Juro enamorarte |BORRADOR|

Bởi La_Carcache

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PRIMERA PARTE DE LA SAGA JURO. Cuando Katherine James era apenas una pequeña, su madre llenó su mente con his... Xem Thêm

Juro enamorarte
Dedicatoria
Advertencia!
¡Juro enamorarte en spotify!
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3 |NUEVO|
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6 |Nueva edición|
Capítulo 7
Capítulo 8 |Nueva edición|
Capítulo 9 |Nueva edición|
Capítulo 10 |Nueva edición|
Capítulo 11 |Nueva edición|
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24 |Nueva versión|
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29 |Nueva versión|
Capítulo 31
Capítulo 32
FIN
Epílogo
Agradecimientos
+Novelas
Creaciones ❤

Capítulo 30

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Bởi La_Carcache

Tenía miedo de abrir los ojos, no quería ni siquiera imaginarme que podía suceder lo mismo que sucedió hace un par de meses. Me asustaba la simple idea de no encontrar a Ian durmiendo a un lado de mí y de escuchar los mensajes entrando por segundo a mi número. Sentía que cada minuto era eterno, buscaba una señal que me dijera que todo estaba bien y que nada malo había sucedido en mis horas de sueño, pero nada llegaba a mí. Continuaba con mis ojos fuertemente cerrados. Hasta que, para mi sorpresa, mi cama se movió mientras un cuerpo pesado a un lado de mí se acomodaba para seguir durmiendo. Sentí la suave piel de su mano a un lado de la mía y, también, el aire sobresaliente de su nariz golpeando contra mi cabello.

Abrí uno de mis ojos con cuidado. Él estaba ahí. En su rostro tenía una ligera arruga gracias una sábana, sus labios estaban entrecerrados y un pequeño rastro de baba sobre una comisura, cosa que no me sorprendía porque siempre era lo mismo, su cabello despeinado y una de sus manos por debajo de la almohada. Suspiré aliviada sabiendo que esta vez todo era diferente. Incluso me tome el atrevimiento de admirar su cuerpo desnudo por última vez antes de bajar con sumo cuidado de la cama, dispuesta a preparar el desayuno.

Cuando estaba colocándome la pijama que se supone debía utilizar la noche anterior, me fije por la ventana del baño para ver si al fin había llegado el correo. Desde donde estaba pude notar el buzón repleto de papeles y mi corazón se aceleró. Limpié mi rostro, lave mis dientes y bajé por las escaleras para ir directamente al correo. Ya enfrente de este, respiré profundamente con la esperanza de que no fuera lo que tanto anhelé por todo este tiempo, es decir, si era así podría irme en total paz y disfrutar de lo que me esperaba. Dentro del buzón había un sobre blanco con mi nombre escrito en letra de carta. Mis manos temblaban mientras sostenían el sobre y repasaba las letras de mi nombre con las yemas de mis dedos.

Miré el hogar de mi mejor amiga preguntándome si ella también había recibido el sobre. No obstante, no podía más. Abrí del sobre con mis dedos temblorosos y rápidamente saqué la carta.

Estimada Katherine Alexandra James Hurt,

A través de la presente carta se le informa que, tomando en cuenta su potencial como estudiante y todas las recomendaciones con mención a su nombre, su solicitud de ingreso a University of Lincoln ha sido aceptada por los directivos de esta honorable institución.

Reciba la más cordial de nuestras felicitaciones por la aceptación para formar parte del alumnado de nuestra Universidad y, por lo cual, le solicitamos se presente en nuestras oficinas el día 6 de Enero del próximo año, para comenzar con su primer año curso. Cualquier duda o aclaración, quedamos a sus órdenes.

Estamos muy emocionado de poder tenerla como parte de esta gran familia.

Por su atención, gracias.

Saludos.

Directivos de University of Lincoln, Inglaterra.

