Te Necesito

By MyPerfectGuys

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Entrenador y jugadora. Profesor y alumna. Amigo y amiga. Para algunos eran una cosa, para otros otra... pe... More

Sinopsis
01.
02.
03.
04.
05.
06.
07.
08.
09.
10.
11.
12.
13.
14.
15.
16.
17.
18.
19.
20.
21.
22.
23.
24.
25.
27. «1ª parte»
27. «2ª parte»
28.
29.
30.
31. «1ª parte»
31. «2ª parte»
32.
33.
34.
Epílogo
Nueva temporada
~~~

26.

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By MyPerfectGuys

—Papá —lo llamé alzando la voz—, papá, ¿dónde estás?

Cerré la puerta de casa alarmada después de haber leído su mensaje. Lo busqué primero por el salón, pero no estaba. Me giré y vi luz en la cocina. Corrí hasta allí y lo encontré sentado en un silla con los brazos cruzados, mirando fijamente su móvil, el cual descansaba sobre la mesa.

—Siéntate —me ordenó, fijando su vista en mí a la vez que señalaba una de las sillas en frente suya—, tenemos que hablar.

—Me estas preocupando papá. ¿Qué ocurre?

Me senté frunciendo en ceño y lo miré expectante. No podía soportar aquella incertidumbre que me embargaba por dentro. 

—_____, aclárame qué significan estás fotos —demandó, dándole la vuelta al móvil y permitiéndome ver la pantalla iluminada del dispositivo.

Al oír la palabra "fotos" se me cayó el alma a los pies. Supe de inmediato a lo que se estaba refiriendo. Fotos de Liam y mías, sin duda. Tal era la seguridad que sentía que ni quise dirigir la vista hacia el móvil, pero la inquietud por saber de forma exacta que era lo que él había visto me pudo.

En la primera imagen aparecíamos sentados sobre las rocas de la playa riendo, nada por lo que tuviera que preocuparme, pero en la segunda se nos veía de una forma un poco más comprometida. Ambos estábamos de pie observándonos, yo con sólo mi bikini y mi vestido tirado en la arena, y Liam desprendiéndose de sus vaqueros sin apartar sus ojos de mi rostro. 

Tragué con dificultad y aparté el móvil, no tenía ni el valor ni la suficiente fuerza como para continuar viendo más.

—L-lo siento —fue lo único que me atreví a decir. Agaché la cabeza arrepentida y esperé a que la gran bronca por su parte llegara.

No sabía como podría volver a mirarle a la cara. Papá siempre se había preocupado porque ningún chico se acercara a mí, y ahora de pronto se enteraba de esto. Creía que el hecho de que fuera un chico no era lo que más le podía molestar en esta ocasión, sino que fuera mi profesor y entrenador, y que además tuviera seis años más que yo.

—No te tienes porqué disculpar.

Yo alcé la cabeza anonadada. ¿Realmente había escuchado bien?

—¿No estás enfadado? —le pregunté sin poder evitar mostrar la sorpresa en mis palabras. Él negó— ¿En serio?

—La culpa de todo esto la tengo yo —dijo—. He estado toda mi vida prohibiéndote hablar con chicos, intentando que ninguno se acercara a ti, incentivándote para que prefirieras estar en casa antes que con tus amigos... pero todo lo hacía para protegerte y evitar que te hicieran daño. Entiendo que ya tienes cierta edad para experimentar por ti misma lo que es la vida, el amor más concretamente.

Me sentía tan incómoda hablando de estas cosas con él.

—Entonces, ¿no te molesta que... bueno, que salga con Liam?

—Me encantaría decirte que sí me molesta, pero si lo hago no estaría siendo sincero ni contigo ni conmigo mismo —confesó encogiéndose de hombros. Estaba muy impresionada por todo lo que decía. Jamás pensé que ante estas cosas reaccionaría así—. Sé que Liam es muy buen chico, y a pesar de que vuestras edades son algo distintas, me gusta que te hayas fijado en él. Pero el hecho de que sea tu profesor ya no me agrada tanto.

