(YA A LA VENTA) Waaseyaa (I):...

Par situmedicesven

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Bagamishkaa - Ella llega en un barco
Banajaanh - Un pequeño pájaro
Naniizaan - Peligro
Nibi - Agua
Gitigaan - Jardín
Mayagwe - Ella habla una lengua extraña
Nitii - Té
Zhaabwii - Ella sobrevive
Nandawaaboozwe - Él caza liebres
Bedowe - Él posee una voz dulce
Zhoomiingweni - Él sonríe
Minjinawezi - Ella tiene arrepentimientos
Giziibiigazhe - Ella toma un baño
Nanda-gikendan - Busca aprender
Jiigaatig - Junto al árbol
Aanjise - Ella cambia
Azheyaanimizi - Ella retrocede en el miedo
Mitig - Leña
Namanj - Dudosa
Anami'aa - Ella reza
Gikinoo'amaadiiwigamig - La escuela
Obimaaji'aan - Ella salva su vida
Nakweshkodaadiwag - Ellos se encuentran
Zoongide'e - Ella es valiente
Miigwech, nishiime - Gracias, hermana
Wiidigendiwin - Una boda
Aki - La tierra
Onendam - Ella decide qué hacer
Daanginigaazo - Él la toca
Maajiibii'ige - Ella escribe una carta
Gikinoo'amaadiwag - Ellos se enseñan
Inoomigo - Ella cabalga
Giiwedin - Viento del norte
Ganawenjige - Él cuida de ella
Agadendam - Ella siente vergüenza
Oninjiin - Sus manos
Jiigi-zaaga'igan - Junto al lago
Wenonah - La primera hija nacida
Anaamendang - Ella sospecha
Gimoodiwin - Robo
Biibaagadaawaage - Ella vende en una subasta
Minose - Ella trae la buena suerte
Nahuel - Jaguar
Nibwaakaa - Él es sabio
Ojiim - Beso
Zhiigaa - La viuda
Wanaanimizi - Ella está confundida
Anishinaabe-izhinikaazowin - Un nombre indio
Gaagiizom - Ella le pide disculpas
Miskwi - Sangre
Gwayakwendam - Ella está en lo correcto
Nisayenh - Mi hermano mayor
Giiwanimo - Ella miente
Aanji-bimaadiziwin - Una vida cambiada
Nisoode - Familia de tres
Bizindam - Ella escucha
Naabikawaagan - Un colgante
Miikawaadizi - Ella es bella
Niijikwe - Amiga
Oshkagoode - Ella tiene un vestido nuevo
Ashi-ishwaaswi - Dieciocho
Gaawiin gegoo - Nada
Maamawi - Juntas
Giimoodad - Es un secreto
Moozhwaagan - Un par de tijeras
Beshwaji' - ¿Mejores amigos?
Mawadish - La visita
Mashkawizii - Ella tiene fuerza interior
Makadewindibe - Pelo oscuro
Niimi'idiwag - Ellos bailan
Gikinjigwenidiwag - Ellos se abrazan
Giikaji - Ella tiene frío
Gide', nide' - Tu corazón, mi corazón
Gizhaawaso - Él protege a los jóvenes
Zaagi'iwe - Ella le ama
Wiikonge - Él las invita a una celebración
Anamikaage - Bienvenida a casa
Zakizo - Ella está en llamas
Gego mawi - "No llores"
Ayaangwaamizi - Él es prudente
Ashadomaage - Una promesa
Wiiwan - Su esposa
Bawaajigan - Un sueño
Debwewin - La verdad
Gaawiin - No
Niigi - Ella nace
Anishinaabe - Una persona
Algoma - Valle de flores
Maajaa - Él se marcha
Noojimo' - La cura
Nibo - Él muere
Zhiing - Odio
Miigaazo - Ella lucha
Gibaakwa'odiiwigamig - La prisión
Bii'o - Ella espera
Niizhogon - Dos días
Ishkodewan - En llamas
Naadamaw - Ella busca ayuda
Gikinjigwenidiwag - Ellos se abrazan
Niiwiiv - Mi mujer
Miskwiiwininjii - Él tiene las manos manchadas de sangre
Gichi-mookomaan - Gran cuchillo
Zhaagwenim - Él tiene dudas
Bangan - Paz
Ozhichige - Él construye
Biitoon - Espere por ello
Giiwose - Ella caza
Gizhe-manidoo - Dios
Ziigwanong - Última primavera
Indaashaan - Ven aquí
Baamaapii - Despedida
Bagamoomigo - Ella llega en caballo
Giniw - Águila dorada
Wiikwaji'o - Ella intenta ser libre
Zazegaa-ikwe - Una buena mujer
Memengwaa - Una mariposa
Omaamaayan - Su madre
Maazhise - Mala fortuna
Mizhodam - Él gana
Giiwanaadingwaam - Ella tiene una pesadilla
Wiidigemaagan - Un compañero
Mazina'igan - Un libro
Bimi-ayaa - Ella viaja
Mitaakwazhe - Ella está desnuda
Gaganoonidiwag - Ellos conversan
Aakozi - Él está enfermo
Moojigizi - Ella es feliz
Ishpiming - En el cielo
Nishiwe - Ella asesina
Abinoojiinyens - Un bebé
Bagidenjigaazo - Ella entierra
Mashkawaa - Ella posee fortaleza
Zegizi - Ella tiene miedo
Ogichidaa - Guerrera
Gagiinawishki - Él miente
Dibishkaa - Ella celebra su cumpleaños
Gikinawaabi - Ella aprende observando
Inendam - Ella toma una decisión
Wiidookaw - "Ayúdame"
Miigaadan - Lucha
Miikana - Un camino
Gichigami - Un océano
Maadaakizo - Ella empieza a arder
Giinawind - Nosotros
Jiiskinikebizon - Una pulsera
Ozhibii'igaade - Ellos escriben
Waaseyaa ndishnikaaz - Mi nombre es Waaseyaa
Maakinaw - Una cicatriz
Noojimo'iwe - La que cura
Noojiwigiizhwaandiwag - Ellos hablan amorosamente
Inaakonigewin - La ley
Ashwii - Ella está preparada
Waabam, daangin - Ver, tocar
Ma'iingan - Loba
Wiindigoowi - Convertirse en un monstruo
Aanzinaago'idizo - Ella se transforma
Waabishki - Blanca
Onaabam - Escoger
Biigoshkaa - Ella se rompe
Indawaaj - Consecuencias
Zoongigane - Ella tiene huesos fuertes
Wiikwaji'o - Ella intenta liberarse
Gichi-manidoo - Gran Espíritu
Bamewawagezhikaquay - La mujer de las estrellas que corren por el cielo
¡Muchísimas gracias a todxs!