Cerré la carta pegándola a mi pecho, pues dentro de mí había dos grandes emociones. La primera era felicidad. Felicidad porque había conseguido lo que tanto había soñado desde muchos años, me habían aceptado en una de la mejor universidad para estudiar periodismo, mi sueño. Y luego, estaba la tristeza. Miré el espacio de mi habitación en el segundo piso de mi casa. Tristeza de saber que no aceptaría la gran oportunidad, pues mi destino estaba aquí, junto a Ian. Había aceptado irme con él y nada me iba a detener. Además, esa decisión me hacía un poco más feliz. Solo imaginarme el cómo pasaría los próximos meses de nuestras vidas, era emocionante.

Entré a casa calentándome los brazos con mis propias manos. Inmediatamente me dirigí a las escaleras corriendo una por una para llegar a mi habitación. Una vez dentro de esta me di cuenta que Ian todavía seguía dormido, pero ahora en una posición distinta. Sus brazos, junto a su cabeza y la mitad de su cuerpo, caían por el borde de la cama, mientras sus piernas se sostenían de las sábanas y las almohadas. Pegué mi brazo en el umbral de la puerta donde tenía una gran vista. Podía ver cada uno de sus rasgos. Perdiéndome en ellos me di cuenta de que él era algo más que un chico lindo; eran adorable y a la vez muy sexy, pero lo más importante. Era mío. Boté la carta en el pequeño basurero que había a un lado de mi escritorio y caminé hacia la cama donde me acomode a un lado de su cuerpo tendido.

— ¿Ian? — acaricié su rostro con las yemas de mis dedos, recorrí su mandíbula, pase por sus labios, recorrí la línea perfecta de su nariz y finalice en sus cejas — Mi amor, despierta.

— Cinco minutos más mamá. — su voz era ronca y adormecida.

Aunque sus ojos continuaban cerrados, él logró acomodarse sobre la cama de una manera correcta. Llevándome con él en el movimiento. Tumbó su mano sobre mi abdomen y me acercó más a su cuerpo desnudo. Una vez más su respiración chocaba contra mi piel. Di pequeñas palmaditas en el brazo con el que me rodeaba.

— No soy tu madre, despierta — moví su cuerpo —. Hoy es el gran día — sus ojos se abrieron de golpe dejando. Frunció el ceño y oculto su rostro en mi hombro como un niño con miedo —. ¿Nervioso?

Asintió todavía ocultando su rostro en mi hombro. Hoy era el día del juego final del instituto. Suponiendo que era un día emocionante para todos, para Ben e Ian no lo era. Según ellos hoy era el día de su última lucha, es decir, la lucha que definiría todo. El fin de todos estos años de entrenamientos duros, ejercicios excesivos, alimentación perfecta, una rutina exacta. Hoy, muchos entrenadores de distintas universidades interesadas en dar becas para los mejores jugadores del equipo estarían sentados en la primera fila de las escaleras con nombres en manos, vistas de águilas y más de una beca por dar. Sin embargo, Ian y Ben estaban interesados en una sola beca. Esa misma que se propusieron cuando eran niños y esa misma que le prometieron a la madre de Ben antes de morir. Esto no era asunto única y exclusivamente de Ian, esto era para ambos.

Por eso él estaba nervioso. Jamás había tenido que batallar tanto para conseguir algo y de paso colgarse de una sola oportunidad o de una sola valoración. Este día iban a lucirse como nunca lo habían hecho y estaba decidido por eso.

— ¿Y si me hago del dos en media carrera? — no pude evitar que una carcajada saliera de mi garganta al escuchar sus locuras — No te burles, podría pasar. Yo lo vi en un programa.

— Te recomiendo ir al baño antes de jugar, es por tu bien — ambos reímos. Por un momento nuestras miradas se conectaron, intentó sonreír, pero sabía que los nervios lo estaban comiendo por dentro e iban poco a poco —. Irás a ese juego, harás todo lo que sabes hacer, ganarás y volveremos con nuestras manos entrelazadas a celebrar tu victoria — sonrió y beso mi frente por varios segundos.

