Ruby Tiger [✓].

By ComandantePrim

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GANADORA DE LOS WATTYS 2020 EN LA CATEGORÍA CIENCIA FICCIÓN. Serie héroes #01. Misterioso, malhumorado, perez... More

♣Prólogo♣
A d v e r t e n c i a
B o o k t r a i l e r
001| Viuda Negra.
002| Cigarro.
003| Intruso.
004| Reencuentro.
005| Niña.
006| Honor.
007| Límites.
008| Cambios.
009| Cenizas.
010| Orilla.
011| Naturaleza.
012| Vulnerable.
013| Ileso.
014| Celos.
015| Noble.
016| Identidad.
017| Idiota.
018| Sospechas.
019| Contraseña.
020| Pantera.
021| Penumbra.
022| Náuseas.
023| Increíble.
025| Ondas.
026| Tormenta.
027| Visita.
028| Confianza.
029| Bala.
030| Territorio.
031| Amanecer.
032| Malinterpretar.
033| Bestia.
034| Troy.
035| Fascinación.
36| Inminente.
037| Recuerdo.
N O T A
038| Marioneta.
039| Interés.
040| Creer.
041| Eliminación.
042| Oxígeno.
043| Desintegración.
044| Inesperado.
045| Advertencias.
046|Encuentro.
047| Provocaciones.
048|Adiós.
049| Brizna.
050| Colapsar.
051| Confesiones.
052| Final.
LEER, POR FAVOR.
Epílogo.

024| Expediente.

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By ComandantePrim

La vida es locomoción, si no te estás moviendo, no estás viviendo. —Flash 

Era curiosa las diferentes formas que tenía una vida de despedazarse, perder el sentido y convertirse en un enorme agujero negro capaz de succionar cualquier rastro de luz. No había un sentimiento tan fulminante, desesperante y desgarrador como ser utilizada, mancilla con el fin de destruir aquello que quieres.

Todo había sido un complejo juego en el que había sido vilmente empleada como un diminuto peón a merced de la mente encargada de orquestar la partida.

Me vi obligada a separar con torpeza los párpados, permitiendo que la débil luz arañase mis pupilas. Las pisadas del otro individuo en la sala resonaron, haciéndose echo a través de mi alma, despertando aquel miedo voraz e irracional que me consumía cada vez que sucumbía frente a aquella mirada maliciosa capaz de congelar el torrente sanguíneo.

Ahogué un quejido cuando, de un brusco tirón de pelo, me encontré frente a su bravucona sonrisa. De haber podido emplear mi inservible cuerpo me habría encargado de arrancársela con las uñas. Con la casi inexistente fuerza que aún palpitaba en mi ser volvía debatirme contra las ataduras.

—Sh —ronroneó— solo consigues infligirte un daño innecesario.

Una risa seca brotó de su garganta, mientras se inclinaba, reduciendo el volumen de aire que me separaba de su amenazadora persona. Me estremecí por su mera cercanía, resistiendo el impulso de apartar el rostro, consciente de que sería un gesto inútil y cobarde.

Opté por mantenerla la disputa visual. Incluso bajo la apariencia de un humano ordinario había algo inusual en su mirada, mucho más allá de sus iris de colores dispares. Una heterocromía le hacía más similar todavía a su otra rama genética.

—Te advertí —murmuró paseando los dedos por la cicatriz que destacaba en mi mejilla— No tenías que perder la vida. Pero ignoraste mi consejo y ahora, cuando contemples lo inservible que ha sido tu sacrificio, estaré encantado de aplastar tu insulsa existencia entre mis manos. Debo admitir —presioné los dientes cuando sus uñas arañaron mi expuesto cuello— que ansío ver como el rojo carmesí de tu sangre se desparrama por el suelo.... me empape las garras y lo saboree en la plenitud de mis papilas. Un par de horas nada más, Diana, y me permitirá hacerlo. Y tu admirado Ruby Tiger será lo último que contemple antes de encontrarse con su propio destino.