—¿Eso qué quiere decir? —pregunté quizá sabiendo lo que diría a continuación.

—_____, creo que lo mejor es que paréis cuanto antes con esta relación que tenéis. Debéis dedicaros únicamente a hablar cuando sea necesario en el colegio, y si alguna vez vamos a su casa igual, hablaréis lo justo y necesario.

—P-pero yo no puedo hacer eso... —protesté horrorizada. Apenas podía hablar al imaginarme la situación que me estaba proponiendo—, no puedo.

—Sé que es difícil hija, posiblemente sea tu... tu primer amor, pero al fin y al cabo es sólo eso, un primer amor —comentó con simpleza, como si mis sentimientos no importaran. Se levantó de la silla y se dirigió hacia la puerta—. Olvídalo _____, será lo mejor para todos.

Narra Alba.

Una semana hacía que había abandonado el hospital y todavía seguía sin salir de casa. Hasta ayer mismo _____ no paró de insistir en que fuera a clase, o al cine con ella, cualquier cosa con tal de que no estuviera encerrada en mi cuarto sin comunicarme con nadie por más tiempo, pero realmente no me sentía preparada. Hasta hoy. El aire que respiraba en mi habitación ya comenzaba a ahogarme, necesitaba salir a la calle cuanto antes, así que cogí mi móvil y marqué el numero de _____, esperando que estuviera disponible para ir a dar una vuelta.

—Alba —mi madre me interrumpió justo en ese momento—. Hija, tienes visita.

Me levanté de la cama y dejé el móvil sobre la mesita de noche girándome hacia ella.

—¡Albaa!

Los gritos inconfundibles de Ruth y Carla me dejaron sorda por momentos. Al verlas entrar lo primero que se me pasó por la mente fue que se habían equivocado de lugar, puesto que iban demasiado arregladas como para venir a hacerme una visita, pero al ver lo contentas que se pusieron al verme me di cuenta de que sabían a la perfección donde estaban.

—Hola chicas —saludé dedicándoles una leve sonrisa—. ¿Qué hacéis aquí?

—A parte de venir a ver qué tal estabas, que por lo que vemos ya estás perfectamente... —dijo Carla—, nos pasábamos por aquí porque queremos que te vengas con nosotras de fiesta.

—¿Yo? ¿De fiesta? ¿Con vosotras? —pregunté atropelladamente— No sé, no lo veo buena idea...

—¿Y por qué no? Te aseguro que esta va a ser la mejor noche de tu vida —habló Ruth alzando sus cejas repetidas veces—. Qué dices, ¿te apuntas?

—No sé por qué nos estamos molestando en preguntárselo —intervino Carla muerta de risa hablando con su mejor amiga—. Tenemos ordenes de sacarla de estas cuatro paredes sí o sí. Así que venga, que te vienes con nosotras.

Me arrastraron cada una de un brazo hasta sentarme delante de mi escritorio y, mientras Ruth comenzaba a sacar todo mi maquillaje de un cajón, Carla abrió mi armario y rebuscó por todos los rincones algo de ropa para ponerme.

—¿Quién os a dado ordenes? —pregunté confundida y, debía de admitir, también un poco divertida.

—_____ —me respondió Carla distraída. A través del espejo pude ver como se daba la vuelta sonriendo triunfante y extendía en el aire un vestido súper hiper mega pequeño, el cual ni si quiera sabía que tenía—. Este es perfecto.

—Yo no me puedo meter ahí —le aclaré negando continuamente con mi cabeza—. Qué queréis, ¿vestirme como una prostituta? 

—Sí, básicamente sí —respondió Ruth con naturalidad volviendo a poner toda su atención en limpiar mi cara—. Alba, esta noche vas a perder toda la inocencia que tienes en ese mini cuerpecito y te vas a convertir en una auténtica mujer. Y cuando digo mujer, es mujer.

Retuve el aliento asustada. ¿Eso significaba que dejaría de ser virgen en unas pocas horas? 

