(YA A LA VENTA) Waaseyaa (I):...

By situmedicesven

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Bagamishkaa - Ella llega en un barco
Banajaanh - Un pequeño pájaro
Naniizaan - Peligro
Nibi - Agua
Gitigaan - Jardín
Mayagwe - Ella habla una lengua extraña
Nitii - Té
Zhaabwii - Ella sobrevive
Nandawaaboozwe - Él caza liebres
Bedowe - Él posee una voz dulce
Zhoomiingweni - Él sonríe
Minjinawezi - Ella tiene arrepentimientos
Giziibiigazhe - Ella toma un baño
Nanda-gikendan - Busca aprender
Jiigaatig - Junto al árbol
Aanjise - Ella cambia
Azheyaanimizi - Ella retrocede en el miedo
Mitig - Leña
Namanj - Dudosa
Anami'aa - Ella reza
Gikinoo'amaadiiwigamig - La escuela
Obimaaji'aan - Ella salva su vida
Nakweshkodaadiwag - Ellos se encuentran
Zoongide'e - Ella es valiente
Miigwech, nishiime - Gracias, hermana
Wiidigendiwin - Una boda
Aki - La tierra
Onendam - Ella decide qué hacer
Daanginigaazo - Él la toca
Maajiibii'ige - Ella escribe una carta
Gikinoo'amaadiwag - Ellos se enseñan
Inoomigo - Ella cabalga
Giiwedin - Viento del norte
Ganawenjige - Él cuida de ella
Agadendam - Ella siente vergüenza
Oninjiin - Sus manos
Jiigi-zaaga'igan - Junto al lago
Wenonah - La primera hija nacida
Anaamendang - Ella sospecha
Gimoodiwin - Robo
Biibaagadaawaage - Ella vende en una subasta
Minose - Ella trae la buena suerte
Nahuel - Jaguar
Nibwaakaa - Él es sabio
Ojiim - Beso
Zhiigaa - La viuda
Wanaanimizi - Ella está confundida
Anishinaabe-izhinikaazowin - Un nombre indio
Gaagiizom - Ella le pide disculpas
Miskwi - Sangre
Gwayakwendam - Ella está en lo correcto
Nisayenh - Mi hermano mayor
Giiwanimo - Ella miente
Aanji-bimaadiziwin - Una vida cambiada
Nisoode - Familia de tres
Bizindam - Ella escucha
Naabikawaagan - Un colgante
Miikawaadizi - Ella es bella
Niijikwe - Amiga
Oshkagoode - Ella tiene un vestido nuevo
Ashi-ishwaaswi - Dieciocho
Gaawiin gegoo - Nada
Maamawi - Juntas
Giimoodad - Es un secreto
Moozhwaagan - Un par de tijeras
Beshwaji' - ¿Mejores amigos?
Mawadish - La visita
Mashkawizii - Ella tiene fuerza interior
Makadewindibe - Pelo oscuro
Niimi'idiwag - Ellos bailan
Gikinjigwenidiwag - Ellos se abrazan
Giikaji - Ella tiene frío
Gide', nide' - Tu corazón, mi corazón
Gizhaawaso - Él protege a los jóvenes
Zaagi'iwe - Ella le ama
Wiikonge - Él las invita a una celebración
Anamikaage - Bienvenida a casa
Zakizo - Ella está en llamas
Gego mawi - "No llores"