— Eres la mejor — susurró.

Tomó su pantalón y sus pertenencias para luego ayudarme a levantarme y juntos bajar en busca de nuestro desayuno/almuerzo. Ian se movía por toda la cocina dejando su cuerpo semi desnudo expuesto a mí. Me gustaba ver cómo sus músculos ejercitados por todos estos años se contraían cada vez que daba un paso. Finalmente colocó un plato repleto de comida para cada uno.

Cuando terminamos de comer me dio un beso apasionado que hizo que todo mi cuerpo se alterara justamente a como lo había hecho la noche anterior. A diferencia de que esta vez pude detenerme a tiempo y me alejé. Alejó un mechón sobre mi rostro y besó mi frente.

— Ahora, ve a bañarte — despeiné un poco más su cabello —. Debo de ir a convertirme en Katherine la porrista, para apoyar a la papita más frita del campo en pleno juego.

Me dio un último beso antes de salir por la puerta principal de mi casa y dejarme sola. No perdí el tiempo en subir y comenzar a arreglarme. Cada vez que pensaba en que debía ponerme ese traje rojo que enseñaba todo mi cuerpo, algo dentro de mi garganta se cerraba. Realmente lo odiaba. Muchas horas después estaba frente al espejo terminando de retocar las líneas rojas de mis mejillas que eran en representación al equipo que apoyaba. Ajusté la coleta alta de mi cabello y me bajé la falda, para luego rechinar mis dientes al ver que esta volvía a su posición. Ya eran las cinco de la tarde y faltaba poco para que comenzara el gran juego.

Jack pasó por Rosalina y por mí a los pocos minutos. Ellos iban felizmente conversando sobre las tradiciones de los juegos a los que habían asistido al mismo tiempo que yo pensaba en él. Había escuchado su auto al arrancar mucho antes de que yo terminara de alistarme, suponía que debía estar un tanto más temprano para dar los últimos calentamientos con el resto del equipo.

El novio de mi mejor amiga tuvo que aparcar el auto muchas calles atrás del instituto pues el tráfico dentro del parqueo era un total asco. Bajamos del auto y comenzamos a caminar en medio de la multitud que intentaba entrar a la secundaria. Los nervios me comieron la carne viva cuando note los buses que transportaban a los integrantes que jugarían contra nuestro equipo. Cuando finalmente logré entrar al campo de fútbol estiré mi cuello para buscar a Ian. A lo largo pude ver el número 17 de su camiseta. Él saltaba, corría, hacia pases y gritaba algunas instrucciones que no podía escuchar bien por el bullicio de las personas.

Por otro lado, la multitud estaba vuelta loca sobre las escaleras. Muchas chicas de la secundaria saltaban y gritaban cuando los chicos hacían algún pase. También había logrado ver carteles con los nombres de los chicos escritos con brillantina en donde declaraban su amor o me pedían que me muriera para tomar mi posición como novia de Ian. A parte de todo eso, pude ver a la entrenadora de gimnasia discutiendo por el megáfono con el entrenador del equipo de fútbol. Y, por último pero no menos importante, los integrantes del otro equipo.

Secundaria Notre Dame. Uno de los colegios más exigentes y dedicados al fútbol que podríamos conocer. Se conocía comúnmente por sus magníficas instalaciones y sus muy exagerados y buenos entrenamientos, los cuales los mantenían como los campeones. Siendo sincera esto me daba más temor de lo normal, es decir, era un milagro que nuestra secundaria llegara a tan gran competencia, pero los miembros de ese equipo daban miedo y tenía el leve presentimiento de que los iban a matar. Literal.

Eran excesivamente altos, tanto que Ian se miraba apenas como una pulga inofensiva. Muchos tenían más tatuajes que mi novio y un ligero toque gótico en sus rostros. Sus músculos eran exagerados, tanto que llegaban a dar asco. Pero eso no era todo, falta describir las miradas de desconfianza que tenían y el aire de autosuficiencia con la que entrenaban.