Con una caricia burlona limpió las lágrimas de impotencia que abandonaron mi enturbiada visión. Por mucho que me esforzaba en rememorar todos los hechos que me habían conducido hasta aquella situación era incapaz de comprender... ¿cómo?¿Cómo había acabado ahí?

Dos semanas antes.

Tras la desastrosa conversación con mis padres opté por transmutar en una enorme oruga humana en estado de reposo. Solo que tras mi letargo no habría una despampanante mariposa a la que admirar...

Los síntomas de la conmoción fueron remitiendo con lentitud, desapareciendo en cuestión de cuarenta y ocho horas, suprimiendo de manera eficaz cualquier rastro de vómitos y náuseas que me pudieran dar pie a pensar en descabelladas teorías.

A pesar de los insistentes intentos de mi progenitor de que abandonara mi refugio, la comodidad de las sábanas y las pocas ganas de hacer frente al mundo exterior vaporizaron cualquier pensamiento relacionado con movilizar el trasero lejos de mi propia Fortaleza de la Soledad.

Un perturbador zumbido hizo vibrar toda la cama, endiablando al dispositivo móvil que se sacudió enrabietado ante la llamada entrante que le alteraba. Un suspiro apesadumbrado brotó de mis labios mientras me enredaba en mi edredón, ignorando a conciencia cualquier contacto con el mundo exterior.

Había faltado a clase y tras los incidentes del sábado las especulaciones no dejaban de circular por las redes. Cualquier alumno del instituto tenía un prometedor futuro como guionista de cualquier serie de superhéroes.

Necesitaba una prórroga, un tiempo muerto para dar rienda suelta a las hipótesis que se creaban por generación espontánea en mi terreno mental.

Precisaba respuestas y tan siquiera conocía las preguntas.

Mi vida había descarrilado en una peculiar historieta de ciencia ficción donde la genética entre especies, que convirtió al Doctor Connors en un letal hombre lagarto, era una realidad.

Los mutantes con una dotación genética interespecífica existían y dejaban en ridículo cualquier proeza humana, que parecía tan insignificante como un petulante insecto.

Ajeno a cualquier aspecto nuevo de mi vida había un molesto detalle que daba fuerza a la idea de quedarse en reposo durante, al menos, unas horas.

La irritabilidad, los calambres que maltrataban mi abdomen y el dolor en mis propios senos no se debía a la existencia de ningún bicharracho sujeto a mi matriz... más bien, todo mi organismo reaccionaba con decepción ante aquello, regurgitando rastros de mi útero desprendido y sangre por mi desprevenida vagina.

Yep, estaba menstruando como una auténtica campeona virginal.

De nuevo el teléfono continuó con su insufrible tono. Farfullé un insulto generalizado estirando los dedos lejos de la comodidad de mi capullo de plumas para toparme con el móvil. Miré la pantalla, frunciendo el ceño.

—¿Aló? —Mascullé con voz pastosa fruto de la oxidación de mis cuerdas vocales.

Una prolongada exhalación colapsó la línea durante un eterno medio minuto.

—Diana... —me maldije por haber contestado ante la rotura con la mi nombre fue pronunciado— sé lo que me dijiste. Pero hay algo que no comprendo.

Pateé las sábanas, sentándome sobre el colchón.

—Dispara.

—¿Qué he hecho mal? —Interrogó, con matices de desesperación y rabia contenida— Vale, no di la cara por ti a tiempo. Pero he tratado de disculparme en incontables situaciones y parecía que todo marchaba bien... y ahora, ¿me pides tiempo?

Me pasé los dedos por el matojo caótico que eran mis cabellos en aquellos precisos instantes.