Ayaangwaamizi - Él es prudente
Ashadomaage - Una promesa
Wiiwan - Su esposa
Bawaajigan - Un sueño
Debwewin - La verdad
Gaawiin - No
Niigi - Ella nace
Anishinaabe - Una persona
Algoma - Valle de flores
Maajaa - Él se marcha
Noojimo' - La cura
Nibo - Él muere
Zhiing - Odio
Miigaazo - Ella lucha
Gibaakwa'odiiwigamig - La prisión
Bii'o - Ella espera
Niizhogon - Dos días
Ishkodewan - En llamas
Naadamaw - Ella busca ayuda
Gikinjigwenidiwag - Ellos se abrazan
Niiwiiv - Mi mujer
Miskwiiwininjii - Él tiene las manos manchadas de sangre
Gichi-mookomaan - Gran cuchillo
Zhaagwenim - Él tiene dudas
Bangan - Paz
Ozhichige - Él construye
Biitoon - Espere por ello
Giiwose - Ella caza
Gizhe-manidoo - Dios
Ziigwanong - Última primavera
Indaashaan - Ven aquí
Baamaapii - Despedida
Bagamoomigo - Ella llega en caballo
Giniw - Águila dorada
Wiikwaji'o - Ella intenta ser libre
Zazegaa-ikwe - Una buena mujer
Memengwaa - Una mariposa
Omaamaayan - Su madre
Maazhise - Mala fortuna
Mizhodam - Él gana
Giiwanaadingwaam - Ella tiene una pesadilla
Wiidigemaagan - Un compañero
Mazina'igan - Un libro
Bimi-ayaa - Ella viaja
Mitaakwazhe - Ella está desnuda
Gaganoonidiwag - Ellos conversan
Aakozi - Él está enfermo
Moojigizi - Ella es feliz
Ishpiming - En el cielo
Nishiwe - Ella asesina
Abinoojiinyens - Un bebé
Bagidenjigaazo - Ella entierra
Mashkawaa - Ella posee fortaleza
Ogichidaa - Guerrera
Gagiinawishki - Él miente
Dibishkaa - Ella celebra su cumpleaños
Gikinawaabi - Ella aprende observando
Inendam - Ella toma una decisión
Debwetaw - Ellos están de acuerdo
Wiidookaw - "Ayúdame"
Miigaadan - Lucha
Miikana - Un camino
Gichigami - Un océano
Maadaakizo - Ella empieza a arder
Giinawind - Nosotros
Jiiskinikebizon - Una pulsera
Ozhibii'igaade - Ellos escriben
Waaseyaa ndishnikaaz - Mi nombre es Waaseyaa
Maakinaw - Una cicatriz
Noojimo'iwe - La que cura
Noojiwigiizhwaandiwag - Ellos hablan amorosamente
Inaakonigewin - La ley
Ashwii - Ella está preparada
Waabam, daangin - Ver, tocar
Ma'iingan - Loba
Wiindigoowi - Convertirse en un monstruo
Aanzinaago'idizo - Ella se transforma
Waabishki - Blanca
Onaabam - Escoger
Biigoshkaa - Ella se rompe
Indawaaj - Consecuencias
Zoongigane - Ella tiene huesos fuertes
Wiikwaji'o - Ella intenta liberarse
Gichi-manidoo - Gran Espíritu
Bamewawagezhikaquay - La mujer de las estrellas que corren por el cielo
¡Muchísimas gracias a todxs!

