Sam #PGP2021

By Mialroga_

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Un viaje a mi vida y a los amores en ella. Los llevaré a un pequeño recorrido en mi vida, a mi pasado, más co... More

Antes de...
Dedicatoria
Sinopsis
Introducción
Capítulo 1 - Un final inesperado
Capítulo 2 - Adiós a la Abadía
Capítulo 3 - Un inicio accidentado
Capítulo 4 - La familia siempre unida
Capítulo 5 - Nuestro cinco y seis
Capítulo 6 - Amigas inseparables
Capítulo 7 - Bahías de Huatulco
Capítulo 8 - De amores y bahías
Capítulo 9 - Siempre a tu lado
Capítulo 10 - Monte Albán
Capítulo 11 - Agua de horchata
Capítulo 12 - Mole
Capítulo 13 - Desafinados
Capítulo 14 - Sabor a mí
Capítulo 15 - Hierve el agua, Oaxaca
Capítulo 16 - Hogar, dulce hogar
Capítulo 17 - Gritos, regaños y desacuerdos
Capítulo 18 - Propuesta
Capítulo 19 - Ocho en punto
Capítulo 20 - Viaje Estelar
Capítulo 21 - Películas y hormonas
Capítulo 22 - Noche buena y lejía mental
Capítulo 23 - Muérdago
Capítulo 25 - Ángel
Capítulo 26 - Muñeco de nieve
Capítulo 27 - Casi de año nuevo
Capítulo 28 - Gracias
Capítulo 29 - Anticipación
Capítulo 30 - Querer y merecer
Capítulo 31 - Sin respiración
Capítulo 32 - Segundas intenciones
Capítulo 33 - Reacciones a nuestras acciones
Capítulo 34 - Dejarlo partir
Capítulo 35 - Celos cavernícolas
Capítulo 36 - Quédate
Capítulo 37 - Perfectamente imperfecto
Capítulo 38 - Detén el tiempo
Capítulo 39 - Casi una tormenta
Capítulo 40 - Primera plana
Capítulo 41 - Enfermero particular
Capítulo 42 - Sí
Capítulo 43 - Preparativos
Capítulo 44 - Nuestro
Capítulo 45 - Frío
Capítulo 46 - Golpes
Capítulo 47 - Tiempo
Capítulo 48 - Realidad
Capítulo 49 - Ellos
Capítulo 50 - Agosto en Londres
Capítulo 51 - Lágrimas
Capítulo 52 - Sin miedo a vivir
Para ustedes
Pequeño espacio

Capítulo 24 - La magia de las palabras

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By Mialroga_

Mi madre siempre me dijo que el poder de las palabras era algo único.

<<Ellas han llegado a convertirse en la más bella de las melodías dentro de todos los incómodos y dolorosos silencios; una guía cuando el mundo ha perdido todo sentido. La luz que muchas personas buscamos cuando el camino se oscurece, y arte luminiscente en una vida gris y opaca que ha olvidado disfrutar de cada momento>>.

Cuando niña siempre me pregunté el significado de aquellas palabras, siendo adulta las comprendí, pero no en su totalidad, no hasta aquel día en que de la nada, y sin esperarlo, aquellos ojos vacíos, carentes de toda emoción, se cruzaron con los míos; fue, hasta ese preciso momento en que cada una de ellas cobró sentido.

Era de mañana cuando recibí la llamada, no era un día de mucho Sol, o mucho frío, pero de alguna manera tuve el presentimiento de que ese sería uno diferente, uno que marcaría de una manera tan especial el rumbo de mi historia, y por un instante me sentí completamente aterrada.

— Hola —saludé apenas abrí la puerta del departamento, Gabriel estaba del otro lado, no se veía mucho mejor que hacía dos días atrás cuando lo vi en aquel café.

— Hola.

Saludó un tanto desanimado, el brillo en sus ojos seguía apagado, aunque no del todo. Ese día comparé el resplandor del fuego a punto de extinguirse con el de sus ojos; eran tan similares, y preocupantes.

Gabriel estaba sufriendo, y todo el dolor que sentía se lo estaba guardando, y lo estaba consumiendo.

