YOUR SIDE OF THE BED |KTHβœ”οΈ

By Taekimanne

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Almas gemelas. Oscuros secretos. Un pasado oculto. Amor que trasciende. TRAMA ORIGINAL. NO SE PERMITEN COPIAS... More

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πš‚ 𝙲 𝙴 𝙽 𝙴 𝚁 𝚈

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By Taekimanne







DAEGU, COREA DEL SUR.
Muchos años después.


Era mi primer viaje a Corea del Sur pero algunos detalles me parecían demasiado familiares. Una parte de mí seguía preguntándose si había sido buena idea elegir recorrer Daegu en lugar de seguir a mi hermana y  a su novio en su tour por Busan. Pero por alguna razón mi corazón se agitaba desmesuradamente mientras caminaba por sus calles, haciéndome creer que había tomado la decisión correcta. El pequeño mercado, la gente, su comida. . ., aquella cálida sensación de volver en el tiempo. Como si alguna vez hubiera estado aquí. 

Supuse que se debía a lo que mi amigo solía contarme, a Seokwon solían brillarle los ojos cada que me hablaba de su país. Me describía a la perfección lo deliciosa que era la comida, sobre todo comer tteokbokki en un puesto callejero. Reí recordando aquello mientras expulsaba aire caliente de mi boca en un intento por no quemarme y ahogarme con los picantes pastelitos de arroz. Él tenía razón, eran deliciosos. 

Seokwon se había convertido en un buen amigo y compañero. Después de todo, convivir todos los días por largos meses de terapia nos había llevado a desarrollar un lazo muy fuerte. Habíamos llegado a la clínica casi a la par. Él me aventajaba por dos meses, por lo cual siempre solía ponerme al tanto de todo lo que sucedería después. Gracias a él había logrado controlar mis nervios y habían disminuido muchos de mis temores. Bromeábamos, aguantábamos nuestros cambios de humor, compartíamos nuestros sueños y llorábamos juntos —mucho—. Su buen humor, su peculiar risa —que me recordaba al rechinar de una ventana cuando se limpiaba—, y sus tips hacían que la peor etapa en mi vida no se sintiera tan densa aún cuando ambos llevábamos dentro el mismo miedo latente.

La vida nos había hecho coincidir en el área de quimioterapias y nosotros nos habíamos hecho cargo del resto. Su chispa alegre. Su buen sentido del humor. La alegría y la nostalgia con la que me hablaba de Corea del Sur —su ciudad natal— había inyectado en mí unas tremendas ganas de vivir, de aferrarme. 

Contrariamente a mi actitud cuando recién había recibido la noticia de mi enfermedad, ahora quería luchar y sobrevivir para ver con mis propios ojos todo lo que sus labios contaban. Y aquí estaba, dos años después, con el deseo de conocer cada rincón de su país. Disfrutando de todas esas maravillas que Seokwon alguna vez me había contado. 

Era una lástima que mi amigo hubiera partido antes —por desgracia, su cáncer era más agresivo y avanzaba con rapidez—, habría disfrutado muchísimo de su compañía. 

Una lágrima resbaló por mi mejilla y logré limpiarla rápido con mi mano —no quería miradas extrañas de la gente que caminaba a mi alrededor—. Me compuse un poco y seguí caminando hasta llegar a la parada de autobús que marcaba mi mapa. Hacía tiempo había visto unas fotos en internet, el paisaje era precioso y no quería irme de Daegu sin haber visitado aquel lugar. Sin saber muy bien qué hacer, me subí al autobús que prometía llevarme hasta Seongdang-dong y, aunque estaba nerviosa, agradecía que Seokwon me hubiera enseñado lo suficiente como para preguntar y pedir referencias si el plan "A" no funcionaba. 

Todos los asientos estaban ocupados, así que no me quedó más que tomarme del barandal más cercano e intentar equilibrarme. Con mis ojos puestos en mi celular, tratando de no distraerme, seguía con la mirada el movimiento del icono del autobús en el mapa,  debía bajar en cuatro cuadras más. Guardé mi teléfono y conté en mi mente, atenta.

