TRES ZIMMERMAN PARA UNA GREY...

By imwritercs

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Phoebe es exitosa en su profesión, más que feliz en su matrimonio, y pese a que Rose llega casi a los cinco a... More

Leer, por favor.
[PREFACIO]
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-EPÍLOGO-
UNA HISTORIA MÁS

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By imwritercs

Huele delicioso.

Huele al aroma de mis hijos.

Su habitación se ha convertido en el lugar perfecto de la casa para estar. Es el olor que desprenden sus lociones lo que me tiene embobada, recién he terminado de ponerles guapísimos para la fiesta de Meli. Mis rubios preciosos están para comérselos.

—Cariño, te estamos esperando abajo para irnos. —Dice Paul desde el umbral de la puerta. —Si te tardas más, llegaremos para cuando se esté partiendo el pastel.

— ¿Sientes ese aroma? Es atrayente, huele muy rico.

—Mi amor, para la próxima te regalaré la loción de los niños para que te la pongas tú. —Se mofa. —Anda, salgamos de aquí antes de que Rose empiece a perder la cabeza porque le he dejado sola con Manuel, que no le deja en paz.

—No me parece gracioso tu comentario, Paul. Muévete, que llegaremos tarde. —Farfullo apartándole de la entrada.

—Uh, cariño. Pero qué mal humor el tuyo. —Rodea mi cintura con su brazo para atraerme. — ¿Te había dicho lo atractiva que te ves ahora mismo? Cada día te pones más linda, la más hermosa del mundo.

—Eres un zalamero, Zimmerman.

—Yo solo digo lo que es evidente ante mis ojos. —Deposita un delicado beso en mis labios. Coge mi mano. —Andando, porque ya vamos lo suficientemente tarde.

No puedo con este hombre. No opongo resistencia para salir de la habitación, sé que no le gusta llegar tarde a ningún sitio por más informal que este sea. Al llegar a la sala, nuestros hijos están los dos juntos, aunque la carita de Rose da el indicio de que le quedaba nada para perder la paciencia. Tomo a Manuel en mis brazos, inicia algún tipo de conversación conmigo, claro que no tengo ni la menor idea de lo que me dice, pero como toda buena madre, le doy la atención que merece. Rose ocupa un lugar en las piernas de su padre, ella simplemente se deja apachurrar por los brazos de mi esposo.

Theodore, Clare y la pequeña Hope estuvieron toda la mañana en casa, se marcharon después de la comida, hubiese querido que fuese más tiempo, pero ellos tenían un compromiso, y nosotros la fiesta de Meli. Hemos empezado a organizar la bienvenida de papá y mamá, para cuando estén de regreso en Seattle, queremos hacerle sentir especiales, demostrarles nuestro cariño con un pequeño detalle.

El tráfico en sábado por la tarde, ha sido bastante benevolente, pues no hemos tardado más de lo normal en llegar al salón de fiesta. Todo se encuentra perfectamente decorado, con muchos globos y las mesas organizadas por espacio, la música es de tónica infantil, el ruido de los niños presentes no se hace esperar. Lo más seguro es que aquí haya gente que la pobre Meli no tiene la menor idea de quienes son.

— ¡Feliz cumpleaños, Meli! —le digo al tenerle cerca. Es de esas pequeñas que corre por todos lados.

—Gracias, señora Phoebe. —Uff, que se me han aumentado los años. —Gracias por venir a mi fiesta, ¿Puedo llevar a Rose con mis amigos? Dulcie también está ahí.

—No veo porque no, toma tu obsequio, hermosa. —Le tiendo la cajita que contiene su regalo.

Ella sonríe. Rose se va con ella en dirección a un pequeño grupo de niñas que se encuentran cerca del payaso que anima la fiesta.

—Busquemos a Edwin y Gina, deben de estar con los demás padres. —Tiende sus brazos hacia Manuel, quien se va con él sin pensarlo. Aunque no parece estar muy interesado en su padre, puesto que su mirada es atraída por la cantidad de color que hay por todo el sitio. —Ever, cuida de la pequeña.

