─Antes de comenzar me gustaría saber qué tal la estas pasando aquí dentro. ─dijo mi madre mientras se acomodaba sutilmente el peinado.
─Bueno, no es lo que esperaba pero realmente no tengo de qué quejarme. ─contesté.
─¿La comida es buena? ─siguió.
─Es un poco picosa, sin embargo nada se compara con un exquisito filete mignon. ─respondí imaginando aquel jugoso trozo de carne dentro de mi boca.
─¿Ya tienes amigas nuevas? ─preguntó.
Reí.
─Mamá, esta no es una hermandad universitaria, no he venido aquí para conocer gente. ─fruncí el ceño.
─Lo lamento, es que el chupetón en tu cuello me dice todo lo contrario. ─expresó mientras señalaba la marca cerca de mi clavícula.
Sentí mis mejillas arder por un instante luego de recordar que hace unos minutos tenía a Victoria succionando muy placenteramente esa área de mi piel.
─Por favor, déjate de rodeos y ve al grano. ─cambié ágilmente el tema de conversación─. ¿A qué has venido? ─continué.
Pude verla suspirar profundo.
─La mañana siguiente al juicio encontré un paquete en la puerta de mi penthouse. ─se detuvo─. No dice quién lo envía, sólo sé que es para ti. ─agregó.
─¿Para mí? ─repetí confundida─. Tengo más de cinco años sin ir a Francia, ¿Cómo pudieron enviarme un paquete hasta tu casa? ─seguí.
─No creo que haya sido un accidente. ─contestó.
─¿Cómo puedes estar tan segura? ─demandé saber.
─Porque en el apartado de destinatario está escrito tu nombre completo. ─replicó.
Vaya, eso tiene mucha lógica.
─Bien, ¿Y dónde está el dichoso paquete? ─pregunté con rapidez.
─He pedido que lo envíen a tu celda, debería estar en tus manos para mañana en la tarde. ─sonrió.
─No podré recibirlo, estaré aquí por una semana en una celda de aislamiento. ─mencioné.
Pude verla poner los ojos en blanco.
─He hablado con mis influencias, mañana temprano van a llevarte de vuelta a la prisión de mínima seguridad. ─contestó mientras me miraba fijamente.
─¿Es en serio? ─pregunté incrédula.
Ella asintió.
─Pagué mucho dinero para que te mantengan segura, eso significa que hagas lo que hagas no podrán traerte de nuevo a aislamiento. ─continuó.
Abrí los ojos como platos.
─También te conseguí una celda privada, no quiero que te mezcles con gente peligrosa. ─añadió.
─Eso no era necesario, mis compañeras de habitación son buenas chicas. ─confesé.
─¿Hablas de la chica hispana y la que viene del ghetto? ─mencionó.
Yo asentí.
─¿Qué te hace creer que una ladrona de joyas y una chica sentenciada por robo con violencia son buenas personas? ─frunció el ceño.
─¿Cómo conseguiste toda esa información? ─la miré con recelo.
─De la misma manera en que he conseguido que te den inmunidad dentro de la cárcel. ─se detuvo─. Tengo influencias, querida. ─añadió.
Me quedé en silencio por unos minutos hasta que mi madre procedió a romper las masas de aire.
─Hablé con Cara. ─se apresuró a decir.
─¿Por qué sigues hablando con mi ex? ─dije molesta.
─Es una buena mujer, creo que deberías regresar con ella. ─mencionó.
─¿Estás loca? Mamá, ella me engañó con su mejor amiga. ─contesté.
─Ya lo sé, no es necesario que lo repitas, sólo pienso que será más fácil para ti vivir todo esto si estás acompañada de tú novia. ─insistió.
─Te he dicho mil veces que no es mi novia. ─me detuve─. Tienes que entender que no puedo pasar por alto todo lo que me hizo. ─intenté hacerla entrar en razón.
─Creo que deberías superar el pasado. ─declaró.
Razonar con Adalia Carrington es una de las tareas más difíciles que existen en el mundo.
─¿Cuál es tú punto con todo esto? ─fruncí el entrecejo.
─Ella quiere hablar contigo, le dije que estarías encantada de verla mañana al mediodía. ─dijo con una sonrisa culposa.
─¿Qué? ─levanté la voz─. ¿Por qué hiciste eso? ─me coloqué las manos en las sienes.