— ¡Ay, que sexy el morenote de al fondo! — dijo Ken, alias princesa unicornio, en un grito — ¡Hola, guapura! — saludó con la mano moviéndola de arriba hacia abajo como toda una princesa en apuros.

— ¡Ken! — grito el entrenador desde el otro extremo del campo — Por el amor a Dios, hijo, hoy siéntete macho.

Ken hizo un saludo de militante para luego, cuando el entrenador estuviera distraído, aletear sus pestañas en dirección al morenote de al fondo.

Los chicos se reunieron en un círculo donde las palabras de Ian dieron el último discurso de ánimo que ellos necesitaban en ese momento. Pasaron sus brazos por sus hombros y gritaron el nombre del equipo justamente cuando el director anunció que el juego iba a comenzar. Muchas cámaras nacionales se pusieron en distintos puntos del campo para transmitir todo el juego. Las personas gritaron con euforia y los jugadores tomaron sus posiciones principales.

— ¡Muy bien señoritas, — gritó el entrenador — es hora de patear esos enormes traseros góticos!

Bienvenidos todos y todas al último juego de la liga juvenil. El día de hoy tenemos muy buenos pronósticos, ¿qué piensas tú, Rosalina? — exclamó la voz masculina de los altavoces.

¿Esos son adolescentes? — inmediatamente reconocí la voz de mi mejor amiga — ¡Así es, Paul! Solo esperamos que esos matones con uniforme no maten a nadie — se escuchó un leve jeje de nervios —. Por otro lado, tenemos un saludo de dar y cito: "Me alegra saber que estamos en nuestro último partido juntos y, sobre todo, que encontraras tus bolas. Con amor, Ben"

Busqué a Ben a un lado de Ian. Mi novio se encontraba con las manos extendidas en el aire hablándole directamente a su mejor amigo, mientras este estaba saludándolo desde su posición con una gran sonrisa y su casco siendo sostenido por su otra mano. El árbitro se posiciono con el balón entre Ian y el otro chico que representaba a Notre Dame para colocar de este en el centro.

La gente enloqueció, gritando y moviendo los carteles con desesperación. Comencé a escuchar trompetas y los pies de las personas chocando contra las gradas para simular la canción we will rock you de Queen. Gritos. Aplausos coordinados. Pompones en nuestras manos. Confite volando por todos lados. Los flashes de las cámaras resplandeciendo desde distintos puntos. Era tanta la emoción que yo sentía como temblaba la tierra bajo mis pies y como las gradas temblaban. Ian miró a todos sus compañeros nervios por lo que pasaría esta noche, apunto de mearse encima, y quitó su casco elevándolo con su brazo, todos hicieron lo mismo y la gente gritó más.

El árbitro hizo sonar el silbato. Ian corrió hacia el balón y lo pateó con todas sus fuerzas. El balón se elevó de una manera impresionando y llegó el momento, era correr por sus vidas o dejar que esos enormes cuerpos los aplastaran llevándolos a su fin. El entrenador levanto sus manos sosteniendo de su gorra.

— ¡Corran maricas, corran!

Ben junto a Ian tomaron un gran bocado de aire y comenzaron a correr lo más rápido que pudieron, atravesaron el campo encontrándose con grandes tipos. Ian corría de un lado a otro, esquivaba a los osos llamados estudiantes que intentaban taclear su cuerpecito lleno de tatuajes, tomaba el balón con agilidad. Todo estaba bien hasta que me entro el instinto de novia. Estaba dejando mi saliva, mis pulmones y mi alma en gritos groseros hacia los otros estudiantes.

— ¡¿Qué te sucede maldito burro?! — gritaba — ¡Eso es...— me moví desesperada buscando una explicación — es...no sé qué es ¡pero aléjate de mi novio sino quieres que te rompa las bolas!