Tras dar la orden, nos movilizamos por el salón. Encontrándonos con algunos conocidos de Paul, con los cuales se ha relacionada por negocios. Preguntamos por los anfitriones del evento, y nos indican que les han visto por la zona del pastel. Les encontramos justo donde nos dicen, están terminando de colocar las velas.

—Ese pastel se ve maravilloso —digo al acercarnos.

—Hasta que llegan —expresa Gina. Abrazándonos a ambos y aprovecha para darle cariñitos a mi niño. —Ya había olvidado lo complicado que es organizar una actividad para niños. ¿Y mi rubia preciosa?

—Meli nos ha pedido que le dejemos estar con ella. —Responde Paul.

—Mira como son los niños, se conocen en cosa de nada, y al segundo ya son mejores amigos. Bueno, cuando la reina sociable es mi hija, las cosas van viento en popa. —Comenta Edwin divertido. —Eh, Zimmerman, dejemos a las damas conversar y vamos por unos tragos a la zona de adultos.

Mi amor me mira, no tiene que pedirme permiso para nada. Deposita un suave beso en mi frente. Él se lleva a Manuel, pues el niño traicionero no ha querido quedarse conmigo. Las dos nos sentamos en una de las mesas que está frente a la zona donde se encuentran nuestras hijas.

—No tienes una idea de lo agradecida que estoy de que llegaras, empezaba a querer huir. Ya sabes que no me relaciono con ninguna de las mujeres que están aquí. —Me abraza. —Nadie es como tú, amiga. Muero por contarte algo que confirmé esta mañana.

—Gina, sabes que nosotras nos llevamos tan bien porque somos iguales, por eso eres mi amiga. No importa a cuantas reuniones acompañe a Paul y tenga que convivir con ellas, no empatizamos. —Murmuro. —Dime, ¿Qué descubrimiento hiciste ahora?

—Estoy incubando a mi tercer hijo —suelta, mientras se pasa las manos sobre su panza.

—Felicidades, me da mucha alegría por ustedes.

—Edwin se puso loco de contento, tiene la esperanza de que esta vez tengamos un niño, pero no se le hace mala idea si fuese una niña, ya vez que nuestras hijas son su adoración. Se lo dijimos a las niñas, Meli ha dicho que es el mejor regalo de cumpleaños, pero Dulcie, se maneja un mal humor espantoso.

—Debe estar celosa, la llegada de un nuevo hermano no a todos le sienta bien. Ahí tiene a Rose, tuvo sus meses de celos agudos, pero ahora ella misma le está enseñando cosas a Manuel, como una estupenda hermana mayor. De verdad, felicidades.

—Aún nos faltan unos cuantos meses, esperemos a que se haga la idea. —Sonríe. —Y ustedes dos, ¿Ya se han arreglado? No hemos tenido tiempo para reunirnos, estoy hasta las narices de toda la organización. No nos hemos visto desde la cena aquella, que por cierto, terminó bastante extraña. La mujer esta, ¿Juliana?

— ¿Jasmina?

—Sí, la hija del abogado y prima de Paul. Después de que ustedes se marcharon, parecía odiarnos a todos los que nos quedamos ahí. No es por ser metiche, pero por los gestos, creo que discutió con la otra mujer. Se miraban muy amigas, pero al final de la velada, fue de ni me mires.

—Paul y yo tenemos nuestros malos momentos, pero siempre encontramos la manera de solucionarlos. —Murmuro, e inevitablemente sonrío a lo estúpido, es una forma mágica de darle solución a todo. —Ellas dos son o eran amigas, con un objetivo en común, separarnos a Paul y a mí.

— ¿Qué me cuentas? No me digas, la típica prima celosa y la ex resentida haciendo equipo. Mira tú, qué par de jodidas.

