[BL] Reflejo Desconocido [COM...

Af AsukaYagami

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Cuando Karamatsu mira su reflejo encuentra algo, o más bien a alguien diferente en él. Poco a poco ese nuevo... Mere

Prólogo
Sueño
Coincidencia
Huésped
Apego
Deseo
Cariño
Sentimientos
Miedo
Recuerdo
Mafia
Búsqueda
Tanabata
Fiebre
Desesperación
Espejo
Cura
Lázaro
Torikago
Amor
Kanryo
Epílogo
Pedido grupal | Los Wattys | Mi primer novela
Nuevos pedidos grupales
Extra: Tatuaje
Extra: Tánatos

Conjuro

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Af AsukaYagami

Tomó el revólver, haciendo que éste girase en su dedo desde el guardamonte. Qué noche tan aburrida. No había nada qué hacer ni a dónde salir. En verdad, qué noche tan aburrida. No fue hasta que Jyushimatsu e Ichimatsu entraron al burdel, con el de camisa amarilla empujando a quien se le atravesara hasta llegar a la mesa donde estaban los tres mayores.

— ¡Nii-san! —gritó Jyushimatsu en cuanto llegaron a ellos— Reika-chan se niega a pagar la mensualidad del bar.

— ¿Qué? Creí que con la "prueba" de la última vez ella iba a entender—Choromatsu se veía irritado con dicha respuesta. No había nadie en el mundo que le estresara más que Reika Hashimoto, con sus incontables excusas. La última vez que la habían visitado, ella les dio sólo la mitad de una renta atrasada. Ya llevaba tres, y con esta, cuatro. Como castigo y última advertencia, le habían quitado el dedo meñique. Choromatsu volteó a ver a Osomatsu, quien reía al escuchar las no tan nuevas noticias.

—Bueno, sería bueno hacerle otra visita. Pero, yo creo que ahora sería bueno enviar a nuestro "embargador" —Osomatsu reía, con su usual sonrisa despreocupada, mientras golpeaba a Karamatsu con el codo. Éste último sonrió. Por fin algo de diversión.

—Está bien, de todas formas, no tenía planes para esta noche —dijo sarcástico, sonriendo complacido de tener acción esta noche. Tomó su saco y salió del burdel, no sin antes encontrarse a Totoko en la puerta hablando con el cadenero. Le soltó una mirada sádica y burlona, a lo cual la castaña tragó saliva asustada—. No se te olvide, mañana es día de renta —le dijo a Totoko para luego salir de ahí.

Subió a su auto, un hermoso Cadillac CTS V, y se encaminó al bar de Reika. La luna brillaba hermosa esa noche de junio, y la fresca brisa de inicios de verano le daba en la cara, al viajar con la ventana abajo. Al llegar al lugar, le habían dicho que ella ya había abandonado el bar, pero Karamatsu no era tonto. Se abrió paso para entrar y fue hacia la cocina. Ahí la encontró, tratando de huir por la puerta de servicio.

La detuvo agarrándola de su pelo rosado, y por la misma puerta de servicio la sacó y la subió al auto.

— ¿Qué creías? ¿Acaso me tomas por idiota? —Karamatsu conducía, sin mirarla, hablando con una voz seria y seca.

—De verdad, perdóneme, señor Matsuno. Yo no lo quería tomar por tonto... —Reika, o Nyaa-chan, como su abuelo le apodaba, temblaba de miedo y lloraba.

—Dime, ¿por qué te has atrasado? Son ya cuatro meses, y sólo hemos recibido UNA mitad de mensualidad.

—De verdad lo siento, señor. Es que, no hemos tenido buena clientela hasta apenas, y mi abuelito está muy enfermo. Lo poco que hemos ganado lo he gastado en medicinas —era una mentira. Ella había gastado dinero en una cirugía estética para reducir su pecho y su cintura, lo cual no se notaba aún tanto por los vendajes, como por la ropa suelta que usaba. Ella quería volverse una Idol, pero era obvio que para ese sueño no iba a pedirle apoyo a los Matsuno. Tan sólo para abrir ese bar le estaba costando el alma, no se imaginaba lo que le costaría volverse una celebridad con ellos.

Karamatsu por fin estacionó el auto. Habían llegado a un lugar desolado del campo, a las afueras de la ciudad. Reika tenía mucho miedo. No era normal que estuvieran ahí. Fue cuando la voz de Karamatsu empezaba a confirmar su terrible teoría.