Los minutos eran tensos en el marcador. Las personas por fin habían guardado silencio. Todos los chicos estaban luchando y gruñendo por el esfuerzo de retener al más grande y gordo de todos los jugadores. De un salto, Ian tomó el balón con ambos brazos y corrió con fuerza clavando sus zapatos en el césped. No obstante, un tipo con media, solo media, cabeza rapada metió su brazo en el recorrido que el chico de ojos vedes estaba haciendo. Gracias a tal golpe mi novio cayó con impacto en el césped. Las personas admiraban con horror la escena, mi corazón no podía con tanto. Ian no se levantaba y los jugadores comenzaban a correr para rodearlo.

Inmediatamente el entrenador se arrodillo a un lado de él y quitó de su casco, apartando todos los mechones húmedos de su rostro. Pidió que las personas dieran espacio para que él pudiera respirar. Llego el minuto y él continuaba inconsciente. Para este momento yo ya había tirado los pompones al piso. Lo único lógico era matar al culpable de que Ian estuviera tirado en el piso como pulguita muerta.

— ¡Yo te mato! — grité apuntando al gordote que reía junto a sus compañeros de equipo.

Patee los pompones que lucían a la perfección con mi vestuario, hice el intentó de caminar hacia donde estaba mi novio tirado en el césped, para luego dirigirme al gordote e intentar no quebrarme los brazos mientras lo ahorcaba, pero unas manos tomaron mi cintura y no me dejaron continuar. Mi respiración era rápida, seguramente me miraba como loca, pero muy dentro de mí el enojo y la preocupación me estaba envolviendo en el mismo círculo rojo que me dejó golpear a Hilary.

— Él está bien, cuñadita — Ben tomaba mi cintura con fuerza mientras peleaba para soltar su agarre y matar. Matar. Matar —. No te preocupe, le gusta el drama.

— ¿Ben? — pregunté viendo que ya iban pasando los dos minutos — Ben, ¿qué le sucede? — mi voz salió en un susurro, cada vez me dolía más el pecho, quería correr, sacarlo de allí y ver su estado con mis propios ojos.

— Él está bien — murmuró viendo en la misma dirección —. Y eso me alegra porque estoy posicionado detrás de él y solo le pido a Dios que ese golpe no le haya llegado hasta lo más profundo de sus órganos y que luego no se tire un pedo que me mate a mí.

Diez segundos más pasaron cuando se levantó escandalosamente tosiendo hasta apoyar una de sus manos en la grama. Su vista buscó desesperadamente entre las gradas hasta toparse conmigo. Fue entonces cuando, entre respiraciones rápidas para recuperar el ritmo del juego, me sonrió y con su mano libre me dijo que estaba bien.

Ben volvió al campo luego de tomar un solo trago de agua, posicionó su mano frente a su mejor amigo y con ayuda de este Ian logró levantarse haciendo que el público volviera a aplaudir y a patear las gradas. Mi vista viajó hasta el gordote que miraba enojado a mi novio, luego este me miró y yo le saqué el dedo del medio.

— ¡Esto no es la cárcel, maldito gordo hijo de... — una mano delgada tapó mis labios.

— Tienes que calmarte — Rosa se encontraba con una gran sonrisa a un lado de mí —. El amor te tiene con un vocabulario fatal. — sonreí junto a ella mientras la abrazaba por los hombros con uno de mis brazos, ahora ambas observábamos cómo los chicos se reorganizaban para retomar el partido. Ian sacudió su cabello húmedo como un perro antes de volver a colocarse el casco.

— Me han aceptado Kath — dijo Rosa. Sabía a qué se refería — y he decidido irme — su rostro era serio aunque seguía viendo como todos los chicos del juego se movían de un lado a otro. Ambas estábamos con los brazos cruzados —. Sé que tú te quedarás por él y sé que serás feliz, pero yo necesito irme.

— ¿Qué pasará con Jack?

