Al otro lado del Atlántico

By PurpuraSoul

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Mara Kahler, hija de un importante Obersturmbannführer, se ve involucrada en el episodio más fatídico de su v... More

Prólogo
Oktober 1944
Kapitel eins
Kapitel zwei
Kapitel drei
November 1944
Kapitel vier
Kapitel fünh
Kapitel sechs
Kapitel Sieben
Kapitel acht
Kapitel neun
Kapitel zehn
Kapitel elf
Kapitel zwölf
Kapitel dreizehn
Dezember 1944
Kapitel vierzehn
Kapitel fünfzehn
Kapitel Sechzehn
Kapitel siebzehn
Kapitel achtzehn
Kapitel neunzehn
Kapitel zwanzig
Chapter twenty one
Januar 1945
Chapter twenty two
Chapter twenty three
Chapter twenty four
February 1945
Chapter twenty five
Chapter twenty six
Chapter twenty seven
Chapter Twenty eight
Chapter twenty nine
Chapter Thirty
Chapter Thirty one
Chapter thirty two
March 1945
Chapter Thirty three
Chapter Thirty four
Chapter Thirty five
Chapter Thirty six
April 1945
Kapitel siebenunddreißig
Kapitel achtunddreißig
Kapitel neununddreißig
Kapitel vierzig
Kapitel einundvierzig
Kapitel zweiundvierzig
Epilog
Agradecimientos
Después de años

Kapitel dreiundvierzig

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By PurpuraSoul

Consideré aquel día el más largo de mi vida. Desperté con el rugir de mi vacío estómago, no había comido desde hace dos o tres días. Ya no recordaba nada o prefería no hacerlo arriesgándome a terminar en un mar de lágrimas.

Seguía en la enfermería, ahora con una bata blanca cubriendo mi cuerpo. Palpé mis heridas, dolían mucho. Intenté ponerme de pie, pero al flexionar mi abdomen me retorcí de dolor.

—Cuidado.—dijo Francesca alarmada.

Tomó mis pies posicionándolos de nuevo en la camilla. Pasó su mano por mi cabello mientras sus labios me dedicaban una sonrisa lastimera.

—Tranquila, preciosa. Todo estará bien.

Al oírla pronunciar aquella frase característica de mi madre, solté en llanto. Ya no me importaba el dolor de mi cuerpo, solo quería tener a mi madre y esposo junto a mí.

Según el relato de Francesca, después de oír el impacto de bala me desmayé razón por la cual no logro recordar nada. Las imágenes perturbaban mi mente tornándola cada vez más tétrica. Quien disparó fue Petra; ahora declaraba frente al Mayor a cargo, levantando testimonio a mi favor.

La puerta de la enfermería se abrió apresuradamente alarmándonos, pero la tranquilidad nos volvió al cuerpo al ver de quién se trataba. Ella se acercó y me abrazó suavemente, necesitaba tanto su abrazo que aguanté el dolor de las quemaduras. Pidió disculpas por no poderme ayudar antes de que sucediera, acarició mi corto cabello mientras repetía una y otra vez que todo estaría bien.

—Es hora.— dijo seria.

Francesca se despidió de mí con un fuerte y reconfortador abrazo, sin más me dejó ir. Entre pasadizos penumbrosos incluso a la luz del día, caminábamos cubriéndonos las espaldas. El plan estaba armado. Pronto seríamos libres. Actuamos como normalmente haríamos en un día común, algunos cómplices nos miraban fijamente haciéndonos entender que todo iba bien.

Teníamos poco tiempo. Kähler se pondría de pie en breve, la reunión que el mayor tenía con Petra acabaría también, y el cerco no estaría sin electricidad por mucho tiempo.

El sol aun oculto y las sombras aventajaban nuestra huida. Los nervios se hacían notar en mi estómago el cual rugía repetidas veces. Fui en busca de la sobrina de Francesca, una chica de quince años incluso más valiente que yo. Caminamos apresuradamente hasta el cerco eléctrico donde vi a Kai la última vez. Nos tendimos en el suelo esperando la señal: el sol.

A lo lejos vi a cinco hombres acercarse hasta donde estábamos. Al reconocerlo mi corazón latió más fuerte, sé que también sintió lo mismo. Kai saludó y continuó con su labor. Habían cavado bajo el alambrado y luego cubierto el hoyo con ramas. La chica agradeció y se deslizó. No era mi turno, debía regresar por mi objetivo.

Nadie puedo impedir que volviera por ellas. Zarek protesto, pero fue imposible hacerme ceder. Mientras caminada apresurada de regreso, tan nerviosa por el escape y el arma que cargaba bajo mi bata, vi a tres personas listas para escapar. En la puerta de la celda donde se encontraba mi madre, el guardián ya estaba informado, pero no me permitió entrar.