—Arrodíllate en el suelo —le dijo mientras se escuchaba cómo cargaba un cartucho en su revólver.

— ¿Tú vas a...? —preguntó Reika con miedo, con la garganta cerrada de que las lágrimas iban a salir de nuevo.

—Que te arrodilles. Dame la espalda, y pon las manos tras la cabeza —Karamatsu se escuchaba autoritario. Reika sólo obedeció. Era una mala idea tratar de huir, su instinto lo sabía. Él estaba armado. Si ella trataba de correr, él le dispararía y o la incapacitaba, o la mataba directamente. Del mismo modo, si ella trataba de quitarle el arma, él no sólo la golpearía, sino que le rompería alguna extremidad, o el cuello. Del mismo modo, acabaría muerta. Lo mejor era obedecer y rogar porque sólo fuera una táctica efectiva para meterle miedo.

— ¿Me crees idiota? —volvió a decir Karamatsu.

— ¿Qué? —Reika preguntó, confundida.

— Que si me crees idiota. No te creo nada de ese cuentito de "mi abuelito estaba enfermo". ¿En qué te gastaste el dinero?

—Es la verdad, él estuvo muy enfermo...

—Quítate la blusa —ordenó Karamatsu. Ella se negó, pero él la tiró al suelo y se la arrancó—. Ah, con que era esto lo que ocultabas con esa ropa de abuela. ¿Qué te hiciste? —le dijo al ver los vendajes en su pecho y torso.

—S-sólo fue... fue un... —ya no sabía qué inventar la pobre. Tenía miedo. Tanto miedo que no pudo evitar hacerse encima en ese momento. Temblaba de frío, y sólo cerró los ojos, volviendo a sentarse mientras secaba sus lágrimas.

Karamatsu se agachó hacia donde ella, acariciando su cabello. Parecía que le iba a consolar, pero no. Apenas ella volteó a verle, lo único que vio fue el cañón del revólver, y una luz centelleante. Recibió la bala justo en el rostro, y murió de forma inmediata. Karamatsu no se sentía satisfecho. Mierda. Volteó a ver el cuerpo de Hashimoto, con la cara desfigurada y todavía dando algunos espasmos hasta que se dejó de mover por completo.

Tomó el teléfono de ésta y llamó a su abuelo. Cuando el anciano le contestó, Karamatsu, sin dejarlo hablar, le dijo

— ¿En dónde está usted? Tengo un pequeño "detalle" qué darle.

No tardó mucho en dejar de insultar y preguntar por la muchacha, antes de que les diera una dirección. Después de eso le habló a Todomatsu para que se reunieran en dicha dirección. Del Cadillac sacó una bolsa negra de plástico y metió el cuerpo de la difunta en él, para luego meterla en la cajuela. Al llegar a la casa del viejo, Todomatsu aún no llegaba.

Eso era bastante extraño, pues su hermano más pequeño era bastante puntual para todo. Pasó lo que para Karamatsu fue media hora, y hartándose de esperar, entró a la pequeña casa. El sitio era demasiado extraño. Apestaba a incienso barato y las luces le daban un aire distinto al lugar. Todo se veía rojo adentro. Lo recibieron siniestras estatuas de diversos dioses, pero la que más le sacó nervios a Karamatsu fue un figurín enorme que representaba a Amatsu-Mikaboshi, el dios del caos y la maldad. El viejo era un santero.

Sintió en determinado momento las ganas de salir de ese lugar, pero era un deber estar ahí. Aferrando la mano a las llaves del auto, siguió caminando por el aterrador lugar, hasta que la voz del anciano lo llamó.

—Ah, joven Matsuno. Lo estaba esperando, ¿sabe? —dijo el anciano, incitándolo a entrar a una habitación a oscuras, iluminada solamente por la veladoras de un altar para Amatsu-Mikaboshi— Por favor, tome asiento. Disculpe los espejos en la habitación, estaba remodelando desde la semana pasada, pero no encuentro en dónde colocarlos.

—Puede simplemente tirarlos —dijo Karamatsu, agobiado por encontrar repetidas veces su reflejo en ellos. No era muy fan de verse reflejado. No tantas veces y en tantos ángulos al menos.

—Dijo que tenía una sorpresa para mí, ¿no es así? —el viejo preguntó, con la mirada atenta a Karamatsu. El segundo hermano, mirando al viejo de forma seca para ocultar su temor ante las estatuillas que se erguían en sus altares, asintió.

