Una ninfa en Hogwarts | Harry...

De TheLittleKat

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Desde que Alanna puede recordar ha vivido aislada en la mitad del bosque, solo acompañada por sus padres y cr... Mais

1: Valle de Godric
2: Callejón Diagon
3: Viaje a Hogwarts
4: La selección
5: Clases de vuelo
6: Travesuras a media noche
7: Misión rescate
8:La busqueda
9: Fiesta en familia
10: ¡Por fin!
11: Mamá Hagrid
12: Descubrimiento
13: Ataque
14: Revelación
15: Pruebas
16: Celebración
17: Despedida
II
18: Una mirada diferente
19: Librería Flourish y Blotts
20: La madriguera
21: Regreso a Hogwarts
22: Un chiflado como profesor
23: Un castigo bien ganado
25: Él heredero de Slytherin
26: Slytherin vs Gryffindor
27: Club de duelo
28: Un viaje a las mazmorras
29: Arrepentimientos
30: Vuelta a la normalidad
III
31: Un viaje en tren
32: El santuario rumano
33: Celeno
34: La doncella del sauce

24: Una fiesta no muy agradable

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De TheLittleKat

El aliento de Alanna se detuvo en medio de su garganta al ver a su amiga de pie frente a ella.

Quiso saludarla o por lo menos levantar su mano, pero al igual que otras veces, su cuerpo se negaba a cooperar.

—Cierre la puerta de una vez señorita Steel —Alanna casi da un saltó al ver al profesor Snape aparecer por una puerta tan oscura que casi se perdía con el color de las paredes.—Llega tarde.

—Lo siento profesor Snape, usted no dijo una hora especifica— se excusó Alanna, algo sonrojada por la vergüenza.

—Los Gryffindors siempre tienen excusas para todo, por lo que veo.

Alanna agachó la cabeza evitando responder, no quería tener más problemas. Cerró la puerta detrás de si, aun cabizbaja. La sala de pociones estaba tan lúgubre como siempre, pero que fuera casi de noche le daba un tono un poco más aterrador. Un punto más a considerar era la presencia intimidante del profesor Snape, quien los miraba desde una esquina de la habitación.

El cuerpo completo de Alanna comenzó a temblar, las consecuencias de sus actos nunca la habían atemorizado, pero ahora al estar a puertas de su castigo todo el peso del mundo se le había venido encima.

—Señorita Steel, señorita Lestrange y señor Selwyn.

Al escuchar el ultimo apellido Alanna giró rápidamente la cabeza en dirección a su antigua amiga. Al otro lado de la sala, cerca de unos recipientes de vidrio, había dos alumnos de Slytherin. Una era Caroline, con su cabello tan negro y corto como Alanna lo recordaba, y por otra parte un chico que Alanna había visto un par de veces en el grupo de Malfoy.

Alanna se le quedo viendo mientras el profesor Snape los reprendía por sus fechorías cometidas.

—Limpiaran esta sala de suelo a techo, incluyendo todos los utensilios y calderos. Nada de magia—agregó al final antes de salir por la puerta que Alanna previamente había cerrado.

Seguro ira a disfrutar la cena, pensó. Con resignación buscó algo con lo que comenzar a limpiar el suelo. En una de las esquinas había un trapeador tan viejo y sucio que Alanna pensó que debía de tener más años que Filch. Con algo de estoicismo agarró el viejo trapeador y una cubeta oxidada que estaba escondida bajo una de las mesas. Cargando ambas cosas se dirigió hasta el fregadero (se preguntó a sí misma para que lo necesitaban, si nunca había visto a nadie usarlo), llenó la cubeta con agua y comenzó a trapear el piso.

Se concentró en las manchas de agua que ahora inundaban el suelo, así no tendría que pensar en las demás personas en la sala.

Un ruido a sus espaldas la distrajo por un momento, pero no quiso voltear. No se sentía lo suficientemente valiente como para ver la cara de Caroline.

—¿Alanna? —ella dio un respingo y casi dejó caer el trapeador, pero enseguida se recompuso y colocando su mejor sonrisa (que ocultara lo nerviosa que estaba) se giró y enfrentó de frente a su antigua amiga.

—Hola Caroline.

La cara de Caroline se tiño de un rojo salvaje en las mejillas. Parecía tan nerviosa como Alanna, aunque ella hacía un mejor trabajo en ocultarlo. Si no fuera por su sonrojo incluso parecería estar aburrida. Su boca era una linea recta y sus ojos algo cerrados, como si la luz le molestara, a a pesar de lo oscuro que estaba.

—¿Podemos hablar?

El corazón de Alanna dio un vuelvo, pero aún así se obligó a asentir. Caroline hizo una mueca a modo de sonrisa y le señalo con la cabeza una esquina de la sala, alejada de su compañero de Slytherin quien batallaba en el fregadero con un caldero.

Caroline fue la primera en hablar, llevaba días ensayando lo que decir, así que prefería dejarlo salir todo, antes de que la timidez le ganara una vez más.

—Lo siento—dijo finalmente. Alanna la miró sorprendida.

—¿Lo sientes? —preguntó para cerciorarse que no había oído mal. Tras un breve asentimiento por parte de Caroline supo que no se había equivocado—¿Por qué lo sientes?—volvió a preguntar—la que debería estarse disculpando soy yo, fue mi culpa que discutiéramos la ultima vez que hablamos. Tenias toda la razón en decir que me estaba dejando llevar por los comentarios que circulan en mi casa, más aun, por la rivalidad que viene hace generaciones. Me enoje porque tenias toda la razón pero yo no quería reconocerlo. Soy muy orgullosa, pero casi enseguida me di cuenta de que había cometido un error terrible, y no sabía como arreglarlo.

>>Durante las vacaciones no pensé en otra cosa que no fuera hablar contigo y que regresáramos a ser amigas. Puedo tener más amigos, pero tu fuiste la primera, y me duele demasiado verte por los pasillos y no poder sonreírte o saludarte. He extrañado que nos viéramos en la biblioteca para hacer la tarea o estudiar, pero que al final terminamos hablando de cualquier otra cosa. Lo siento mucho Caroline.

