Juro enamorarte |BORRADOR|

Od La_Carcache

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PRIMERA PARTE DE LA SAGA JURO. Cuando Katherine James era apenas una pequeña, su madre llenó su mente con his... Více

Juro enamorarte
Dedicatoria
Advertencia!
¡Juro enamorarte en spotify!
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3 |NUEVO|
Capítulo 5
Capítulo 6 |Nueva edición|
Capítulo 7
Capítulo 8 |Nueva edición|
Capítulo 9 |Nueva edición|
Capítulo 10 |Nueva edición|
Capítulo 11 |Nueva edición|
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24 |Nueva versión|
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29 |Nueva versión|
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
FIN
Epílogo
Agradecimientos
+Novelas
Creaciones ❤

Capítulo 4

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Od La_Carcache


— ¿Color favorito? — su mirada hipnotizadora me observó con alegría mientras su espalda daba frente al camino.

— Rosa — sus labios formaron una sonrisa y en un ágil movimiento volvió a caminar a un lado de mí —, pero creo que ese color me ha gustado por más por mi madre, porque realmente me fascina el azul, ¿cuál es el tuyo?

— Azul — sostuvo mi mano entre la suya, regalándome una descarga inexplicable de cosquilleos en la boca de mi estómago —. Estamos muy cerca.

En ese momento nuestras preguntas se omitieron para dejar únicamente el sonido de nuestros pasos sobre las hojas que cubrían la firmeza del camino. Mientras acomodaba mis gafas y me aseguraba de que la mano de Ian todavía sostuviera la mía, forcé mis ojos a observar cada detalle del lugar; las hojas amarillentas que caían de los árboles, el sonido de los pájaros sobre la corteza de los árboles, el viento recorriendo alrededor de nuestros cuerpos y la temperatura acogedora de la época.

En un dado momento mis deseos de ver su perfil tan prodigioso hicieron que mi cuello girara escaneando su belleza atrapa sueños y quita bragas. Mis ojos comenzaron a rastrear la perfección de su frente, los ángulos exactos que le daban el toque preciso para provocar el deseo de darle un par de besos lentos y amorosos sobre la superficie lisa de esta, bajé tan solo un poco más y me encontré con un par de cejas semi gruesas que resaltaban las largas pestañas oscuras que rodeaban sus ojos grandes y de un encantador color verde esmeralda que me emboba. Sus pómulos ni grandes ni pequeños y dados a la perfección con sus mejillas, unos labios rosados que se sincronizaban a uno junto a otro y su barbilla perfilada sin vello alguno.

Continuamos caminando por varios minutos, en silencio y con la tranquilidad de percibir la presencia del otro a tan solo un par de centímetros. Entonces sus pasos cesaron y los míos junto a los suyos. Sorprendida ante la belleza de algo tan simple, sentí como su mano sostuvo de la mía con más fuerza y nos dirigimos a una única banca a un lado del camino; las hojas caían, los pájaros cantaban con más alegría y las rosas alrededor de la banca brillaban regalándole al lugar un aspecto mágico.

— Cuando era pequeño, mi padre siempre me decía que en esta misma banca conoció a mi madre — quitó un par de hojas para que pudiéramos sentarnos —. Contaba que este era su lugar favorito para leer o simplemente para sentarse en cualquier época del año, pero un día una rubia estaba tomando su lugar y él, al verla, sintió tanta furia que comenzó a caminar sin meditar sus palabras. Le molestaba saber que habían descubierto su pequeño tesoro. Él mismo cuenta que cuando estuvo frente a ella para reclamarle, ella lo vio y sus ojos hicieron contacto, inmediatamente su enojo desapareció. En ese momento supo que se había enamorado.

Ambos nos acomodamos sobre las tablas de la banca una vez que terminó de quitar todas las hojas. Él por su parte abrió el cierre de su chaqueta y estiró los pies al mismo tiempo que introducía una de sus manos en el bolsillo de su pantalón oscuro y la otra la pasaba por mis hombros acercándome un poco más a su cuerpo.

