Sam #PGP2021

By Mialroga_

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Un viaje a mi vida y a los amores en ella. Los llevaré a un pequeño recorrido en mi vida, a mi pasado, más co... More

Antes de...
Dedicatoria
Sinopsis
Introducción
Capítulo 1 - Un final inesperado
Capítulo 2 - Adiós a la Abadía
Capítulo 4 - La familia siempre unida
Capítulo 5 - Nuestro cinco y seis
Capítulo 6 - Amigas inseparables
Capítulo 7 - Bahías de Huatulco
Capítulo 8 - De amores y bahías
Capítulo 9 - Siempre a tu lado
Capítulo 10 - Monte Albán
Capítulo 11 - Agua de horchata
Capítulo 12 - Mole
Capítulo 13 - Desafinados
Capítulo 14 - Sabor a mí
Capítulo 15 - Hierve el agua, Oaxaca
Capítulo 16 - Hogar, dulce hogar
Capítulo 17 - Gritos, regaños y desacuerdos
Capítulo 18 - Propuesta
Capítulo 19 - Ocho en punto
Capítulo 20 - Viaje Estelar
Capítulo 21 - Películas y hormonas
Capítulo 22 - Noche buena y lejía mental
Capítulo 23 - Muérdago
Capítulo 24 - La magia de las palabras
Capítulo 25 - Ángel
Capítulo 26 - Muñeco de nieve
Capítulo 27 - Casi de año nuevo
Capítulo 28 - Gracias
Capítulo 29 - Anticipación
Capítulo 30 - Querer y merecer
Capítulo 31 - Sin respiración
Capítulo 32 - Segundas intenciones
Capítulo 33 - Reacciones a nuestras acciones
Capítulo 34 - Dejarlo partir
Capítulo 35 - Celos cavernícolas
Capítulo 36 - Quédate
Capítulo 37 - Perfectamente imperfecto
Capítulo 38 - Detén el tiempo
Capítulo 39 - Casi una tormenta
Capítulo 40 - Primera plana
Capítulo 41 - Enfermero particular
Capítulo 42 - Sí
Capítulo 43 - Preparativos
Capítulo 44 - Nuestro
Capítulo 45 - Frío
Capítulo 46 - Golpes
Capítulo 47 - Tiempo
Capítulo 48 - Realidad
Capítulo 49 - Ellos
Capítulo 50 - Agosto en Londres
Capítulo 51 - Lágrimas
Capítulo 52 - Sin miedo a vivir
Para ustedes
Pequeño espacio

Capítulo 3 - Un inicio accidentado

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By Mialroga_

Dos años antes.

Estaba viajando a una velocidad legal, disfrutaba del viento golpeando mi cuerpo. Viajar con mi bebé siempre me hacía sentir libre y completamente viva. Amaba la naturaleza, amaba esta sensación de libertad, amaba... Un golpe en la parte trasera de mi motocicleta me hizo perder el control, salí despedida, volando por los aires.

— ¡Santo bebé Jesús!

Por suerte para mí caí sobre la alta grama. Aunque no había sido un golpe suave, la hierba había amortiguado un poco mi caída. El golpe me sacó el aire de los pulmones haciendo castañear mis dientes. Rodé por unos metros hasta quedar recostada, viendo el azul cielo, las nubes y algunas aves.

Por los clavos de Cristo, ¿en serio acabo de ser arrollada?

No eran ni las nueve de la mañana cuando había sido arrollada por primera vez en toda mi vida. Escuché un automóvil frenar en seco, después otro ruido, como de algo metálico siendo arrastrado, luego el sonido de otro vehículo mucho más grande deteniéndose.

Una puerta se abrió a lo lejos y pasos apresurados se acercaron hacia donde me encontraba tendida. La luz del sol fue cubierta por una silueta masculina, cuando se inclinó un par de grandes y hermosos ojos esmeralda me observaron con preocupación. Él no podía verme, la pantalla de protección oscura de mi casco no le permitía ver mi rostro.

— No te muevas, llamaré a una ambulancia.

Me quede ahí recostada, odiándolo. ¡El baboso me había arrollado!, de milagro seguía viva.