Bajé del autobús y caminé a la redonda intentando ubicarme. Pero, aunque el mapa me indicaba que aquel era el lugar, cuando miré  alrededor me pareció que debía haber un error. 

—¿Está todo bien? —alguien preguntó. Levanté la vista de inmediato—. Pareces perdida. 

—Eh, sí, un poco —contesté en su idioma y le vi sonreír sorprendido por aquello. 


En las calles repletas de flores, puedo verte hoy también

¿Será posible llevarte siempre en mí?


—¡Qué genial! —dijo, levantando un pulgar arriba. 

—¿Estar perdida? 

—No, no, no —parecía preocupado por haber sido malentendido—. Me refiero a que es genial que hables coreano. 

Sus expresiones faciales me hicieron sonreír. —Gracias. Sí, hablo un poco —hice una seña indicando aquello con mi pulgar e índice. 

Las comisuras de sus labios volvieron a extenderse en una sonrisa que me parecía tan familiar. 

—Déjame ayudarte —se ofreció, mirando mi celular. 

Dudando un poco le mostré la dirección y mi mapa. Él abrió sus ojos sorpresivamente 

—¡Oh! Yo voy para allá, puedo llevarte —señaló su vehículo estacionado del otro lado de la calle.

Lo miré a él y luego al auto. No dije nada, pero por más amable que fuera, no iba a subirme al auto de un desconocido. 

—Entiendo —sonrió, parecía haber captado que aquello no me parecía la mejor idea—. Espera un poco —dijo antes de echarse a correr para cruzar la calle. Le vi abrir torpemente el maletero de su auto y sacar lo que me pareció un estuche de cámara. Cerró la cajuela y se ciño la maletita al costado para volver a cruzar la calle y regresar a mi encuentro. 

—Puedes tomar otro autobús que pasara en veinte minutos, o podemos caminar, es hacia allá —señaló a la distancia. Vi que muchas personas también se dirigían hacia ese punto—. Pero lo que tú quieres ver está cruzando el puente, un poco más al norte del parque. ¿Sabes andar en bicicleta?

—¿Bicicleta? —pregunté extrañada y él volvió a señalarme otra dirección.

—En la siguiente calle podemos rentar bicicletas —me mostró su tarjeta—. Será mucho más rápido que caminar —hizo una pausa—. Y créeme, se disfruta aún más. 

Lo observé detenidamente por un momento. No me daba mala espina, y además el camino parecía estar repleto de personas. Aquel plan era al menos, mucho menos peligroso que subirme a su vehículo. 

—Gracias —dije, y asentí para luego seguirlo. 

Rentamos un par de bicicletas justo en donde él había señalado. Ante mi rostro aún angustiado sonrió y prometió que el destino no estaba muy lejos de allí. 

La brisa de la tarde y el hermoso paisaje alrededor me hacían imposible no creer que existía algo enorme y profundo más allá que escapaba de todo nuestro entendimiento. Me tragué las lágrimas y seguí pedaleando. Era feliz. Estaba viva.

—Kang Taesuk, pero puedes decirme Tae —dijo, tomándome por sorpresa mientras extendía la mano. Nos habíamos detenido a mitad del puente de piedra y él había comenzado a tomar fotografías mientras yo contemplaba el paisaje. Era el mismo lugar que había visto en internet, pero presenciarlo en persona era mil veces mejor.  

Iluminados por  la luna del cielo nocturno. 

Todavía sigo preguntándome  por qué esta es una historia tan hermosa.


Sonreí y me giré para prestar mi atención completa a él. —Ella Saénz, pero puedes decirme Ella —Estreché su mano. Me pareció sentir un chispazo al momento en que nuestra piel hizo contacto. Lo miré esperando una reacción, pero él no pareció notarlo. 