Debwetaw - Ellos están de acuerdo

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Par situmedicesven

No me permití llorar una mísera lágrima por Jeanne hasta que paramos a descansar junto a un arroyo. Habían transcurrido dos pesados días de travesía ininterrumpida. Dormíamos un par de horas al raso, estableciendo turnos para las guardias, y cabalgábamos durante extensas jornadas. Desde mi marcha, había permanecido la mayor parte del tiempo en silencio, triste, asustada, arrepentida y orgullosa. El remordimiento y el dolor por haberla dejado atrás eran demasiado intensos.

— Tome.

Thomas Turner me ofreció su pañuelo y lo acepté de buen tino. En ningún momento intensó disuadirme para regresar, sabía que mi decisión era definitiva. Era un compañero de viaje ideal: nos adaptábamos el uno al otro y se desvivía para protegerme de cualquier peligro.

— Lo siento.

— No se disculpe — me sonrió un poco —. La dejaré sola.

Con pasos rápidos, el mercader se ajustó el fusil al hombre y se adentró entre los árboles. Habíamos avanzado bordeando las zonas boscosas, puesto que era más seguras, pero quedaban pocos terrenos cercanos a la civilización. En nuestro camino, nos habíamos cruzado con casacas azules en su mayoría, pero también alguna que otra aldea. Sin embargo, conforme más partíamos hacia el sur, los campos se vaciaban y parecíamos estar rodeados de un desierto inmenso de pinos. Al principio me había sentido preocupada, creía que alguien se extrañaría por ver a una joven de ropajes nobles únicamente acompañada por un hombre de bajo estatus..., no obstante, parecían estar más preocupados por la guerra que por una niña bien vestida.

Escuché un tiro a lo lejos y supuse que Thomas Turner estaba cazando. A decir verdad, estaba hambrienta. No quería pensar en Jeanne, no quería imaginarla despertando, con su melena rubia totalmente revuelta, caminando por el pasillo con su camisón de lino blanco. No quería afrontar verla entrar a mi habitación y encontrarla vacía. Quizá perdía una hermana antes de perder la vida.

— Coma, va a quedarse en los huesos — me pidió Thomas Turner mientras comíamos la ardilla que había cazado. Estábamos sentados sobre la hierba, cerca de la hoguera, y los cuervos pululaban alrededor de las copas de los abetos.

Le miré lentamente y después observé los escasos bocados que había propinado al trozo de carne que sostenía entre las manos. Debía ser capaz de encontrar el equilibrio y continuar, si no lo hacía, aquella decisión sería en vano.

— ¿Crees que es mala idea que continuemos por el interior del bosque? — le pregunté, masticando.