Moví mis pies, luego mis piernas, mis muslos, la cadera, los hombros, mis brazos, antebrazos y la cabeza, respiré aliviada incorporándome lentamente, aparentemente no tenía nada roto pero me dolía todo el cuerpo. Sus manos fueron a mis hombros inmediatamente.

— Quédate acostado, la ambulancia está en camino.

Giré la cabeza hacia su automóvil, pude ver una rubia despampanante en el asiento del copiloto, labios hinchados y el labial rojo corrido, su larga melena era un desastre, su vestido estaba torcido en la parte superior. Rodé los ojos volviendo la vista hacía él, llevaba un traje arrugado, lucia bastante desaliñado, y ¡sorpresa!, su cremallera estaba abierta, al igual que su cinturón.

¿En serio? Debe ser una bendita broma.

Al tipo le venían meneando la canoa en su auto y terminó arrollándome.

¡La santa que me parió!

Quité sus manos de mis hombros, no quería ni imaginarme en donde habían estado minutos antes. ‹‹Seguramente no en el volante››. Al levantarme una punzada de dolor me recorrió la espalda, juré por mi vida que si tenía un esguince o un hueso roto iba a partirle la cara de tarado a patadas, y meterle el casco por donde la luz no alcanza a llegar.

— Mantente quieto, quizá tengas una fractura, o sangrando interno. La ambulancia ya viene. Quédate abajo.

Más le valía que no tuviera ninguna de esas cosas, tenía un viaje que hacer en menos de 12 horas y un hueso roto, o hemorragia interna lo haría más difícil. De cualquier manera, yo iba a molerlo a golpes. Tarado irresponsable. Comencé a caminar para ver el daño de mi bebé.

— ¡Espera! ¡Caramba! ¡Quédate quieto!

Mi dedo medio picaba por levantarse. Me acerqué a la pobre víctima hecha pedazos en la carretera. ¿Diagnostico final?, mi bebé sí que tenía huesos rotos. Había un charco de aceite formándose debajo de ella. ‹‹Hemorragia››. Suspiré para mis adentros. Mi pequeña era una pérdida total, no solo estaba rayada, le faltaba parte del manillar derecho, los carenados estaban aplastados y rotos, el chasis, bueno, no había mucho chasis por distinguir.

¿Cómo diantres había pasado eso? Mejor aún. ¿Cómo es que yo seguía viva y respirando?

Pude de ver un camión orillado con las luces de emergencia a unos 200 metros delante del automóvil de este calenturiento irresponsable. Ahora sabía que había pasado, a la pobre le habían pasado por encima. Gracias a Dios había sido a ella y no a mí.

Su voz seguía chillándome en la nuca y estaba comenzando a molestarme. Me volví lentamente para ver al señor entrepierna inquieta diciendo que debía estar quieta, corrijo, quieto, él seguía pensado que yo era hombre.

¡Que le den una buena zurra!

A lo lejos escuché el sonido característico de una ambulancia.

¡Fantástico! ¡Maravilloso! ¡Genial!

Este pedazo de bruto les había dado el pretexto perfecto a mis padres, y hermano, sobre lo "peligroso" que era andar en moto, sobre todo lo peligroso que era cruzarte con peleles como él.

— Estate quieto, hombre, que puedes hacerte más daño.

¡Ojalá se te caiga a cachitos!

La ambulancia llegó y los paramédicos hicieron su descenso. La bendita guinda del pastel, Lissandro Colombo, el paramédico y amigo de mi hermano, y por quien tenía un encaprichamiento desde que tenía 14 años, caminaba a paso veloz hacia mí, reconoció mi traje de motociclista y comenzó a correr.

— ¡¿Sam?!

Mi día no podía ponerse mejor y de repente, como si la vida no fuera lo suficientemente escandalosa y me gritara ¡eso es lo que tú crees!, mi bebé comenzó a echar humo, un sonido horrible provino de ella, como el de un globo desinflándose; supe que haría ¡BOOM! en cualquier momento, mientras tanto, el obtuso seguía diciéndome que me quedará quieto, ni siquiera había notado que literalmente había una bomba a metros de los dos.