Para cuando Alanna termino de hablar ambas eran un mar de lagrimas, Caroline con suerte había podido entender lo ultimó ya que Alanna más que hablar sollozaba. No basto más que una mirada para que ambas se lanzaran a los brazos de la otra y se sumergieran en un abrazo repleto de lagrimas de felicidad. Se dejaron caer en el suelo del salón sin despegarse ni un milímetro.

Cuando se hubieron tranquilizado se separaron y se quedaron mirando con una sonrisa que parecía iluminar todo el lugar. Alanna por fin estaba en paz consigo misma.

—Eres una tonta, lo sabes ¿no? —le dijo Caroline aun sonriendo—golpear a Draco te pudo traer muchos más problemas.

—Lo sé, pero Malfoy se lo merecía.

—Nos criaron con "la pureza de sangre" por delante, Alanna. Desde que tengo memoria he escuchado a mis tíos insultar a otras personas llamándolos sangre sucia o muggles, incluso yo he llamado muggle a modo de insulto. No es algo que se cambie de un día para otro —dijo Caroline mirando fijamente los ojos de Alanna—. Pero me alegro mucho que mi primo tuviera su merecido, te pudo haber traído problemas, pero él se lo merecía.

Alanna le sonrió y la volvió a abrazar, aunque el abrazo no duro mucho porque fueron interrumpidas por un ligero carraspeo.

—Disculpen que las interrumpa—era el chico de Slytherin, quien les hablaba con obvio sarcasmo—, pero quiero terminar el castigo antes del amanecer.

—Si Alex, lo siento.

Caroline se puso de pie y le tendió la mano a Alanna, quien la tomó encantada. Se sentía bien volver a ser así de cercanas, poder tomarse de las manos y abrazarse.

—Dejen que los presente— dijo Caroline—Alanna, él es Alex Selwyn, es de nuestro mismo año— Alanna asintió, sin querer decir que ya lo había visto antes—Alex, ella es Alanna Steel.

—Ahora que ya somos amigos, volvamos al trabajo, y luego hablaremos de lo linda que es la vida—pronunció Alex antes de volver a fregadero y tratar de quitar los restos de una poción a uno de los calderos.

—¿Siempre es así?— preguntó Alanna.

—Usualmente es agradable, pero esta algo molesto por estar aquí—explicó Caroline con un encogimiento de hombros.—Ya se le pasara.

—Uh...¿Por qué están aquí?—Caroline soltó una exhalación.

—Todo Slytherin se enteró de que golpeaste a Draco, él pensaba hablar con su padre al respecto—la respiración de Alanna se detuvo por enésima vez ese día—, pero logre convencerlo de que no lo hiciera (no preguntes como). Estaba segura de que el Profesor Snape te iba a castigar, así que pensé que esta sería el momento ideal para poder hablar en paz (siempre que nos encontramos nos interrumpen)—ambas rieron por eso, recordando la vez que estuvieron frente a frente pero fueron interrumpidas por Cedric—. Le hice una broma a unas niñas de Ravenclaw—continuó Caroline, y si no fuera porque Alanna escucho la seguridad con la que su amiga hablaba no le hubiera creído—Alex me ayudó, aunque me costo algo caro—dijo riendo—, pero valió completamente la pena.

Alanna le sonrió enternecida, no podía creer que su amiga (le gustaba poder llamarla así nuevamente) se hubiera llevado tantos problemas para que pudieran por fin hablar cara a cara. Alanna sentía que no se la merecía, pero haría lo necesario para que en un futuro ese feo sentimiento desapareciera.

Cuando Alanna regresó a su sala común no quedaba nadie más que Hermione sentada en una silla cerca de la chimenea, con un grueso libro sobre su regazo. Ambas se miraron por un segundo, y no faltó más para que Hermione supiera que algo bueno había pasado. Pero eso lo podrían hablar durante el desayudo. Ambas solo quería dormir, y Alanna sabía que Hermione solo se había quedado despierta esperándola.

Subieron casi arrastrando los pies a su dormitorio. Alanna no sabía si Harry y Ron ya habían regresado de su castigo, pero no tenía mente para pensar en eso. Sus manos dolían y sus dedos sonaban en un ruido roto cada vez que los movía. Ni toda la baba de caracol del mundo dejaría su piel tan tersa como antes.

Cerró los ojos a sabiendas que se dormiría enseguida.

Y así fue, pero sus sueños estuvieron repletos de gritos.



Los días habían pasado a un ritmo lento, pero, para la suerte de Alanna, ella no había vuelto a escuchar esos macabros gritos en sus sueños. Atribuía todo eso al haber pasado varias horas sumergida en esa sala tan oscura, obligada a lavar calderos y restregar mesas.

No le había querido comentar a sus amigos y no se arrepentía de eso.

Para cuando octubre llegó, ya era un tema olvidado.

Un frío húmedo se había extendió durante varios días por los campos y penetró en el castillo. La señora Pomfrey, la enfermera, estaba atareadísima debido a una repentina epidemia de catarro entre profesores y alumnos. Su poción Pepperup tenía efectos instantáneos, aunque dejaba al que la tomaba echando humo por las orejas durante varias horas. Alanna para su suerte parecía ser inmune a esa enfermedad, a pesar de que compartía las tardes con Caroline, y ella si había caído enferma más de una vez.

Gotas de lluvia del tamaño de balas repicaron contra las ventanas del castillo durante días y días; el nivel del lago subió, los arriates de flores se transformaron en arroyos de agua sucia y las calabazas de Hagrid adquirieron el tamaño de cobertizos. Era sábado y Alanna paseaba por los pasillos del castigo esperando encontrar a alguno de sus amigos. Sabía que Hermione estaba leyendo un libro, así que no quería interrumpirla. Por otra parte, no había visto a Ron en la sala común, ni a Caroline en la biblioteca.

Solo un bufido de resignación y giró en uno de los pasillos dispuesta a regresar a su sala.

Estuvo a punto de chocar de frente con Harry, quien regresaba de su practica de quidditch completamente empapado gracias a la lluvia.

—¡Harry!—chilló Alanna a modo de saludo.—¿Tu practica ya terminó?

—La lluvia no nos deja jugar en paz.