—¿Como la princesa? —preguntó divertido.

Me reí. —¿Te refieres a la película? 

El asintió con la cabeza. —Sí, sí, la hechizada. 

—Digamos que fue más por Ella Fitzgerald —le dije—. Papá insistió —subí y bajé los hombros fingiendo resignación—. Es amante del jazz. 

—Tiene buen gusto —afirmó antes de escrutarme con la mirada—. Aunque yo creo que Natalie te habría ido más. Sí —movió la cabeza ligeramente de arriba a abajo—, tienes cara de Natalie. 

Solté una  carcajada. —Nadie nunca me había dicho que tenía cara de "Natalie". 

—¿¡NOO!? —preguntó, fingiéndose indignado—. Eso no puede ser, porque es cien por ciento obvio que tienes cara de Natalie. 

Seguí riendo, llevaba mucho tiempo sin disfrutar reír así. 

—Y dime, ¿a qué te dedicas Tae? —me atreví a preguntar.

Su rostro se iluminó. 

—Me alegra que lo preguntes. —Con ambas manos subió un poco la cámara que sostenía—. Mi familia tiene una granja de fresas —dijo orgulloso—.  Soy granjero —. Luego la acercó a su rostro y observó por el visor. Me tomó una fotografía. —Y fotógrafo de corazón —Sonrió mientras veía el resultado en la pantalla. —Tengo una página en donde subo todo mi trabajo. 

—¡Interesante! —Extendí mi mano hacia él buscando su cámara —.  ¿Puedo? —Asintió de inmediato y retiró la cinta colgada en su cuello, ofreciéndomela gustoso. Comencé a echar un vistazo en la pantalla. —¡Wow! ¡Son muy buenas!

—¿Te parece? —Lucía emocionado y ansioso. Sus ojos me miraban ilusionados mientras fingía mordisquearse el pulgar.

—¡Claro! Sin duda tienes que decirme cómo encontrarte —le entregué la cámara—. Me gustaría ver más. 

—Gracias —dijo (un tanto sonrojado), antes de volver a pasar la cinta sobre su cabeza para colgarse la cámara—. Mis favoritas son las de este lugar. Lo descubrí hace años por accidente. 

—¡¿De verdad?! —me sorprendí—. Yo también supe de este lugar por accidente, me lo topé un día por internet —le mostré las fotos que había guardado.

Taesuk se llevó una mano a los labios, cubriendo su asombro. —¡Son mías! —señaló su usuario en maps y se rio—. Soy yo. Son de hace dos años. 

—¡No puede ser! —estaba anonadada. Aquella era una coincidencia interesante—. Pues ¡gracias! 

Él sonrió e inclinó un poco la cabeza en un gesto amable. —No es nada. Me alegra que ahora puedas verlo por ti misma. 

—Yo también me alegro mucho. Lo ha valido todo —dije, mirando el paisaje. 

—Y tú, ¿a qué te dedicas? ¿qué te trae por aquí, Ella? Me pregunto si solo ha sido este lugar lo que te ha hecho emprender un camino tan largo. 

—Oh. Larga historia —suspiré.

—¡Genial! me gustan las historias largas. —Aquel brillo en su rostro no se iba—. Soy bueno escuchando. 

Me había convencido.

—Soy cuentista. Me dedico a la narración oral. 

—¡Wow! ¿Eso existe? —Estaba asombrado.

Asentí. 

—Pues me parece el trabajo más genial del mundo. 

—Gracias —parecía tan interesado y emocionado por ello, que esta vez la sonrojada era yo. 

—¿Y eso te trajo aquí? 

—No, no —aclaré—. Vine aquí por recomendación de un amigo. Me prometí visitar el lugar del que escuché tantas maravillas. Y bueno, aquí estoy.

—¡Genial! ¿Él ha venido a Corea antes?

Tragué un poco de saliva. La garganta se me secaba y el corazón se me marchitaba un poco cada que hablaba de Seokwon. —Sí, de hecho él nació aquí. 