— ¿Quieres que llevé algo? —hizo un gesto negativo con la cabeza.

— No, pero antes de ir tendremos que hacer una parada —arrugó la frente mientras se llevaba la mano detrás de la nuca —. Mi mamá me envió un mensaje de camino a tu casa, me pidió que fuera a la suya —la sola mención de ese cambió de planes parecía no entusiasmarle en nada —. No será mucho tiempo el que pasemos ahí. Será rápido.

— Claro, andando.

Le sonreí intentando inyectarle un poco de entusiasmo al asunto. No funcionó.

El viaje a casa de sus padres nos tomó algunos minutos, minutos en los que él no habló, ni siquiera encendió la radio, así que yo tampoco lo hice.

El silencio era muchas veces terapéutico, pero tenía el presentimiento de que Gabriel necesitaba muchas cosas en ese momento, y silencio no era una de ellas, sin embargo no supe qué decir, ni cómo actuar, así que me limité a no hacer nada. Inmediatamente sentí que cometía un terrible error.

Llamó mucho mi atención que Travis no estuviera con nosotros. Tampoco dije nada al respecto.

Mis ojos se quedaron en el blanco paisaje del exterior. Las copas de los árboles estaban completamente blancas, carentes de hojas. Los campos eran una extraña mezcla entre la nieve y el barro que dejaban las carretas tiradas por caballos; no era un paisaje muy bello realmente, pero al menos aquellas marcas hablaban de que no estaban del todo deshabitadas.

La carretera estaba húmeda y desprovista de nieve. No supe si era por el ambiente tan cargado que había dentro de la camioneta, pero el paisaje me pareció terriblemente nostálgico.

Tomamos un desvió en uno de los caminos aledaños a la carretera, y la sorpresa me pudo más que la nostalgia cuando noté la extensión de la casa señorial inglesa a donde nos dirigíamos. Era de estilo victoriana, con la nieve decorando los techos y paredes de colores terracotas. Estaba asentada sobre una de las colinas, lo que permitía admirar la magnificencia de la construcción. La verja negra con las iniciales GP que delimitaba el mundo exterior con la casa se abrió cuando Gabriel tecleó algo en su celular.

Los extensos jardines estaban cubiertos de nieve, era posible ver algunos setos desafiando el clima de diciembre, el camino de piedra estaba cubierto de nieve y barro, como los campos que habíamos dejado atrás, pero nada de eso restaba belleza a semejante lugar. Imaginé lo bello que sería en primavera: reverdecido, lleno de flores, de colores. Los árboles frutales que se encontraban esparcidos por toda la propiedad seguramente serían el mayor atractivo de todo el jardín.

— Llegamos —su voz me hizo volver la vista hacía él, cuando estacionó lo hizo frente a las anchas escalinatas de la casa —. Vamos —parpadeé sin entender esa última parte.

— ¿Voy a entrar a tu casa? —arrugó la frente luciendo confuso.

— No voy a dejarte en el auto, hace mucho frío, te vas a helar aquí; además, mi madre me asesinaría si osará dejarte en el auto mientras yo estoy dentro de la casa —se llevó la mano al pecho de manera exagerada mientras negaba con la cabeza —. ¡Ay de mí! Tan joven y llevado a las garras de la muerte por ser un grosero con una hermosa damisela.

Me le quedé viendo como si fuera un ente extraño. En el poco tiempo que teníamos de tratarnos nunca lo había visto hacer algo tan teatral y bobo, razón por la cual me solté a reír, pero ahogué mi carcajada cuando lo vi sonreír y esta vez fue enserio.

— No dejes de hacerlo —le pedí, él, por supuesto que no entendió a que me refería —. No dejes de sonreír. Tienes la clase de sonrisa que despierta la calidez interior de las personas, y me gusta. Tu sonrisa me gusta.

Se le tiñeron las mejillas de un bonito color rosado, y sonrió con apreciable timidez.

— Gracias.

Fue todo cuanto dijo.