—Debe estar muy fuerte si es suficiente como para que Oliver cancele una practica.

Ambos se sonrieron y se dirigieron charlando juntos a la sala común de Gryffindor. Los corredores estaban prácticamente desiertos, la mayoría se estaba resguardando del frió en sus salas comunes, sentados cerca de la chimenea.

A medio camino se encontraron con alguien. Nick Casi Decapitado, el fantasma de la torre de Gryffindor, miraba por una ventana, murmurando para sí: «No cumplo con las características... Un centímetro... Si eso...»

—Hola, Nick —dijo Harry.

—Hola, hola —respondió Nick Casi Decapitado, dando un respingo y mirando alrededor. Llevaba un sombrero de plumas muy elegante sobre su largo pelo ondulado, y una túnica con gorguera, que disimulaba el hecho de que su cuello estaba casi completamente seccionado. Tenía la piel pálida como el humo, y a través de él se podía ver el cielo oscuro y la lluvia torrencial del exterior.

—Pareces preocupado, joven Potter —dijo Nick, plegando una carta transparente mientras hablaba, y metiéndosela bajo el jubón.

Alanna se giró en dirección a Harry. Era cierto que él llevaba varios días muy callado, y cada vez que no le prestaban atención por más de un minuto parecía perderse en si mismo, como si buscara la respuesta a algo. Hermione y ella habían hablado al respecto, pero no habían llegado a nada.

Y ahora más que nunca, se notaba la inquietud en la cara de Harry. Como si un peso nuevo se le hubiera sumado.

—Igual que usted —dijo Harry.

—¡Bah! —Nick Casi Decapitado hizo un elegante gesto con la mano—, un asunto sin importancia... No es que realmente tuviera interés en pertenecer... aunque lo solicitara, pero por lo visto «no cumplo con las características». —A pesar de su tono displicente, tenía amargura en el rostro—. Pero cualquiera pensaría, cualquiera —estalló de repente, volviendo a sacar la carta del bolsillo—, que cuarenta y cinco hachazos en el cuello dados con un hacha mal afilada serían suficientes para permitirle a uno pertenecer al Club de Cazadores Sin Cabeza.

—Desde luego —dijo Harry, que se dio cuenta de que el otro esperaba que le dieran la razón.

—¿Qué es ese club? — le susurró Alanna a Harry. Él solo se encogió de hombros.

—Por supuesto, nadie tenía más interés que yo en que todo resultase limpio y rápido, y habría preferido que mi cabeza se hubiera desprendido adecuadamente, quiero decir que eso me habría ahorrado mucho dolor y ridículo. Sin embargo... —Nick Casi Decapitado abrió la carta y leyó indignado:

Sólo nos es posible admitir cazadores cuya cabeza esté separada del correspondiente cuerpo. Comprenderá que, en caso contrario, a los miembros del club les resultaría imposible participar en actividades tales como los Juegos malabares de cabeza sobre el caballo o el Cabeza Polo. Lamentándolo profundamente, por tanto, es mi deber informarle de que usted no cumple con las características requeridas para pertenecer al club. Con mis mejores deseos, Sir Patrick Delaney-Podmore

Indignado, Nick Casi Decapitado volvió a guardar la carta.

—¡Un centímetro de piel y tendón sostiene la cabeza, jóvenes! La mayoría de la gente pensaría que estoy bastante decapitado, pero no, eso no es suficiente para sir Bien Decapitado-Podmore.

Nick Casi Decapitado respiró varias veces y dijo después, en un tono más tranquilo:

—Bueno, ¿y a ti qué te pasa? ¿Puedo ayudarte en algo?

—Si Harry, ¿te podemos ayudar en algo? Te ves muy distraído e intranquilo.

—No —dijo Harry—. A menos que sepan dónde puedo conseguir siete escobas Nimbus 2.001 gratuitas para nuestro partido contra Sly..

El resto de la frase de Harry no se pudo oír porque la ahogó un maullido estridente que llegó de algún lugar cercano a sus tobillos. Él y Alanna bajaron la vista y se encontraron un par de ojos amarillos que brillaban como luces. Era la Señora Norris, la gata gris y esquelética que el conserje, Argus Filch, utilizaba como una especie de segundo de a bordo en su guerra sin cuartel contra los estudiantes.

—Será mejor que se vayan —dijo Nick apresuradamente—. Filch no está de buen humor. Tiene gripe y unos de tercero, por accidente, pusieron perdido de cerebro de rana el techo de la mazmorra 5; se ha pasado la mañana limpiando, y si los ve manchando el suelo de barro...

—Pero si yo no tengo barro... — susurró Alanna.

—Bien —dijo Harry.

Alanna se despidió rapidamente de Nick y siguió a Harry en silenció, él conocía mejor los atajos para así llegar antes a su sala común, y alejarse de la mirada acusadora de la Señora Norris.

Pero no se dieron la prisa necesaria. Argus Filch penetró repentinamente por un tapiz que había a la derecha de Harry, llamado por la misteriosa conexión que parecía tener con su repugnante gata, a buscar como un loco y sin descanso a cualquier infractor de las normas. Llevaba al cuello una gruesa bufanda de tela escocesa, y su nariz estaba de un color rojo que no era el habitual.

—¡Suciedad! —gritó, con la mandíbula temblando y los ojos salidos de las órbitas, al tiempo que señalaba el charco de agua sucia que había goteado de la túnica de quidditch de Harry—. ¡Suciedad y mugre por todas partes! ¡Hasta aquí podíamos llegar! ¡Siganme!

Alanna quiso replicar que ella estaba perfectamente seca, con frió, pero seca. Pero, ella no iba a dejar sola a Harry, eso no era algo que los amigos hicieran. Con una mueca de disgusto siguió las huellas de barro que Harry iba dejando a medida que avanzaba.

Ninguno había entrado nunca a la conserjería de Filch. Era un lugar que evitaban la mayoría de los estudiantes, una habitación lóbrega y desprovista de ventanas, iluminada por una solitaria lámpara de aceite que colgaba del techo, y en la cual persistía un vago olor a pescado frito. En las paredes había archivadores de madera, con etiquetas en ellos. Uno de los cajones tenía escrito el nombre de Fred y George Weasley, por lo que Alanna pensó que los cajones tenían archivos sobre todo alumno que hubiera sido castigado.