— Cuando era pequeño — continuó —, siempre dije que un día iba a enamorarme. Me idealizaba a la mujer de mi vida con tan solo siete años de edad — sonrió apenado —, pensaba que ella debía ser la combinación entre una mujer talentosa, culta y graciosa. Te confieso que todas esas ideologías las compartía con mi abuela, pues ella me enseñó que la mujer es el ser más hermoso de este mundo y esto muy de acuerdo. Aún recuerdo mi primer día de clases a esa edad, estaba dispuesto a encontrar a esa niña linda que me hiciera sentir diferente y por más tonto que suene, a la edad de siete años lo hice y terminé perdidamente enamorado.

— ¿Lo hiciste? — él asintió — ¿Y qué sucedió?

— Ella era tímida, tenía miedo todo el día y se refugiaba tras la valentía de su mejor amiga — se encogió de hombros —. Jamás se dio cuenta de mi presencia, o bien, de mis detalles hacia ella. Jamás encontró los chocolates que dejaba en su asiento porque otros se los comían y luego yo llegaba a casa lleno de hematomas — entonces me observó con una sonrisa y sus ojos achinados.

— Eso es... — vi la punta de mis zapatos — totalmente adorable y decepcionante, esperaba una historia un poco más romántica.

— Ahí no termina todo — negó con su cabeza —. Cambie de colegios, pero nunca dejé de pensar en ella y lo extraordinaria que era con todo y su timidez. Cuando estaba perdiendo las esperanzas, un día volví a verla. Continuaba siendo un poco torpe, de hecho, cayó a un lado de mí y al no reconocerla le di la advertencia que todos deben de tener en cuento comienzan a entrar a un mundo lleno de maldad a como lo es la secundaria, pero bastó con ver las gafas o las tonalidades del cabello castaño — sonrió —, para reconocerte.

Habían muchas explicaciones sobre lo que se siente comenzar a tener sentimientos por alguien, pero yo estaba segura de que esa explicación formaba era de acuerdo a la persona con la que estabas relacionada. Mi teoría sobre él era que su presencia en mi vida tenía algo excepcional y llamativo para mí, podía ser su físico o su forma tan inigualable de actuar, pero era algo más y ese algo más era su sabor.

Había leído en varios libros que las personas tenemos un sabor interno y este es reconocido por la persona indicada; sabor a café a como diría Jessica González, menta, fresa, uva y mi favorito chocolate. Sus labios me sabían a chocolate, a ese dulce néctar que intoxicaba mi sistema y me regalaba un remolino en el centro del alma, un choque eléctrico, la cachetada más poderosa, la ilusión de un nuevo amor y las mil ganas de vivir.

El toque final fue cuando sus labios, destiladores del dulce néctar que me llevaba a la perdición, se posicionaron sobre los míos con el juramento de jamás decepcionarme y así, de la manera más ilógica posible, comencé a enamorarme perdidamente de sus ojos verdes y de su alma con sabor a chocolate.

Después de ese beso, todo comenzó a marchar en subida. Simplemente éramos él y yo, yo y él. Habíamos implementado una serie de reglas, todo comenzaba con la omisión de nuestra relación frente a la vida estudiantil o siquiera nuestros padres, pensábamos que quizás nuestra corta edad iba a ser la excusa perfecta para no llevar una relación tan seria o quizás que esto nos iba a distraer tanto que podíamos fallar en nuestras clases y eso estaba prohibido por ambos lados.

Nuestra relación en la secundaria era igual; él con sus amigos y yo con Rosa, él ignorándome y yo anhelando en secreto, no obstante, en ciertos momento él me observaba y me guiñaba el ojo, logrando que hasta el alma se me encendiera en un profundo rojo penoso resultado por gestos sexys y muy a lo papa frita. La única persona que sabía lo nuestro era mi mejor amiga ¿y cómo no hacerlo? si sonreía frente a un móvil y a sus mensajes de buenos días. Todo esto me llevaba a la pregunta que mi padre siempre me decía; ¿y quién dijo que el amor no es cliché?