Ascendimos por las escalinatas con lentitud, pareciera como si cada paso que él daba le doliera, nuevamente me guardé mis comentarios. Apenas llegamos a las puertas de entrada estás se abrieron de golpe; una bellísima mujer de pelo negro azabache y hermosos ojos color azul nos sonreía del otro lado. Era igualita a Nathan, o Nathan era igualito a ella, excepto por sus ojos. Intuí que se trataba de alguna de sus primas, quizás hasta una hermana, una de la que no había escuchado hablar. Por la manera en que le sonreía a Gabriel se trataba de una persona muy cercana a él.

— Gabriel, cariño.

Eliminó la distancia entre ambos dándole un gran abrazo, uno que Gabriel correspondió. Era una mujer elegante, y nada tenía que ver con las refinadas prendas de ropa que llevaba puestas. El vestido color beige le quedaba perfecto, me pregunté si en algún momento de su pasado ella habría modelado, porque tenía el porte, la estatura y el cuerpo de una modelo.

— Gracias por venir —habló todavía abrazándolo. Reculó dos pasos con la vista fija sobre Gabriel, le acarició el pelo y le acomodó la gabardina.

— ¿Cómo estás?

La mujer negó desviando la mirada de inmediato cuando se le anegaron los ojos en lágrimas, perdió su sonrisa de inmediato. Pasó un suspiro antes de que se aclarase la garganta. Sorprendentemente se recompuso y me dedicó una mirada cálida y amable.

— Me disculpo por ser tan grosera. Tú debes ser Samanta. Es un placer finalmente conocerte. Hemos escuchado hablar mucho sobre ti.

¿De verdad?

Pensé viendo por el rabillo del ojo a un Gabriel más sonrojado.

— Hola —saludé poniendo una impresionante sonrisa en mis labios —; sí, soy Samanta Orozco Ruíz —extendí mi mano hacía ella —. Un gusto conocerla.

Su reacción me tomó desprevenida. Ella dejó salir una risa tan agradable que pude sentirla en el pecho, tomó mi mano y me rodeó con sus brazos dándome un abrazo tan fuerte que me tronaron las costillas. Dado que mis brazos estaban atrapados a mis costados lo único que pude hacer fue darle palmaditas en la espalda baja.

— Es encantadora —habló dirigiéndose a Gabriel —. Eres encantadora —me dedicó una sonrisa deslumbrante —. Tal y como la describiste —aclaró en dirección a Gabriel —. Pero yo sigo siendo tan grosera contigo. Lo lamento mucho. Soy Marrissa Kendrick, la madre de Gabriel.

¡¿Qué?, ¡¿su madre?!

Ella no podía aparentar más de treinta y cinco. Se veía tan joven y cuando sonreía las únicas líneas de expresión que se le marcaban eran las del rabillo del ojo.

Dejó de apretujarme contra ella tomando mi rostro entre sus manos.

— ¡Ay, por Dios! Eres tan bonita —No sabía cómo reaccionar, de verdad que no tenía idea de qué estaba pasando.

— Madre, por favor, deja de apretarla tanto, vas a sacarle los ojos de la cara.

— No le hagas caso a mi hijo, es un exagerado.

No, no lo era, si me seguía estrujando así las mejillas me iba a sacar los ojos.

Intenté sonreír, seguramente lo que logré fue hacer una mueca horrible.

— Mamá —se quejó Gabriel alejando a su madre —. Ya basta.

— Es divina —le sonrió a su hijo animadamente —. Eres divina —me rodeó los hombros con su brazo apartando a Gabriel —. Por favor, pasen, pasen. Hace mucho frío aquí afuera. Debes estar helándote, eres tan pequeñita.

Gabriel intervino de nuevo colocándose entre su madre y yo; quería decirle que no me molestaban las muestras de afecto, en mi familia así recibíamos a las personas importantes para nosotros. Nos gustaba apapachar, hablar hasta por los codos, alimentarlos hasta que no pudieran más. Nos gustaba hacerlos sentir bienvenidos; claro que hubo momentos en los que algunos recién llegados a nuestra familia se sintieron abrumados por nuestras muestras de cariño, pero con el tiempo se acostumbraron a tanto amor que cuando no los tratábamos así se sentían raros.