Detrás de la mesa de Filch, en la pared, colgaba una colección de cadenas y esposas relucientes. Todos sabían que él siempre pedía a Dumbledore que le dejara colgar del techo por los tobillos a los alumnos.

Filch cogió una pluma de un bote que había en la mesa y empezó a revolver por allí buscando pergamino.

—Cuánta porquería —se quejaba, furioso—: mocos secos de lagarto silbador gigante..., cerebros de rana..., intestinos de ratón... Estoy harto... Hay que dar un escarmiento... ¿Dónde está el formulario? Ajá...

Encontró un pergamino en el cajón de la mesa y lo extendió ante sí, y a continuación mojó en el tintero su larga pluma negra.

—Nombre: Harry Potter. Delito: ...

—¡Sólo fue un poco de barro! —dijo Harry.

—Sólo es un poco de barro para ti, muchacho, ¡pero para mí es una hora extra fregando! —gritó Filch. Una gota temblaba en la punta de su protuberante nariz—. Delito: ensuciar el castillo. Castigo propuesto: ...

Secándose la nariz, Filch miró con desagrado a Harry, entornando los ojos.

Ambos aguardaban la sentencia conteniendo la respiración.

Pero cuando Filch bajó la pluma, se oyó un golpe tremendo en el techo de la conserjería, que hizo temblar la lámpara de aceite.

—¡PEEVES! —bramó Filch, tirando la pluma en un acceso de ira—. ¡Esta vez te voy a pillar, esta vez te pillo!

Y, olvidándose de ambos, salió de la oficina corriendo con sus pies planos y con la Señora Norris galopando a su lado.

Alanna soltó el aire que no sabía que estaba conteniendo. El castigo de Harry había quedado en el olvido- por el momento-, por lo tanto el de ella también.

Peeves era el poltergeist del colegio, burlón y volador, que sólo vivía para causar problemas y embrollos. Era de esperar que lo que Peeves hubiera hecho (y, a juzgar por el ruido, esta vez debía de haberse cargado algo realmente grande) sería suficiente para que Filch se olvidase de ellos.

—¿Debemos esperarlo? —le preguntó a Harry. La respuesta fue un simple encogimiento de hombros, que hizo que el humor de Alanna cambiara. Ella deseaba que Harry pudiera ser más comunicativo de vez en cuando.

No queriendo demostrar su mal humor, prefirió guardar silenció y apoyarse contra la pared. Harry en cambio, se sentó en una silla apolillada que había junto a la mesa y, al igual que ella, se quedó en silenció.

Alanna se distrajo mirando el lugar, pensando en que travesuras había cometido las personas que tenían sus nombres en los archivos que Filch guardaba, o que humor tenía él ese día para haberlos castigos. O más que nada, que castigos les había impartido, ¿sería verdad lo de colgarlos de los tobillos? ¿Su padre había recibido algún castigo así de severo? Ella esperaba que no.

Un sobre grande, rojo y brillante sobre la mesa llamó su atención. Al ser tan curiosa por naturaleza no dudo un segundo en ir por el, pero Harry le tomó antes que ella siquiera pudiera leer una de las palabras que con tinta plateada destacaban.

—Embrujorrápid —leyó Harry en voz alta, —Curso de magia por correspondencia para principiantes.

—Ábrelo —lo incitó Alanna, más intrigada que de costumbre. Harry abrió el sobre y sacó el fajo de pergaminos que contenía.

— ¿Se siente perdido en el mundo de la magia moderna? ¿Busca usted excusas para no llevar a cabo sencillos conjuros? ¿Ha provocado alguna vez la hilaridad de sus amistades por su torpeza con la varita mágica? —decía la primera pagina —¡Aquí tiene la solución! Embrujorrápid es un curso completamente nuevo, infalible, de rápidos resultados y fácil de estudiar. ¡Cientos de brujas y magos se han beneficiado ya del método Embrujorrápid!

>>La señora Z. Nettles, de Topsham, nos ha escrito lo siguiente: ¡Me había olvidado de todos los conjuros, y mi familia se reía de mis pociones! ¡Ahora, gracias al curso Embrujorrápid, soy el centro de atención en las reuniones, y mis amigos me ruegan que les dé la receta de mi Solución Chispeante!

Alanna no sabía si reír por la voz con la que Harry leía la carta o de que alguien en verdad creyera que se podía aprender magia por correspondencia.

—El brujo D.J Prod, de Didsbury escribe: Mi mujer decía que mis encantamientos eran una broma, pero después de seguir durante un mes su fabuloso curso Embrujorrápid, ¡la he convertido en una vaca!, Gracias Embrujorrápid.

Harry leyó hoja por hoja en voz alta, y Alanna por su parte debía taparse la boca para que la risa no le ganara. Cada testimonio era más hilarante que el anterior. ¿En verdad las personas se creen esto?, se preguntaba a cada segundo que pasaba. Estaba tan absorta en la lectura (Harry leía la primera lección, sobre cómo sostener la varita) que casi pega un salto al oír los ruidos de pasos arrastrados.

Harry casi no tuvo tiempo de guardar los pergaminos en el sobre y dejarlo en la mesa antes de que la puerta se abriera.

Filch parecía triunfante.

—¡Ese armario evanescente era muy valioso! —decía con satisfacción a la Señora Norris—. Esta vez Peeves es nuestro, querida.

Sus ojos tropezaron con Alanna y Harry, y luego se dirigieron como una bala al sobre de Embrujorrápid que, como ambos comprendieron demasiado tarde, estaba a medio metro de distancia de donde se encontraba antes.

La cara pálida de Filch se puso de un rojo subido. Alanna dio un paso atrás y se preparo para lo que viniera. Filch se acercó a la mesa cojeando, cogió el sobre y lo metió en un cajón.

—¿Han... lo han leído? —farfulló.

—No —respondieron ambos.

Filch se retorcía las manos nudosas.

—Si han leído mi correspondencia privada..., bueno, no es mía..., es para un amigo..., es que claro..., bueno pues...