Ella cogió mi máscara de ojos y empezó a aplicármela con lentitud y de la forma más delicada que pudo. Luego pasó a un pintalabios rosa fuerte, y después quiso seguir con algo de colorete, pero conseguí detenerla a tiempo. No estaba acostumbrada a maquillarme tanto.

Carla no paraba de sacar tacones de mi armario buscando los adecuados para el vestido, y al final, como no, terminó escogiendo los más altos que encontró.

—Hija, parece que hoy estás muy solicitada —soltó mi madre divertida volviéndose a colar en mi habitación, acompañada de una persona a la que para nada esperaba ver aquella noche.

—¡Marcel! —exclamé encantada, dejando a Ruth maquillando el aire y lanzándome a sus brazos— Has venido...

—Como todos los días —susurró en mi oído. Me separé de él y lo encontré sonriéndome feliz.

De repente y sin esperarlo, sacó de su espalda un ramo de flores precioso y me lo entregó delante de mis amigas y mi madre. No sabía a qué se debía todo aquello, pero me hizo mucha ilusión verlo igual de tímido que siempre con sus mejillas encendidas y sosteniendo aquel ramo.

Vi como mi madre salía de la habitación con una sonrisa tonta en su cara y cerraba la puerta para dejarnos solos, cosa que no hicieron mis amigas por mucho que las miré con disimulo rogándoles por que lo hicieran.

—Oh, sí, muy bonita toda esta escena, pero te recuerdo Alba que tenemos una larga noche por delante —me giré y las vi a las dos con la ropa y los tacones en la mano. Apreté mis labios en una fina linea y las miré asesinamente. No hacía falta que fueran tan corta rollos.

—¿A-adónde vas? —preguntó Marcel algo triste, borrando cualquier rastro de felicidad que había tenido hasta hacía instantes— ¿Hoy no veremos películas y comeremos palomitas como siempre?

—Uh, Marcel, me encantaría pero... es que hoy tengo ganas de salir y divertirme un poco —ladeé mi cabeza al ver su cara de desilusión—. Oye, ¿y por qué no te vienes con nosotras?

—¿Eh? No, no —negó, rascándose la nuca—, yo con vosotras no pinto nada...

—Pues yo creo que deberías venir —valoró Ruth pensativa. Se acercó a nosotros y comenzó a dar vueltas alrededor de él—, y de hecho lo vas a hacer.

Ella, tan atrevida como siempre, lo empujó del pecho dejándolo sentado sobre mi cama y se lo quedó mirando un rato con los ojos entrecerrados, analizándolo. Después de unos diez minutos y un par de arreglos a su vestuario, Marcel quedó como nuevo frente a nosotras.

—Que buena soy en esto —se dijo a sí misma Ruth con aires de superioridad, haciéndolo ponerse en pie y admirando su trabajo—. Y porque no me has dejado que te toque ese increíble pelo engominado, que si no te hubiera convertido en todo un imán de chicas.

—¿Y-yo? ¿Un imán de chicas?

—Sí cariño —Carla le dio una nalgada al mismo tiempo que le guiñaba un ojo con picardía—, eres un bombón.

—Marcel, ¿te importaría salir un momentito? —le pregunté— Me voy a cambiar.

—Sí, sí, claro...

Metió sus manos en sus bolsillos delanteros y se marchó, aún turbado por lo que le habían dicho Carla y Ruth, cerrando la puerta detrás suya.

Las chicas me ayudaron a ponerme aquel ajustadísimo vestido negro, más incluso que el azul que me había prestado _____ para otra ocasión, y me hicieron subirme a los zapatos de tacón más altos que me había puesto en mi vida. A pesar de todo aquello, me sorprendió la capacidad que tuve para caminar y para moverme, parecía que tenía mucha práctica vistiendo de aquella forma. Me soltaron el pelo y me lo dejaron tal cual estaba, rizado, según ellas precioso.

Al salir de la habitación, Marcel se me quedó mirando embobado y con la boca abierta.

—¿Qué? Está guapa, ¿eh? —le preguntó Carla burlonamente— Te la tirarías, ¿a que sí?