Así pasaron cuatro meses. Lamentablemente todo en nosotros era un secreto que poco a poco comenzó a ser cansado y a estresarme los días. Odiaba no poder tocar su mano en público, no poder quitarle a las chicas que lo consideraban un soltero más, no poder almorzar con él, ni abrazarlo, aunque debo de admitir que todo eso se me olvidaba cuando nos encontrábamos en casa de Marta y sus grandes brazos llenos de tinta me rodeaban por completo, cuando sus labios tocaban los míos o la coronilla de mi cabeza o cuando disfrutaba de su compañía las noches que cruzaba la ventana de mi habitación para quedarnos hablando horas y horas y al final dormir juntos, pero a como mencioné antes, esto era cansado y al menos yo deseaba cambiar todo.

Por esa misma razón ese día caminé detrás de él junto a sus amigos y cuando estuve cerca, lo arrincone hasta poder hablar como la pareja que éramos; con palabras correctas y sentimientos al aire.

— ¿Por qué quieres seguir ocultándolo? — buscaba su mirada con la mía, pero él simplemente la apartaba

— Aún no debemos...— guardó silencio por algunos segundos mientras su mente evaluaba alguna muy mala excusa para mí — ya sabes, quiero ser el primero en decirlo.

— ¿Quieres ser el primero en decirlo? — asintió inseguro. Mentía — ¿Por qué no dices que no quieres algo conmigo? ¡Vamos, Ian! dilo de una buena vez y veras como en cuestión de segundos olvido esta porquería y ¡listo!

No pensaba quedarme escuchando sus excusas. Intentando escapar de ese mal trago diré sobre mis pies para luego sentir como una de sus manos sostenía de mi brazo con delicadeza y me giraba nuevamente. Me abrazó de tal manera que algo dentro de mí me gritaba que intentaba protegerme de algo que ni yo conocía, pero me sentí tranquila en ese pequeño rincón que había formado para mí entre sus brazos; no tenía malos presentimientos, ni preguntas necias. Besó mi frente y tomó mis mejillas al unir su nariz sobre la mía.

— No quiero que te lastimen por mi culpa — cerró sus ojos mientras susurraba —, jamás me lo perdonaría. Tienes que comprender que es lo mejor, por el momento es lo mejor mi niña hermosa. — sonrió sin demostrar sus perfectos dientes y besó mi mejilla para luego salir poco a poco, dejándome sola como toda una estúpida en uno de los tantos callejones de la ciudad.

Mientras miraba como salía del callejón, donde nos encontrábamos dejándome completamente sola bajo la poca luz del atardecer y la humedad del lugar, algo dentro de mí se destruyó. Si tanto decía quererme ¿por qué ocultarme? ¿Por qué alejarme de su mundo?

Minutos después de haber salido de mis pensamientos, empecé a caminar en dirección a mi hogar. Las personas se miraban felices alrededor de mí, reían y compartían graciosas conversaciones de las que todos quisieran disfrutar, pero yo estaba rota, dolida e irreconocible, pues si bien mi vida jamás ha sido tan grandiosa, jamás me había sentido tan despreciada.

Abrí la puerta de mi casa e inmediatamente la presencia de una morena de cuerpo espléndido me sonrió. Amaba como sus ojos oscuros brillaban a miles de kilómetros de distancia y la buena vibra de su ser era palpable para cualquiera. Esther, la madre de Rosalina, era una ser celestial y lleno de magia, la misma que poseía mi madre y la misma que era escasa tanto para Rosa como para mí.

— Hola cariño — mi madre, a un lado de Esther, me sonreía con ese toque especial que yo envidiaba en ese momento. Al no responder, frunció su ceño y cruzó sus brazos por debajo de su pecho —, ¿sucede algo?

— No — negué acomodando mi bolso sobre mi hombro —, iré a mi habitación, no ando de ganas para comer.

— Increíble que estas niñas del demonio piensen que no las conocemos — observó a su mejor amiga —, salió de mi vagina ¿acaso no sabrá que yo sé que tiene un lunar en...

