(YA A LA VENTA) Waaseyaa (I):...

Von situmedicesven

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DISPONIBLE EN AMAZON PARA SU COMPRA. Versión ebook: https://www.amazon.es/Waaseyaa-Besada-fuego-Julia-Dean-eb... Mehr

Bagamishkaa - Ella llega en un barco
Banajaanh - Un pequeño pájaro
Naniizaan - Peligro
Nibi - Agua
Gitigaan - Jardín
Mayagwe - Ella habla una lengua extraña
Nitii - Té
Zhaabwii - Ella sobrevive
Nandawaaboozwe - Él caza liebres
Bedowe - Él posee una voz dulce
Zhoomiingweni - Él sonríe
Minjinawezi - Ella tiene arrepentimientos
Giziibiigazhe - Ella toma un baño
Nanda-gikendan - Busca aprender
Jiigaatig - Junto al árbol
Aanjise - Ella cambia
Azheyaanimizi - Ella retrocede en el miedo
Mitig - Leña
Namanj - Dudosa
Anami'aa - Ella reza
Gikinoo'amaadiiwigamig - La escuela
Obimaaji'aan - Ella salva su vida
Nakweshkodaadiwag - Ellos se encuentran
Zoongide'e - Ella es valiente
Miigwech, nishiime - Gracias, hermana
Wiidigendiwin - Una boda
Aki - La tierra
Onendam - Ella decide qué hacer
Daanginigaazo - Él la toca
Maajiibii'ige - Ella escribe una carta
Gikinoo'amaadiwag - Ellos se enseñan
Inoomigo - Ella cabalga
Giiwedin - Viento del norte
Ganawenjige - Él cuida de ella
Agadendam - Ella siente vergüenza
Oninjiin - Sus manos
Jiigi-zaaga'igan - Junto al lago
Wenonah - La primera hija nacida
Anaamendang - Ella sospecha
Gimoodiwin - Robo
Biibaagadaawaage - Ella vende en una subasta
Minose - Ella trae la buena suerte
Nahuel - Jaguar
Nibwaakaa - Él es sabio
Ojiim - Beso
Zhiigaa - La viuda
Wanaanimizi - Ella está confundida
Anishinaabe-izhinikaazowin - Un nombre indio
Gaagiizom - Ella le pide disculpas
Miskwi - Sangre
Gwayakwendam - Ella está en lo correcto
Nisayenh - Mi hermano mayor
Giiwanimo - Ella miente
Aanji-bimaadiziwin - Una vida cambiada
Nisoode - Familia de tres
Bizindam - Ella escucha
Naabikawaagan - Un colgante
Miikawaadizi - Ella es bella
Niijikwe - Amiga
Oshkagoode - Ella tiene un vestido nuevo
Ashi-ishwaaswi - Dieciocho
Gaawiin gegoo - Nada
Maamawi - Juntas
Giimoodad - Es un secreto
Moozhwaagan - Un par de tijeras
Beshwaji' - ¿Mejores amigos?
Mawadish - La visita
Mashkawizii - Ella tiene fuerza interior
Makadewindibe - Pelo oscuro
Niimi'idiwag - Ellos bailan
Gikinjigwenidiwag - Ellos se abrazan
Giikaji - Ella tiene frío
Gide', nide' - Tu corazón, mi corazón
Gizhaawaso - Él protege a los jóvenes
Zaagi'iwe - Ella le ama
Wiikonge - Él las invita a una celebración
Anamikaage - Bienvenida a casa
Zakizo - Ella está en llamas
Gego mawi - "No llores"
Ayaangwaamizi - Él es prudente
Ashadomaage - Una promesa
Wiiwan - Su esposa
Bawaajigan - Un sueño
Debwewin - La verdad
Gaawiin - No
Niigi - Ella nace
Anishinaabe - Una persona
Algoma - Valle de flores
Maajaa - Él se marcha
Noojimo' - La cura
Nibo - Él muere
Zhiing - Odio
Miigaazo - Ella lucha
Gibaakwa'odiiwigamig - La prisión
Bii'o - Ella espera
Niizhogon - Dos días
Ishkodewan - En llamas
Naadamaw - Ella busca ayuda
Niiwiiv - Mi mujer
Miskwiiwininjii - Él tiene las manos manchadas de sangre
Gichi-mookomaan - Gran cuchillo
Zhaagwenim - Él tiene dudas
Bangan - Paz
Ozhichige - Él construye
Biitoon - Espere por ello
Giiwose - Ella caza
Gizhe-manidoo - Dios
Ziigwanong - Última primavera
Indaashaan - Ven aquí
Baamaapii - Despedida
Bagamoomigo - Ella llega en caballo
Giniw - Águila dorada
Wiikwaji'o - Ella intenta ser libre
Zazegaa-ikwe - Una buena mujer
Memengwaa - Una mariposa
Omaamaayan - Su madre
Maazhise - Mala fortuna
Mizhodam - Él gana
Giiwanaadingwaam - Ella tiene una pesadilla
Wiidigemaagan - Un compañero
Mazina'igan - Un libro
Bimi-ayaa - Ella viaja
Mitaakwazhe - Ella está desnuda
Gaganoonidiwag - Ellos conversan
Aakozi - Él está enfermo
Moojigizi - Ella es feliz
Ishpiming - En el cielo
Nishiwe - Ella asesina
Abinoojiinyens - Un bebé
Bagidenjigaazo - Ella entierra
Mashkawaa - Ella posee fortaleza
Zegizi - Ella tiene miedo
Ogichidaa - Guerrera
Gagiinawishki - Él miente
Dibishkaa - Ella celebra su cumpleaños
Gikinawaabi - Ella aprende observando
Inendam - Ella toma una decisión
Debwetaw - Ellos están de acuerdo
Wiidookaw - "Ayúdame"
Miigaadan - Lucha
Miikana - Un camino
Gichigami - Un océano
Maadaakizo - Ella empieza a arder
Giinawind - Nosotros
Jiiskinikebizon - Una pulsera
Ozhibii'igaade - Ellos escriben
Waaseyaa ndishnikaaz - Mi nombre es Waaseyaa
Maakinaw - Una cicatriz
Noojimo'iwe - La que cura
Noojiwigiizhwaandiwag - Ellos hablan amorosamente
Inaakonigewin - La ley
Ashwii - Ella está preparada
Waabam, daangin - Ver, tocar
Ma'iingan - Loba
Wiindigoowi - Convertirse en un monstruo
Aanzinaago'idizo - Ella se transforma
Waabishki - Blanca
Onaabam - Escoger
Biigoshkaa - Ella se rompe
Indawaaj - Consecuencias
Zoongigane - Ella tiene huesos fuertes
Wiikwaji'o - Ella intenta liberarse
Gichi-manidoo - Gran Espíritu
Bamewawagezhikaquay - La mujer de las estrellas que corren por el cielo
¡Muchísimas gracias a todxs!