Zegizi - Ella tiene miedo

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By situmedicesven


Me tomó otro par de días comunicarle mi resolución a Jeanne. Uno de los principales motivos residía en que anhelaba esperar a que ella se recuperara lo máximo posible, pero en cierto modo también me aterraba abandonar aquella seguridad para volver a adentrarnos en lo desconocido.

— Louis y Térèse me han hecho saber que uno de los jóvenes del poblado va a partir hacia la ciudad próxima, Cornwall — ella apartó la vista de la ventana para mirarme —. Estuve pensando..., tal vez sería buena idea acompañarle... No podemos permanecer aquí indefinidamente..., debemos de encontrar a Antoine...

Las últimas noticias que habíamos tenido se reducían a lo que Desagondensta nos había narrado: el fuerte Richelieu estaba camino de ser sitiado por los indígenas afines al ejército británico. No sabíamos a ciencia cierta si aquello había llegado a ocurrir, pero estaba segura de que el arquitecto conocía la noticia de nuestro secuestro.

— ¿Qué opinas? — carraspeé —. No pretendo presionarte, acataré lo que tú consideres correcto...

Jeanne se me quedó mirando largamente. Su expresión era adusta y temí lo peor.

— Déjalo, era una tontería — bajé el rostro, insegura.

— No lo es — habló por fin —. Solo estaba pensando. Me aterra viajar por estas tierras, seré sincera, pero no deseo que permanezcamos aquí por más tiempo. Hemos de regresar a casa. Corremos peligro. ¿Cuándo empieza su travesía ese joven del que me has hablado?

— Mañana al amanecer.

Ella suspiró, haciendo acopio de fuerzas, y sonrió.

— Que así sea.


‡‡‡


Carecíamos de equipaje, mas Térèse no paró hasta que convenció a Jeanne para que se vistiera con su segundo vestido. No poseía ningún otro, sin embargo, le aseguró con fiereza que quería que ella se lo quedara y se deshiciera de los antiguos harapos con los que había llegado. Era sin duda una mujer bondadosa y de gran corazón. Se ofreció a arreglarnos el cabello y nos lo trenzó mientras Manon se encargaba de llenar un macuto con provisiones y algunas mantas. La vivienda carecía de espejo, pero igualmente me hubiera desagradado contemplar mi imagen en el reflejo. A pesar de las miradas, de la lección de Jeanne que no tardaría en llegar sobre mi atuendo masculino, la melena seguía siendo la de una mujer. Y yo solo podía pensar en que las mujeres alentaban la desgracia, el dolor y la debilidad carcelaria, no porque creyera que era parte de nuestra naturaleza, sino porque era el único resquicio, el último margen de manuscrito, que el mundo nos había dejado para ser soberanas.

Tras los preparativos, La Bruja y yo salimos al exterior para disponer a Inola. Lo había visitado todos los días, aunque sin cabalgarlo. Nos dio la bienvenida elevando las patas hacia el cielo y relinchando. Él también había necesitado medicinas y cuidados: estaba agotado por dentro.

— Nos vamos a casa, bonito — le besé el hueco entre los ojos —. ¿Estás listo?

— Es un caballo fabuloso. ¿Se lo entregó el dueño de este amuleto?

Sacó la pluma de Nahuel y la garganta se me secó.

— No, fue un regalo de un joven francés — respondí —. Mire, sé que todos desconfían de nosotras, mas tener amigos indígenas no es un delito.

— Sé que no lo es, solo sentía curiosidad — se rió un poco ante mi reacción defensiva —. ¿No quiere que se lo devuelva? — la movió en el aire.

— Quédesela. Quizá le traiga mejor suerte.

— Me recordará a ustedes.

Inesperadamente, me sobrecogió una leve tristeza al hacer patente que íbamos a separarnos. ¿Por qué mi vida estaba repleta de despedidas?

— Gracias por todo. No sé cómo agradecerle...

— Váyanse antes de que empiecen las preguntas. Vuelvan a casa y no salgan — apuntó, seria —. Tenga mucho cuidado, señorita. Usted está destinada a hacer grandes cosas..., pero las heroínas deben enfrentarse a severos obstáculos antes de alzarse victoriosas.

Escuchar por primera vez la palabra "heroína", no "héroe", me hizo sonreír.

— Yo no soy ninguna heroína. Solo intento sobrevivir.

— Era igualita que usted en mi juventud, ¿sabe? Su llegada ha conseguido remover mis tiernos recuerdos... Ya estoy vieja... — se frotó la entrada del pelo —. Sé que sus gestas llegarán a mis oídos tarde o temprano. La llamarán loca, monstruo, bruja..., pero no pierda el tiempo escuchándoles, solo siga el murmullo de su corazón. Estudie, aprenda a luchar, defienda su independencia e integridad. Luche por todas esas mujeres sometidas y empuñe la espada antes de que la atraviesen con ella. Usted será leyenda.


