Hielo o fuego [Saga Centenari...

By NaiaraRuz

36.9K 3.3K 590

Por primera vez en un milenio los ciclos centenarios de poder vuelven a estar en marcha. Dos mundos volverán... More

Nota de la autora
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Epílogo
Nota final

Capítulo 12

743 81 15
By NaiaraRuz

Rubí

Estaba teniendo un sueño maravilloso, aunque no era para nada algo especial. Me encontraba en mi cama, recostada sobre los cojines. Entre mis manos había un libro, que leía con inmensa concentración, esperando hasta la hora de la cena. Olía a palomitas y se respiraba un ambiente de paz. A veces buscamos lo extraordinario, sin saber que lo único que necesitamos está justo delante de nuestras narices.

Poco a poco la imagen se fue difuminando y mi consciencia volvía a la realidad involuntariamente. Me negué a abrir los ojos. No quería que me arrebataran ese último atisbo de tranquilidad que quedaba en mi mente y mi corazón. Era verdad que la felicidad se encontraba en las pequeñas cosas y que no sabemos valorar lo que tenemos hasta que lo perdemos. Seguramente pienses que es una tontería, yo también lo hacía. Es irónico que el mundo en el que solía vivir me parezca ahora más mágico que en el que me encontraba.

Cuando me digné a entreabrirlos, mi estómago se revolvió al comprobar que no me encontraba en mi cuarto, ni en mi cama. El colchón sobre el que descansaba estaba tirado en el suelo, bajo una ventana con un arco puntiagudo y una cristalera algo sucia. Los recuerdos del día anterior me vinieron en masa. La declaración de aquellas mujeres, la petición de unirme a su lucha por parte de Erick y mis amigos, y por supuesto, el numerito del ataque con el añadido del dolor más estrepitoso que jamás había sentido.

Reconocí entonces que aún seguía en lo que Erick había llamado refugio. La habitación se encontraba ahora completamente vacía. Me incorporé, dejando a un lado la manta con la que estaba tapada. Todo mi cuerpo estaba húmedo a causa del sudor, y podía sentir las palpitaciones de mi cabeza por la falta de agua.

Indagué por la sala, presa de una inmensa curiosidad. Había decenas de papeles roídos y antiguos, llenos de tinta, encima de la mesa. Las dos estanterías que se alzaban a mi derecha contenían libros apilados unos encima de otros. Prácticamente estaban colocados en el filo pues no cabía ni uno más. Me recordaba a una de esas salas de lectura arcaicas que aún conservaban algunas bibliotecas.

La mayoría de libros tenían un grabado en su lomo. Era un nombre: Katerina. A mi solo me sonaba ese nombre por la famosa serie de vampiros, pero creí estar en lo cierto cuando me imaginé que la dueña de aquellos libros era la madre de Erick. Y la verdad es que entendía porque la mujer había querido hacer de ese sitio su pequeño refugio. La habitación era pequeña, pero como tenía forma circular parecía más amplia. A pesar de tener una ventana, la mayor fuente de luz provenía de un rosetón en el techo con cristales de colores que daba directamente a la mesa. En añadido, por si eso todavía no lo hacía parecer suficiente de cuento de hadas, todo era de madera oscura y curtida, con un olor característico y unas alucinantes vistas. Era el único sitio que no me hacía sentir atrapada dentro del castillo.

Lo cierto es que ahora todo estaba mal cuidado y desordenado, pero podía entrever la gran belleza que se escondía bajo todo ese paleo inmenso. Los manuscritos eran de todo tipo, desde mapas hasta estrategias de batalla pasando por listas de plantas curativas y comestibles.

El sonido de la puerta hizo que me volviera con rapidez, como un niño cuando le pillan haciendo alguna trastada. Erick apareció, traspasando el marco de la puerta. Llevaba una bandeja de color rojo en las manos y entre sus piernas se balanceaba la Akeru haciendo que tropezara constantemente.

—¿Te encuentras mejor?

Nuestra relación se había convertido en un hilo tensado por dos personas que no dejaban de tirar de él. Solo esperaba que fuera lo suficientemente flexible.

—Si. No estoy enferma, solo fue algo momentáneo—mi voz sonaba rasposa por la falta de líquido.

—Ya. Por suerte te he traído algo de comer, seguro que eso consigue ponerte de mejor humor.