Gikinjigwenidiwag - Ellos se abrazan

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Von situmedicesven


Las lágrimas eran como chuzos de punta, ardientes en la escarcha helada de los pómulos. A ambos lados, Thomas Turner y Jeanne me protegían del frío que ya se había instalado en mi corazón para siempre, como una carga de conciencia con forma de cubículo mortuorio. Ella me apretaba la mano izquierda, él la derecha. Tuve que morderme las encías para que mi llanto no emitiera ruido alguno. La mantilla negra sobrevolaba por encima de mi cabeza, cubriendo mi visión de tanto en cuando. Frente a mí, Waagosh, junto a otros jóvenes, tocaban los tambores con agresividad. Su tono era distinto al que había escuchado en la ceremonia del cabello de Wenonah: estábamos en un entierro. Ninguno de los miembros de la tribu se había acicalado de una forma concreta, aspecto que provocara que nosotras, vestidas de negro de los pies a la cabeza, pareciéramos dos parcas. Únicamente los niños, a los que generalmente se les tenía vetado acudir a los funerales, debían de llevar una suerte de bandana negra sobre la frente. Creían que era la forma de ahuyentar a la muerte de sus jóvenes almas. Los ojibwa tenían fe en una vida más allá de la muerte, en el mundo de los espíritus. Los tres hombres fallecidos se reunirían ahora con sus ancestros. Irían a un lugar mejor.