— Mucha información — contestó Esther en un intento de interrumpir a mi madre —. Qué bueno verte por aquí Katherine, Rosalina ha preguntado por ti.

— Iré a visitarla en cuanto pueda

Los escalones para llegar a mi habitación, de un momento a otro se convirtieron en mil escalones, mis pasos eran lentos y más de una vez había arrastrado de mis zapatos. Abrí la puerta y de un aventón tiré todas las cosas a un lado, inmediatamente caminé hasta la cortina que ocultaba la poca luz y elevando de una esquina busqué desesperadamente la ventana que daba paso a la ventana de Ian, pero estaba cerrada.

Más decepcionada de lo que ya estaba, intente distraerme de todas las maneras posibles; primero ordene mi habitación, limpie lo que ya estaba limpio, me cambié de ropa, observé una vez más por la esquina de la venta, volví a decepcionarme, me tiré sobre las sábanas limpias de mi cama, hice la poca tarea que tenía, escuché música, otra vez observé la ventana y otra vez me decepcioné. Así pasaron dos horas, cuando finalmente mi estómago suplico por comida y bajé las escaleras.

En el centro de la sala estaban mis padres, ambos se abrazaban emocionados y tiernos como si celebraban algo de la manera más romántica y pura posible, no era que no demostraran su amor frente a mí, era solo que este tipo de amor era diferente.

— ¿De qué me perdí? — pregunté al acomodar mis gafas

— Sucede que tu padre finalmente cerró contrato con empresas muy importantes en Inglaterra y eso le creará muchos beneficios a la empresa — mi madre se levantó de su asiento, caminó hacia mí y me abrazó —, eso significa que tenemos la opción de irnos del país. Además, tenemos buenas noticias para ti.

Mi madre me guio hasta uno de los sillones de la sala, me sentó y acomodó su cabello por detrás de sus orejas, eso solo representaba que estaba nerviosa por lo que iban a decir. Esperaba que no fuera un hermanito porque darte cuenta de que la fábrica sigue abierta ha de ser un tanto traumante.

Por otro lado, mi padre desajustaba el nudo de su corbata oscura y recogía las mandas de su camisa. Finalmente ambos tomaron asiento frente a mí, sonrieron y se tomaron de las manos esperanzados.

— Uno de los socios estuvo comentando un sin número de cosas — esta vez habló mi padre —, entre ellas la mención de su hija y la enfermedad que la acompañó por muchos años. Inmediatamente intenté indagar más y conseguí lo que tanto buscaba, una solución para ti — respiró profundamente —. En Inglaterra vive uno de los mejores oftalmólogos, especializados en casos como el tuyo y tanto tu madre como yo tenemos esperanzas. Cariño, estamos cansados de escuchar que tú no tienes remedio, podemos intentar esto.

En medio del silencio y del shock involuntario que tenía dentro de mí, mis ojos empezaron a cristalizarse por la emoción.

Todo comenzó cuando estaba pequeña. Según las anécdotas de mi madre desde que nací jamás siempre tuve algo diferente, los meses comenzaron a transcurrir con lentitud y yo simplemente escuchaba, pero mi mirada se mantenía pérdida. También cuenta que amaba las paredes, pues normalmente chocaba contra ellas cada media hora o cada vez que me dejaba sola, pero pensaban que era normal porque era apenas una bebe intentando caminar.

Cuando cumplí cuatro años mi enfermedad continuaba afectando, me habían diagnosticado miopía severa con siete dioptrías. Mi doctor explicó que los rayos de luz que entran al interior de mi ojo no formaban una imagen clara en la retina, sino que se enfocan por delante de ella, produciendo una imagen borrosa. Por ende, la única solución era usar gafas con un lente demasiado grueso, tanto que el color de mis ojos era borroso y en el peor de los casos, podía perder la vista con el paso de los años.

Sabíamos que había soluciones, pero ningún doctor se quiso arriesgar conmigo, ya que tenían miedo de que no resultara y más bien me lastimaran. Así que simplemente lo dejé, lo superé o al menos eso intenté y me acostumbré. Hasta ahora.