‡‡‡


Cornwall era una ciudad con aquel característico aire provinciano: de pequeño tamaño, profusamente poblada, y opuesta a lo entendible por opulento y fastuoso. Estaba situada junto a un ancho río, lo que la había dotado de un comercio competente y unos campos ricos. Carecía de entrada establecida y accedimos a ella a través de un inestable puente de madera que no tardó en llevarnos a la plaza principal. Ambas montadas a lomos de Inola, Jeanne se puso rígida tras mi espalda y me agarró por las costuras de la camisa con preocupación. No sabíamos qué esperar de aquellas gentes. Yo tomé aire y analicé lo que me rodeaba con prontitud. Me costaba creer que estaríamos a salvo.

— Ya hemos llegado — anunció el muchacho que nos había acompañado durante los dos días de viaje. Era alto y muy respetuoso —. Hay una buena posada a dos calles de aquí. Gozarán de copiosa comida y descanso.

— Gracias — le incliné el rostro.

Sin demasiadas florituras nos despedimos. Temerosa de bajar del caballo, enseguida despertamos curiosas miradas. "Quizá tenga que ver con el hecho de que vas vestida con pantalones, Catherine", pensé. No mantuve contacto visual con nadie, pero advertí que la ciudad tenía una presencia humilde de casacas azules y no había ni rastro de indios. En silencio, avanzamos por las callejuelas hasta arribar a la posada indicada. Era una vivienda de madera, erigida en dos plantas y con techumbres picudas. Múltiples caballos estaban atados junto a la entrada, lo que me indicó que era un lugar popular para los visitantes. Ayudé a Jeanne a bajar del corcel y a continuación agarré a Inola con una cuerda a aquel largo tronco de madera. Acaricié su lomo antes de girar el pomo de la puerta y adentrarnos en aquel lugar. Las dos nos sentíamos sumamente nerviosas, incapaces de caminar sin mirar hacia atrás para asegurarnos de que no había peligro.

— Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarlas?

Una mujer rolliza, pelirroja como yo, se dirigió a nosotras desde la banqueta que ocupaba. "Debe de ser la dueña", deduje al verla sentada en aquella especie de sala de recepción. No tardé en escuchar voces masculinas y un inconfundible olor a cerveza de barril. Carraspeé y me presenté:

— Buenas tardes, mi nombre es Catherine Olivier y esta es mi hermana, Jeanne Clément. Buscábamos un lugar donde pasar la noche y nos recomendaron esta posada — me sonrojé un poco. Ella me escuchaba con suma atención, diligente en su trabajo —. ¿Le quedan habitaciones libres? Con una bastaría.

Se humedeció los labios, avispada como un zorro, y me analizó de arriba abajo. Distinguí una divertida media sonrisa al descubrir mis pantalones y botas. Luego echó un vistazo a Jeanne y pareció satisfecha con sus nuevas clientas.

— Mi nombre es Sully — nos hizo una reverencia —. Sean bienvenidas a mi posada.


‡‡‡


La habitación estaba más limpia de lo esperable. Poseía amplios ventanales, capaces de ventilarla e iluminarla, y el colchón era blando. No era ni por asomo una estancia lujosa, solo estaba ocupada por una cama de matrimonio, un espejo, una cómoda y un tocador con una jofaina, pero era suficiente. Tendríamos privacidad y estaríamos resguardadas.

— ¿Cómo serán las letrinas?

La pregunta de Jeanne me hizo reír aunque estuviéramos cansadas, llenas de polvo y tristes. A decir verdad, nunca habíamos visto una, ¡menos aún empleado! Deduje que mis visitas al excusado serían bastante limitadas.

— No quiero ni...

Alguien tocó a la puerta y paré de hablar en seco. Las dos nos miramos con cierto susto. No aguardábamos a nadie.