—Podría decirse que es como tú lo dices. —No entraré en detalles. No es mi intención dejar mal puesto a nadie. —Chlöe nos dijo sobre sus intenciones, y por fortuna, ella entró en razón y comprendió que nosotros somos felices y que ella es parte del pasado, uno que mi esposo, incluso dejó en otro país. Ahora él y yo estamos bien, eso es lo único que me importa.

—Menos mal. Porque ustedes son mi pareja favorita.

Música.
Niños gritando.
Suciedad por todos lados.
El salón es un lugar de locos. Paul ha regresado para estar conmigo, el pequeño se sentía incómodo. Le he preparado su biberón, y ahora duerme profundamente, ni el ruido desastroso que hay le despierta, algo normal, pues no ha hecho su siesta después de la comida por quedarse jugando con su hermana.

—Mami, mami —se acerca mi niña corriendo. Está muy sudada y agitada.

—Cariño mío —le limpio la cara con una servilleta. — ¿Qué quieres?

—Un bebé, mami. Meli va a tener uno, ¿Me das un bebé mami?

Paul mira hacia cualquier lado, me deja sola con el asunto como siempre.

—Rose, tú ya tienes a Manuel.

—Pero solo es uno —dice con un gesto de triste. —Yo quiero dos. Llama a la casa donde hacen bebés.

Escucho la risa disimulada de Paul, que conozco a la perfección, es de burla. Él y yo, ya hablaremos después.

—Vamos a ver qué podemos hacer. Ve con los demás niños, mi vida.

Con una sonrisa enorme plantada en sus labios, gira y se va dando saltitos. ¿Por qué mi hija no puede pedir dulces o juguetes? Un bebé..., ¡Por favor!

— ¿Qué te parece tan gracioso, Zimmerman? —le gruño.

—Rose no sabe que los bebés se hacen en su casa —se mofa. —Ha sido mi ilusión o, ¿Le has dicho a nuestra hija que le conseguiremos un bebé? Porque yo tengo una buenísima idea de cómo hacerlo.

Miro hacia todos lados, nadie nos ve. Pero tampoco debe hablar de estas cosas aquí.

—No seas pervertido, Paul. Es una fiesta de niños, deja tus cochinadas para otro momento.

— ¿Te parece bien de noche? Entre sábanas me va perfecto. —Murmura depositando un beso en la parte descubierta de mi hombro. Pongo los ojos en blanco.

—Le compraré un bebé en la tienda cuando vayamos de compras. —Digo inocente. Muestra esa su sonrisa picarona. —Y en cuanto me vaya enterando de que eres tú quien le pone esas ideas a Rose en la cabeza, te pones castaño de la partida de cabeza que te voy a hacer.

—Soy inocente de toda culpa —alza el brazo que tiene libre, porque con el otro, carga a nuestro hijo. —Yo no le he dicho nada, pero tampoco me opongo a su propuesta, doy mi voto de apoyo a Rose. Claro, para cuando tú lo desees.

—Por ahora, no. —Susurro con rotundidad. —Paul, es sábado y Dani no está en casa, ¿Si preparas esa pasta que te queda deliciosa para la cena?

— ¿Cómo es que terminamos hablando de comida? —inquiere con diversión. —Si consigues convencerme, hasta te hago el postre.

—No, ya el postre te lo doy yo. —Le hago un guiño antes de levantarme de mi silla. —Voy por algo de beber, me estoy muriendo de sed y se me ha secado la garganta.

—Ya te voy a humedecer otra cosa. —Su mirada viaja por todo mi cuerpo.

—Eres un puerco, Paul. Compórtate, que no estás en tu casa. —Le riño como a un niño pequeño, él me responde con una sonrisa muy amplia, no va a bajar la guardia. Niego con la cabeza.

Pido un vaso de refresco en la mesa de las bebidas, de verdad tengo mucha sed. Levanto la cabeza para ver a los niños, no se conocen de nada, sin embargo; juegan y se divierten como si fuesen los mejores amigos de toda una vida.