—Esto yo... eh, bueno... —ambos nos ruborizamos por aquel comentario cuando alzamos la vista y nos miramos el uno al otro a los ojos.

Le pegué un codazo a mi amiga advirtiéndole para que se callara.

—Anda tortolitos, moved esos traseros que ya es casi media noche y yo ya tenía que estar borracha —Ruth echó a caminar por el pasillo seguida por Carla y más tarde por nosotros dos.

Al llegar al salón mis padres nos miraron confusos.

—¿Vas a salir, hija? —preguntó mi padre levantándose de su sillón.

—Eh, sí —asentí nerviosa viendo como me observaba de arriba a bajo y gruñía.

—Señor, puede estar tranquilo, yo la cuidaré —Marcel me cogió la mano con delicadeza y la apoyó en su brazo—. Le aseguro que estará segura conmigo.

Extrañamente, ellos dos se llevaban bastante bien desde que lo invitaba junto con _____ a casa casi todos los fines de semana. Al parecer tenían bastantes cosas en común, y que se llevaran tan bien mi mejor amigo y mi padre me agradaba mucho.

—Eso espero, Marcel.

Mi padre le dio su aprobación, y antes de volver a sentarse junto a mi madre, les echó un vistazo a las dos que tenía al lado. Me di cuenta de que le prestaba especial atención a Ruth, y ésta lo miraba mordiéndose el labio seductora y echándose hacia delante para hacerle ver mejor su escote.

¿Pero a esa que le había dado? ¡Ese era mi padre! ¡¡Y estaba casado!!

Al salir de casa y entrar en el ascensor, no me faltó tiempo para dirigirme a ella y regañarle por lo que había hecho.

—¿Se puede saber a ti qué te pasa?

—Es que le ponen los maduritos —explicó Carla riendo. Marcel se unió a las risas, aunque tras una de mis miradas reprochantes, cesó de hacerlo y mantuvo la compostura.

—Pues me alegro de que te gusten los hombres mayores, pero te recuerdo que ese era mi padre —le espeté con un enfado evidente—, y está felizmente casado con mi madre.

—Lo siento, ¿vale? Pero es que a veces no controlo hasta qué punto llego a provocar a los hombres —se medio disculpó entre risas.

Yo suspiré con pesadez y decidí dejarlo pasar, convenciéndome mentalmente de que aquello tan sólo había sido un pequeño desliz por parte de mi padre y un acto de rebeldía por la de Ruth.

Al ser Marcel dos años mayor que nosotras, él ya tenía carnet de conducir y coche, por lo que se ofreció amablemente a llevarnos.

– ¿Y a dónde vamos? – pregunté curiosa.

– A casa de uno de los que será protagonista en el musical – respondió Ruth, quien miraba distraída las luces de la calle a través de la ventanilla.

– Martín – corroboró Marcel.

– Exacto. Creo que habrá mucha gente del colegio allí – sonrió Carla.

Y vaya si había gente... Al llegar tuvimos que dejar el coche unas casas más lejos debido a la cantidad de personas que se encontraban deambulando por la respectiva calle de la casa de Martín. Podía afirmar perfectamente que la música retumbaba a unos cuarenta metros más allá, pero lo más extraño de todo era que no habían vecinos por allí quejándose y protestando por el ruido

Cuando estuvimos en la entrada de la casa –más bien mansión–, nos tuvimos que abrir paso entre cientos de jóvenes a los que la gran mayoría conocía de ver por los pasillos del colegio. Nos cogimos de las manos los cuatro y conseguimos llegar hasta el interior intactos, sin que ninguno se perdiera, lo que al principio parecía misión imposible.

Fuimos hasta una especié de barra en donde Carla pidió un vodka para cada uno y nos lo bebimos sin rechistar. La primera impresión que tuve fue que estaba asqueroso, al tragarlo picaba la garganta a horrores, pero después de un rato quise más y más, por lo que me tomé otro. Marcel de vez en cuando me miraba de reojo advirtiéndome en silencio, pero yo le decía 'será sólo una noche' y él, inseguro, me dejaba que siguiera. Por supuesto que él sí que era capaz de controlarse, ya que era el que conducía y tenía más cabeza que nosotras tres juntas.