Ella sonrió con emoción. Sus ojos castaños me miraron felices, tenían ese brillo que la delataba como una loca enamorada.

— Ha decidido irse conmigo — dijo suspirando —. Nos iremos cuando tú te vayas con Ian para New York.

— Dos meses más entonces. — asintió.

Jamás me había separado por completo de ella. Desde que éramos unas bebes permanecimos juntas y siempre nos buscábamos cuando necesitábamos ayuda. Yo más que ella. Ella era la que me defendía y la que me decía que todo iba a estar bien. Y ahora, muchos años después, nos separaremos para tomar vidas distintas. Una presión en el pecho comenzó a acumularse cuando me di cuenta de que esta vez se iría y no volvería a los días, quizás ni a los años.

No pude decir nada más, solo me digne a tomarla de los brazos y acorralarla en un abrazo. Si es cierto que la iba a extrañar, pero sabía que su felicidad estaba en Londres y si ella era feliz, yo también lo sería. Tenía dos meses para disfrutar de mi mejor amiga y mis padres, porque un día iba a recoger mis cosas y me iba a ir. Solo dos meses más.

Juntas volvimos a ver el partido. Ahora listas para aceptar que un día ya no íbamos a estar más juntas.

— ¡¿Pero qué clase de imbécil eres tú?! — grité —¡Ben deja de hacer pases de nena! ¡Concentración! ¡Eres una maldita mariposa en el prado lleno de flores!

Como en todo partido, hay un momento de descanso de algunos minutos. Los chicos estaban sudados, cansados, sucios, golpeados, deseos de agua. Por ende, en ese pequeño tiempo era solo de las porristas, era el momento por el que practicábamos y formábamos una rutina de la cual los miembros de la secundaria se sentirían orgullosos. Y así fue como todo lo practicado días o semanas antes, se puso a prueba. Saltos, gritos y giros que hacían que el público gritara con emoción.

— ¡Es mi novia! ¡Dejen de verle las piernas! — escuché los gritos de Brand.

Ian se encontraba frente a sus compañeros de equipo que nos miraba sin siquiera parpadear y lo entendía, esas faldas daban mucho que enseñar. Sin embargo, Ian intentaba llamar su atención para que nadie me viera con su casco en mano, unos mechones húmedos por el sudor que caían en su frente y su ceño se frunció.

A estas alturas el partido se encontraba empatado. Es cierto que todo el esfuerzo de ambos equipos era palpable, pues a como unos golpeaban los otros también. Sin embargo, eso no era suficiente. Cuando el árbitro volvió a sonar el silbato, los chicos se posicionaron decididos a ganar cueste lo que cueste. Así continuaron la lucha. Saltando para atrapar el balón. Corriendo con todo lo que daban. Pasando a otros con coordinación. Bloqueando a los mastodontes. Intentando respirar. Golpeando. Se miraban adoloridos y yo ya me había acostumbrado a todos los golpes que recibían.

Llegaron los últimos diez minutos más tensos. Ian apenas tenía fuerza al igual que el resto del equipo. Pasó el balón por debajo de sus pies e inmediatamente Ben comenzó a correr. Todos los chicos a su alrededor derribaban a los más cercanos. Otros corrían detrás de Ben como si sus vidas realmente dependieran de eso. Ian buscaba un espacio para correr. El árbitro no sabía ni por donde iba el balón. El entrenador ya se había quitado la gorra de la emoción. Todos corrían, todos gritaban, todos se caían y se levantaban.

Ben pasó el balón a Ian, este corrió más rápido. Ian a Michael. Michael a Ken. Ken a Ben. Ben nuevamente a Ian. Él saltó impulsándose de un compañero que intentaba arrastrarse en el campo. Corrió con toda una manada de gorilas por detrás de él. Empujó e incluso creo que mordió a un tipo. Le tiró el balón a Ken que no logró moverse al ver la manada de locos corriendo en su dirección. Este logró tirarlo hacía Ben antes de caer por debajo de muchos cuerpos sudorosos masculinos y gritar un aleluya.