—Señora —me llama el mesero, mi atención regresa a él. —Su bebida.

—Muchas gracias. —Le digo al tomar mi vaso.

El hombre regresa a lo suyo, creo que se encuentra haciendo alguna especie de batido, lo que me recuerda a mi glorioso batido de pistachos y fresas, sabe delicioso, tal vez deba volver a prepararle, a Rose también le encanta. Claro, mi niña ha heredado los buenos gustos de su madre. Totalmente orgullosa, regreso a mi silla al lado de Paul. Le encuentro observando directamente hacia un punto, la mesa de los niños, donde nuestra hija conversa muy emocionada con uno de los niños y Dulcie.

¡Oh! Papá celoso a la vista. No puedo evitar reírme, por momentos como este, la vida la vivo dos veces. Me aclaro la garganta mirándole fijamente, aparta la mirada por medio segundo de donde la tenía y regresa al mismo sitio.

—Parece que Rose tiene un amigo nuevo, me parece todo un príncipe, ¿A ti, no? —le pregunto con toda la intención de molestarle.

—Bajo ninguna circunstancia, más bien, creo que es el momento perfecto para ir por mi hija. Ha estado demasiado tiempo lejos de nosotros. —Hace un amago por levantarse, pero le sostengo del brazo para evitarlo.

—No estés de bobo, Paul. Y deja tranquila a la niña, no es que se vayan a casar ahora mismo.

Se queda en su lugar, pero esos ojos suyos se mantienen fijos en el mismo lugar. Mi amor, la pequeña será un gran dolor de cabeza.

De regreso a casa, con globos y pastel, viajamos en el auto. Rose no deja de parlotear sobre lo mucho que se divirtió, y que Tom estudia en su misma escuela, estallo en una exagerada carcajada al ver el rostro asustadizo de Paul, él me demuestra su fastidio con una miradita. Me cubro la boca para acallar mi risa, no quiero despertar a Manuel, con todo lo que se ha dormido, es muy posible que al despertar pida el biberón y regrese a su profundo sueño, y ya no tengo agua para hacerle. Ah, y el señor Zimmerman, con quien comparto un matrimonio, no permite que mi pecho esté expuesto cuando hay alguien ajeno a nosotros. Para joder más, no traje la manta.

—Papi, ¿Yo puedo tener un novio? —vuelvo a reír, incluso Sawyer ladea los labios para contener la risa. Ever nos mira con disimulo, vaya, ya sé quién es el ayudante de Zimmerman. Paul le dedica una mirada de horror, esta niña lo va a matar.

—No, pequeña. Esas cosas son feas, las niñas como tú no pueden tener novio. Eres una niña todavía. Una muy pequeña. —Con un padre muy celoso.

—Pero tú y mami son novios, yo quiero uno también. —Observo con adoración a mi hija, me veo en ella. Casi puedo ver las canas de Paul salir de su cabellera.

—Señorita, vamos a hablar muy seriamente. —Le sienta sobre sus piernas, y ella le mira muy atenta. El martillo le da a la piedra, y no sé porque razón, pero me divierte. —No tienes permiso para tener un novio.

—Dos, ¿Sí?

Mi risa se escucha por todo el auto, siento los ojos húmedos de tanto reírme. Paul me riñe con la mirada, con un gesto feo, me gruñe:

— ¿Qué te da risa? Yo no veo nada gracioso por aquí. —Me encojo de hombros, y sin quitar mi sonrisa, me enfoco en Manuel. —Y Rose, no tienes permiso para uno, menos para dos, y antes de que salgas con algo más, no tienes permiso para ninguno. En treinta años, tal vez.

—Bueno. —Acepta ella sin rechistar. — ¿Y mamá si me va a dar un bebé?

Suspiro. Llega el momento en que Paul se ríe. Bien dicen que el que ríe de último, ríe mejor. Pongo los ojos en blanco, y hago como si no he escuchado nada, finjo estar dormida todo el camino.