Sonrió de medio lado, algo incómodo. Dejó la bandeja en la mesa, después de recoger algunos papeles. El olor hizo que el estómago me rugiera de una forma vergonzosa. Se me hacía la boca agua. Me acerqué con desconfianza. No me merecía aquello, no después de como le traté.

—¿Quién te ha contado mi debilidad con la comida? —pregunté, chasqueando la lengua.

—Nadie. Me gusta observar a la gente.

—Eso suena a acosador.

—Curioso diría yo—contestó, encogiéndose de hombros.

La Akeru saltó a mi regazo en el momento en el que tomé asiento.

—No han esperado ni un poquito para contarte lo de mi nueva mascota—estaba resentida con mis amigos por haberme ocultado todo lo que estaban haciendo.

—Ella vino a buscarme—dijo, señalando al animal—, anoche, después de dejarte aquí para que descansaras. Me despertó en medio de la madrugada arañando mi puerta. Creo que podía sentir que algo no iba bien. Aunque también creo que estaba hambrienta, porque se zampó un conejo entero.

Sonreí mirando a la pequeña, le di un beso en la cabeza mientras la abrazaba contra mi cuerpo. Los humanos no llegaríamos nunca a merecernos a los animales, es por eso que siempre había preferido su compañía a la de algunas personas.

Devoré el desayuno, que constaba de un par de bollos con caramelo por encima, un zumo y algunos frutos secos. La mirada de Erick no se apartó ni un instante de mí. Intente comer un poco más despacio, porque sabía que una vez terminara tendría que enfrentarme a él y a todo por lo que habíamos discutido. Y no quería hacerlo. No. Porque su expresión, su aroma, y esos ojos lo único que me instaban a decirle era que me quedaría allí para siempre, y eso me acojonaba. Sabía que el miedo no era más que un reflejo de vértigo que me daba el encontrarme tan cómoda con él.

—Rubí—me llamó—, Emma nos lo ha contado todo.

<<Traidora>>, pensé.

—No deberías habernos ocultado algo como eso. Cuando te vi esas líneas...—sacudió la cabeza—. Pensé que al menos se lo habrías contado a tus amigos, pero ni si quiera ellos lo sabían. ¿Por qué te has guardado esto para ti sola?

—Se lo dije a Emma—apunté—, aunque me prometió que no diría nada.

—Esto es serio.

—¡No es para tanto! —grité, aunque mis vociferaciones se estamparon contra su semblante serio—No lo noto nunca prácticamente y ni siquiera tus sanadores parecían saber lo que estaba pasándome. ¿Por qué actúas como si te importara lo más mínimo? Hace días que no me diriges la palabra.

—Así que por eso les pille hablando de ti.

—¿Es que no me escuchas? ¿Por qué sigues empeñado en ayudarme después de lo que te hice?

—¿Qué me hiciste? —se levantó de golpe, cortándome la respiración—Solo fue una estúpida discusión. Tenías todo el derecho del mundo a necesitar tu espacio. Y me dejaste muy claro que no querías tener nada que ver conmigo, por eso no he hablado contigo. Intentaba evitarte.

—No es justo que pagara contigo el cómo me sentía en ese momento—agaché la cabeza, notando como su aliento estaba cada vez más cerca.

—No, no es justo. Pero te entiendo—resopló. Mi temperatura aumentó al notar a la poca distancia en que nos encontrábamos. Me olvidé de todo. Como si hubiera tomado cinco chupitos de absenta seguidos.

El silencio reinó entre nosotros por unos instantes. Solo entonces fui lo suficiente valiente como para mirarlo a los ojos. Me sacaba una cabeza así que tuve que levantar el mentón algo más de lo normal. En mi pecho se encogían y de deslizaban las sensaciones conforme mi respiración se aceleraba.

—No vamos a poder volver, ¿Verdad? —esa era la verdadera pregunta y sabía que el me respondería con la mayor sinceridad posible.

—He investigado más de lo que te puedes llegar a imaginar y no he encontrado nada que nos diga como enviaros de vuelta.

—Entonces creo que debería empezar a relacionarme con más gente—sus dedos se movieron hasta mi hombro, donde comenzó a hacer círculos inconscientemente—. ¿Empezamos de cero? Emma dice que eres un tío guay.

—Tengo que pensármelo—le di un manotazo—. Claro que quiero ser tu amigo. Porque realmente soy muy guay y te lo estarías perdiendo.