Me quedé hipnotizada cuando percibí la belleza interior de la casa; todo era elegancia, a donde quiera que miraras había algo que admirar. La construcción era antigua, pero había detalles modernos mezclándose perfectamente.

Observé con suma atención las fotografías familiares, generaciones de la familia destacaban en varias de ellas, curiosamente ninguna se sentía como una foto real, en todas ellas las personas posaban.

No son naturales, ninguna de ellas refleja la calidez que he podido sentir entre Gabriel y su madre.

— Dan un poquito de miedo —murmuró sobre mi hombro, yo me aguanté la risa.

— Son muy interesantes —agregué.

— Y dan miedo —prosiguió, lo miré sobre mi hombro achicando los ojos.

— Estás hablando de tu familia —asintió abriendo los ojos con exageración.

— Y sus fotos familiares me dan miedo.

Blanqueé los ojos. Gabriel colocó la mano en mi espalda baja invitándome a caminar. Su madre nos esperaba sonriéndonos.

Debo admitir que Marissa Kendrick hablaba a una velocidad impresionante. Me pregunté si ella había practicado la serie de preguntas con las que me recibió o le nacieron en ese instante, y me encantó.

— Madre, detente, vas a hacer que se maree con tus preguntas.

— Ay, cariño. Quiero conocerla tanto como puedo. Ahora que finalmente la tengo en persona no quiero perder oportunidad alguna.

Su madre se veía tan animada con mi presencia que me sentí especial, pero eso no me detuvo de volverme hacía Gabriel y dedicarle una mirada entre escéptica y burlona. Volvió a sonrojarse, aproveché para darle un guiño.

— Tiene una casa preciosa —la madre de Gabriel lució animada y orgullosa.

— Muchas gracias, ha sido toda una odisea hacer algunas restauraciones y...

No pudo terminar de hablar pero el grito de horror que se le escapó, agregando el hecho de que algo, no, no algo, alguien peludo y muy enérgico me derribó me hizo ponerme en alerta inmediata, sin embargo noté de inmediato que no estaba siendo atacada, todo lo contrario, estaba siendo olisqueada, besada y colmada de cariño perruno.

— ¡Oh Dios!, ¡Gabriel quítaselo de encima! ¡La va a aplastar! ¡Terror! ¡Bájate de encima!

— ¡Cristo! Terror... Quítate.

Ninguno de sus intentos por apartar a Terror desanimó al can de sus insistentes muestras de cariño, dejé de preocuparme por ser pisoteada y comencé a acariciarlo, él se calmó un poco. Pasó un rato antes de que él dejase su cabeza recostada sobre mi pecho.

— Es lindo —le dije a Gabriel, él se pasó la mano por el pelo luciendo bastante alterado.

— ¿Estás bien? ¿Te hizo daño?

Negué de inmediato, quizá estaba un poco magullada, pero nada grave. Gabriel finalmente me ayudó a ponerme de pie. Me repasó de pies a cabeza, intentando averiguar sí estaba herida, pero fuera del primer golpe, estaba perfectamente.

— Estoy bien, no pasó nada —aclaré de inmediato.

— Lo siento tanto, Samanta —la madre de Gabriel se acercó a mí —. ¿Te duele algo?

— De verdad estoy bien. ¿Se llama Terror? —Gabriel asintió luciendo un tanto avergonzado.

— Y creo que te diste cuenta del porqué de su nombre, y no es porque sea cariñoso. Generalmente no se lleva bien con los extraños, pero contigo ha sido una excepción sorprendente. La única persona ajena a nuestro núcleo familiar con quien se lleva bien es con Max, mi amigo, y bueno, tú pareces gustarle en demasía.

Le sonreí a Terror, su antiguo pastor ingles era hermoso y me había dado el primer baño de baba de mi vida. Era tan lindo y él no dejaba de mover el rabo. Saltaba intentando llegar hacia mí, pero no se lo permitían. Llevaba un gran lazo amarillo en su cuello y un collar con un dije en forma de huella de perro.

