría con cualquier movimiento de las placas tectónicas. El chico recorrió la misma ruta de siempre y Cristian se sintió satisfecho de que las personas nunca se cuidaran y siempre fueran tan monótonas y predecibles.

Cuando Mateo hubo llegado al parque, se acomodó en el pasto bajo un enorme árbol. Siempre se posaba ahí, estaba alejado de las bancas y de las personas que corrían. Cristian lo había visto leer en el transcurso de la semana y había estudiado el lugar. Sabía a qué hora terminaban las personas de correr y sabía también en qué momento Mateo estaría tan solo que su única compañía serían aquellos pájaros cantando y ese filoso cuchillo que le quitaría los latidos de su pequeño corazón.

"He creado una sutil manera de matar. Solo te levantas, analizas y ellos te entregan todo aquello que deseas saber. Después solo ves sangre por doquier. Arte para los ojos de quienes verdaderamente la saben apreciar. Eso es matar. Sentir satisfacción por tu creación, aquella que nunca más volverá a respirar. Es algo que vale la pena y es el mejor trabajo, artístico y meticuloso". Dijo para sí.

Aguardó tras otro árbol inmenso, y el inexorable paso del tiempo dio cabida a que Cristian pudiese acercarse un poco más a su víctima. Cuando eran casi las siete de la mañana, dejaron de transcurrir personas que habían terminado de entrenar. Era un parque silencioso y tranquilo, así que se apresuró, limpio el cuchillo con un líquido de amoniaco y después sacó una bolsita de plástico que contenía un vaso de café con las huellas del dueño de la cafetería, lo llevó a la mano para no olvidarse de nada.

Se colocó bolsas de plástico en las mangas de la chaqueta y en ambos zapatos. No quería dejar alguna fibra de ropa y mucho menos sus huellas exactas si llegase a tocar la tierra de aquel pasto limpio y pulcro que en unos instantes estaría manchado al rojo vivo.

Caminó en el pavimento, y cuando estuvo a un costado, lo suficientemente cerca para que ambos se lograran ver, Cristian lanzó el cuchillo con determinación y demasiada precisión. Vio la sangre bullir del cuello de Mateo, una sonrisa se le dibujó en los labios. Le había cortado la yugular. Tenía una precisión para matar, era una puntería exacta. Eso era lo que más disfrutaba de la vida, aquellas veces en que se sentía ganoso de sangre y se apresuraba a asesinar a quien quisiera.

Mateó se giró a verlo, tocándose el cuello e intentando quitar el cuchillo que le cruzaba la piel. No podía articular palabras, y la sangre comenzó a salir de sus labios. Entonces Cristian caminó hacia él cuidadosamente, a una distancia prudente estiró el brazo, tomó el mango del cuchillo y lo deslizó por todo el cuello, creando un torbellino de sangre y destrozándole por completo el cuello.

Mateo metía las manos intentándolo quitar de encima, pero sus manos se escurrían del plástico. Cristian retiró el cuchillo. Si algo salía mal, dejaría el cuchillo ahí, no habría problemas porque no tenía sus huellas. Parte de sus planes era ser meticuloso y pensar en todo, en sus listas en aquellas libretas contaba incluso con un plan D. No había cabida para alguien más astuto que él, siempre lo pensaba y se sentía satisfecho con ello.

Se giró a todas partes, el silencio los embargaba y Mateo yacía tirado en el suelo bañado en sangre, con el cuello destrozado resaltando aquellas partes que antes solían ser venas perfectas que le permitían vivir. Pero ahora parecía la carne de ganado que después empaquetaba y metía al congelador.

-Pero no, no soy un caníbal-dijo en un susurro.

Tomó el cuchillo y vio destilar la sangre por encima de su víctima. Colocó a un costado el vaso de café que llevaba en la bolsa de plástico y se detuvo a observar por un segundo aquel libro que llevaba en sus manos y que en ese momento permanecía lleno de salpicaduras de sangre.

"Es excelente para una foto de nota roja en algún periódico sensacionalista que le interese la composición, la paleta de colores y la semiótica y hermenéutica que pueden verse a simple vista o en un análisis más profundo, incluso en una buena galería que disfrute del arte de matar o el arte de ver sangre plasmada en algún lado. Lástima que las personas sean tan básicas y poco sensibles, que no se fijen en ello". Pensó para sus adentros.