La música aumentó en intensidad y dejaron tumbados sobre tres canoas de madera los cuerpos sin vida de sus hermanos. Aparté la vista, sin poder resistirlo, y noté cómo el mercader me sostenía de la cintura. Como parte del rito, Onida y las demás sanadoras eran los encargados de asear los cadáveres y vestirlos con sus ropas y alhajas. Debían viajar al otro mundo como habían sido. Sin embargo, los tres habían sufrido graves quemaduras y su anatomía era irreconocible. Uno de ellos era prácticamente un manojo de huesos chamuscados. Jeanne se llevó los dedos a los labios y contuvo una arcada. Por el contrario, todos los miembros del clan siguieron impasibles, canturreando en murmullos elegíacos. Tragué saliva y me obligué a mirar. Huyana tenía los ojos cerrados, consolada en silencio por Inola. Inevitablemente pensé en Honovi, principal ausente. En su celda, se había echado a llorar como un niño al recibir la noticia del incendio.

— Dios santo... — distinguí la voz impresionada de Florentine detrás de mí.

Con la ayuda de sus hijos, el chamán comenzó a colocar comida, plumas y flechas en las barquitas de madera. Era su forma de entregarles provisiones y honores para su expedición al cielo. Jamás había presenciado algo así, pero me sentí profundamente abrumada por la peculiar religiosidad de lo que estaba sucediendo a mi alrededor. Entre ellos, Namid pasó la palma de la mano por sus rostros deformados por el fuego y les susurró, como lo hacía con los caballos. Sentí todavía más ganas de llorar. Regresó a su sitio, junto a Wenonah, frente a nosotros, y me dirigió una mirada fugaz. "No puede ni siquiera mirarme", me entristecí, sin ser consciente de por todo lo que él había tenido que pasar en su ausencia y la impotencia que sentiría por haberse marchado durante tanto tiempo.

Entre todos, empujaron las pequeñas barcazas río abajo. Las esposas e hijos de los fallecidos se encontraban al lado de Mitena, quien los recogía entre sus brazos con la sabiduría de un roble centenario. Fue entonces cuando Onida comenzó su canto y prendió unas cuantas hojas de tabaco. Las recogió entre las manos y se llevó el olor a la boca. Enseguida las lanzó al agua con suma delicadeza. Ishkode tomó su arco e hizo arder la flecha en la misma hoguera en que su progenitor había empleado. En un tiro limpio, alcanzó a cada una de las canoas.

El fuego había acabado con ellos y el fuego se los llevaría a la eternidad.


‡‡‡‡


Decidimos dejarlos a solas durante el banquete que sobrevino a la ceremonia fúnebre. Ninguno pronunciamos en voz alta lo ajeno que nos resultaba aquella costumbre, pero llevábamos casi un día entero sin dormir y todavía restaban muchas investigaciones por hacer antes de que se celebrara el temido juicio al día siguiente. Ya estaba anocheciendo y en mi interior me había rendido completamente. Imaginé que tendríamos que celebrar el entierro de Honovi y volvería a ver una barcaza arder deslizándose por el ancho río que abandonaba Quebec.

— Tiene que dormir, señorita Catherine — me habló Thomas Turner.

Había estado buscando mi atención durante minutos, mas yo estaba demasiado pendiente de Namid. No se había acercado a nosotros, pero sabía que estaba pendiente de mí. Tenía tantas ganas de sumirme en sus brazos y volver a pedirle disculpas como una tonta por ser blanca y haber traído a sus tierras a aquellos malnacidos. Había demasiados pensamientos sin decir, semanas de separaciones, y mi ser estaba en cierto modo dolido, abandonado a pesar de que no era el momento para dar prioridad a mis propios sentimientos. Los dos deseábamos acercarnos, aliviarnos como solo ambos conocíamos, pero permanecimos quietos sin saber por qué.

— Volved a casa, querida. El señor Turner y yo debemos reunirnos con Henry Samuel Johnson — dijo Antoine. En una semana había envejecido vertiginosamente.

— Yo las cuidaré, señor — se adelantó un poco Florentine.

Mientras nos acercábamos a los caballos, Onida se acercó e intercambió informaciones con Thomas Turner en lengua ojibwa. Inquieta, no me subí a lomos de Algoma. Wenonah y Namid me observaban desde la lejanía.