— Siempre he querido tener uno, pero Terin es alérgica. Tiempo atrás me compensó con uno de peluche —Terror chilló intentando acercarse a mí —. ¿Puedo acariciarlo?

— Claro, parece que le agradas mucho.

Lo mimé durante un rato más dedicándole piropos, él parecía encantado con mi atención. Un carraspeo a mis espaldas me hizo detener los mimos, tuve que parpadear para asegurarme de que no estaba teniendo una extraña visión. Había una réplica exacta de Gabriel, o Gabriel era una réplica exacta de ese hombre. Llevaba un elegante traje gris, y una sonrisa encantadora, y me la estaba dedicando a mí.

— Hola, Samanta, es un verdadero placer conocerte —acortó la distancia entre nosotros extendiendo su mano.

— Hola —sonreí nerviosa —. Muchas gracias. El placer es mío —el hombre se carcajeó.

— Ya veo que mi hijo no habla sobre nosotros. Soy Joseph Kendrick, el padre de Gabriel y Nathan. Bienvenida a nuestro hogar —volví a sonreír como una boba, porque no sabía qué más hacer.

— Les agradezco el permitirme estar aquí. Tienen un hogar hermoso —su padre rodeo la cintura de su esposa dedicándome una mirada cálida.

— Hijo, tienes razón, es una dama encantadora.

Me encontré con la mirada de Gabriel, tenía la cara roja y el labio atrapado por sus dientes.

— Gracias de nuevo por abrirme las puestas de su hogar, señores Kendrick.

— Por favor —habló su padre sonriéndole a su esposa —, llámame Joseph.

— Y a mi Marissa.

— Lo haré si ustedes me llaman Sam.

Charlamos durante unos minutos, después de un rato se despidieron de nosotros, Gabriel me llevó a uno de los baños para que me lavase la cara, luego me acompañó a la biblioteca donde tuvo que dejarme para encontrarse con sus padres. La charla que tenía pendiente era demasiado importante para dejarla pasar.

Me quedé unos minutos admirando las grandes estanterías llenas de libros, muchos de ellos se trataban de primeras ediciones, podría decir que el noventa por ciento de los libros eran de esa edición. Repasé algunos con la mirada, porque tocarlos me parecía completamente inapropiado.

Noté una peculiaridad en los ventanales de la biblioteca, en una de ellas era invierno, y en la otra primavera, eso llamó mi atención de inmediato. Caminé hacía la puerta de cristal que se encontraba a un costado de uno de los libreros, corrí la puerta a un lado y me quedé estupefacta al notar el paisaje; había un jardín interior hermoso. Flores y más flores, parecía tan irreal que estuviera viendo esto en pleno invierno.

Me adentré en él, embelesada por la cascada artificial que estaba en uno de los costados, hasta tenían un pequeño lago con peces de colores. Pájaros cantaban en algún sitio. La grama aquí era verde, y real, el camino por el que andaba estaba hecho de madera, las paredes que bordeaban el jardín y parte del techo eran de cristal, y desde aquí dentro se podía ver el exterior nevado.

— Dios, es hermoso.

Caminé asombrada entre las hermosas flores que había aquí dentro, el clima era cálido y el sonido del agua corriendo, más el trinar de las aves, era tan relajante y agradable. Pero todo eso palideció cuando en mi campo de visión apareció la imagen de un hombre encorvado, sentado en una silla de ruedas. En el momento en que mis ojos conectaron con los suyos sentí un nudo en la garganta y se asestó un puño de hierro en mi pecho.

No tenía qué preguntar de quién se trataba, los sabía. Ante mí se encontraba Gabriel Pissaro, el abuelo de Gabriel.

Me acerqué con extrema cautela, no quería incordiarlo, pero darme media vuelta y alejarme de él sería por demás grosero y cruel.

— Hola —saludé de inmediato cuando llegué a su lado —. Buenos días —él no se movió, mantuvo la vista al frente.

Sus ojos estaban vacíos, su semblante era el de alguien derrotado, su postura el de alguien cansado. Su mera presencia calaba hondo en mi interior. Verlo era tan doloroso.

— Soy Sam, soy...

¿Qué soy para Gabriel, una amiga?