Lo observo por un momento, y se retiró con sumo cuidado de ahí. Depositando el cuchillo en la chaqueta. Corrió a un estacionamiento que estaba al cruzar la calle, con las manos ocultas y el gorro aun encima de él.

El rostro de Cristian tenía algunas salpicaduras de sangre. Pero no tantas como su chaqueta y sus manos, aunque cubiertas por aquel plástico. Corrió de prisa al estacionamiento, asegurándose de no dejar rastros de sangre en el camino.

Aquel lugar no tenía cámaras, lo había analizado en el transcurso de la semana. Así que llegó al fondo e ingresó al baño. Era sucio y la luz parpadeaba, pero se alegraba de que no tuvieran dinero suficiente para pagarle a un vigilante o para ser cuidadosos, porque eso le facilitaba su plan.

Retiró el plástico de las mangas y los que envolvían sus zapatos y también la chaqueta manchada de sangre en la parte del pectoral. Colocó todo dentro de otra bolsa de plástico color negra que llevaba en la mochila. Se aseguró de que no quedara ningún rastro y de que todo estuviera depositado ahí.

Se giró para ver si venía gente, pero aún estaba solo. Sin tocar nada que lo rodeara, sacó toallas húmedas, se frotó la cara dejándosela roja. Depositó estas con la demás evidencia llena de sangre y se quitó los guantes quirúrgicos. Todo estaba en aquella bolsa de plástico color negra, idéntica a las que se utilizaban para sacar la basura por las mañanas.

Abrió el grifo y se mojó la cara varios segundos, sintiendo el agua fría correr por su piel. Cuando al fin se sintió limpio volvió a pasarse una toalla que tenía dentro de la mochila, era la que usualmente tenía para cualquier momento del día, así que la volvió a colocar ahí mismo.

Antes de salir volvió a colocarse guantes quirúrgicos y se apresuró a rociar un spray de amoniaco en el lavabo y en la puerta, cualquier superficie de aquel baño sucio y sombrío en el que pudiese haber dejado huellas. Se aseguró de que todo estuviera en orden y posteriormente salió satisfecho y sonriente, parecía fresco e irradiaba pulcritud. llevaba consigo la bolsa de plástico amarrada y caminaba decidido y con tranquilidad.

En cuanto se encontró fuera del estacionamiento escuchó sirenas, eran ambulancias y patrullas de policía, quizá alguien había dado aviso a las autoridades, pero aún no se veía nada fuera de lo normal, así que siguió caminando tranquilamente para no levantar sospechas por algunos ojos que podrían posarse en el en aquellos momentos.

Cuando al fin estuvo lejos del parque, aceleró el paso y a ocho cuadras exactas pidió un taxi, dio una dirección cerca de la granja, un lugar inhóspito al que nadie iba, pero le había dicho al taxista que su abuela vivía ahí, incluso en las profundidades de aquel bosque.

El chofer parecía conmovido, le había creído exactamente todo lo que le había dicho. Cristian tenía el poder de la manipulación y de poner a cualquiera a su favor, persuadía con gran facilidad desde pequeño. Así que al taxista le había parecido un chico amable. Alguien que le llevaba ropa y frutos a su abuela en aquella bolsa de plástico. Alguien que había dado un nombre inexistente a la vista de cualquiera que lo buscase por un asesinato.

Cuando llegaron al sitio se apresuró a bajar del taxi despidiéndose del chofer. Espero a que desapareciera en el transcurrir de la carretera y se sumergió en el bosque cerca de un acantilado donde pudiese quemar sin que incendiara todo el bosque. Había buscado el lugar adecuado. Él era un experto en eliminar pruebas del camino.

Así que, se dispuso a sacar un frasco con gasolina que llevaba en la mochila y le prendió fuego a la bolsa. Esperó a que se consumiera en su totalidad como si hubiese hecho una fogata. Después de un momento ya no quedaba nada más que cenizas.

-El fuego es mi esencia. Él se encarga de borrar todo rastro de quien invade su espacio y eso es lo mismo que hago yo. Somos tan similares-. Dijo mientras veía el resultado de aquel pequeño incendio.

Nadie podría culparlo. Era un trabajo limpio, digno de una obra de arte que solo él podía realizar. Así que caminó deprisa, salió del bosque y lo rodeó para llegar a su granja, ahí estaría su madre y pasaría a saludarla un momento antes de tener que ir a la facultad y ver a Sofía.

"Mi próxima víctima para toda la vida", pensó para sus adentros.

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