— Todo se resolverá, amigo mío. Confíe en mí — le apretó el hombro el mercader.

— Te ayudaré a montar, Cat — me asistió Antoine paralelamente a su conversación.

— Esperar, señorita Waaseyaa — me detuvo de pronto Onida. Todos se giraron, confundidos —. Quedar. Aquí.

— ¿Qu-qué? — carraspeé, sin entender.

— Waaseyaa. Quedar. Aquí — habló más lentamente.

Nadie dijo nada durante un par de segundos. Thomas Turner frunció el ceño y nos miró.

— ¿Quiere que se quede aquí en el poblado?

— Namid dice: Waaseyaa quedar.

El pulso se me precipitó y las mejillas se me encendieron violentamente. ¿Namid quería que yo me quedara allí aquella noche? ¿Le había mandado el recado a su padre porque no podía comunicarse conmigo o por pudor?

Ante mi desconcierto y el silencio general, Onida pasó a dirigirse al inglés en lengua ojibwa. Éste atendía con suma atención y no tardó en traducirnos lo que le había dicho con cierto estupor:

— Su hijo Namid desea que te quedes con ellos esta noche. Creen que tu presencia ayudará a los espíritus a velar por Honovi.

— Mi hermana no puede quedarse aquí a pasar la noche — intervino Jeanne antes de que yo pudiera reaccionar.

— Waaseyaa. Quedar — reiteró.

De pronto, todos hundieron sus ojos en mí. ¿Me quería yo quedar?

— Si Florentine la acompaña... — sugirió mi hermana.

— Waaseyaa. Sola — negó con la cabeza.

¿De dónde provenía aquel ímpetu? Decenas de metros más allá, Namid y Wenonah continuaban en la misma posición. Él sabía que su padre me estaba haciendo aquella propuesta indecente.

— Pero, tiene que entender que... — intentó dialogar Jeanne.

— Cat, ¿qué opinas? — les interrumpió Antoine, haciendo gala de su fabuloso tacto e inteligencia emocional.

Dudé unos instantes, pero finalmente dije:

— Yo..., quiero ayudarles en lo que pueda...

— No hay más que hablar. Dile al señor Onida que Catherine se quedará aquí esta noche con la condición de que se vele por su seguridad y su honra. Confiamos en ellos, mas nuestras costumbres son estrictas y debe de asegurarme que las respetarán.

— ¡Antoine! — saltó su esposa.

Thomas Turner asintió lentamente y se dispuso a hacerle llegar la decisión. El nerviosismo me produjo un cosquilleo en los tobillos.

— No puedes elegir por ella así como así.

— Ni tú tampoco — le sonrió con calma —. Solo le he dado mi consentimiento. Desea quedarse, Jeanne, y es lo mínimo que podemos hacer por ellos.

Mi alegría por poder pasar más horas junto a mis amigos indígenas descendió un poco al ver la amargura en el semblante del mercader y la indignación de mi hermana. Florentine estaba pálida. ¿Cuándo dejarían de tenerles miedo? Thomas Turner ya le había traducido la resolución tomada a Onida, sin embargo, permanecía callado ante la sombra del conflicto entre cónyuges.

— Va en contra de...

— ¿De qué? — su voz ya no sonó tan apaciguadora —. ¿Puedes dejar de pensar en el decoro durante una sola noche? Tres personas han muerto y mañana probablemente lo haga otra.

Jeanne le mantuvo la mirada sin responder. "No discutáis, por favor", supliqué.

— ¿Lo ha prometido, señor Turner? — desvió los ojos el arquitecto.

— Sí-sí — le pilló desprevenido la pregunta —. Dormirá con Huyana.

— Que así sea.


‡‡‡‡


Estaba cayéndome dormida al ritmo de las caricias de Wenonah sobre mi cabellera cuando Onida entró en la tienda junto a Mitena. Me incorporé de inmediato, con el rudimentario peine de púas enredado en los rizos, al verlos aparecer. Los dos se echaron a reír al ser conscientes de mi nerviosismo. Había sido invitada a pasar la noche en uno de sus tipis y me sentía como una forastera en tierra de nadie. Aquella era la vivienda que Mitena utilizaba para su dispensario medicinal y como estancia de invitados. Las familias ojibwa vivían en una sola tienda hasta que los hijos contraían matrimonio o se independizaban por su cuenta, teniéndose que construir ellos mismos su rincón. No existía la división entre hombres y mujeres, por lo que daba igual si una joven de otro clan terminaba dormitando en un tipi repleto de hombres. Solamente a los guerreros se les proporcionaba una tienda propia durante su estancia.