Después de un rato bebiendo me sentía algo mareada, pero tenía muchas ganas de bailar, así que agarré a Marcel de la mano y lo guié hasta el centro de la sala. Al principio se mosotró bastante reacio a moverse al son de la música, pero yo comencé a arrimarme a él y a balancear mis caderas cerca de las suyas para que me siguiera, por lo que al final terminó cediendo.

Estuvimos bastante rato bailando, me hacía reír incluso en esos momentos, y eso me animaba mucho. Me sentía realmente bien a su lado. Cada vez lo quería más y más, pero mis sentimientos hacia él no eran más que de amistad. Podía notar que los de él hacia mi eran igual de intensos, pero desgraciadamente no eran sólo de amistad, lo podía notar. Me hacía muchos cumplidos y me trataba especialmente bien como chica. Cualquiera estaría rendida a sus pies si la trataran igual que él a mí, pero mi corazón ya tenía dueño desde hacía bastante tiempo. Dueño a quien pretendía odiar con toda mi alma por ser tan estúpidamente mujeriego e idiota, pero no me podía engañar ni a mí misma, lo quería incluso siendo tan repugnante y superficial.

Miré mi reloj y vi que pasaban ya de las tres de la mañana. Marcel a esas alturas de la noche ya estaba muy cansado, no podía olvidar que esta era la primera vez que los dos salíamos a sitios así y no estábamos acostumbrados a tanto. Pero sin embargo yo aún tenía ganas de más.

Distinguí a las chicas en la barra bebiendo y charlando con un tío mayor que no era del colegio, parecía universitario. Me acerqué a ellas con Marcel agarrado a mi mano y les interrumpí en su conversación.

– Chicas, ¿os quedaréis aquí? – les pregunté.

– Mmm... – Carla miró a Ruth y esta negó poniéndose en pie –. No, esto comienza a ser aburrido. Vamos a ir a una discoteca que hay por aquí cerca, ¿venís con nosotras?

– Yo creo que no, ya estoy algo cansado – Marcel frotó sus ojos con cansancio –. Si queréis os puedo llevar hasta la discoteca esa que decís, pero luego tendréis que arreglároslas para volver a casa por vuestra cuenta.

– De acuerdo bombón, muchas gracias – le agradecieron las dos besándole cada una, una mejilla a Marcel. Por sus mejillas teñidas de rosa podía notar que estaba abrumado por el excesivo afecto femenino que estaba recibiendo esa noche.

Salimos de todo aquel jaleo y nos subirnos al coche. Cerré mis ojos intentando que las cosas dejaran de dar vueltas a mi alrededor. Únicamente había bebido al principio de la noche, pero aún así estaba muy mareada.

– ¡Llegamos! – gritó Ruth muerta de risa. Era obvio que ella también iba algo bebida ya.

Fui a bajarme del coche en cuanto mis amigas lo hicieron, pero Marcel me agarró del brazo y me echó hacia atrás.

– Alba, ten cuidado por favor, tu padre me matará si te pasa algo – me pidió suplicante. Realmente le importaba lo que pudiera pasarme, y eso era de lo más adorable –. Controla lo que tomas, y vigila a los chicos que se te acerquen, recházalos a todos.

– Claro que lo haré – le sonreí besándolo en la comisura de los labios –. Estate tranquilo, me sé cuidar yo solita. Te quiero, Marcelo – reí al ver su cara de desagrado.

– No me llames así, mi nombre en español no me gusta – protestó como un niño chico. Enternecida por el tono que usó, me acerqué más a él y lo callé con otro beso en su otra comisura.

En cuanto bajé del coche, Ruth y Carla tiraron de mí hasta que quedamos frente a la puerta de la discoteca. Nos habíamos saltado una buena fila de personas, pero a ellas pareció darles igual.

– ¿Nos dejarán entrar? – les pregunté observándo que la media de edad de las personas que habían allí era de veinte – Parece ser un sitio para mayores de edad.

– Si te acomodas el escote y te subes el vestido sí, así que ya puedes estar haciéndolo.