Ben buscó a alguien disponible encontrándose con Ian y finalmente lo tiró con todas sus fuerzas. Le tocaba al papita frita correr todo lo que le faltaba para anotar. Imaginaba que dentro de su cabeza iba pensando en correr, correr, correr, pues ya nada era válido en este juego, solo golpear y no dejar que te mataran. Se miraba que sus músculos cada vez respondían menos por el cansancio, su respiración era jadeante, pero faltaba muy poco. Tic tac, tic tac. El cronómetro en la tabla marcaba los segundos rápidamente. Mi corazón estaba a punto de salirse.

Ian tropezó a poco de llegar a la línea final y al menos unos diez jugadores cayeron por encima de él. El estadio estaba en total silencio. Las personas ya se había levantado de las gradas y no había nadie sentado. Las cabezas se movía buscando alguna señal del chico, al fondo escuché que alguien lloraba, pero no podía ver. No sabiendo que él estaba por debajo de toda esa masa.

El entrenador llamó a los paramédicos para que hicieran acto de presencia. Él mismo había comenzado a apartar a todos los chicos que estaban encima de Ian. Jalaba de las camisetas junto a Ben a un lado. Yo escuchaba los latidos de mi corazón rápido por los nervios. Cuando Ben quitó el último cuerpo pesado descubrieron el cuerpo aplastado de Ian aun sosteniendo la pelota. Inmediatamente Brand respiró un gran y ruidoso bocado de aire para intentar levantarse.

Ben miró la tabla de anotación con ambas manos en su cabeza, mientras su amigo intentaba respirar tirado en el piso. Corrió hasta el centro del campo para chocar sus manos con el resto de los integrantes.

— ¿Ganamos? — se preguntó Rosalina — ¡Ganamos! ¡Ganamos!

Rosa besó a su novio, del cual no me di ni cuenta de cuando llegó. La multitud estaba gritando emocionadas golpeando la grada con sus pies mientras los confetis salían por los aires y la banda comenzaba a tocar el himno de la escuela.

¡La casa se lleva el punto, señores! — gritaron por los altavoces — ¡Ian Brand, ha anotado!

Ian, sin casco alguno, había logrado recuperar las fuerzas para levantarse y ahora iba corriendo a los brazos de Ben. Ambos saltaron y chocaron sus pechos como todos unos machos lomos de plata. El resto del equipo corrió junto a ellos celebrando su victoria. Los tomaron en el aire y comenzaron a saltar con ellos en sus manos. Elevaban sus cascos con emoción mientras gritaban. Entonces sus ojos verdes se encontraron con los míos. Pidió que lo bajaran y caminó hasta quedar a dos metros de distancia. Mi corazón palpitaba con normalidad y las lágrimas que se me habían salido involuntariamente comenzaban a secarse.

Él me regaló su mejor sonrisa y abrió sus brazos dándome la señal. Corrí hacia él sin pensarla, salté y los abracé entrelazando mis piernas en su cintura. El impacto hizo que riera. Dábamos vueltas de alegría, besaba su rostro sin importar el sudor que se pegaba a mi piel y acariciaba su nuca hasta que uní nuestros labios. Él suspiró con una sonrisa cuando bajó mi cuerpo y unió nuestras frentes para besarnos nuevamente.

No supimos cuantos segundos mantuvimos nuestros labios juntos, pero nos separamos cuando ambos escuchamos un grito proveniente de una voz masculina. El padre de Ian estaba a poco pasos de nosotros. Sus ojos estaban cristalinos por las lágrimas y su sonrisa más ancha. Estaba orgulloso, habían cumplido su sueño. Ambos se abrazó y las comisuras de mis labios se levantaron al ver la tan hermosa escena. Un padre celebrando un gran momento junto a su único hijo. Gritaban, bailaban, saltaban y lloraban juntos. La escena fue interrumpida por un tipo con un traje gris y una corbata negra. Este les habló un par de minutos y finalmente le entregó una tarjeta dejando a mi novio con una sonrisa. Sabía lo que significaba, era un entrenador de Columbia. La madre de Ian besó su frente y los abuelos lo abrazaron. Cuando estos se fueron despidiéndose de mí, él volvió a acercarse.