Lissandro comenzó a correr más deprisa, yo haciendo un ademan con la mano para que se detuviera corrí hasta el asno arrecho y me lancé sobre él, tacleándolo con fuerza.

¡Dulce madre de Dios!

Eso había dolido un montón, quizá si tenía una costilla rota, o dos.

Un ¡umph! salió de su boca, alguien gritó ¡Cúbranse! y un fuerte ¡BOOM! se escuchó. Gritos de la rubia en el auto y ¡Oh Dios mío! ¡Gaby! ¡Gaby!, venían de ella. Me quité de encima del falto de materia gris y me quedé recostada nuevamente contemplando el cielo, Lissandro hizo su aparición inmediatamente.

— Sam ¡Dios! Dime. ¿Te duele algo? ¿Puedes respirar? Déjame quitarte esto. —retiró mi casco con cuidado, mi larga mata de rizos estaba contenida en un trenza francesa y cayó sombre mi hombro, escuché al zoquete hormonal jadear a mi lado.

— ¿Por qué no me dijiste qué eras una mujer?

Claro, como si eso fuera relativamente importante en este momento. Los huesos rotos siempre serán huesos rotos ya seas hombre o mujer, ¡y al caño eso de la densidad ósea! Duele igual.

Ahogando una retahíla de maldiciones dejé que Lissandro se encargará de evaluar mis contusiones. Él enarcó una ceja y negó con desaprobación mientras le dedicaba una mirada mordaz al zoquete.

— Tremendo burro está hecho.

Sonreí, él me guiño un ojo y continuó su minucioso examen. Otro paramédico atendía a Don Lerdo, la rubia no dejaba de gritar ¡Gaby!, aparentemente era el nombre del perpetrador de mi persona. Para cuando finalmente Lissandro terminó de examinarme, las sirenas de los bomberos se escuchaban acercarse, me dolía bastante el hombro derecho y la rubia había perdido un poquito la voz.

Bendiciones al cielo por interceder en eso.

— Vamos a llevarte al hospital, tienen que hacerte unas radiografías, déjame inmovilizarte.

— No es necesario, estoy bien, no me duele nada.

Comencé a levantarme pero sus manos me detuvieron. He de confesar que no me importaba que me tocará, lo dejaría quitarme la ropa con gusto. Lissandro no solo era inteligente, divertido, amable y encantador, también era uno de esos pocos caballero que quedaban en el mundo, y sí, él era ardiente, lamentablemente para mí yo adolescente, mi hermano había amenazado a cada uno de sus amigos con cortarles su hombría si alguno de ellos me veía con ojos impúdicos, ahora siendo una adulta, esa amenaza seguía vigente.

— Voy a llevarte en esa ambulancia como Dios manda, y tú definitivamente no vas a oponerte. Puede ser la adrenalina la que no te permite sentir nada, pero hasta no estar seguros vienes con nosotros, o juro por mi santísima madre que llamaré a la tuya en este momento.

Terminé atada a una tabla de rescate, inmovilizada de pies a cabeza. Mis padres iban a tener un infarto, y mi hermano iba a encerrarme en una torre, cual Rapunzel moderna, por el resto de mi existencia.

No supe qué pasó con el gusano y la rubia, pero cuando llegué al hospital fui pinchada, radiada, vuelta a pinchar, bombardeada con preguntas y más preguntas, vuelta a pinchar. ¡¿Qué rayos?! Quizá la enfermera me odiaba por interrumpir su tranquilo día, pero no era mi culpa, yo no había pedido ser arrollada por un pazguato hormonal que no sabía mantener la compostura mientras le hacían un trabajo oral, o le bailaban un tango en su auto.

Cuando finalmente terminó la tortura, me quedé en una habitación, sola, lamiendo mis heridas y esperando, y esperando, y esperando. Me cansé de esperar, me puse de pie, comencé a vestirme rápidamente y me mentalicé sobre lo que podría venir a continuación.

— Que Dios y todos los santos me protejan de lo que se avecina.