— Será Sully... — comenté. Fui hasta la cancela y acerqué el oído a la madera —. ¿Quién es?

— Abajo preguntan por la señora Clément. Ese era el nombre de una de ustedes, ¿no es cierto? — distinguí la voz rasposa de Sully.

Entre la sorpresa y la necesidad de ser educada, abrí la puerta. Ella parecía no notar nada raro en que alguien nos estuviera buscando.

— Sí, soy yo — se levantó de la cama Jeanne —. ¿Quién lo pregunta?

— ¡Y qué sé yo! — se rió —. Solo entrego recados, nada más. ¿Lo despacho o van a bajar?

Ambas intercambiamos miradas.

— ¿No le ha dicho su nombre? — quise saber.

— No — se quejó —. Era alto. Ojos grandes y verdes — el corazón me dio un vuelco. "¡Étienne!", grité para mis adentros —. Me ha resultado extraña la forma en la que ha entrado y al principio no he querido decirle que estaban hospedadas aquí, pero parecía tan desesperado por encontrarse con la tal señora Clément que al final he venido. ¿Es un indeseable? Puedo mandarle a la calle de una patada.

— ¡No, no! — chillé sin pensar —. Es un amigo.

— ¡Es Étienne! — se me unió Jeanne.

Sully nos observó con el ceño fruncido y se encogió de hombros.

— ¿Entonces van a bajar o no?

— Dígale que suba a nuestra habitación — le pidió —. Muchas gracias.

— No hay de qué, no hay de qué — escupió al suelo del pasillo —. Era sin lugar a dudas un joven apuesto. Le haré saber dónde dirigirse para encontrarlas.

Como dos niñas, Jeanne y yo nos fundimos en un abrazo necesitado. ¡Era Étienne! ¿Cómo diantres nos había encontrado tan pronto? Mi interior estaba henchido de una alegría esperanzadora. A su lado, todo mejoraría.

— Gracias a Dios... — murmuró ella.

Estábamos impacientes y lo esperamos con ansia. Los minutos se alargaron pesadamente y por un momento albergué la duda de que todo había sido fruto de mi imaginación y todavía continuábamos vagando por el bosque, a la deriva. Sin embargo, no fue así: unos dedos seguros llamaron a la puerta y, como ésta estaba entreabierta, la empujaron con facilidad. Me llevé las manos a la boca cuando, frente a mí, de carne y hueso, apareció Étienne. Oí cómo Jeanne exclamaba un grito ahogado.

— ¡Gracias a Dios! — repitió, corriendo hacia a él.

Étienne la acogió en su pecho con rapidez, aunque en cierto modo tomado por sorpresa. Mi hermana no tardó en echarse a llorar y nuestros ojos se encontraron. Los suyos, como era costumbre, estaban plagados de ojeras. Nos miramos y supe que había estado buscándonos por todos los rincones posibles sin descanso. Su semblante estaba cubierto por una máscara de preocupación que tardaría tiempo en poder quitarse.

— Estáis a salvo... — le susurró, besándole la cabecita. Vi cómo cerraba los ojos e inspiraba. "Nos había dado por muertas...", entendí —. Estáis a salvo...

— ¡Oh, Étienne! — se lamentó Jeanne.

La consoló con candor hasta que ella se serenó y pidió descansar sobre la cama. Ambos la ayudamos a tumbarse y nuestras manos se rozaron. Sentí una sacudida imperceptible, como la de un trueno, en los poros de la piel, al tocarle. Sus bellas pupilas me requerían con desesperación. Temblando, me lancé a sus brazos y luché por no desmoronarme. Él me tomó de la cintura y me mantuvo recta. Su cuerpo también temblaba.

— Una cara amiga... — sonreí con amargura, llorando —. Jamás había deseado tanto verte...

Étienne situó la cabeza en el hueco de mi clavícula y, sin más, estalló en un llanto intenso. Su angustia me dejó sin palabras.