Él volvió a correr para abrazarme y besarme.

— Estoy feliz por ti — dije.

— Yo también — susurró —, pero sobre todo porque este es el primer paso para vivir felices para siempre.

Sentí mi corazón derretirse. Un par de brazos nos rodearon por detrás obligándonos a caminar.

— ¿Vamos a celebrar esto en casa de Jack Jack? — preguntó Ben.

Rosalina junta a Jack y Dylan nos esperaban en la puerta. Estos comenzaron a caminar cuando estuvimos cerca.

— Por supuesto — Ian tomo mi cintura dándome un corto beso en la frente —. Solo necesitamos un baño y luego iremos a la fiesta.

Subí al auto de Ian junto a Ben, ambos iban hablando de la adrenalina que sintieron. Una que jamás habían experimentado. Yo no podía dejar de reír cada vez que el mejor amigo de mi novio mencionaba que ahora sus bolas no eran de acero, ahora eran un par de las esferas del dragón. Súper valiosas. Ambos habían conseguido las becas, su emoción era el doble de lo que representaba el partido.

Finalmente entré a cada cansada y sudorienta. Mi garganta ardía y mis nervios me habían acabado. Me dirigí a la cocina donde busqué desesperadamente un vaso con agua helada. Un par de tragos había dado cuando mi celular comenzó a sonar. En la pantalla se reflejaba el nombre de Ian.

¿Ya me extrañas? — dije tomando otro trago de agua.

— Tengo una sorpresa para ti.

— Siempre tienes sorpresas para mí — escuché su risa al otro lado —. La última vez fue sacando mi calzón en plena calle.

Si, bueno — compuso su garganta —, no me hagas recordar eso. Esta sorpresa se encuentra en tu habitación ¿podrías subir?

Subí las escaleras hacia mi habitación tomando bocanadas de agua y escuchando la respiración de Ian por el teléfono. Corté la llamada antes de abrir la puerta y al abrirla mis ojos se abrieron de golpe. Dejé caer mis rodillas por la impresión. No podía creerlo. Ladeó su pequeña cabeza mientras aún se mantenía sentado encima de mi cama, su colita empezó a moverse de un lado a otro cuando me vio al mismo tiempo que avanzada al borde de la cama desesperado porque lo tomara entre mis manos. Entonces dio un pequeño saltó y tuvo intensiones de bajar, pero era tan pequeño que no podía.

Levanté mi cuerpo del piso y lo sostuve entre mis brazos. Era pequeño, su pelaje suave y blanco, sus pequeños ojitos oscuros llenos de un brillo especial y su linda nariz negra que hacía juego con sus ojos. Era el French Poodle más bello que había visto en mi vida.

— ¿Te gusta? — escuché su voz detrás de mí.

Giré sobre mis talones para verlo. Él aún tenía el uniforme del equipo. Su cabello ya no estaba tan sudoroso y en su rostro estaba su sonrisa.

— Me encanta.

— Es — comenzó a caminar hacia mí con pasos lentos —...algo así como nuestro hijo — acarició la cabecita del perrito entre mis manos —. Necesita un nombre ¿cuál le pondrás?

Observé nuevamente su carita, por mi mente pasaron un sin número de nombres hasta que llegó el correcto. Un nombre fuerte y a la vez adorable para él.

— Dante. — Ian sonrió.

— Bueno — besó mi frente para luego ver al peludo entre mis manos —, bienvenido a la Familia Dante.

En memoria de Dante, el cachorro que jamás olvidaré.

Todavía dueles, pequeño.

La_Carcache.  


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