— Dinos cuándo y comenzamos a hacer maletas — mi padre acariciaba el cabello de mi madre, mientras esa lloraba sobre su hombro —. Nos vamos el tiempo que sea necesaria e incluso nos podemos ir a vivir allá.

La idea sonaba increíble, dentro de mi mente la imagen de una Katherine James sin gafas y disfrutando de un mundo totalmente diferente del que conocía, era el deseo prohibido de mi vida, pero no todo estaba perdido y eso me daba un toque de esperanza, sin embargo, la mirada verdosa de Ian también había viajado a mi mente haciéndome recordar que no podía irme y dejarlo. Entonces negué y continué haciéndolo hasta que llamé la atención de los presentes frente a mí.

— Por muchos años pensé que este defecto era un impedimento para mí — la primera lágrima bajó por mi mejilla derecha —, pensé que jamás iba a conseguir algo increíble, pero lo hice. Tengo una gran amiga, unos padres increíbles, alguien que me quiere por lo que soy ¿entonces por qué intentar cambiarlo? No quiero algo que me cambie, me ha costado mucho aceptarme tal y como soy, pero si lo he conseguido es por algo ¿no?

Ambos me observaron con curiosidad, para luego sonreír y abrazarme a como siempre lo hacían; con amor y compresión. El resto de la cena la pasamos platicando de todos los insultos que me llegaron a hacer desde pequeña, sé que fui muy egoísta al nunca contarles, pues ellos me enseñaron que aparte de ser mis padres también eran mis únicos amigos y jamás me iban a dejar sola, pero también sentía que era algo mío, que nadie además de Rosa y yo debía estar involucrado y así fue como nunca les comenté nada al respecto.

Una vez que terminamos de comer, subí una vez más a mi habitación y tiré mi cuerpo cansado sobre mi cama observando la oscuridad y sonriendo por mi buena decisión de al fin hablar con quienes me amaban y daban la vida por mí. Quedarme justo tal y como soy, me hacía feliz.

Escuché unos pequeños toques en mi ventana. Sabía quién era, pero ¿debía abrirle después de lo sucedido el día de hoy? la respuesta era clara, pero sus golpes eran insistentes y faltaba poco para que se dieran cuenta de que alguien rondaba por la casa en busca de mí. Encendí la luz de mi habitación y me dirigí a la ventana, donde al abrirla una pequeña piedra fue directo a mi frente haciéndome un quejido de dolor.

— ¡Katherine! — susurró desde abajo — ¡Hey!

— ¿Ian? — acaricie mi frente intentando opacar el dolor — ¿Qué haces?

Sus largas piernas treparon el cuerpo de uno de los tantos árboles y en un ágil movimiento cruzó el ventanal de mi habitación, entrando por completo y tomándome en cuestión de segundos.

— Vine a visitarte como todas las noches — se encogió sus hombros y acomodó su trasero sobre mi cama —, ¿algún problema?

Negué con mi cabeza sin mencionar palabra alguna, que tuviera sentimientos por él no significaba que debía aplaudirle por sus groserías. Terminé de dar los últimos pasos para acomodarme a un lado de él, sin embargo, tomó mi rostro con brusquedad entre sus manos acercándome por completo a su rostro y dándome un beso. Era un beso desesperado, brusco y nada parecido a los besos que solía darme, todo mientras sus manos me sujetaban la cintura con fuerza al nivel de lastimarme, pero su beso era tan intenso que en ningún momento quise alejarme de él, aun sabiendo que algo no estaba bien.

Alejó su rostro para escanearme con su mirada dilatadas e intoxicada de placer. Me observaba como si fuera un pequeño chihuahua en pleno invierno y sin suéter, mientras él era un pitbull.

— Quiero hacerlo — su mirada representaba lujuria y su voz estaba ronca dejando escapar su deseo a través de sus cuerdas vocales, pero lo que más me sorprendió fue su propuesta. Negué confundida intentando comprender su desesperación —, ¿estás segura de que tu problema de visión no afectó a tus oídos? Normalmente tengo que repetir las cosas como tres veces — rasco su nuca mientras me sonreía.