— ¿Eres real? — me apretó más contra él —. No puedo creer que estés aquí... Yo..., creía que... Había perdido la fe...

Abrazados, ambos llorando, fuimos calmándonos en un silencio plagado de significado.

— ¿Cómo nos has encontrado? — dije cuando recuperé un tanto la calma.

Sus ojos brillaban con intensidad.

— Llevaba varios días en Cornwall. Era mi último intento. Escuché en la herrería que habían divisado a un hermoso caballo negro cabalgado por una joven pelirroja vestida de hombre.

— Esa solo podía ser yo... — bromeé, haciéndoles reír.

— Supe que eras tú — sonrió un poco —. Me informaron de que habíais venido a la posada de Sully y aquí estoy. Llevo semanas viajando sin parar..., cuando me enteré de que..., ¿qué demonios pasó?

— Ocurrió en el camino hacia Montreal... Un grupo de mohawks nos atacó y nos convirtió en sus rehenes. Atravesamos la frontera hasta llegar al campamento de un pequeño escuadrón de soldados ingleses. Allí iban a pedir un rescate a cambio de información. Logramos escapar con ayuda de los indios y vagamos por el bosque hasta llegar a una aldea casi abandonada. La abandonamos hace dos días para alcanzar Cornwall y emprender una búsqueda...

Mi narración lo puso sumamente pálido. No me soltaba las manos.

— ¿Có-cómo ocurrió? Mi hermano me aseguró que viajabais con escolta...

— ¿Cómo se encuentra Thibault? — saltó Jeanne — ¿Y Antoine?

Étienne se la quedó mirando un par de segundos y contestó:

— Están bien. El fuerte resistió y han conseguido recuperar el de Chambly. Antoine me acompañó durante la mayor parte del viaje, pero nos separamos antes de alcanzar Cornwall..., acordamos que él se adentraría un poco más al oeste y yo rastrearía estas tierras. Le enviaré una carta esta misma tarde para hacerle saber vuestro paradero, podrá alcanzarnos en un par de días.

Me senté junto a la almohada y le estreché la mano. Jeanne me sonrió con agradecimiento y se secó las lágrimas de consuelo. Por fin volveríamos a unirnos.

— Tu hermano estaba en lo cierto: viajábamos con escolta, dos soldados que debían acudir a Montreal para llevar un mensaje — empecé a contarle —. Por eso nos habían estado siguiendo...

— Pero...

— Éramos un buen rescate. Descubrieron que estábamos relacionadas con Antoine — nos observamos fijamente —. Además, el mensaje no lo llevaban ellos.

— ¿Quiénes? — frunció el ceño, tenso.

— Los soldados.

— Entonces...

— Me lo escondieron en el vestido sin mi permiso — confesé, teniendo que apartar la vista. Él abrió la boca —. Cuando lo encontraron... — suspiré pesadamente —. No tuvimos escapatoria. Los..., los... — rememorarlo me revolvía el estómago —, los asesinaron delante de nuestras narices... Florentine..., la dejaron atrás a pesar de sus heridas...

— ¡Florentine está viva! — exclamó con urgencia — ¡Está viva!

Tuve que parpadear para asimilar lo que me estaba diciendo.

— ¡¿Está viva?! — gritó mi hermana.

— ¡Vivita y coleando! — nos aseguró —. La noticia de vuestro secuestro no tardó en llegar al fuerte Richelieu y Antoine comandó una partida de búsqueda. La encontraron junto al carruaje. Gravemente herida, pero tras las curas y el reposo eludió el peligro. Está con mi hermano y el resto de soldados. La última vez que la vi ya era capaz de caminar. ¡Está viva!

— Gracias al cielo... — me abrazó Jeanne. Yo carecía de palabras para expresar mi felicidad.

— Rápidamente me avisaron de lo ocurrido y abandoné Montreal. Os perdimos el rastro al alcanzar la frontera... ¡Antoine se desmayará cuando os vea!