Filch nunca había estado tan alterado, que Alanna recordara. Los ojos se le salían de las órbitas y en una de sus hinchadas mejillas había aparecido un tic que la bufanda de tejido escocés no lograba ocultar.

—Muy bien, váyanse... y no digan una palabra... No es que..., sin embargo, si no lo han leído... Váyanse, tengo que escribir el informe sobre Peeves... Fuera...

Asombrados de su buena suerte, salieron de la conserjería a toda prisa, subieron por el corredor y volvieron a las escaleras. Salir de la conserjería de Filch sin haber recibido ningún castigo era seguramente un récord.

—¡Harry! ¡Alanna! ¿Funcionó?

Nick Casi Decapitado salió de un aula deslizándose. Tras él, se podía ver los restos de un armario grande, de color negro y dorado, que parecía haber caído de una gran altura.

—Convencí a Peeves para que lo estrellara justo encima de la conserjería de Filch —dijo Nick emocionado—; pensé que eso le podría distraer.

—¿Ha sido usted? —dijo Harry —. Claro que funcionó, ni siquiera nos van a castigar. ¡Gracias, Nick!

—¡Ha sido fantástico, Nick! —agradeció Alanna —Nos ha salvado.

Se fueron andando juntos por el corredor.

—Me gustaría poder hacer algo para ayudarle en el asunto del club —dijo Harry de repente.

Nick Casi Decapitado se detuvo sobre sus huellas, y Alanna tuvo que jalar a Harry del brazo para que él se detuviera igualmente, aun así no pudo evitar que él pasara a través de Nick.

—Nos ha ayudado mucho, Nick —continuó Alanna —¿Cómo podemos ayudarlo?

—Hay algo que pueden hacer por mí —dijo Nick emocionado—. ¿Sería mucho pedir...? No, no van a querer...

—¿Qué es? —preguntó Harry.

—Bueno, el próximo día de Todos los Santos se cumplen quinientos años de mi muerte —dijo Nick Casi Decapitado, irguiéndose y poniendo aspecto de importancia.

—¡Ah! —exclamó Harry—. ¡Bueno!

—¡Felicidades! —dijo Alanna. Su madre le había enseñado que la mayoría de los fantasmas (en especial la clase de Nick) celebraban su aniversario de muerte como si se tratara de un cumpleaños.

—Gracias Alanna —dijo Nick, muy emocionado —.Voy a dar una fiesta en una de las mazmorras mas amplias. Vendrán amigos míos de todas partes del país. Para mí sería un gran honor que pudieran asistir. Naturalmente, el señor Weasley y la señorita Granger también están invitados. Pero me imagino que prefieren ir a la fiesta del colegio. —Los miró con inquietud.

—No —dijo Harry enseguida—, iré...

—Si Harry va, yo también —secundó Alanna. Por un segundo pensó en preguntar si podía invitar a Caroline, pero enseguida se dio cuenta que a ella no le gustaría pasarse una tarde en una mazmorra repleta de fantasmas.

—¡Mi estimado muchacho! ¡Harry Potter en mi cumpleaños de muerte! Y..—dudó, emocionado—. ¿Tal vez podrían mencionarle a sir Patrick lo horrible y espantoso que les resulto?

Fue entonces cuando Alanna se dio cuenta de que solo fue invitada por estar acompañando a Harry, el verdadero invitado de honor. Aún así la idea de ir la emociono, se moría de ganas de presenciar una reunión de fantasmas.

—Por supuesto que lo haremos —contestó Harry por ambos.

Nick Casi Decapitado les dirigió una sonrisa.



—¿Un cumpleaños de muerte? —dijo Hermione entusiasmada—. Estoy segura de que hay muy poca gente que pueda presumir de haber estado en una fiesta como ésta. ¡Será fascinante!

No habían tardado en volver a su sala común. Harry corrió escaleras arriba a cambiarse ropa y Alanna se quedó con Hermione cerca de la chimenea, ahora que estaba en un lugar cálido se dio cuenta del frió que tenía.

Esperaron varios minutos hasta que Harry volvió acompañado de Ron, quien se notaba muy adormilado. Eso explicaba porque Alanna no lo había podido encontrar, estaba durmiendo en su cuarto. Y ella no se atrevía a entrar al cuarto de los chicos, o siquiera tocar la puerta.

—¿Para qué quiere uno celebrar el día en que ha muerto? —dijo Ron, que iba al comienzo de sus deberes de Pociones y estaba de mal humor—. Me suena a aburrimiento mortal.

Apenas los cuatro se habían reunido, Ron se había puesto a trabajar en sus deberes de Pociones, mientras Harry les contaba de su encuentro con Nick Casi Decapitado. Alanna se había ofrecido a ayudar a Ron, Pociones era de las pocas asignaturas en las que podía ayudar a sus amigos y estaba encantada de hacerlo. La hacía sentirse útil.

La lluvia seguía azotando las ventanas, que se veían oscuras, aunque dentro todo parecía brillante y alegre. La luz de la chimenea iluminaba las mullidas butacas en que los estudiantes se sentaban a leer, a hablar, a hacer los deberes o, en el caso de Fred y George Weasley, a intentar averiguar qué es lo que sucede si se le da de comer a una salamandra una bengala del doctor Filibuster. Fred había «rescatado» aquel lagarto de color naranja, espíritu del fuego, de una clase de Cuidado de Criaturas Mágicas y ahora ardía lentamente sobre una mesa, rodeado de un corro de curiosos.

Alanna se preparó para ir a reñirles, no podía permitir que lastimaran sin ningún motivo a un animal. Su madre no le perdonaría no intervenir. Pero no fue necesario, antes de que ella siquiera pudiera ponerse de pie, Percy ya les estaba riñendo hasta enronquecer.

Harry y ella no pudieron evitar reír, junto a la mayoría de sus compañeros de casa, excepto Ron que seguía algo molesto por no poder avanzar en su trabajo para Pociones, y Hermione, quien miraba enfadada a los gemelos, tal vez pensando en regañarles igual que Percy.