—Escóndete.— dijo entre dientes

— ¿Qué?— susurré

—Kah- ler.

No sabía cómo actuar. Podía esperar a que salga y disparar, pero el guardia actuaría en defensa de su general. De pronto la puerta se abrió y corrí a esconderme tras una ruma de cajas de madera apiladas. Vi como se la llevaba. Todo estaba echado a perder. Se llevaría a mi madre.

—Corre, se la llevará lejos en su auto.

La adrenalina activó mis sentidos manejándome a su gusto. Sabía que no era el final. Alguien avisó a Kähler del escape y sabía que yo estaba detrás de todo. Llegué a la verja la cual inmediatamente chilló agudamente. La volvieron a activar.

Vi a Zarek palidecer. Nos separaba una cerca eléctrica de la cual dependía mi libertad. Inmediatamente los que estaban fuera cavaron con ayuda de palas y sus manos haciendo el hoyo más grande.

—Mi madre. Kähler se la lleva en su auto.

Dos americanos corrieron fuera de mi vista. Supuse que los demás judíos ya estaban lo suficientemente lejos para no ser alcanzados. A quien no veía era a Helena.

— ¡Mara!, corre.

Volteé a ver a Helena quien con el rostro sucio y sudoso trataba de alcanzarme mientras era perseguida por un gran perro y dos alemanes quienes disparaban con la puntería fina. Me apresuré en deslizarme por aquel hoyo. Con sumo cuidado, logré salir sin morir en el acto. Abracé a mi esposo quien lloraba de alegría y miedo.

Helena intentaba salir, pero algo la detuvo. Era Jerik quien la sujetaba del pie, inclinándolo lo suficiente para rozar con la cerca y matarla electrocutada. Mientras jalaba del brazo de mi amiga, rogando por no perderla, dos balazos seguidos hicieron de su libertad una realidad.

Sabíamos bien que se desataría una batalla campal. Los disparos se oían incluso al ritmo de mi corazón. Gritos y lamentos provenían desde el campo.

— ¡Vamos, Mara!

Helena me tomó de la mano mientras corríamos entre disparos. Nuestro objetivo era encontrar el auto de Adler. Zarek y Kai salieron rozados por balas, pero eso no les impidió continuar con la persecución. Aquella guerrilla no terminaba ahí.

A varios metros alejados del campo, nos esperaba un auto en el cual nos acomodamos como pudimos. El camino no contaba con paralelas por lo que no sería difícil seguir a la sabandija que secuestraba a mi madre.

— ¡Es ese!— anuncié con un hilo de alegría en las palabras.

Uno de los americanos sacó su revolver disparando desde la ventana del copiloto. Adler no iba solo pues sus acompañantes también disparan en nuestra dirección

—Dispárale en la llanta, Travis.— exigió furioso su compañero.— No seas imbécil.

Travis recibió la orden y le atinó a la llanta la cual no tardó en desinflarse. Adler salió del auto disparando mientras que los nuestros respondían con una metralleta.

Helena y yo salimos del auto en busca de mi madre. Ella yacía inconsciente en el asiento trasero del auto. Abrimos la puerta y entre ambas levantamos su frágil peso colocándolo en el polvoroso terrenal del camino.

—Mama, vamos. Somos libres. Abre los ojos.

Mi madre no respondía a mis incesantes llamados, estaba como dormida en un profundo sueño. Helena roció agua sobre sus labios, los saboreó. Ella estaba deshidratada y muriendo de hambre.

Zarek abrió la puerta del auto donde acomodaríamos a mi madre. Ella entendió mis palabras y luego de unos minutos, me abrazó débilmente sosteniéndose de mi cuerpo para caminar.

Solo bastaron dos segundos para el sordo sonido de una bala rompiera el inquietante silencio de la noche y con él, mis esperanzas de continuar una vida al lado de mi madre.

— ¡MAMÁ!

Tanto Helena como yo nos arrodillamos para atenderla, pero no había nada que hacer. Ella estaba muerta.

Mi inconsolable llanto obligó a Zarek a perforar el cuerpo de Adler. Fue aquel maldito quien mató a mi madre queriendo terminar conmigo.

— ¡Corran, el auto tiene dinamita!

Zarek me tomó de la mano arrastrándome lejos de mi madre en medio de protestas, llantos y golpes.

Lo último que vi fueron personas corriendo en medio del bosque mientras un gran estallido nos tumbaba al pasto seco.

Sentí sus manos buscar las mías, cuando las unimos supimos que habíamos vencido.

—Todo va a estar bien— susurré en un hilo de voz.



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