—Me esforzaré por ser igual de guay, pero no prometo no echarte alguna bronca alguna vez cuando esté de mal humor—sonreí.

Su mano acarició mi mejilla. Tenía la sensación que nos estábamos metiendo en un terreno pantanoso del que ninguno iba a ser capaz de salir. Y sinceramente, tampoco pretendía hacerlo. Podía hundirme ya si mientras lo hacía me sentía igual que en ese momento.

Tampoco había creído nunca en las conexiones instantáneas, pero aquellos ojos estaban desmoronando todas mis teorías, todas las barreras que había conseguido alzar durante eses últimos años. Rezaba porque si todo era una ilusión no doliera tanto como pensaba que lo haría. 

—Me gustaría poder despedirme de alguna forma. Para pasar página definitivamente—suspiré.

—Creo que puedo ayudarte con eso—sus ojos se iluminaron en el momento en el que una idea le pasó por la mente.

Caminó hasta uno de los cajones y sacó algo tapado en un trapo. Era un espejo, del mismo tamaño que una televisión grande y con un marco recubierto de oro blanco. Retiró la bandeja de desayuno hacia un lado y lo colocó en el mismo sitio. Después, rebusco entre las estanterías hasta dar con un a botellita de color azul oscuro. Le miré, intentando adivinar que es lo que pretendía que hiciera.

—No es algo certero y puede que ni si quiera funcione. Pero creo que puede hacerte ver lo que necesitas—destapó la botella y me la ofreció—Primero, tienes que beber. Es agua de una de las fuentes de mi madre.

Tomé el frasco entre mis manos, algo dudosa. Le pegué un buen trago hasta acabarlo. Sabía dulce, como un refresco de frutos rojos. Cerré los ojos, esperando a que hiciera algún efecto.

—Ahora debes concentrarte en tu reflejo. Intenta no pensar en nada más que el sitio que te gustaría volver a ver—concluyó.

Hice exactamente lo que me pidió. Fijé la mirada en mi misma, en un reflejo que parecía difuminarte por momentos. Me mecí sobre mis pies viendo como mi otra yo se movía de una manera mucho más lenta. La imagen cambió. Ya no me encontraba observándome, sino más bien a alguien que solía conocer.

Mi cuerpo descendió hacia el abismo por unos instantes hasta que mis pies volvieron a tocar el suelo. Ya no estaba en el refugio. Estaba en casa. Pero no parecía la misma casa que había dejado atrás. Nuestra habitación, ya no era tal cosa, la habían convertido en un despacho sin ninguna foto mía o de mi familia al alcance de mi vista. Se me hizo un nudo en la garganta.

Paseé por el pasillo hasta llegar al comedor donde los vi, como cada noche, disfrutando de una cena todos juntos. Mi hermana había invitado a una de sus amigas y sonreía mientras le contaba a nuestros padres lo que habían hecho en el día y a la vez, devoraba su plato de pasta. Había crecido, ya casi ni podía reconocerla. Esa era la consecuencia de no haberla visto en más de medio año. Recordé que pronto sería su undécimo cumpleaños y que yo no podría estar ahí, ni decirle lo mucho que la quería.

Los ojos se me llenaron de lágrimas mientras contemplaba la escena. Les necesitaba, necesitaba a mi familia. Me acerqué hasta mi madre con el cuerpo tembloroso. Le puse la mano en el hombro queriendo sentirla una vez más. Pero no pude sentir nada. Era como tocar algo a través de unos guantes, la sensación estaba incompleta. Era la mayor tortura que podía haber en el mundo, tenerles tan cerca, pero a la vez a una galaxia de distancia.

Grazné sus nombres, dejando caer la cabeza contra la pared. No podían oírme. Se habían olvidado de nosotros, de que alguna vez habíamos formado parte de esa familia. Eso era lo que más me dolía, aunque por otra parte me sentí aliviada al comprobar que no sufrían por la perdida, que podían continuar sus vidas sin saber que es lo que habían dejado atrás.

La realidad tiró de mí, arrastrándome como una corriente en el mar. Miré por última vez esas cinco sillas, preguntándome si alguna vez sabrían el por qué había esos dos huecos vacíos.

Respiré, sintiendo que había estado conteniendo la respiración demasiado tiempo. Me desplomé en la silla y lloré.