Alanna estaba entusiasmada por la fiesta de Halloween, al igual que todo el colegio. El año anterior por el problema con el troll no habían podido disfrutar correctamente la celebración. Ella no siquiera había tenido la oportunidad de probar bocado alguno. Así que, cuando el Gran Comedor fue decorado con murciélagos vivos, y las calabazas que Hagrid había estado cuidando se convirtieron en enormes lámparas tan grandes que tres hombres habrían podido sentarse dentro,( ¡incluso corrían rumores de que Dumbledore había contratado una compañía de esqueletos bailarines para el espectáculo!) la emoción de Alanna había alcanzo niveles que la tenían por las nubes.

—Estoy tan emocionada por la fiesta de Halloween, —dijo Alanna— ya quiero probar los manjares de este año.

—¿Te sentaras junto a mí?

—¿Esta permitido que una Gryffindor se siente en la mesa de Hufflepuff?

—No lo sé,—respondió Cedric, quien luego del desayuno él había decidido acompañarla a la primera clase del día.— pero podemos averiguarlo.

Alanna estuvo a punto de responder que sí, que le encantaría sentarse en la mesa de la casa que en un principio ella había querido pertenecer. Pero, frente a ella dos fantasmas flotaban por los pasillos conversando agradablemente.

Suspiró.

—No puedo, —dijo cabizbaja—tengo un compromiso esa noche.

Compromiso que por supuesto ella había olvidado.



A las siete en punto del 31 de Octubre, Harry, Ron, Alanna y Hermione atravesaron el Gran Comedor, que estaba lleno a rebosar y donde brillaban tentadoramente los platos dorados y las velas, y dirigieron sus pasos hacia las mazmorras.

También estaba iluminado con hileras de velas el pasadizo que conducía a la fiesta de Nick Casi Decapitado, aunque el efecto que producían no era alegre en absoluto, porque eran velas largas y delgadas, de color negro azabache, con una llama azul brillante que arrojaba una luz oscura y fantasmal incluso al iluminar las caras de los vivos. La temperatura descendía a cada paso que daban. A lo lejos se podía escuchar como si mil uñas arañasen una pizarra.

—¿A esto le llaman música? —se quejó Ron. Al doblar una esquina del pasadizo, encontraron a Nick Casi Decapitado ante una puerta con colgaduras negras.

—Queridos amigos —dijo con profunda tristeza—, bienvenidos, bienvenidos... Les agradezco que hayan venido...

Hizo una floritura con su sombrero de plumas y una reverencia señalando hacia el interior.

Lo que vieron les pareció increíble. La mazmorra estaba llena de cientos de personas transparentes, de color blanco perla. La mayoría se movían sin ánimo por una sala de baile abarrotada, bailando el vals al horrible y trémulo son de las treinta sierras de una orquesta instalada sobre un escenario vestido de tela negra. Del techo colgaba una lámpara que daba una luz azul medianoche. Al respirar les salía humo de la boca; aquello era como estar en un frigorífico.

—¿Damos una vuelta? —propuso Harry.

—Cuidado no vayas a atravesar a nadie —advirtió Ron, algo nervioso, mientras empezaban a bordear la sala de baile.

Pasaron por delante de un grupo de monjas fúnebres, de una figura harapienta que arrastraba cadenas y del Fraile Gordo, un alegre fantasma de Hufflepuff que hablaba con un caballero que tenía clavada una flecha en la frente.

Alanna dirigió su mirada a una de las esquinas del salón, donde el Barón Sanguinario, un fantasma de Slytherin, adusto, de mirada impertinente y que exhibía manchas de sangre plateadas, era evitado por el resto de fantasmas. Ella había tenido la desgracia de encontrarse con él un par de veces, y siempre terminaba aterrorizada.

Cerca de ahí, un fantasma que Alanna conocía muy bien flotaba, apartada de todos.

—Hermione —llamó Alanna, jalando la túnica de su amiga para que se detuviera.—, hay que irnos.

—¿Qué ocurre?

—Myrtle —dijo, y fue suficiente para que Hermione se detuviera.

—Oh, no —dijo Hermione—. Volvamos, volvamos, no quiero hablar con Myrtle la Llorona.

—¿Con quién? —le preguntó Harry, retrocediendo rápidamente.

—Ronda siempre los lavabos de chicas del segundo piso —dijo Hermione.

—¿Los lavabos?

—Sí —respondió Alanna— Siempre está llorando en los lavabos, los deja inundados. Además, ¿has ido al baño mientras alguien llora? Es muy incómodo, con Hermione siempre los evitamos.

—¡Mira, comida! —dijo Ron.

Al otro lado de la mazmorra había una mesa larga, cubierta también con terciopelo negro. Se acercaron con entusiasmo, pero ante la mesa se quedaron inmóviles, horrorizados. El olor era muy desagradable. En unas preciosas fuentes de plata había unos pescados grandes y podridos; los pasteles, completamente quemados, se amontonaban en las bandejas; había un pastel de vísceras con gusanos, un queso cubierto de un esponjoso moho verde y, como plato estrella de la fiesta, un gran pastel gris en forma de lápida funeraria, decorado con unas letras que parecían de alquitrán y que componían las palabras:

Sir Nicholas de Mimsy-Porpington,

fallecido el 31 de octubre de 1492.

Un fantasma corpulento se acercaba y, avanzando en cuclillas para ponerse a la altura de la comida, atravesaba la mesa con la boca abierta para ensartar por ella un salmón hediondo.

—¿Le encuentras el sabor de esa manera? —le preguntó Harry.

—Casi —contestó con tristeza el fantasma, y se alejó sin rumbo.

—Supongo que lo habrán dejado pudrirse para que tenga más sabor —dijo Hermione con aire de entendida, tapándose la nariz e inclinándose para ver más de cerca el pastel de vísceras podrido.

—La comida muerta les debe agradar, después de todo, están muertos. —dijo Alanna.

—Nosotros también comemos comida muerta.

—Pero no tan muerta, Hermione. ¿O acaso te gusta el queso con moho? He probado tomates podridos y déjame decirte que son asquerosos.

—Alanna, por favor —dijo Ron—Vámonos, me dan náuseas.

Pero apenas se habían dado la vuelta cuando un hombrecito surgió de repente de debajo de la mesa y se detuvo frente a ellos, suspendido en el aire.