—Era una forma sutil de decirte que se había acabado —admití— Verás, Justin. Lo tuve claro en el momento que te declaraste, opino que una declaración en esos términos no debería malgastar como tú lo hiciste. El amor es caprichoso y dudo mucho que alguna vez hayas estado enamorado de mí. Si amas a alguien... no dejas que el mundo lo despelleje por egoísmo, porque pierdes relevancia en comparación con el ser al que adoras. Sé que te gusto... pero es una atracción meramente física, evolutiva. Te agradezco lo que has hecho por mí, has llegado a ser un estupendo compañero... me has hecho sentir cosas que nadie había conseguido pero debemos cortar por lo sano. Y si tú no tienes el valor de hacerlo, lo haré yo por los dos. Justin Smith, nunca más.

E iba a colgar tremendamente orgullosa de mi discurso cuando me retuvo.

—Está bien —rindió— a pesar de todo... siempre serás una parte importante de mi vida, Diana Baker. Puedes quedarte mi sudadera del equipo —comentó— de hecho, me encantaría que lo hicieras. Como recuerdo de todo lo que hemos vivido a lo largo de los meses.

Desplacé trabajosamente la vista a la silla donde yacía la ancha sudadera que portaban con orgullo los deportistas del instituto. Cada centímetro de tela estaba impregnado de una serie de recuerdos.

—Yo...

—No —aunque era imposible pude percibir como sonreía. En mi mente se compuso una imagen de su dentadura resplandeciente— Es un regalo. Siempre me ha gustado la forma en la que resalta el azulado color de tus ojos. Además, si quiero quedarme con tus sexy braguitas de Spiderman debo darte algo a cambio.

Reí, negando con la cabeza ante las estupideces que brotaban con naturalidad de los labios del chico. En unos cortos cinco minutos la conversación se zanjó, con mi promesa de asistir sin falta a la final del campeonato.

De todas formas debía volver a asistir regularmente a clase. Así, quizás, pudiera indagar según mis propios medios acerca de la información robada.

¿Qué haría el otro mutante de San Francisco hurgando entre los archivos de mi aburrido instituto?

Pensaba que en los archivos solo había polvo, ácaros y papel.

Prefería dejar esas dudas para otro día y recuperar las horas perdidas de sueño que mi extraña semana me había arrebatado.

Volví a desplomarme sobre el colchón, emitiendo una serie de gruñidos de satisfacción, dejando que la calidez y familiaridad de las sábanas resetearan mis pensamientos.

★★★

Nada había cambiado desde la última vez que pisé el recinto. Sin embargo, después de las intensas horas que había vivido sentía que, al menos de mi parte, nada sería igual. La determinación que había adoptada y la inesperada noticia de mis padres me habían obligado a reestructurar el esquema mental que mantenía.

Suspiré, extinguiendo con la suela de mi zapatilla el último rastro de vida de la colilla, dejando que las delgadas nubes tóxicas escaparan entre mis labios.

A la ya de por sí difícil tarea de sobrevivir a las clases, había añadido la pequeña misión suicida de tratar de colarme en los archivos y hacer mis propias investigaciones.

Enredé los dedos en las correas de la mochila que se ajustaba sobre mis hombros y caminé, resuelta. Después de la victoria no era blanco de miradas mal disimuladas, las palabras de Justin aún seguían revoleando en los cerebros de los estudiantes.

Por primera vez en mucho tiempo me sentía completamente cómoda en mi propio pellejo.

—¡Diana Baker!

Frené en seco ante la exclamación de mi nombre. Lydia me sonreía con un particular gesto, apoyada sobre la fila de taquillas. El vestido verdoso que se afianzaba a sus curvas no mostraba una mera arruga.

—¡Desapareciste! —Me recriminó— Después del partido, vi como Justin te arrastraba a los vestuarios. Luego se apagó la luz y ninguno supimos nada de vosotros dos —arqueó las cejas— ¿preferiste una noche de sexo salvaje a una fiesta conmigo? Espera, no respondas a eso. Comprendo. El caso... no puedes ni imaginarte la que se montó en esa dichosa fiesta. Aún estaba cabreada por la infantil actitud de Ethan al respecto y... digamos que hice una locura.