— Los caminos ya no son confiables, es mejor que prosigamos por esta ruta. Conozco bien los parajes, llegaremos antes al lago Ontario. Sin embargo... —me echó una mirada general—, no deseo ser grosero, pero...

— ¿Qué ocurre? — fruncí el ceño.

— Llamamos demasiado la atención.

Clavó sus ojos en los míos y comprendí. "Llamamos demasiado la atención porque soy mujer", sentenció la voz de mi consciencia.

— ¿Y qué sugieres? — respondí con cierto malestar. No podía cambiar mi cuerpo ni el hecho de ser mujer. Me molestaba tener que hacerlo para ser aceptable.

Él posó sus ojos en el corsé y en la larga falda embarrada.

— Está bien, me cambiaré — bufé, levantándome. No había tenido las fuerzas para deshacerme de aquellas telas que tanto me recordaban a Jeanne —. Pero eso no me hará hombre.

— No deseo que sea haga un hombre, solo es una forma de pasar desapercibidos.

— Lo sé. Detesto estos vestidos. Estaré más cómoda con prendas masculinas — suspiré.

Él pareció querer añadir algo más, pero se limitó a encogerse de hombros antes de alzarse y adentrarse entre los árboles para permitirme intimidad. Comprobé los alrededores y abrí mi macuto con lentitud. Estaba en medio del bosque: debía de apresurarme. Saqué los pantalones y la ancha camisa que La Bruja me había entregado tiempo atrás. Me trasportaban al miedo, a la pérdida de mi sobrina, por lo que comencé a desnudarme frenéticamente para no tener que enfrentarme a los recuerdos. Primero me deshice de la copiosa falda de fruncidos, quedándome en enaguas. Hacía calor, mas todavía no era lo suficientemente valiente para deshacerme de mi ropa interior. Me coloqué los amplios pantalones y los anudé con el fino cinto de cuero que había robado de las cuadras. Saqué la daga de Inola y corté con brusquedad los nudos delanteros del corpiño. Mis senos respiraron con nostalgia libertadora. Me quité la casaca floreada, dejándome la camisa inferior de lino, y me puse la otra camisa por encima. Su longitud casi alcanzaba la parte superior de las rodillas, dada mi baja estatura, pero no hice ningún cambio para remediar aquel detalle: no me importaba en absoluto mi apariencia, contra más desaliñada, menos mujer. O al menos aquella era la defensa de los que podían llegar a incomodarse con mi presencia.

— ¿Está lista? Deberíamos proseguir — me llegó la voz ansiosa de Thomas Turner.

— Sí, puedes salir — le di permiso.

Estaba recogiéndome el pelo en una trenza pésimamente construida cuando le vi aparecer de su escondite. No había estado lejos de mi posición, lo que me demostró una vez más que mis capacidades de rastreo distaban en demasía de ser buenas y que Thomas Turner era escurridizo como una culebra. El corazón se me aceleró al pensar en la posibilidad de que él me hubiera estado espiando.

— ¿Por qué me mira así? — se echó a reír al llegar frente a mí.

— Na-nada — carraspeé, incómoda.

"Son imaginaciones tuyas, Catherine", pensé para serenarme.

— Parece usted un vagabundo — se rió, ofreciéndome las botas que reposaban junto al macuto.

— Llamaré poco la atención — sonreí un poco. Thomas Turner me respetaba como persona, como mujer, y quise eliminar la posibilidad de que él me hubiera espiado. Estaba nerviosa y paranoica continuamente —. Tendré que comprarme unas botas en el próximo pueblo..., son enormes.

Estaba poniéndomelas cuando el mercader preguntó:

— ¿Dónde las consiguió?

Si adquiría unas de mi talle y me olvidaba de aquellas, ¿sería capaz de borrar la mirada aterrada del hombre al que asesiné?

— De un cadáver — respondí con quietud. No le dejé proseguir con la conversación y dije: — ¿Qué opinas? ¿Soy lo suficientemente masculina?

Thomas Turner me echó una extensa mirada, de pies a cabeza. En su expresión entreví que era posible que no me hubiera espiado. Se ruborizó un tanto, tenso, al ojear la zona de mi pecho: no portaba nada que lo sostuviera y el blanco de las telas se aproximaba más a la transparencia que al color. Noté la rigidez de su cuerpo..., era como si le costara horrores no abalanzarse sobre mí y morderme los pezones.

— Cúbrase con esto.

Fruncí el ceño al recibir una especie de turbante azul oscuro. Él solía portarlos alrededor de la frente.

— ¿Cómo? — inquirí, sorprendida.

— Cúbrase... — dudó —. Ahí... — me señaló la zona en discordia con la barbilla, sumamente apurado.

Thomas Turner me deseaba, pero jamás se sobrepasaría.

— Per-perdón — me sonrojé —. Enseguida me cubro.