Al no saber la respuesta, y al no querer mentirle, hablé con total sinceridad.

— Soy Samanta Orozco Ruíz, y conozco a sus nietos. Gabriel me habló de usted hace poco —él no se movió ni un ápice —. Lo quiere mucho, Gabriel dice que usted es su héroe —nada, no había reacción —. También mencionó que usted viajaba mucho en su juventud —sonreí sentándome a su lado en la banca de madera —. Yo también viajo, y mucho. Por trabajo y por diversión. Hace poco, mi mejor amiga, Ekaterina, a quien llamó Terin, o Roja, porque es pelirroja; no del tipo de pelo que se nota un tanto cobrizo o naranja, no, el pelo de Terin es realmente rojo... Bueno, la cosa es que ella y yo visitamos Oaxaca, en México. ¿Lo conoce? —Él ni se inmutó, pero algo me invitaba a seguir hablando.

>> Bueno, la cosa es que conocimos Oaxaca, por primera vez en nuestras vidas, algo que me animó muchísimo, porque soy mexicana y bueno, no conozco mucho de mi México, pero a través de papá he logrado conocer mucho de mi país...

Le conté sobre los viajes que Terin y yo hacíamos, sobre la promesa de viajar mientras pudiéramos, sobre algunas anécdotas, sobre este último viaje. Le hablé sobre mi trabajo, sobre mis dos trabajos, sobre lo mucho que amaba la fotografía, y poder capturar momentos irrepetibles.

Me pareció una idea extraordinaria hablarle sobre mi familia, sobre lo unidos que éramos. Traje a colación nuestras antiguas tradiciones que ahora se mezclaban con las nuevas. Parloteé sobre Anton y la relación que tenía con él. Sobre cuánto es que lo quería, y las cosas que habíamos vivido juntos.

Hablé con él durante largos minutos, probablemente dos horas, y todo el tiempo que estuve sentada a su lado él no se movió, tampoco hizo amago de no quererme ahí. Se me cruzó por la mente que quizás él había perdido el sentido del oído, pero Gabriel nunca mencionó tal detalle, así que continué hablando hasta que me cansé.

— ¿Sam? —pegué un respingo cuando escuché la voz de Nathan a mis espaldas, inmediatamente me volví hacía él.

— Hola —saludé avergonzada, no creo que ellos quisieran que yo estuviera ahí hablando sin parar.

— Hola —me devolvió el saludó dubitativo. Sus ojos inmediatamente se desviaron hacía su abuelo —. Abuelo, ¿te apetece comer algo? —él no reaccionó. Nathan suspiró, se acercó y colocó un beso en su frente —. Te quiero.

Murmuró bajito, pero yo pude oírlo claramente, Nathan me dedicó una sonrisa triste, yo se la devolví. Comenzaba a entender un poco la tristeza de Gabriel. Su abuelo estaba ausente de todo lo que lo rodeaba, excepto de su propio dolor.

— No quise ser intrusiva — Nathan negó.

— No te disculpes, solamente me sorprendió verte aquí.

— Estaba en la biblioteca y yo...

— Sam, descuida, no hay problema. Gracias por hacerle compañía al abuelo.

— Ha sido un placer —hablé dirigiéndome hacía el señor —. Gracias por escucharme, y lamento mucho si lo incordié.

Nos despedimos de él cuando su enfermero llegó a su lado. No entendía cómo es que Gabriel tenía la energía de sonreír cuando obviamente estaba sufriendo por ver a su abuelo de tal manera.

— ¿Vendrás mañana?

Los dos nos frenamos en seco y nos volvimos hacía él. Los dos hombres estaban atónitos. El abuelo Gabriel continuaba con la vista fija hacía el exterior, y su postura era la misma, pero había algo diferente en el ambiente.

Pasó un suspiró para que pudiera recuperar la voz.

— Me encantaría, siempre y cuando usted quiera que lo haga —volvió a quedarse en silencio, después de unos segundos, habló.

— Tienes una voz amable —sentenció —. Me gustó escucharte hablar —su voz sonaba tan cansada —. Me gustó escucharte.