Había terminado de colocarme la blusa cuando un escándalo en el pasillo me hizo levantar la cabeza. Ese ruido indicaba que mis padres, o quizá mi hermano, quizá los tres estaban, o quizá mis tías, primas, primos, sobrinos, en fin, toda la familia estaban acercándose, y que Dios ayudará a quien se cruzará en el camino de Estela Ruíz Morales.

La puerta se abrió de golpe y mi madre revisó la habitación, cual escáner en aeropuerto, hasta que sus ojos se posaron sobre mí, llevándose las manos a la boca se soltó a llorar. Escucharla llorar siempre me rompía el corazón. Corrió a abrazarme. Mi mamá y yo teníamos casi la misma estatura y ojos marrones y grandes, aunque hasta ahí llegaban nuestras similitudes.

Mamá tenía la piel blanca, oscuro cabello ondulado y un corazón demasiado amable, pero con una fuerza inigualable. Me estrujó contra ella, me dolía el cuerpo entero pero no me queje. Le devolví el abrazó con la misma fuerza mientras su pequeño cuerpo se estremecía.

— Shh mamá, estoy bien, solo fue un susto, tranquila mi hermosa —inmediatamente ella se alejó mí, lanzando dagas por los ojos. ¡Oh no! Ahora estaba molesta conmigo, por supuesto.

— ¡Un susto! Samanta Orozco Ruíz. ¡Un susto no fue solamente lo que pasó! ¡Un descerebrado te arrolló en medio de la carretera! ¡Pudiste haber muerto! —comenzó a pasearse en la habitación hablando y gritando —. Esa porquería tuya que manejas. ¡Esa máquina de Satanás! —se persignó ante la mención del Diablo —. ¡Esa cosa horrorosa! ¡Oh por la bendita Virgen María! ¡Tú pudiste morir!

Volvió a romper en llanto, solté un suspiro pesaroso. Ya esta, jamás volvería a conducir una motocicleta en mi vida, y todo gracias a ese lerdo. Ni siquiera sabía su nombre, pero como dice mi madre, ¡Que me perdonen los santos! ¡Maldigo a ese hombre! De corazón deseé que no se le pusiera dura nunca jamás.

Mi padre se acercó cuando mi madre le dio un poquito de espacio, dándome un abrazo igual de fuerte que el de mamá me revisó de arriba abajo, luego de un rato de minucioso estudio escuché un gruñido. Me volví hacía mi hermano, la viva imagen de mi madre, mismo color de pelo, mismo color de piel, pero muchísimo más alto. Anton estaba ardiendo en furia.

Al igual que mi padre me revisó con atención, para asegurarse de que en realidad yo estuviera bien. Cerró los ojos y suspiró aliviado, cerrando el espacio entre nosotros me rodeo en otro fuerte abrazo. Cuando terminó de estrujarme un carraspeo nos hizo girar a la puerta. El doctor Bär, un hombre bajito y regordete se encontraba en el umbral de la puerta, su apellido le quedaba como anillo al dedo, se acercó y al verme de pie frunció el entrecejo.

— Usted, señorita Orozco, debería de estar recostada en esa cama.

Mi madre comenzó a sollozar, de nuevo, sobre lo cabezota que era, sobre lo poco que mi vida me importaba, sobre como mi necedad iba a ser mi final. Al ver que no iba a moverme el doctor suspiro.

— No tienes ningún hueso roto, no sufriste una conmoción, nada de lo que preocuparse. Tuviste suerte, tu traje de motociclista te ayudo bastante. Puedes irte a casa en unas horas y descansar. Tienes varias equimosis y contusiones en el cuerpo, pero estarás bien.

— Gracias doctor. ¿Dónde firmo?

Mi madre se había puesto a rezar, mi padre colocó la mano sobre su frente y mi hermano refunfuñaba detrás de mí, el doctor suspiró nuevamente y me dijo que una enfermera vendría a instruirme sobre mi alta. Salió de la habitación y estaba segura de que se alegraba sobre mi partida, así ya no tendría que verme la cara.

— Bueno, hora de irnos.

— ¿La estás escuchando? Joaquín, tu hija va a ser mi muerte.

Salí del hospital caminando lo más erguida posible, los golpes comenzaban a doler más de lo que creí. Honestamente quería refugiarme en los brazos de mi madre y dejar que me mimara, pero no podía hacerlo, eso la haría sentirse peor y yo jamás volvería a ver la luz del sol.