—¡Ohh! —expresó, como si hubiera atado cabos—. Vienes a visitarlo. 

Negué con la cabeza, un poco triste. —No. Él falleció hace un tiempo. 

Sus labios se entreabrieron, y su expresión entristeció por un momento, como si sintiera mi pena. Dejó pasar unos segundos. 

—Pues me alegra que estés aquí —dijo, después de unos breves segundos—. Estoy seguro de que él estaría muy feliz de que disfrutaras de todo lo que alguna vez te contó. Al final del día, es esa la forma en que nos inmortalizamos, a través de los recuerdos que dejamos en las demás personas. 

Sonreí. —También lo creo. 

—¡Mira papi! —la voz de fondo de un niño emocionado a la distancia nos hizo voltear curiosos. Lo distinguimos sentado a la sombra de un árbol muy cercano la orilla del lago —¡Mira lo que encontré! —El pequeño tenía las manitas mugrientas, parecía haber estado aburrido haciendo hoyitos en la tierra mientras su papá se entretenía pescando. Le entregó a su padre un par de anillos sucios, estaba tan emocionado como si hubiera encontrado un tesoro.



Todavía sigo preguntándome cuál será la mejor parte.

Todavía sigo deambulando hacia la  siguiente historia.


—Bueno Ella, la próxima vez deberíamos venir a excavar un poco. Quizá encontremos cosas interesantes —bromeó Tae.

Sin darme cuenta me encontraba contemplando su rostro, y él el mío, prestaba atención a cada detalle —y tenía la impresión de que él también lo hacía conmigo— con un sentimiento profundo en mi corazón. La sensación me parecía familiar. Me contuve para no acariciar sus mejillas. 

—Sí, deberíamos hacer eso la próxima vez. . . —logré decir. 

—Bien. Eso significa que habrá una próxima vez —dijo casi en un susurro mientras sus ojos recorrían detenidamente mi rostro.


Quiero hacerte mía.



ººº



Sentía una angustia muy profunda. Estaba atrapada en una pesadilla de la cual quería despertar, pero mis párpados pesados se negaban a abrirse. El aire me faltaba, me sentía tan sofocada que por un momento creí que no podría volver a abrir los ojos. Entre sueños, me llené de lágrimas. 

—¡Cielo, despierta! —Reconocí su voz serena y profunda al instante. La pesadilla cedió, haciéndome capaz de abrir los ojos en ese preciso momento. Su rostro fue lo primero que vi. —¿Estás teniendo un mal sueño?

Asentí. 

—¡Te dije que no cenaras tanto! —dijo Taesuk seriamente y se levantó de la cama para buscar una aguja— Déjame pincharte ese dedo. Ayudará con el malestar. 

Lo contemplé y mi corazón se sintió aliviado. Salté de la cama y me aferré a su espalda. ¡Ah, no! No iba a soltarlo jamás. Se detuvo en seco y dejando de buscar en el mueble frente a nuestra cama, volteó lentamente sin apartarse de mi agarre para quedar frente a mí. Me miró sin entender mi extraño impulso para luego sonreírme y abrazarme aun más fuerte. Lo amaba. No necesitaba hacer preguntas, Tae entendía mi corazón. Hablábamos el mismo idioma.
Recargué mi cabeza en su hombro y aspiré su aroma. La tibieza de su piel, la manera en que me estrechaba a él, la forma en que conectábamos. Sabía sin dudar que era el amor de mi vida. 

—Soñé horrible, Tae. —El simple hecho de recordar lo que minutos atrás sucedía en mi sueño volvió a convertirme en un mar de llanto. —No me dejes nunca, por favor —. La pesadilla había sido tan real que mi corazón se estrujaba. No era la primera vez que tenía esa clase de sueños. Mi hermana era firme creyente de que a veces teníamos la oportunidad de revivir fragmentos de nuestras vidas pasadas a través de sueños o dejavú's. Si eso era verdad, y Tae y yo habíamos estado juntos en otra vida, nuestra historia había sido demasiado trágica.