Y yo, simplemente lo hice, como si fuera una marioneta a la que estabn controlando. Un poco más y estar con ese vestido o con ropa interior sería exactamente lo mismo.

– Rober, cariño – ellas dos corrieron a abrazar al gorila que había en la puerta.

Éste era un hombre enorme, si lo comparaba con nosotras. Tendría unos treinta años aproximadamente. Su cuerpo era bastante corpulento y su expresión seria, hasta que nos vio llegar, que sonrió como un niño pequeño en el día de su cumpleaños.

– Oh, mis niñas – las envolvió a ambas en un abrazo estrechándolas contra su cuerpo. Algo me decía que ellas conocían aquella discoteca mejor que sus propias casas –. Hace mucho que no veniaís, ya os echaba de menos...

– Hemos estado ocupadas con exámenes – murmuró Carla batiendo sus pestañas con cara de niña buena –. Mira, te presentamos a Alba, una amiga.

El hombre las soltó para acercarse a mí. Tomó mi mano derecha entre la suya y la besó con más suavidad de la que esperé por su parte. Después de eso hizo que girara y diera una vuelta completa frente a él, dejándole admirar mi cuerpo libremente.

– Que preciosidad – me alagó –. Tienes un cuerpo estupendo, preciosa.

– G-gracias – susurré nerviosa. Si me hubiera pillado completamente sobria le hubiera propinado una buena bofetada importándome poco que pareciera un armario andante, de esas de las que incluso duelen aunque las dé una niñita como yo, pero sin embargo estaba más borracha de lo que hubiera deseado, así que no pude hacer nada para dirgir mis actos y defenderme.

Sabía que si seguía adelante con todo aquello haría cosas prohibidas esa noche. Debía parar, frenar a mi cuerpo y a mi mente, pero no podía... Quería portarme mal por un día, ser una chica mala y experimentar cosas nuevas. Quería sentirme deseada por los hombres por primera vez en mi vida.

– Ojalá pudieras dejar de trabajar y divertirte un rato con nosotras – le susurró Ruth juguetona al oído –, pero te aseguro que nos beberemos una copa a tu salud.

Ella le giñó un ojo y lo besó levemente en los labios.

Volvieron las dos a agarrarme para introducirnos juntas en el interior del local. Aquí la música también estaba igual de alta, pero el ambiente era muy distinto. En el aire se respiraba la fragancia del sexo y del alcohol, la combinación perfecta para algunos, pero extraña para mí.

Una sensación rara recorrió mi cuerpo. Adrenalina. Sí, eso era, adrenalina. Quería unirme a la multitud que había en el centro de la discoteca gritando, saltando, bailando y bebiendo descontroladamente. Caminé detrás de ellas sin mucha dificultad, ya que los hombres, que era lo que más había allí, se apartaban a nuestro paso lanzándonos piropos, algunos bonitos y otros bastantes obscenos y vulgares.

– ¿Crees que habrán venido? – oí que se preguntaban entre ellas.

– Espero que sí, yo hoy necesito follar como sea.

Llegamos a la barra y ellas volvieron a pedir por mí. No supe ni lo que me habían dado, pero me sentí más ansiosa e incluso más mareada aún. Pero era lógico, cuanto más alcohol, más desorientada estaría. Aun sabiendo eso, continué metiéndole sustancias desconocidas a mi cuerpo sin control.

Narra Niall:

– ¿Y quiénes son esas chicas de las que tanto habláis? – les pregunté a mis amigos.

Los dos dejaron de mirar al centro de la pista buscándolas desesperados con la vista y se acomodaron en sus taburetes prestándome atención.

– Son dos diosas de dieciséis años que nos están volviendo demasiado locos – confesó el más mayor de todos, Simón, sin remordimientos.

– Las conocimos en esta misma discoteca hace un mes – habló Max –. Simón acababa de pelearse, una vez más, con su mujer, y yo me sentía muy solo en casa, así que decidimos venir aquí para ver si nuestro ánimo mejoraba – sonrió –, y vaya si mejoró...