Llegando a casa, lo primero que hago es preparar el biberón de mi niño, ha despertado unas calles atrás, aprovecho que sus ojos están adormilados para acomodarle en su cuna y darle la leche, sosteniéndola él solo con sus manos, la almohada de ayuda ya no es necesaria. Mientras él termina, ayudo a Rose para darle un baño con agua tibia, ha sudado tanto que podría exprimir el vestido. Una vez que huele delicioso nuevamente, le coloco su pijama. Tras hacerle su coleta, le dejo en el cuarto de juegos para que recoja los dados del demonio, son un terrible problema, las más veces no están en su lugar. Entro al cuarto de lavado para dejar la ropa sucia de los niños en su canasta, no hay tanta ropa, por lo que programo la lavadora y me voy a la cocina. Al entrar, se respira un aroma delicioso. Mi amor consigue que la estancia se asimile al paraíso. Está de espalda, terminando de preparar la salsa, paso mis brazos para abrazarle por el pecho y beso su espalda.

—Descubrí a Rose haciéndonos trampa. Tenía dulces escondido en el short que llevaba por debajo del vestido. —Murmuro con los ojos cerrados. No me responde. —Paul, no puedes estar molesto todavía.

—Tú te puedes reír con asuntos serios, pero yo no me puedo molestar por ello. Ya estamos, Phoebe. —Ruedo los ojos, y me separo de él.

—La niña ni siquiera entiende de esas cosas, no pongas dramatismo donde no va. Me ha dado risa su vivacidad. —Explico recostando la cadera en la orilla de la isla. —Ustedes los hombres son demasiado susceptibles al tema, mi papá también era un exagerado. Solía decirme que no tendría novio hasta que cumpliese los treinta. No seas doble moral, me has embarazado a los veinticinco, y papá no logró su cometido.

—No te escuché quejarte cuando estábamos haciendo a la niña, si no mal recuerdo, decías: Ah, Paul. No puedes objetarme nada. —Se gira, enarca una ceja, victorioso.

—Tú has ido a París. El diablo apareció con la tentación. —Le confronto.

—Y a ti te ha gustado —sisea mostrando su sonrisa ganadora.

Me sonrojo, me callo, no tengo nada que decir contra eso. Puedo sentir el calor subir por mi rostro, ¿Estoy sintiendo vergüenza por aquello a estas alturas del partido? Se pasa la mano por el cabello desordenándolo, y regresa a su salsa, le deja sobre el soporte para que se enfríe.

—La cena ya está lista. —Comenta, volteando hacia mí. Permanezco en el mismo lugar, auténticamente me ha noqueado con su respuesta. Demonios con el alemán. —Muy calladita ahora, cariñito. —Murmura mofándose de mí. — ¿Dónde se quedó tu risa, eh?

—Voy a ir por Rose para que venga a cenar. —Apunto, tengo la necesidad de salir de aquí.

En tres pasos se posa frente a mí, consigue ponerme nerviosa, y sin saber por qué, se me escapa una risita de lo más ridícula.

—Señora Zimmerman, me ha traído loco toda la tarde —susurra demasiado cerca de mi oído. De inmediato me pone con las sensaciones a mil. —Hoy ansío más que nunca el postre al final de la cena.

Su mano recorre mi pierna, consiguiendo subir una parte de mi vestido con suavidad, una lentitud mortal que me hace gemir sobre su hombro. Sus labios viajan en suaves besos por mi hombro, por instinto coloco mis manos en su espalda, me gusta esto. Deposita un beso en mi mejilla, y hábilmente sus labios buscan los míos. La cocina se siente más caliente que nunca.

Nos separamos al escuchar un grito aterrador que proviene de la parte de arriba. El corazón me va a mil, y no por el momento que estábamos viviendo, siento que me quedo sin aire.

—Rose —musito horrorizada.

Continuará...

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