—Tranquila, Ella —Bajó con suavidad un poco su cabeza y hundió su rostro en mi cuello. —No voy a dejarte jamás.

—¿Me lo prometes?

—Cielo, eres una parte de mí. Es imposible alejarme —. Sentí sus labios curvearse en una sonrisa. Siguió rozando mi cuello.

—¿Y si fuera un storm trooper maligno?

—Bueno, me uniría al lado oscuro — Acariciaba delicadamente con su nariz la parte trasera de mi oreja.

—Bueno, ¿y si me convierto en kimchi? —pregunté, era el alimento que más le desagradaba por su olor. 

—¿Por qué te convertirías en kimch. . . ? 

—¡En un enorme onggi lleno de kimchi! —interrumpí. 

Soltó una pequeña risita. —Me operaría para no poder percibir olores nunca más.

Reí por su respuesta y por las cosquillas que comenzaban a provocarme sus caricias. Lo miré fijamente y tragué saliva intentando disipar el nudo en la garganta que estaba formándose con tan solo recordar aquellos sueños. —¿Y si uno de los dos no estuviera? 

Extrañamente en aquellos sueños esporádicos, podía percibir el vacío en mi corazón porque él no estaba.

—Te buscaría. No pararía hasta encontrarte.

—Pero, ¿y si fuera imposible que volviéramos a vernos?

Tae ahora estaba confundido.

—Y s-si. . . —dudé un poco, mi voz se quebró— ¿si fuera la muerte la que nos aleja?

Tomó mi rostro entre sus manos y acercó el suyo. Me miró fijamente, con extremada ternura. Sus ojos brillaban. —Mi corazón te pertenece en esta vida, en la siguiente, y en la que sigue después de esa. ¿Entiendes? No importa el espacio y tiempo. Voy a encontrarte siempre. En todas las vidas que se me permitan vivir. Te lo prometo. No tienes por qué preocuparte. 



Mi corazón no estaría bien si se perdiera en el tiempo incluso un pequeño segundo de esos recuerdos.

Lo lamentaría, con la esperanza de volver a encontrarlos.


Recorrió mi piel con su aliento, acariciándome. La intensidad de nuestro amor entraba y se hundía en mi pecho. Nuestra respiración se volvía una sola. Abandonándonos en los brazos del otro, buscando tiernamente nuestras miradas mientras el sentimiento más puro florecía al contacto de nuestros labios. No hacía falta comprender nada más. Nuestros cuerpos, nuestras almas estaban conectadas. 

El sabor de viejas lágrimas. El dolor de la vida sin Tae, de los sueños tristes se apagaba con el recorrido de las yemas de sus dedos paseando por mi cuerpo y mi pecho pegado al suyo. Podía sentir en mis oídos el eco de nuestro palpitar sincronizado. Nos amábamos incluso más allá de lo que podíamos comprender.

Nuestro amor era infinito.



Voy a crear una luz tomando cada pequeño pedazo de la luna.

Si te vas  dejando atrás tu huella,  mantendré esa calidez segura.



Largos inviernos o primaveras fugaces. Breves como la vida misma, o eternos como el sol. No importaba mientras supiéramos cómo volver a encontrarnos. 

De pronto el temor latente a que el cáncer volviera se disipaba sin más.
Descansaba en la idea, de que los días que me restaran —fueran pocos o muchos— disfrutaría escuchándole hablar de nuestros sueños, contemplando el centelleo de sus ojos inocentes y su sonrisa juguetona. 

Nunca terminaría de entender si habíamos compartido vidas anteriormente, sólo estaba convencida de una cosa, y esa era que;  a pesar de nuestras almas viajeras, mi corazón siempre regresaría a él. 




Entonces, por favor quédate a mi lado, justo como lo hiciste la última vez.









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