– ¿Tienen dieciséis años? ¿Estáis locos? – pregunté horrorizado – ¡Son unas niñas!

Y la verdad es que no sabía porqué les echaba aquel sermón. Yo pecaba exactamente de la misma atrocidad que ellos, de embobarme con una adolescente también de esa misma edad y de fantasear involuntariamente con ella en situaciones de lo más pervertidas.

– Sí, podemos estar todo lo enfermos que quieras, pero aquella fue la mejor noche de toda mi vida con diferencia – aseguró Simón con seguridad y sin remordimientos –. Y espero que hoy se vuelva a repetir.

– Eh, míralas, están allí – advirtió Max dándole un codazo a Simón al mismo tiempo que señalaba hacia la otra punta de la discoteca –. Dios mío, vamos a por ellas.

– ¿A dónde vais? – los detuve agarrándolos por el hombro, puesto que ellos ya habían saltado de sus asientos desesperados – Se va anotar demasiado que estáis como locos por volver a verlas. Mejor quedaros aquí deleitándoos con las vistas, que vengan ellas cuando les apetezca.

Era cierto que no estaba muy deacuerdo con lo que hacían, pero no quería quedarme solo tan pronto en la noche. Temía que las chicas, al verme bebiendo en la barra y sin compañía, acudieran en manada buscando compartir conmigo algo más que una noche de placer. Hoy no estaba para esas tonterías.

Ellos, siguiendo mi consejo, se quedaron junto a mí observándolas desde lejos. Al principio, cuando las señalaron por primera vez, no supe a quién se estaban refiriendo, pero en cuanto pude tomarme un tiempo para observar en la dirección que ellos lo hacían, las reconocí al instante. Eran dos chicas del colegio, quienes también formaban parte del equipo de voleibol, ya que en varios partidos las había visto jugando junto con Alba y _____. Jamás hubiera podido adivinar que aquellas dos eran tan espabiladas como en ese momento se estaban mostrando.

– Anda mira, hay otra chica más con ellas – observó Max con los ojos bien abiertos –, y esa tampoco está nada mal.

Pues claro que no estaba nada mal, como que era Alba. La sangre en mis venas se alteró de pronto. ¿Qué demonios hacía ella allí?

A primera vista me costó muchísimo reconocerla, bailaba y se restregaba contra todos los chicos que tenía a su alrededor, los cuales eran muchos, sin pudor y sin verguenza alguna. Saltaba a la vista la cantidad de miradas de deseo que estaba recibiendo. También eran evidentes las descaradas caricias y apretones que toleraba por todo su cuerpo, pero parecía no importarle en absoluto.

Aquello no me cuadraba. Ella no vestía así, ella no se comportaba así, ella no era así... ¡esa no era la Alba que yo conocía! Jamás la había visto rodeada de tantos idiotas que únicamente pensaban con el pene.

La rabia e ira me consumían por dentro, me hacían sentir impotente. Quería levantarme e ir a por ella corriendo para apartarla de todos aquellos incompetentes, pero sería realmente sospechoso mi comportamiento si me atrevía a hacerlo. Aparté la vista con gran dificultad y traté de obviar la desagradable escena frente a mis ojos. Tenía que olvidarme de eso. Ella ya era mayorcita, debía saber cuidar de sí misma sin ayuda.

– ¿Cómo está mi hombre casado favorito? – preguntó la morena de pelo negro y lacio acercándose a nosotros. Ruth creía recordar que se llamaba. Ella se dirigió hacia Simón y le plantó un apasionado y salvaje beso en los labios, dejándole el rastro de su pintalabios morado –. Espero que no nos hayáis echado demasiado de menos.

Ruth y Carla, la otra chica, quien hizo exactamente lo mismo con Max, se sentaron en los regazos de sus respectivas parejas y se me quedaron mirando con los ojos entrecerrados.

– ¿Te conocemos? – me preguntaron – Tu cara nos suena.

– Me llamo Niall, y soy el hijo de la directora de vuestro colegio – les informé, quizá demasiado serio.