—Hola, Peeves —dijo Harry, con precaución.

A diferencia de los fantasmas que había alrededor, Peeves el poltergeist no era ni gris ni transparente. Llevaba sombrero de fiesta de color naranja brillante, pajarita giratoria y exhibía una gran sonrisa en su cara ancha y malvada.

—¿Pican? —invitó amablemente, ofreciéndoles un cuenco de cacahuetes recubiertos de moho.

—No, gracias —dijo Hermione.

—Los he oído hablar de la pobre Myrtle —dijo Peeves, moviendo los ojos—.No han sido muy amable con la pobre Myrtle. —Tomó aliento y gritó—: ¡EH! ¡MYRTLE!

—¡Callate Peeves! —chistó Alanna—, no queremos que lloré justo ahora.

Hasta ellos se había deslizado el fantasma de una chica rechoncha. Tenía la cara más triste que Alanna hubiera visto nunca, medio oculta por un pelo lacio y basto y unas gruesas gafas de concha.

—¿Qué? —preguntó enfurruñada.

—¿Cómo estás, Myrtle? —dijo Hermione, fingiendo un tono animado—. Nos alegramos de verte fuera de los lavabos, ¿no es así, Alanna?

—Por supuesto —coincidió Alanna.

Myrtle sollozó.

—Ahora mismo la señorita Steel y la señorita Granger estaban hablando de ti —dijo Peeves a Myrtle al oído, maliciosamente.

—Sólo comentábamos..., comentábamos... lo guapa que estás esta noche —dijo Hermione, mirando a Peeves.

—Exacto...tus anteojos lucen más...—Alanna dudó un segundo —¿brillantes?

Myrtle les dirigió una mirada recelosa.

—Se están burlando de mí —dijo, y unas lágrimas plateadas asomaron inmediatamente a sus ojos pequeños, detrás de las gafas.

—No, lo digo en serio... ¿Verdad que estábamos comentando lo guapa que está Myrtle esta noche? —dijo Hermione, dándoles fuertemente a Harry y Ron con los codos en las costillas.

—Sí, sí.

—Claro.

—No me mientas —dijo Myrtle entre sollozos, con las lágrimas cayéndole por la cara, mientras Peeves, que estaba encima de su hombro, se reía entre dientes—. ¿Creen que no sé cómo me llama la gente a mis espaldas? ¡Myrtle la gorda! ¡Myrtle la fea! ¡Myrtle la desgraciada, la llorona, la triste!

—Se te ha olvidado «la granos» —dijo Peeves al oído.

Myrtle la Llorona estalló en sollozos angustiados y salió de la mazmorra corriendo. Peeves corrió detrás de ella, tirándole cacahuetes mohosos y gritándole: «¡La granos! ¡La granos!»

—¡Dios mío! —dijo Hermione con tristeza.

—Le falto "Myrtle la gritona" —dijo Alanna.

Nick Casi Decapitado iba hacia ellos entre la multitud.

—¿Lo están pasando bien?

—¡Sí! —mintieron.

—Ha venido bastante gente —dijo con orgullo Nick Casi Decapitado—. Mi Desconsolada Viuda ha venido de Kent. Bueno, ya es casi la hora de mi discurso, así que voy a avisar a la orquesta.

La orquesta, sin embargo, dejó de tocar en aquel mismo instante. Se había oído un cuerno de caza y todos los que estaban en la mazmorra quedaron en silencio, a la expectativa.

—Ya estamos —dijo Nick Casi Decapitado con cierta amargura.

A través de uno de los muros de la mazmorra penetraron una docena de caballos fantasma, montados por sendos jinetes sin cabeza. Los asistentes aplaudieron con fuerza; Alanna y Harry incluidos, pero se detuvieron al ver la cara fúnebre de Nick.

Los caballos galoparon hasta el centro de la sala de baile y se detuvieron encabritándose; un fantasma grande que iba delante, y que llevaba bajo el brazo su cabeza barbada y soplaba el cuerno, descabalgó de un brinco, levantó la cabeza en el aire para poder mirar por encima de la multitud, con lo que todos se rieron, y se acercó con paso decidido a Nick Casi Decapitado, ajustándose la cabeza en el cuello.

—¡Nick! —dijo con voz ronca—, ¿cómo estás? ¿Todavía te cuelga la cabeza?

Rompió en una sonora carcajada y dio a Nick Casi Decapitado unas palmadas en el hombro.

—Bienvenido, Patrick —dijo Nick con frialdad.

—¡Vivos! —dijo sir Patrick, al ver a Harry, Ron, Alanna y Hermione. Dio un salto tremendo pero fingido de sorpresa y la cabeza volvió a caérsele.

La gente se rió otra vez.

—Muy divertido —dijo Nick Casi Decapitado con voz apagada.

—¡No se preocupen por Nick! —gritó desde el suelo la cabeza de sir Patrick—. ¡Aunque se enfade, no le dejaremos entrar en el club! Pero quiero decir..., miren el amigo...

—Creo —dijo Harry a toda prisa— que Nick es terrorífico y esto...,mmm...

—¡Ja! —gritó la cabeza de sir Patrick—, apuesto a que Nick te pidió que dijeras eso.

—¡Si me conceden su atención, ha llegado el momento de mi discurso! —dijo en voz alta Nick Casi Decapitado, caminando hacia el estrado con paso decidido y colocándose bajo un foco de luz de un azul glacial.

»Mis difuntos y afligidos señores y señoras, es para mí una gran tristeza...

Pero nadie le prestaba atención. Sir Patrick y el resto del Club de Cazadores Sin Cabeza acababan de comenzar un juego de Cabeza Hockey y la gente se agolpaba para mirar. Nick Casi Decapitado trató en vano de recuperar la atención, pero desistió cuando la cabeza de sir Patrick le pasó al lado entre vítores.

El cuerpo de Alanna temblaba del frió, y ella no era la única. Harry parecía incluso peor, hasta sus labios se estaban volviendo de una tonalidad azul.

—No aguanto más —dijo Ron, con los dientes castañeteando, cuando la orquesta volvió a tocar y los fantasmas volvieron al baile.