Poco a poco, la familia volvería a ser la que era. Lo haría por encima de las guerras y de mi cadáver.


‡‡‡


Jeanne decidió quedarse durmiendo y yo esperé en la soledad de la habitación a que Étienne regresara de entregar la carta para que fuera enviada con prontitud. Acaricié una y otra vez el cabello de mi hermana, preocupada por su estado de ánimo, por su próximo reencuentro con Antoine, por la noticia que debíamos de mostrar al resto de nuestros conocidos. Aún me era complicado creer que Étienne nos había hallado. Las historias sobre sus pesquisas para encontrarnos me recordaron algo que había olvidado en la crudeza del hambre y la maldad humana: Jeanne y yo éramos importantes para alguien. No nos habían abandonado a nuestra suerte. Verle tan preocupado me había conmovido hasta la médula. Había una enorme cantidad de dolorosas vivencias que asimilar, pero él nos ayudaría a superarlas. "¡Regresaremos a casa!", repetía continuamente con júbilo.

Al anochecer, tocó a la puerta y le abrí en silencio, indicándole que Jeanne estaba descansado y no debía ser molestada. Él me informó que había decidido hospedarse en la posada, sin embargo, dadas las reglas sociales que tanto conocíamos, decidimos bajar a la taberna para continuar conversando. Mientras descendíamos por las escaleras y nos cruzábamos con otros huéspedes, noté cómo escudriñaba mi ropa con una sombra de curiosidad y reserva. El bullicio me mareó un tanto, a la par con el olor a sudor y alcohol. Étienne me tomó del brazo y me guio hasta una mesa vacía, situada al fondo de la estancia. Yo bajé el rostro cuando una camarera, vestida casi en ropa interior, quiso saber qué deseábamos tomar.

— Una cerveza, si es tan amable — pidió. Parecía no inmutarse con los senos, casi fuera de la camisa transparente, de aquella mujer. Posó sus ojos en los míos y suavizó la curvatura de las cejas —. Catherine, ¿qué te gustaría beber?

— ¿Agua? — apunté con un hilo de voz débil.

La susodicha se echó a reír sonoramente y dijo:

— Aquí no tenemos de eso, niña.

— Póngale una copita de jerez — intervino Étienne antes de que mi indignación se cristalizara en una réplica cortante.

— Marchando — le guiñó un ojo de forma seductora, como si yo fuera una hormiga invisible. Él se aguantó la risa y le inclinó un poco el rostro.

— ¿Por qué me miras así? — se rió al toparse con mi expresión juiciosa —. Es una camarera muy sociable... — bromeó —. El jerez te sentará bien.

— ¿Por qué gritan tanto? — me quejé.

No había ni una sola mujer; todos eran hombres, tanto de edad avanzada como jóvenes, y chocaban sus jarras de cerveza como animales. Algunos jugaban a las cartas, otros charlaban, pero la gran mayoría estaban recostados sobre sus sillas, adormilados por la borrachera.

— Vienes vestida para la ocasión — subió los ojos por mi camisa.

Instintivamente me puse tensa.

— ¿Vamos a hablar sobre mis ropajes? Es la undécima vez que lo hago.

— Te sienta bien — apuntó con una sonrisa sincera —. Pero así no conseguirás pasar menos desapercibida..., todo lo contrario.

— La razón estriba en la comodidad. No puedo montar con tantos fruncidos y faldas — aseveré de mala gana —. Asimismo, despierto miradas, sí, mas son de mejor gusto que las que recibo con mi atuendo habitual.

— ¿A qué tipo de miradas te refieres?

