70| Merlot.

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La castaña se separó de mi cuerpo y me observó fijamente a los ojos.

─Fui una estúpida, lo lamento tanto. ─mencionó.

─¿Estás bien? ─demandé saber.

Ella asintió.

─Lamento haber dicho que no te importaba una mierda, si realmente fuera así lógicamente me hubieses dejado morir justo ahora. ─siguió.

Tragué saliva con fuerza y comencé a ponerme de pies lentamente.

─¿A dónde vas? ─demandó saber confundida.

─Voy a tomar una ducha. ─respondí.

Me giré lentamente sobre mis talones y comencé a caminar en dirección a la salida del baño.

Una vez frente a la puerta me detuve y la observé nuevamente.

─Realmente sí tienes razón. ─me detuve─. Nada me importa una mierda. ─hice una pausa para tomar aire─. Sólo te salvé la vida porque es muy difícil esconder un cadáver en la nieve. ─añadí─. A los animales les gusta escarbar. ─adjunté con frialdad.

Esas fueron mis últimas palabras antes de atravesar el umbral y seguir con mi camino.

La reacción de Amaia fue un poema.

Subí las escaleras y me dirigí nuevamente a la habitación, entré al baño y una vez completamente desnuda me zambullí en la bañera, no sin antes recogerme el cabello para evitar segundos accidentes.

Suspiré con fuerza y acomodé mi brazo enyesado de forma que pudiese mantenerlo lejos de la humedad.

Mi cuerpo temblaba de los nervios, mi corazón estaba a punto de explotar y un extraño nudo se formó en mi garganta.

Ganas de llorar me invadieron de repente pero debía ser fuerte y aguantar.

Cerré los ojos por unos instantes y perdí la noción del tiempo, el silencio en el lugar me hizo relajar por completo pero escuché unos pasos acercarse en mi dirección que me hicieron regresar a la realidad.

Cuando abrí los ojos todo estaba oscuro, la noche había caído con rapidez. 

De repente la puerta del baño se abrió lentamente y una sombra atravesó el umbral.

─¿Olivia, estás bien? ─escuché la voz de Amaia en medio de la oscuridad.

En cuestión de segundos el baño se iluminó.

La castaña encendió la luz y yo me quedé estupefacta.

Abrí los ojos como platos en cuanto mi atención logró clavarse en su cabeza.

Se había cortado la melena y ahora llevaba el cabello corto hasta un poco más arriba del cuello.

Amaia llevaba dos copas de vino, una en cada mano.

Estaba vestida con unos jeans, una camiseta y botas de cuero, todo de color negro.

Me quedé en silencio mientras la observaba de pies a cabeza.

─¿Hace cuánto estás dentro de la bañera? ─demandó saber.

Saqué mi mano que estaba bajo el agua y observé la yema de mis dedos.

Estaban arrugados como uvas pasas.

─No lo sé, creo que me quedé dormida. ─contesté.

Pude verla acercase a mi y sentarse sobre la tapa del retrete, mismo que estaba ubicado a un lado de la tina.

─Ya es un poco tarde, tu padre pasará en una hora a buscarnos para cenar. ─mencionó─. Decidí traerte esto como una ofrenda de paz. ─dijo mientras me extendía una de las copas de vino.

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