Una voz muy familiar me hizo detenerme, apenas si había tomado aire cuando otro duro golpe me saco el aire de los pulmones, por segunda vez en un día.

— ¡Umph!

— ¡Saaaaaaam! ¡Samy Sam! ¡Oh Dios mío! ¿Estás bien? Dime que estás bien ¡Dime que estás bien!

— Estoy bien.

Mi voz salió amortiguada, mi rostro estaba enterrado en el pecho de mi mejor amiga, cuando dejó de moverme como una muñeca de trapo tomó mi rostro entre sus manos, lo giró de un lado a otro y se alejó para examinarme. Poniendo sus manos sobre su boca comenzó a berrear, literalmente. Anton soltó un suspiro y se acercó a ella para consolarla, después de un rato finalmente se calmó para abrazarme de nuevo.

— Tonta, tonta, tonta, no vuelvas a hacer eso.

— Está bien, intentaré que no me arrollen nuevamente —sujetándome por los hombros me sacudió cual hoja volando al viento

— ¿Dónde está ese pedazo de basura? ¡Dímelo! ¡Juro por mi vida que le voy a arrancar los huevos!

— ¡Ekaterina!, cuida esa boca.

Cabe destacar que las palabrotas estaban prohibidas frente a mi madre, si maldecías ella se aseguraría de que pagarás por semejante atrocidad.

— No tengo idea de dónde está ese estup... Ese. La última vez que lo vi fue en el lugar del suceso.

— En cuanto lo tenga frente a mí, le voy a partir la cara. Ese pedazo de mierda inservible va a pagar por lo que te hizo, va a ir a la cárcel, te lo juro gnomo.

— Y yo le voy a cortar los hue... sus gónadas masculinas, si eso.

Mi madre suspiró, mi padre asintió, mi hermano bufaba y mi mejor amiga y hermana no dejaba de dar golpecitos con su zapato de tacón en el piso. Un auto Alfa Romeo negro se detuvo justo frente al hospital, la puerta del piloto se abrió dejando ver a un hombre alto y bien parecido con rasgos nórdicos, traje negro hecho a medida, me observaba fijamente, la puerta del copiloto se abrió y emergió el señor hormonas juguetonas, le dijo algo al hombre, este asintió y luego comenzó a caminar hacia nosotros.

— Me lleva el carajo ­—mascullé entre dientes

— ¡Esa boca, Samanta!

Mi madre, mi amada madre.

Cuando finalmente llegó a donde nosotros estábamos noté lo mal que lucía. Suspirando se pasó una mano por su cabello y dejo caer su brazo, se veía peor de lo que recordaba, y eso que la que había salido volando por los aires había sido yo.

— Hola —su voz sonaba apenada.

— Imaginé que después de ser arrollada por un completo imbécil lo primero que escucharía salir de su boca sería una disculpa y no un saludo.

Lo siguiente pasó demasiado rápido como para detenerlo. Ver a mi hermano dar un paso hacia el tipo, ver como su puño conectó con su rostro, ver al cerebro de goma caer sobre su trasero en el asfalto no me dio ninguna satisfacción.

Yo no era una persona violenta, realmente no me gustaba ver a las personas golpearse, mi hermano siempre decía que me faltaba maldad en la sangre.

Con la cabeza a punto de reventar tomé una gran bocanada de aire. Tenía que salir de este lugar antes de que se agravara mi humor, antes de que la policía llegará y nos llevará a todos por desquiciados, y alterar el orden público. 

¿Imaginarón que la historia de Sam y Gabriel comenzará así? >>>>

¿Les ha gustado el capítulo? >>>>

¿Cómo creen que Gabriel llegará a ganar el corazón de nuestra protagonista? >>>>

¿Les será sencillo llegar a estar juntos? >>>>

Gracias a las personas que se van sumando a la historia, y un agradecimiento especial a las lectoras Cielojasmine15 y yeong_won69 por comentar.

🌟 No olviden darle una estrellita a la historia si te ha gustado el capítulo. 🌟

¡Nos leemos pronto!

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