Sus caras dejaron a un lado cualquier rastro de diversión que hubieran adoptado a lo largo de la noche y me analizaron con cautela. Sus miradas se llenaron de pánico y no tardaron en rogarme por mantener mi silencio.

– Oh, por favor, no digas nada – me suplicaron muy asustadas –. Nuestros padres nos mataran si se enteran de que estamos aquí... por favor, por favor, haremos lo que sea...

Dirigí la vista hacia mis dos amigos y los encontré mirándome de igual forma, suplicantes a más no poder. A ellos se les caería el pelo si alguien se enteraba de aquella relación que estaban teniendo con menores de edad, cuando ellos ya pasaban incluso de los treinta años.

No fue hasta que esbocé un sonrisa relajada que ellos cuatro no pudieron exhalar un suspiro de alivio. Debía dejarlo pasar, ellos tan sólo se estaban divirtiendo. Si las chicas estuvieran haciendo eso en contra de su voluntad entonces sí que me preocuparía, pero gracias al cielo no era el caso. 

– Parece que Alba se está desmelenando completamente esta noche – rió Carla señalándola –. Si hasta se ha subido a aquella tarima – comentó con los ojos muy abiertos –, madre mía, está sacando la fiera que lleva dentro, ¿eh?

No quería girar la cabeza, relamente no quería hacerlo, pero la curiosidad me estaba matando. Tal y como Carla había descrito, Alba estaba sobre una tarima con una barra americana en el centro, y justo en ese mismo instante comenzaba a menearse con una sensualidad desbordante alrededor de ésta. Ese fue exactamente el detonante de mi agitación incontenible, el verla allí subida moviendose de forma tan sugerente frente a aquellos descerebrados. Salté de mi silla como un resorte y me volví hacia sus amigas.

– Ha bebido, ¿verdad? – les pregunté.

Ellas asintieron con el ceño fruncido.

– Bastante para ser su primera vez – añadió Ruth con la boca chica.

Sin demorarme más, caminé a través de la pista de baile hacia ella, apartando a la cantidad de borrachos babosos que se me echaban encima. Cuanto más cerca estaba, más me daba cuenta de que ella no era para nada consciente de lo que hacía. No paraba de reír sola y de sobarse el cuerpo entero. Mientras, los tíos a su alrededor la miraban como si fuera un trozo de carne al cual, con un poco de suerte, deborarían en poco tiempo. Ilusos.

– ¡Alba, baja de ahí! – grité por encima de la música.

Ella miró hacia abajo en mi dirección, me sonrió, negó divertida y siguió bailando.

– ¡No me obligues a subir ahí arriba! – le volví a gritar notando como mi irritación aumentaba, pero ella seguía sin hacerme caso.

– Atrévete – me retó guiñándome un ojo.

Por supuesto que me atreví. De un salto me subí junto a ella, causando que todas las miradas en la discoteca se dirigieran a nosotros, y la arrastré hasta bajar de la tarima.

– ¡Suéltame! – forcejeó – ¡Tú no eres nadie para decirme lo que debo o no hacer! – bramó arrastrando las palabras.

A penas se tenía en pie, por lo que la tuve que sostener pegada a mi cuerpo y avanzar con ella escuchando los continuos abucheos que me lanzaban por haberles quitado su objeto de deseo. Mientras tanto, ella no paraba de susurrarme tonterías sin sentido al oído. Definitivamente estaba súper borracha.

Salí con ella por la puerta trasera de la discoteca y no dudé ni un segundo en llevarla corriendo hacia mi coche.

– A ver que hago yo ahora contigo – murmuré en voz alta para mí mismo a la vez que la recostaba en los asientos traseros.

A su casa no la podía llevar, conocía a sus padres y sabía que se enfadarían mucho con ella si la veían de esa forma. Podía llamar a _____ y que se quedara con ella hasta mañana, era una buena idea, pero la opción de llevarla a mi casa rondaba por mi cabeza continuamente. No tenía nada de malo en que durmiera hoy conmigo. Estaba seguro de que yo era capaz de cuidarla muchísimo mejor que cualquier otra persona.


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