─Por favor, hija, sólo quiero verte feliz. ─hizo un puchero.
─¡Mamá, basta! ─exclamé─. Llamarás a esa mujer y le dirás que no pierda su tiempo en venir, no quiero verla nunca más. ─dije casi que dándole una orden.
─Ella canceló todos sus planes de mañana sólo para verte, ¿Acaso no te parece tierna? ─hizo un puchero.
Coloqué los ojos en blanco.
─Odio cuando intentas hacer conmigo tú merced, ya no soy una niña. ─le recalqué.
─Olivia, siempre serás mi pequeña niñita. ─colocó ojos de perrito.
Su poder de manipulación jamás será superior al mío.
─Bien, como sea. ─dije mientras me incorporaba de la silla y me colocaba de pies─. ¿Tienes algo más que decirme? Tengo un asunto pendiente con mi compañera celda. ─mencioné.
─Sí, sólo algo más. ─añadió mientras se incorporaba también.
─¿Ahora qué? ¿Acaso quieres que también nos mudemos juntas? ─contesté con ironía.
─Faltan dos semanas para tu cumpleaños. ─dijo mientras caminaba hacia la puerta.
─Wow, estoy asombrada, no puedo creer que lo hayas recordado. ─crucé los brazos.
─Y por eso decidí hacerte un lindo regalo. ─sonrió.
─Dejame adivinar, ¿Acaso me compraste un porsche negro con asientos hechos de piel de chinchilla? ─reí.
─Bueno, escuché a Cara mencionar que te había comprado un apartamento en las Maldivas para que pudiesen pasar juntas año nuevo. ─se detuvo─. Así que pensé en algo más original. ─siguió.
¿Las Maldivas?
─¿De qué carajos estás hablando? ─fruncí el entrecejo─. Aún estaré encerrada para año nuevo, ¿Estás conciente de eso, no? ─mencioné.
Pude verla suspirar y mirarme fijamente.
─Creo que las cosas cambiarán cuando leas la carta que está en el paquete del cual te hablé. ─contestó.
Mi madre comenzó a hurgar en su cartera y luego tomó su móvil.
─¿A qué te refieres? ─la miré confundida.
La mujer tenía la vista clavada en la pantalla del celular.
─¿Puedes prestarme atención por un maldito segundo? ─gruñí.
Ella se quedó en silencio y luego colocó su vista sobre mi.
─Liv, creo que acabo de arreglarte la vida. ─me brindó una sonrisa de oreja a oreja.
La miré con recelo mientras que no me atrevía a mencionar una palabra.
─Acabo de depositar tres millones de dólares en tu cuenta de la despensa. ─resopló.
Abrí los ojos como platos.
─Feliz cumpleaños hija, sé que aún falta tiempo pero sólo espero mi humilde ofrenda sea suficiente para que puedas sobrevivir unos cuantos días aquí adentro. ─me tiró un beso en el aire.
La mujer se giró sobre sus costosos tacones y comenzó a caminar rumbo a la puerta.
─Espera, aún necesitamos hablar. ─mencioné.
─Lo lamento, tengo que regresar a París, tengo un evento de caridad esta semana y necesito terminar de organizar los preparativos. ─se excusó.
─¿Piensas irte tan rápido? ─bufé.
─Te amo, espero que todo salga bien con Cara. ─evadió mi pregunta.
─Esta conversación no ha terminado. ─le advertí.
─Te llamaré en cuanto pueda, por favor cuídate mucho. ─dijo mientras atravesaba el umbral
La miré con seriedad mientras veía a mi madre alejarse de mi.
Siempre se salía con la suya, creo que es algo que ambas tenemos en común.
Ni siquiera se dignó a darme un beso de despedida.
─¡Au revoir! ─fué lo último que la escuché pronunciar antes de que desapareciera completamente de mi rango visual.
Me quedé mirando al vacío mientras repetía una y otra vez nuestra breve conversación dentro de mi cabeza.
─Muy bien, es hora de llevarte a tu celda, reclusa. ─dijo un oficial que apareció de la nada.
El sujeto se acercó a mí y me tomó del brazo.
Ahora no podía sacarme las palabras de Adalia de mi cabeza, tampoco el hecho de que mañana tendría que encontrarme frente a frente con Cara Delevingne una vez más.