Nerviosa, hice el ademán de caminar hacia un tronco y esconderme para ponerme el turbante, mas él me detuvo al sugerir:

— Necesitará ayuda.

En silencio, tragué saliva y me quedé estática.

— No miraré — aseguró con seriedad.

Titubeé durante unos segundos, a pesar de que sabía que no iba a poder hacerlo yo sola, y me convencí de que aquella sería la oportunidad perfecta para probarle.

— De acuerdo. Prométeme que no mirarás.

— Lo juro por la memoria de mi padre.

Volví a tragar saliva y le pedí que cerrara los ojos. Él obedeció sin rechistar, apretando los párpados con fuerza. Ciertamente desasosegada, me acerqué e inspiré. También con los ojos cerrados, me saqué las dos camisas por el cuello y el cambio de temperatura erizó mi tez desnuda. Thomas Turner había escuchado el rumor de los tejidos abandonarme y constriñó los labios.

— Póngaselo y se lo ataré — murmuró con voz queda —. Dele dos vueltas.

Nada me cubría el tronco e inesperadamente me hallé meditando sobre el poder de la piel: no sólo importaba el color, sino también el lugar. Lo que para mí era un trozo de carne que debía salvaguardar, mi honra, para otros era la condena a la tentación, a la lujuria. ¿Por qué la piel tenía un significado? Carente de respuestas, posicioné horizontalmente el turbante sobre mis senos y, como me había indicado, le di dos vueltas. Los extremos del cinto caían sueltos a ambos lados.

— Listo — susurré —. Puede abrir los ojos.

Aunque estaba dándole la espalda, supe cuando lo hizo. Un aura cargada nos envolvió. Pronto sus hábiles manos se tornaron torpes al recoger el turbante. Aturrullado, efectuó el primer nudo. Dejé ir un gemido dolorido: lo había realizado con tanto ahínco que se ceñía a mi piel con molestia.

— ¿Le he hecho daño? — paró.

No le confesé que deseaba que lo aflojara, quería que aquel momento terminara.

— No — carraspeé.

Él repitió otro nudo, todavía más ajustado, y me cortó la respiración. Por segunda vez albergué un pensamiento inapropiado: ¿por qué, en todas las ocasiones en las que alguien me había tocado aquella parte, dolía? ¿Llevar a cabo los deberes matrimoniales sería igual de desagradable? No me agradaba. ¿Existía alguna forma en la que mi silueta pudiera ser tocada como yo imaginaba que debía serlo? ¿Únicamente los hombres conseguirían placer?

— Listo — interrumpió mis ensoñaciones. Se alejó como si fuera una leprosa y miró hacia otro lado —. Vístase.

Sus palabras casi sonaban como órdenes. ¿Y si no las acataba? ¿Qué ocurriría?

— Rápido, vístase.

Tampoco era lo suficientemente valiente para tentar a la suerte. Mi curiosidad no superaba mi sentido común, al menos por el momento. Con las manos temblorosas, me vestí y advertí que una franja oscura ocultaba mis vergüenzas, hasta el punto de aplastarlas e invisivilizarlas: habían desaparecido. Extrañamente, me sentí vacía.

— Gra-gracias.

— Queda mucho camino por recorrer — me cortó con lo que yo interpreté como enfado. Tenía los puños apretados y rehuía el contacto visual —. En marcha.

Confundida, recogí mis bártulos y subí al caballo. Él me imitó, serio como un témpano de hielo.

— Lamento haber... — despegué la lengua para compartir una disculpa.

Sombrío, me interrumpió:

— Pensándolo mejor, quizá debería casarse con Étienne.

— ¿Qu-qué?

— Los hombres..., son bestias... — siguió sin mirarme —. Usted...

— Tú no lo eres.

— Lo seré cuando ya no pueda contenerme más.

Las mejillas se me encendieron con violencia. La claridad de sus emociones me dejó atónita. ¿Era aquello una confesión?

— Thomas, yo...

— Usted es lo único bello que me ha pasado en la vida, nunca podría perdonarme haber mancillado algo tan hermoso y puro. Sé que valora mi franqueza..., mantengamos las distancias, señorita Waaseyaa — posó sus ojos en los míos finalmente —. Finjamos que usted es mi hermana pequeña. De lo contrario, la abandonaré cuando sea incapaz de luchar contra mis demonios. ¿Está de acuerdo con los términos de este contrato?

Necesitaba espacio para asimilar lo que acababa de suceder, pero él demandaba con sus pupilas verdeazuladas que le proporcionara una contestación de inmediato. Tragué saliva por enésima vez y me di cuenta de lo mucho que me aterraba que me dejara. "El amor en todas sus formas es egoísta", entendí. Por egoísmo accedí.

— Estoy de acuerdo.

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