—Pero tendrá que venir a mi auto a verlo. Aunque, creo que esto le dará una pista de lo que es —dijo lanzándole sobre la mesa la mano de Reika. era evidentemente que le pertenecía a ella, pues era delgada, de dedos finos y blancos, y con la ausencia del meñique.

—Nyaa.... Mi pobre Nyaa-chan... —el hombre estaba deshecho, tomando la mano de su difunta nieta, mientras le temblaban las propias, aguantando el llanto.

—Podemos dar como saldada la cuenta, señor. No es nada personal —dijo Karamatsu, sonriendo poco a poco al ver la desesperación del hombre. Le gustaba, pues Karamatsu no era alguien bueno, no. Además, con esa reacción, ya podía darse por servido y abandonar ese tétrico lugar.

—Usted no se puede ir aún, joven Matsuno —la voz del anciano resonó en el lugar, y de la nada la puerta se cerró sola, y las veladoras empezaron a temblar, como si un aire se desatara en el cuarto—. Usted pagará por esto.

— ¿Qué? ¿Piensa acaso castigarme? ¿Qué puede hacer usted, un anciano inútil, para castigarme? —no había duda que se estaba muriendo de miedo ahora. Si se prestaba atención a la piel de sus brazos, los poros se le erizaban por esa misma razón.

—Yo no. Bakeneko lo hará. Bakeneko le va a mostrar su trágico y triste destino —al pronunciar ese nombre, Bakeneko, una gran cantidad de gatos empezó a entrar desde las ventanas, mientras el aire se enfriaba. La estatua de Amatsu-Mikaboshi volvió a la mente de Karamatsu, y al voltear a verla se espantó. Los ojos le brillaban a la estatua. Fue cuando notó algo detrás de Amatsu-Mikaboshi. Una estatuilla de gato con doce colas. La estatuilla empezó a emitir extraños maullidos, los cuales los gatos siguieron.

—Se enfrentará con un destino terrible, encontrará un mundo de dolor terrible, y usted no podrá hacer nada para detenerlo a menos que muera —la voz del anciano causaba pavor al ser acompañada por esa canción felina infernal. Fue cuando notó los espejos.

Los espejos estaban encantados. Se dio cuenta porque de repente veía en absolutamente todos ellos algo parecido a mundos diferentes. Distintos paisajes y horas, hasta que todos se pusieron en negro. Sólo quedaba uno que parecía funcionar correctamente. Un espejo de mano que yacía en la mesa del brujo.

—Ande, tome el espejo. Dígame qué ve en él —dijo señalando el espejo, sin que los gatos se callaran. Al ver su reflejo, notó un rostro diferente. No era el propio.

— ¿Qué significa esto? —le preguntó Karamatsu, viendo el rostro desconocido en el espejo.

—Es el destino del que le hablé, joven Matsuno —los gatos empezaban a callarse. El cántico infernal había pasado a ser un suave susurro una vez que se vio en el espejo—. Más le vale llevarlo con usted. De lo contrario, algo terrible le pasará —eso era mentira. Era sólo algo que serviría como excusa para que siempre cargara el espejo, y el conjuro del bakeneko sirviera.

Tuvo un efecto positivo, pues Karamatsu tomó el espejo y huyó de ese lugar. Al momento de salir de la casa, se encontró con Todomatsu.

—Karamatsu-niisan, ¿para qué me citaste aquí?

— ¿Qué te pasa, Todomatsu? Hace más de una hora que te esperaba y apenas llegas —le reprendió Karamatsu con molestia, para ocultar su miedo.

— ¿De qué hablas? Me dijiste al punto de las once, y apenas ha pasado un minuto —al checar su reloj vio que era verdad. ¿Qué había hecho ese anciano? Al parecer podía alterar el tiempo y la realidad. ¿Era él, el Bakeneko, o Amatsu-Mikaboshi el responsable? Sacudió la cabeza, y sólo metió a Todomatsu al auto.

—Olvídalo, necesito que me ayudes a desaparecer un cuerpo. Había venido sólo a dar "las condolencias" —Karamatsu sudaba frío, y Todomatsu lo notaba.

— ¿Qué te pasó? Luces como aterrado —el chico de camisa rosa le preguntó.

—No es nada, creo que me voy a enfermar. Es todo. Anda, vamos a casa y derritamos a esta hija de puta.

Fueron al escondite de los Matsuno, y al llegar fueron al lote baldío de detrás, donde metieron el cuerpo de Reika a un contenedor con ácidos, hasta que se deshizo por completo.

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