Separé los labios, sin producir sonido.

—¿Una locura? —Fruncí el ceño.

La tez pálida de la morena se encendió. Asintió desviando la mirada, centrándose en mis deportivas.

—Me... me... —tartamudeó perdiendo fuerza en la voz— acosté con Thomas Will.

El puesto de suicida del año dejaría de ser propiedad de Diana Baker para pasar a manos de su estúpida amiga despechada... Lydia.

—¿Estás loca? —Interpelé— Es un saco de testosterona, músculos y palabras poco acertadas.

Lydia resopló.

—Créeme, lo sé —se encogió de hombros— Estaba borracha, la gente comete locuras en estado de embriaguez. De todas maneras no te lo cuento por el mero hecho de que que haya sucedido. Si no más por lo que averigüé gracias a eso. Puede sonar a locura... pero desde el comienzo del partido pude apreciar un comportamiento extraño en los jugadores.

Asentí, yo también había sido testigo de su prodigiosa agilidad con pasmo.

—Puede ser debido a una nueva droga. El control de sustancias dopantes y sus clausuras llenas de lagunas es una oportunidad demasiado tentadora como para no incrementar la resistencia de los chicos con sustancias milagrosas.

—Bueno, pues esta nueva droga tiene un curioso efecto secundario —musitó— les hace crecer el vello y hace que se comporten de forma extraña. Es temporal, desde luego, pero vi con mis propios ojos y... tuve la casualidad de experimentarlo en mi piel —se levantó el brazo, mostrando un arañazo— parecían... gatos.

Gatos. Gatos. Gatos. Gatos. Gatos.

La palabra se repetía entre mis pensamientos, golpeándome las ideas. Tras la conversación con Lydia no había podido obviar aquella extraña coincidencia, meditando acerca de sus posibilidades de relación.

Tecleé velozmente en el teléfono, mandando un escueto pero claro mensaje, al tiempo que echaba un vistazo a mi alrededor. Tras la falta del señor Morris había optado por seguir con la premisa de buscar respuestas por mi cuenta.

Con la espalda reposando en la pared enfrentada a la puerta que absorbía mi atención trataba de buscar el instante perfecto para colarme sin ser descubierta. Era una tarea en extremo complicada, si teníamos en cuenta el constante trasiego de estudiantes y profesores.

Armándome de todo el valor que pude reunir, y dándome ánimos mentales, avancé con celeridad, prendiendo los dedos en el pomo. Tres segundos y medio después respiraba agitadamente al otro lado de la entrada.

—Por las mallas de Superman —solté entre dientes divagando entre los enormes archivadores de la sala, que cubrían dos de las cuatro paredes.

Eran tantas carpetas que ni el propio Barry Allen podría haberlas revisado todas en menos de una hora. Décadas y décadas de estudiantes y ni una mísera pista acerca de qué podía faltar.

Los minutos pasaron con lentitud, mientras me dedicaba concienzudamente a investigar sin ser descubierta. Pasando hojas y hojas, leyendo tantos nombres que era imposible acordarse de todos. Apenas había llegado a la B de los archivos y tenía las manos entumecidas mientras el cansancio me empañaba la visión.

Baker.

Era curiosa la multitud de expedientes que había con mi apellido. Removí las carpetas, comprobando que mi querido padre también estudió en el mismo centro. Al menos catorce personas más compartieron mi denominación.

Me mordisqueé el labio, inferior, consciente de que tan siquiera tendría que mirar mi expediente, sabiendo que todo aquello debía permanecer en absoluto secreto.

Ante mi sorpresa no encontré registro, ninguna carpeta estaba sellada bajo las letras: Baker, Diana.

Dark Claw se había llevado mi expediente.

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