Sollocé como nunca, tirándome ligeramente de las raíces del pelo mientras las lágrimas caían a borbotones. Aullé de dolor, con las manos agarradas al pecho y Erick sosteniéndome por la espalda. Tenía que sacarlo todo fuera de una vez por todas.

No podía ni quería imaginarme la vida sin ellos. Encerrada en ese sitio sin la posibilidad de verlos nunca más, ni oír sus voces.

Poco a poco el llanto se fue apagando y ya solo hipaba de vez en cuando. Solté la camisa de Erick, que había agarrado con tanta fuerza que casi se la arranco. Me quedé apoyada en su pecho, sin saber que hacer ni que decir. Me sentía la piel ardiendo por la vergüenza, pero a la vez estaba demasiado cómoda como para moverme. Él no me presionó y yo no hablé así que nos quedamos en esa posición por un buen rato.

Su olor era fresco, como a ropa limpia, pero con algún perfume que lo hacía algo más intenso y ácido. Erick había cerrado los ojos y aproveché la situación para observarle con detenimiento. Podía tirarme horas contemplando sus espesas pestañas y los lunares pintados en su cara. Sus labios siempre se entreabrían ligeramente cuando estaba a gusto.

—Erick—le llamé.

—Uhm—profirió un sonido sacudiéndose ligeramente.

—Voy a terminar de comerme el desayuno—dije, subiendo el tono, pero aún así tardó unos segundos más en soltarme—. Gracias por el detalle, por cierto.

—No es nada—me miró desde arriba. Pude sentir como su corazón se aceleraba.

Le devolví la mirada y después bajé a vista a sus brazos que todavía seguían rodeándome.

—Ah, si si, claro—asintió, dándose cuenta finalmente.

Se mordió el labio, al darse cuenta de la forma en la que se había aferrado a mí. Tuve que controlar mis pensamientos para no volver corriendo a ese colchón en el suelo, con él a mi lado esta vez. Me acerqué la bandeja y la apoyé sobre mis piernas.

Erick volvió a dirigirse a las estanterías para coger una bolsa de cuero marrón.

—Deberías tener esto.

Se sentó a mi lado. Abrí el botón de la bolsa con cuidado, dejando a un lado su contenido. Eran mis cosas. Las que solía llevar antes de lo que pasó. Incluso estaba mi vieja ropa, manchada con sangre ya seca.

Además de eso se encontraban mis llaves, mi móvil y mi monedero, lo abrí, sacando la foto que se encontraba en uno de los compartimentos para tarjetas.

Ese día había sido maravilloso. Un día familiar sin ningún plan, solo cogimos el coche y nos pusimos a conducir hasta algún sitio. Antes de eso, veníamos de terminar algunos trámites de la adopción. Solo les había hecho falta firmar unos papeles y él ya era uno de nosotros.

Acaricié los rostros de mis padres con el dedo, intentando volver a ese momento en el que había estado tan cerca de conseguir una felicidad plena.

—Querían llevarle a un centro de acogida—le confesé, enseñándole la foto. Erick asintió al reconocer a Ian—. Un día su madre no fue a buscarle a la salida del colegio al que íbamos juntos, y desde entonces nadie la volvió a ver. Mis padres le llevaron a casa y esperaron unos días antes de llamar a los servicios sociales, por si ella aparecía. Son personas que se ocupan de que los niños tengan una buena familia y lo necesario para vivir—le expliqué, al ver su cara de confusión—. Bueno eso es lo que se supone que deberían de hacer. Nos pusieron muchas pegas para que fuéramos su familia de acogida. Ellos pensaban que estaría mejor con otras personas, a pesar de que a nosotros nos conocía desde los tres años, cuando entramos juntos a infantil.

>El tiempo fue pasando y no lograban dar con su madre de ninguna forma. Hasta que un día sonó el teléfono a eso de las nueve de la mañana. Yo sabía que algo malo había ocurrido. Les dijeron a mis padres que habían encontrado su cuerpo cerca de una construcción. Era una buena mujer y una madre estupenda. No se iba con la gente equivocada, solo tuvo la mala suerte de encontrarse con el tipo que no debía. Una persona maravillosa, con una vida por delante, y aún así acabó tirada en la calle como si fuera basura. No le dijimos nada de esto a Ian. Solo sabe que falleció, él tampoco quiso hacer más preguntas. Teníamos once años. Ningún niño debe perder a su madre de esa forma. Le concedieron la custodia a mis padres porque no tenía a nadie más y no me he separado de él desde entonces.