— Tranquila, Waaseyaa — me tomó de las manos Onida —. Tú dormir aquí. Tú y Wenonah.

La pequeña me sacó el peine entre risas y me dedicó una sonrisa afable. Me sosegó saber que mi compañera de habitación sería ella. Mitena me acarició el rostro y se dispuso a encender una pequeña pira. De pronto comprendí que habían acudido a darme las buenas noches.

— Miigwech — susurré.

"Siento todo esto", quise añadir con un nudo en la garganta.

— Sueño bonito, Waaseyaa — me rozó la frente Onida.

Wenonah le abrazó con fuerza y Mitena me dio un beso cariñoso en la mejilla tras indicarme con gestos que iba a dormir sobre numerosas pieles, en el mismo lecho que su hijita.

— Buenas noches. Descansad — me emocioné un poco ante tantas muestras de cariño.

Con una inclinación de cabeza desaparecieron de allí.


‡‡‡‡


Wenonah respiraba apaciblemente sobre mi hombro, pero yo era incapaz de conciliar el sueño. No cesaba de dar vueltas y vueltas, ansiosa y apesadumbrada. Ya no restaba ni un día para el juicio y la rendición estaba acabando conmigo. ¿Qué haría si Honovi era ejecutado? ¿Qué haríamos? ¿Quería sería del poblado? ¿Por qué Namid me había ignorado a pesar de mi presencia en el tipi de sus padres? ¿No era él el que había pedido que me quedase? ¿Por qué demonios había desaparecido de la faz de la tierra y no había hecho acto de presencia?

Los párpados estaban entrecerrándose cuando advertí un movimiento fuera de la tienda. Sobresaltada, me incorporé un poco asegurándome de que Wenonah seguía durmiendo y parpadeé un par de veces para acostumbrarme a la oscuridad. Estaba segura de haber oído el roce de un extraño, moviéndose como un felino. Me planteé despertarla, puesto que probablemente ella sería capaz de protegerme, pero rápidamente supuse que nadie buscaría hacerme daño. Evité hacer el menor ruido al levantarme y caminar con lentitud hacia la abertura del tipi. Tensa, me dispuse a desligar la fina cuerda que permitía que la improvisada puerta no se abriera con el viento.

— ¿Waaseyaa?

Me quedé tiesa, como un espantapájaros, al reconocer la voz de Namid en aquel murmullo. ¡Había venido a verme!

— ¿Nisayenh? — me aseguré.

— Ina — aseveró.

¿Debía salir? Desconocía qué era lo que me depararía aquella visita a escondidas, mas las ansias de poder reencontrarme con él en una intimidad sobrepasaron cualquier pensamiento racional. Desabroché los nudos y asomé el cuello hacia al exterior. Namid dio un respingo, pero no tardó en sonreírme con cierta timidez. Conforme el vínculo entre nosotros aumentaba, él se volvía más vergonzoso. Era como si ya no me mirara de la misma forma, como si existiera un peligro en la utopía que suponía nuestra indefinible relación.

— Aanin... — le saludé, saliendo totalmente de la tienda.

Estaba bellísimo. Quizá hasta más alto. La cicatriz de su labio me pareció la curva más bella que había podido contemplar y que probablemente contemplaría.

— No puedo invitarte a pasar, Wenonah está durmiendo y...

Sin mayor dilación, Namid me agarró de la muñeca y tiró de mí con suavidad. Entre los montoncitos de nieve derretida, me hizo seguirle a paso rápido, sin soltarme. Había esperado a que todos estuvieran en sus respectivos hogares para poder requerirme. El enlace con su mano rozaba la necesidad desesperada y me alertó un tanto. En pocos minutos arribamos a un tipi que me era especialmente familiar: el suyo. "Catherine, vas a estar a solas durante la noche en su tienda, ¿qué diantres pretendes?", exigió entonces la voz de mi conciencia.

— Debería... — objeté con inseguridad.