— ¿Quieres hacerlo? — pregunté intentando aclarar el hacer qué

— Si, mira — sostuvo mis manos —, nos amamos ¿no?

— No intentes darme ese tipo de argumentos baratos — frunció el ceño

— ¿Qué dices? — una de sus cejas se elevó — podemos cruzarnos a mi cuarto y...

— Necesito pensarlo

Para mi sorpresa y mi estado ya muy afectado por sus palabras, su rostro cambió de expresión en cuestión de segundos demostrando su mandíbula tensa, por último, suspiró e intentó sonreír.

— De acuerdo — observó hacia la ventana —, tengo que irme.

— Pero... ¿No te quedaras?

— No tengo tarea, ¿tienes la tarea de matemáticas? — asentí con dudas. Caminé hasta mi escritorio y con ambas manos sostuve mi cuaderno para entregárselo —, gracias y, bueno, te veo mañana.

Ni beso, ni abrazo, ni una caricia.

Pensando en las actitudes de Ian logré conciliar el sueño hasta que mi alarma sonó para comenzar un nuevo día. En estas últimas tres semanas, podía andar por la secundaria como una persona normal y la razón era sencilla, Hilary se encontraba con varicela y según los chismes, le quedó una pequeña e insignificante cicatriz, causando la pérdida de clases en todas estas semanas, pero hoy para mi mala suerte su maldito cabello rubio y perfecto andaba por los pasillos.

Caminaba por el pasillo en busca de mi casillero, para encontrarme a una chica de cabellera mancha en frente.

— ¡Rosalina! — dije en cuanto estuve un poco más cerca, recibiendo un fuerte golpe por pare suya.

— Eso es por no haberme llamado

Juntas caminamos hasta nuestro salón de clases y al cruzar el lumbral mi corazón se encogió al mismo tiempo que mi aliento se escapaba de entre mis labios. Ian se encontraba sentado sobre una de las mesas con ambas manos sobre los brazos de la rubia, mientras Hilary colgaba de su cuello y besaba con pasión sus labios, tanta que podría jurar que en cualquier momento se quitaba la ropa frente a todos.

Quise avanzar, quitarla de ahí y golpearlo con todas mis fuerzas, pero Rosalina me detuvo.

— Relájate, será mejor no meterse — dijo cerca de mi oído —. Luego puedes hablar con él.

En cierto sentido tenía razón, no me mataba para nada estudiando día y noche con tal de ser sobresaliente en mis estudios. Una simple falta en mi libreta estudiantil y adiós a cualquier beca para alguna universidad, así que respire y busqué mi asiento, para luego ver como Ian alejaba con fuerza a Hilary y me miraba con impresión, pero no era momento de hablar y no sabía cuándo lo sería.

Así pasó el día, yo intentando omitir a cualquiera y Hilary haciéndome la vida imposible. Logré llegar a casa sin un nuevo trauma dentro de mi cabeza, pero con el corazón aún escondido, sin embargo, él me estaba esperando a dos cuadras de mi casa. Los mechones revueltos de su cabello lo hacían ver angustiado y este al verme, caminó a paso rápido hasta llegar a mí y atraparme entre sus brazos.

— Te juro que yo no quise — dijo rápidamente —. Ella no es importante para mí, yo te quiero a ti, por favor tienes que creerme.

Pude haberle creído, pero algo dentro de mí decía que mentía. Desafortunadamente las personas que somos lastimadas constantemente tenemos ese defecto; no creemos, no perdonamos y desconfiamos de cualquiera, porque estamos cansados de promesas estúpidas en donde juran que nunca nos lastimaran y en realidad lo hacen y lo hacen peor sabiendo que nos duele. Nosotros no deseamos más promesas, deseamos alguien que no nos rompa.

Decidida, alejé los brazos de Ian de mi cuerpo y sin mencionar palabra alguna al ver su rostro lleno de sorpresa, caminé sola hasta mi casa, omitiendo sus llamados y la presión en mi pecho, porque esto dolía como los mil demonios.



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