Algo dentro de mi pecho floreció, una extraña llamarada de esperanza.

No conocía a este hombre de nada, pero saber que mi presencia le había hecho sentir mejor me hizo sentir completamente llena de energía.

— Me encantaría —sentencié dedicándole una sonrisa, una que él no me devolvió.

— Gracias —finalizó.

— Gracias a usted.

Travis se colocó detrás de nosotros, su rostro también estaba iluminado con una sonrisa, y fue gracias a él que Nathan pudo continuar andando. Cuando salimos por una puerta diferente los tres nos quedamos en el pasillo. Nathan todavía con la mirada gacha y Travis dándome un suave apretón en el hombro. Gesticuló un <<gracias>>, yo me limité a asentir con la cabeza.

Pasó un rato para que Nathan reaccionara.

— Dios, Sam —se le rompió la voz de inmediato y me estrechó entre sus brazos —. Gracias, muchas gracias.

Continuo abrazándome durante bastante tiempo, yo lo dejé hacerlo. Después de un momento escuchamos pasos acercase hacía nosotros, por el rabillo del ojo pude ver a Marissa y a Joshep, ellos intercambiaron una mirada indagatoria dirigida a Travis, él se limitó a sonreír.

— Él habló —añadió Travis a los Kendrick.

— ¿Cómo? —inquirió sorprendido Joseph.

— Él habló —repitió Travis aclarándose la garganta —. Le habló a la señorita Samanta. Le dijo que quería verla mañana.

Dos pares de ojos se dirigieron a donde Nathan y yo nos encontrábamos, él no parecía querer romper el abrazo, y yo no iba a obligarlo a hacerlo.

— ¿Qué está pasando? —Gabriel intervino lanzado miradas escrutadoras en mi dirección —. ¿Qué está pasando? —se alteró al percatarse de las lágrimas que corrían por el rostro de su madre, inmediatamente noté el horror que se dibujó en su mirada, y supe que había llegado a una horrible conclusión —. ¿El abuelo?, Dios no —echó a andar hacía el jardín pero Nathan lo detuvo de inmediato tomándolo por el brazo y estrechándolo también entre sus brazos.

— Él habló, Gabriel, el abuelo habló —expresó con la voz rota —. Habló. Le habló a Sam.

Por un momento me sentí una intrusa, no me consideraba con derecho a presenciar la alegría que rodeó a los Kendrick, a Travis, pero al mismo tiempo me sentí parte de aquella dicha, así que me permití disfrutarla.

Luego de intercambiar algunas palabras, y de que me preguntarán si podía visitarlo al día siguiente, Gabriel y yo dejamos la casa de sus padres. El viaje de regreso fue muy diferente; él no dejaba de sonreír, ni yo tampoco.

Me confesó que su abuelo llevaba años sin hablar, eso que me sorprendió a sobremanera, y de alguna forma me hizo sentir especial al saber que él había decidido romper su mutismo para hablar conmigo.

Cuando finalizó nuestro tiempo juntos, Gabriel se despidió de mí con un abrazo férreo. Me tomó entre sus brazos, haciendo que mis pies dejarán el piso, y no dejó de darme las gracias por lo que había hecho.

— No hice nada diferente a lo que ustedes seguramente han hecho —negó todavía conmigo entre sus brazos.

— Te equivocas —sentenció devolviéndome a la tierra y tomando mi rostro entre sus manos —. Hiciste todo diferente.

— Pero yo...

— ¿Es que acaso no te has dado cuenta? —sonrió besando la punta de mi nariz —. Tú —murmuró pegando su frente a la mía —, toda tú eres magia pura —. Y volvió a abrazarme, y esa fue la primera vez que sentí en su abrazo la familiar calidez de un amigo —. Eres mágica, Sam. 

¿Qué sentimientos les ha despertado el capítulo? >>>>

¿Les ha gustado? >>>>

¿Qué creen que pasé con el abuelo de Gabriel? >>>>

¿Qué opinan de la reacción de Gabriel con Sam? >>>>

¿Qué creen que pasé en el siguiente capítulo? >>>>

Gracias totales a cada uno de ustedes. 

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