Erick tenía los ojos rojos e intentaba no mirarme fijamente. Supe que ese tema era aún más duro de oír para él, ya que sus circunstancias habían sido parecidas.

—No es justo que os las arrebataran de esa forma—concluí—, ojalá pudiera hacer algo.

—Puedes hacer que nadie tenga que volver a pasar por esto.

—Erick, te juro que me encantaría hacerlo, pero no creo que fuera de gran ayuda—hundí los hombros—. No puedo controlarme ni a mi misma, podría acabar haciendo daño a alguien en vez de salvarlo.

—Yo te enseñaré—propuso, con el brillo de nuevo en sus ojos—, te mostraré como controlar tus emociones y tu cuerpo—su mirada de desvió a mi pecho—...a tener la cabeza fría.

Él no parecía tenerla muy fría en esos momentos.

—¿Lo harías?

—¿Eso es un sí?

—Es un tal vez.

[...]

El calor de las llamas era intenso. Hacía que me ardiera la cara. Estaba decidida a empezar de cero, a dejar todo lo demás atrás, como si nunca hubiera existido. Al menos eso era lo que necesitaba en ese momento para avanzar.

Ver a mi familia seguir con su vida me había dado en impulso para hacerlo. Ellos ya no sabían quien era yo, o quien había sido. Me tocaba averiguar quien iba a ser a partir de ahora.

Eché la ropa ensangrentada al fuego viendo como se desvanecía.

Les noté acercarse antes de poderlos ver con claridad. Nadie había pronunciado ni una palabra. Aquello era algo que todos necesitábamos hacer. Debíamos pasar página y no había forma de hacerlo si nos centrábamos más en el pasado que en lo que estaba por venir.

Nos sentamos alrededor de la hoguera que yo misma había encendido (no sin esfuerzo), arrojando todo lo que deseábamos olvidar. No era una tarea fácil, aunque la acción de extender el brazo y soltar pareciera bastante mecánica.

Nos miramos, sabiendo que a partir de ese momento seríamos la única familia que nos quedaba. Me encargaría de que nada malo les ocurriese, de mantenernos a salvo y de ser felices en la medida de lo posible.

Saqué entonces la foto que había estado viendo con Erick. Ian la agarró por el extremo izquierdo y yo por el derecho. Inhale profundamente y la tiramos a la lumbre. Se fue consumiendo, borrando nuestras caras y recuerdos hasta que nuestra vida anterior quedó reducida a cenizas.

—Tenéis que prometer que nada ni nadie podrá hacer que nos separemos—les rogué—. Estamos solos y debemos apoyarnos si queremos seguir con vida. Prometedme esto y os ayudaré con vuestra estúpida idea suicida.

—Podemos con ellos—animó Ian, colocándose aún más cerca de mí.

—Tenemos que permanecer unidos—insistí.

Mantuve la mano en medio del círculo, esperando a que los demás se sumaran. Ian me siguió al instante, colocando su mano encima. Luego Emma, Jude y por último, Cassandra. Nos mirábamos unos a otros recitando una promesa silenciosa, una que nos perseguirá hasta el fin de nuestros días.

—Juntos. 

****

Hola, hola!!! Pues como os dije, voy a empezar a subir dos capítulos a la semana en vez de uno porque ya me he quitado todos los exámenes que tenía de encima. En general, intentaré subirlos los lunes y los viernes. 

¿Qué os ha parecido el capítulo? ¿Y Erick y Rubí?

Nos leemos pronto, NR

Continue Reading

You'll Also Like

7.3K 818 29
La joven Jade Queensel se encontrará en una situación de vida o muerte. Su supuesto asesino Jack Black, se enamora de ella, dejando de lado su intenc...
17K 1.1K 11
un joven de 19 años se había perdido en un bosque por razones que ahora no importan, el termina refugiándose en un castillo por la lluvia pero lo que...
7.2K 1.2K 34
- Pensé que me ibas a regañar por tocarte-. Le hace un gesto al sommelier para que sirva el whisky en los vasos. - Podría haberte regañado, pero me g...
471 114 31
¿Qué pasaría sino supieras diferenciar entre un ángel y un demonio? ☠️❤️