Me libré de tener que explicarme, ya que la camarera apareció de la nada con una gran jarra de madera, rebosante de espuma, y una copa de cristal llena de un líquido amoratado. Casi me la lanzó a la cara: era obvio que una joven como yo estorbaba en su intento de conquista. No obstante, a Étienne le tendió su brebaje con una delicadeza envidiable. La coqueta sonrisa permitía ver unos dientes blancos acompañados de labios carnosos. Advertí cómo se miraban, aunque no supe discernir si él estaba interesado o no.

— Gracias — le sonrió con caballerosidad.

— A usted — volvió a guiñarle el ojo —. Si necesita algo más, ya sabe dónde encontrarme.

Con marcados contoneos, nos dejó a solas. Yo bufé y Étienne se rió.

— Tú sigues siendo mi favorita — comentó con sorna.

Dio un salto en la silla cuando le propiné una patada por debajo de la mesa. A pesar de aquello, no pude evitar sonreír un poco. Había echado de menos a mis seres queridos más de lo que pensaba. Él pareció captar mi melancolía y no tardó en preguntarme sobre lo que realmente nos había sucedido.

— Tu hermana..., la he visto demasiado frágil y...

Me esperaba aquel comentario, no en vano lo había encontrado mirándole el vientre a Jeanne. Estaba abultado, pero no lo suficiente teniendo en cuenta los tiempos habituales de gestación. La cuestión era la forma en la que yo iba a abordarlo.

— Estuvo muy enferma. Hubo momentos en los que pensé que se moriría antes de llegar a un pueblo. Sin la ayuda de unos aldeanos, no hubiéramos sobrevivido — Étienne pegó un trago corto al tanto que me escuchaba —. Ella...

— Catherine, ¿qué ocurre? — se asustó.

— Ella perdió al bebé.

Étienne se quedó parado, con la mano muerta sobre el asa de la jarra, y un silencio sepulcral nos invadió.

— ¿Qu-qué?

— Jeanne ha perdido al bebé.

Decirlo en voz alta era todavía irreal.

— Llevábamos días vagando por el bosque, sin rumbo, solas. No teníamos casi comida y ella tenía muchísima fiebre. De repente comenzó a sangrar... — tuve que tragar saliva —, y... Cabalgué lo más rápido que pude, pero cuando llegamos me desmayé. Al despertar, me informaron de que lo había perdido. Casi se muere.

— ¿Cuándo pasó? — exigió saber, lívido.

— Hace poco — contuve las lágrimas. No era el momento ni el lugar para ponerse a lloriquear —. Era una niña.

— Dios santo... — ocultó el rostro entre las manos.

— Le dimos una sepultura decente — añadí, como si eso fuera consuelo.

— Dios santo, Catherine... — repitió. Sus dedos buscaron los míos. Tuve que apartar la vista para no llorar.

— ¿Por qué siempre que nos encontramos el mundo es un lugar distinto y tenebroso?

— No lo sé, Cat. No lo sé — me besó la palma con afecto —. No puedo ni imaginar cómo habréis sufrido. Pobre señora Clément, ¿crees que es buena idea que le dé el pésame? Estoy conmocionado... — hundió la vista en las nervaduras de la mesa de madera —. ¡Maldita sea! — la golpeó con rabia.

— Agradecerá que le des tu apoyo — opiné. La enfermiza tristeza había resucitado con un ímpetu descomunal. Cuando quise darme cuenta, ya estaba sollozando tímidamente.

— Cat, no — me apretó las manos —. No llores.

Se levantó y situó su silla al lado de la mía, lo suficientemente cerca para abrazarme.

— Te prometí que cuidaría de ti. Ahora estáis a salvo. Nada malo os ocurrirá. Lo siento muchísimo, no sabes cuánto.

Me acurruqué en sus brazos y la nariz se me humedeció hasta bloquear la salida y entrada del aire. Sentí sus labios posarse sobre mi frente. Si cerraba los ojos podía engañarme e imaginar a Namid sosteniéndome con aquella inocencia que yo iba perdiendo poco a poco. Por fin confesé:

— Tengo miedo.

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