—Vámonos —dijo Harry.

Fueron hacia la puerta, sonriendo e inclinando la cabeza a todo el que los miraba, y un minuto más tarde subían a toda prisa por el pasadizo lleno de velas negras.

—Quizás aún quede pudín —dijo Ron con esperanza, abriendo el camino hacia la escalera del vestíbulo.

—Puede se-

Pero Alanna no pudo terminar su frase. Un intenso dolor de cabeza la hizo precipitarse al suelo. Quería llorar, porque tal vez así el dolor disminuiría. Era como la primera vez que había entrado a los terrenos del castillo, la presencia de todos los animales y criaturas la había abrumado; esto era mil veces peor.

El aire le comenzó a faltar, pero ella sabía que si cerraba los ojos le costaría volver a abrirlos. Se aferró a lo más cercano (que resultó ser el brazo de Ron) y trató de mantenerse de pie, respirar correctamente y no cerrar los ojos. Pero el pulsar constante en su cabeza no daba tregua alguna, soltó un sollozo y finalmente se rindió, cerrando los ojos.

Pero tan repentinamente como había comenzado el dolor, desapareció.

Ella no se había percatado de que se estaba enterrando las uñas en las palmas de las manos, no hasta que ese fue un dolor más fuerte que las palpitaciones en su cabeza. Poco a poco fue recuperando la compostura y pudo ver con claridad, no sin antes haberse limpiado las lagrimas que se le habían escapado.

—¿Estas bien? —le preguntó Hermione, a lo que ella sacudió la cabeza afirmativamente. Había algo liberador en esa acción. —¿Qué fue lo que ocurr—.Pero al igual que Alanna hace unos momentos, Hermione no pudo terminar su frase. No por algo que le ocurriera a ella, si no a Harry.

Él había trastabillado al detenerse, y tuvo que sujetarse al muro de piedra al tiempo que miraba con los ojos entornados a ambos lados del pasadizo pobremente iluminado.

—Harry, ¿qué...?

—Es de nuevo esa voz... Cállense un momento...¡Escuchen! —dijo Harry, y Ron, Alanna y Hermione se quedaron inmóviles, mirándole.—¡Por aquí! —gritó, y se puso a correr escaleras arriba hasta el vestíbulo.

Los tres se miraron durante un segundo antes de correr tras él.

—Harry, ¿qué estamos...? —preguntó Alanna cuando hubieron llegado al primer piso, el ruido de la fiesta de Halloween en el Gran Comedor era ensordecedor.

—¡Chssst!

Alanna se mordió la lengua para evitar decir que parecía un loco.

—¡Va a matar a alguien! —gritó, y sin hacer caso de las caras desconcertadas de Ron, Alanna y Hermione, subió el siguiente tramo saltando los escalones de tres en tres, intentando oír a pesar del ruido de sus propios pasos.

Harry recorrió a toda velocidad el segundo piso, y Ron, Alanna y Hermione lo seguían jadeando. No pararon hasta que doblaron la esquina del último corredor, también desierto.

—Harry, ¿qué pasaba? —le preguntó Ron, secándose el sudor de la cara.

Hermione dio de repente un grito ahogado, y señaló al corredor.

—¡Miren!

Delante de ellos, algo brillaba en el muro. Se aproximaron, despacio, intentando ver en la oscuridad con los ojos entornados. En el espacio entre dos ventanas, brillando a la luz que arrojaban las antorchas, había en el muro unas palabras pintadas de más de un palmo de altura.

LA CAMARA DE LOS SECRETOS HA SIDO ABIERTA. ENEMIGOS DEL HEREDERO, TEMED.

—¿Qué es lo que cuelga ahí debajo? —preguntó Ron, con un leve temblor en la voz.

Alanna agarró el brazo de Hermione y juntas avanzaron detrás de Harry y Ron. Harry casi resbala por un gran charco de agua que había en el suelo, pero ellas lo sostuvieron, y juntos se acercaron despacio a la inscripción, con los ojos fijos en la sombra negra que se veía debajo. Los cuatro comprendieron a la vez lo que era, y dieron un brinco hacia atrás.

La Señora Norris, la gata del conserje, estaba colgada por la cola en una argolla de las que se usaban para sujetar antorchas. Estaba rígida como una tabla, con los ojos abiertos y fijos.

Durante unos segundos, no se movieron. Luego dijo Ron:

—Vámonos de aquí.

—No deberíamos intentar... —comenzó a decir Harry, sin encontrar las palabras.

—Concuerdo con Ron—dijo Alanna, con la voz temblorosa — si nos ven aquí, estaremos en problemas.

Pero era demasiado tarde. Un ruido, como un trueno distante, indicó que la fiesta acababa de terminar. De cada extremo del corredor en que se encontraban, llegaba el sonido de cientos de pies que subían las escaleras y la charla sonora y alegre de gente que había comido bien. Un momento después, los estudiantes irrumpían en el corredor por ambos lados.

La charla, el bullicio y el ruido se apagaron de repente cuando vieron la gata colgada. Harry, Ron, Alanna y Hermione estaban solos, en medio del corredor, cuando se hizo el silencio entre la masa de estudiantes, que presionaban hacia delante para ver el truculento espectáculo.

Luego, alguien gritó en medio del silencio:

—¡Teman, enemigos del heredero! ¡Los próximos serán los sangre sucia!

Era Draco Malfoy, que había avanzado hasta la primera fila. Tenía una expresión alegre en los ojos, y la cara, habitualmente pálida, se le enrojeció al sonreír ante el espectáculo de la gata que colgaba inmóvil.

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━━━━━━━━━━ ‹𝟹 ━━━ ⠀⠀⠀⠀𝘐𝘸𝘢𝘪𝘻𝘶𝘮𝘪, 𝘵𝘶 𝘩𝘦𝘳𝘮𝘢𝘯𝘢 𝘮𝘦𝘯𝘰𝘳 𝘦𝘴 𝘭𝘪𝘯𝘥𝘢.. ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀﹫𝘈𝘬𝘢𝘳𝘪 𝘐𝘸𝘢𝘪𝘻𝘶𝘮𝘪| 2023