Él nos introdujo a ambos en el interior y los luminosos destellos de la hoguera que fulguraba en el centro me cegaron durante unos segundos. Estaba dentro..., y auguraba poco posible salir, no porque Namid fuera a impedírmelo, sino porque no deseaba marcharme de su lado. A la luz, divisé sus ojos melancólicos, las rozaduras del incendio. Lo primero que acudió a mi pensamiento fueron las ganas que albergaba de hacerle saber que había conseguido montar a Algoma; y una pregunta: ¿por qué desapareciste?

Sin embargo, no pude realizarla: Namid se lanzó a mi cuerpo y me abrazó con tal fuerza que creí que partiría las hebras del corsé. Era como si hubiera estado aguardando aquel momento a solas para hacerlo y hubiera estado mucho tiempo ilusionándose con ello. ¿Cuánto hacía que no nos veíamos? Podría haber contabilizado cada minuto, cada hora lejos de él, y ahora todo parecía desvanecerse en el amparo de sus brazos. El torrente de emociones que experimenté provocó que cerrara los ojos con fuerza. El pecho parecía estar a punto de explotarme, demasiado pequeño para acoger la magnitud de aquel sentimiento que me arrebataba el aliento y, contrariamente, me alimentaba. Noté que temblaba, estaba pidiéndome disculpas. Las palabras eran innecesarias. Nuestra última discusión, el conflicto que en gran parte había ocasionado su viaje, se había tornado estúpida y liviana. No había ningún reproche que realizar..., si estábamos juntos no había nada más importante que estarlo.

Me apreté más contra su pecho al percibir las vibraciones nerviosas que emanaba su figura. Namid me acarició el cabello y comenzó a susurrarme en lengua ojibwa. No necesité comprender su idioma. "Yo también te he echado de menos", sonreí con la cabeza escondida en él. Tenía los párpados húmedos, mas era agriamente feliz, a pesar de las muertes y las injusticias. Namid no me había olvidado, al contrario, nuestra separación parecía haberle perjudicado. Deseé consolarle como el dolido niño que era en un recoveco de su interior y asegurarle que nadie lograría distanciarnos. Jamás.

— Waaseyaa... Quedar — balbuceó de pronto en francés.

"Quiere que duerma aquí", capté. Me conmovió que se hubiera dirigido a mí en mi lengua, era una muestra más de que realmente me lo estaba pidiendo con sinceridad. ¿Cómo podía negarme?

— Me quedaré — le miré a los ojos.

Acallé las voces que clamaban que tal vez no quisiera dormir, que tal vez mi familia renegaría de mí, que tal vez estaba condenándome. Si era así, no me importaba: prefería arder en el infierno por mi conducta que dejarle ir aquella noche.

— Me quedaré. Aquí. Contigo — repetí.

Namid sonrió con aquel rastro de inocencia y me elevó la barbilla para poder verme mejor. Volvíamos a estar tan cerca que solo el trazo fino de una sábana podría habernos dividido. Le devolví la sonrisa con cariño. Había sufrido, estaba segura de que había pasado por diversas calamidades en su visita al otro clan. Nuevos cortes aún sin cicatrizar lo revelaban. Extendí los dedos, poniéndome de puntillas, y le rocé las heridas. Pausadamente, él me bajó las manos y se aproximó. Mi corazón dio un vuelco. Éramos dos jóvenes soñadores con la quimera de cambiar un mundo que era exorbitantemente grande. Éramos iguales, lo habíamos sido desde el principio, desde aquella vez en el jardín trasero. Desde siempre.

— Miigwech... — rumoreó.

Cariñosamente me apartó el pelo del rostro y yo cerré los ojos sin pensar. Sin visión, me estremecí entera cuando Namid posó sus labios sobre mis párpados y los besó con delicadeza. Parecía estar midiendo cada movimiento para no descontrolarse. Circuló por mis pestañas y besó las mejillas, el puente de la nariz, la forma de mis cejas. Mi boca esperaba la suya, pero venció a la tentación: regresó al inofensivo abrazo e inspiró con fiereza entre las ondas de mis rizos. Estaba respetándome, costara lo que costara.

Me daba las gracias por permanecer a su lado, por simplemente existir, y aquella certeza fue indescriptible.

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