63| Bad Blood.

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El  sol calentaba la habitación y el calor me hizo despertar.

Abrí los ojos lentamente y el cuerpo desnudo de Amaia reposaba junto al mío.

Ambas estábamos cubiertas simplemente por la tela de la sábana, luego de una feria de polvos toda la noche había terminado tan cansada que ni siquiera me percaté de que ya habían abierto las puertas y algunas reclusas caminaban por los pasillos de la galería.

Me tallé los ojos hasta que recordé que tenía el tiempo contado. 

─¡Carajo! ─exclamé intentando incorporarme.

La castaña abrió los ojos de golpe y por instinto terminó por girarse y caer desnuda de pecho al suelo.

─Mierda. ─musité─. ¿Estás bien? ─la cuestioné.

Me incliné hacia ella para luego verla asentir con la cabeza.

─Carajo, se nos hizo tarde. ─mencioné.

Me deslicé por la cama hasta lograr ponerme de pies, luego comencé a mover todo intentando encontrar mi ropa.

─¿Ya sabes cuál será el plan? ─me cuestionó Amaia mientras se colocaba de pies y procedía a buscar su uniforme.

─Ya se me ocurrirá algo. ─respondí─. Pero debe ser rápido y efectivo. ─añadí.

Me coloqué el pantalón y la camisa para finalmente ponerme los zapatos.

─¿Aún estás segura de que quieres hacer esto? ─me preguntó.

Asentí.

─Sólo habrá una oportunidad, no podemos dejarla escapar tan fácilmente. ─adjunté.

La castaña me observó por un instante.

─De acuerdo. ─se detuvo─. Que sea lo que la Virgen de Divina Providencia quiera. ─mencionó para luego terminar de colocarse la zapatilla izquierda. 

Ambas estábamos completamente vestidas, listas para escapar de este lugar.

─¿Qué hora crees que sea? ─la cuestioné.

─No tengo ni la menor idea. ─respondió.

De repente se me ocurrió una idea.

Me acerqué rápidamente a la ventana para intentar calcular la hora con la posición del sol, sin embargo fue imposible ya que el cielo estaba completamente nublado y hacía un frío terrible, al parecer estaba a punto de caer otra tormenta.

─Debemos darnos prisa. ─le dije.

─¿A dónde vamos? ─demandó saber.

Me quedé en silencio analizando de que realmente no tenía ni la menor idea de lo que estaba a punto de hacer.

─¿Cuál es el lugar más seguro para apuñalar a una reclusa? ─pregunté.

La castaña pensó un instante y luego procedió a responder.

─¿El patio? ─resopló.

Negué con la cabeza.

─Hay mucha gente allí afuera, demasiados posibles testigos en nuestra contra. ─contesté.

─¿Y en la galería? ─siguió.

Negué nuevamente.

─Hay cámaras por todas partes, necesitamos un lugar privado para crear un drama y que sólo nosotras sepamos lo que pasó. ─le expliqué.

─No se me ocurre ningún lugar. ─respondió.

─Las celdas. ─resoplé observándola fijamente.

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