Te Necesito

By MyPerfectGuys

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Entrenador y jugadora. Profesor y alumna. Amigo y amiga. Para algunos eran una cosa, para otros otra... pe... More

Sinopsis
01.
02.
03.
04.
05.
06.
07.
08.
09.
10.
11.
12.
13.
14.
15.
16.
17.
18.
19.
20.
22.
23.
24.
25.
26.
27. «1ª parte»
27. «2ª parte»
28.
29.
30.
31. «1ª parte»
31. «2ª parte»
32.
33.
34.
Epílogo
Nueva temporada
~~~

21.

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By MyPerfectGuys

Un mes más tarde...

Narra Liam.

—Porfa... 

—No.

—Porfa, porfa, porfa, porfa, porfa...

—Que no.

—Pero, ¿por qué no? No lo entiendo —refunfuñó Katy—. ¿Qué te cuesta dejarme ir a las audiciones?

—Katy es mi trabajo, yo no te puedo dejar ir así porque sí —le dije mirándola por el espejo retrovisor—. Sabes que si dependiera de mí te llevaba conmigo.

—¡Pues ahora me enfado y no respiro!

Ella frunció sus labios, se cruzó de brazos bruscamente y giró su vista hacia la ventanilla del coche.

—Anda, no hagas el tonto.

Aparqué el coche frente al colegio, ya que allí sería donde tendría lugar nuestro primer partido de liga, y me bajé con agilidad y rapidez. Mi madre y _____ hicieron lo mismo.

—Venga Katy, baja —le ordené cuando hube abierto la puerta trasera. Esperé a que se moviera o diera algún indicio de que me haría caso, pero al parecer se negaba rotundamente.

—No.

—Me voy a terminar enfadando —le advertí.

—Está bien – acceptó de mala gana y gruñendo. Se desabrochó el cinturón de seguridad y dejó que mi madre la tomara en brazos.

El partido no se disputaría en la cancha donde solíamos entrenar normalmente, sino que sería en una más grande situada en uno de los laterales del colegio. Había pedido desde principio de curso llevar a cabo los entrenamientos allí, ya que las instalaciones eran muchísimo mejores, pero al parecer requería mucho mantenimiento y el colegio no se podía permitir costearlo durante los nueve meses que duraba el curso. Tanto mi madre como Katy, aún gruñendo, se dirigieron hacia las gradas, mientras que _____ y yo nos reunimos en el centro del campo con el resto de las chicas.

Allí ya se encontraba el otro equipo contra el que jugaríamos con su respectivo entrenador. Éste era un hombre aparentemente unos años mayor que yo, bastante delgado, moreno y alto. Cuando pasé por su lado me echó una mirada de superioridad que no me pareció adecuada, y obviamente no se la devolví. Si había algo que odiaba en aquel deporte era que todo el mundo parecía tomárselo extrictamente en serio, sin importar si quiera el disfrute de los que están observando las jugadas desde fuera o incluso el de las jugadoras.

Tras proponerles el plan de calentamiento a las chicas, me dirigí hacia el banco que había al pie de la cancha asiganado para mí y me senté. No puder evitar que la vista se me desviara más veces de la cuenta hacia las componentes del equipo contrario, las cuales parecían demasiado agresivas. Cosa que pude comprobar mejor cuando comenzaron con el calentamiento de balón. Le pegaban a la pelota contra el suelo como si la quisieran reventar del impacto, pero eso no me asustó en absoluto. Que tuvieran fuerza no significaba que tuvieran una excelente técnica.

—¿Ya me echabas de menos?

La voz burlona de Niall sonó a mi derecha, haciéndome voltear hacia él con una expresión de confusión.

—¿Qué haces aquí?

—Quería ver el partido, y ya de paso hacerte compañía. Qué pasa, ¿es que acaso no puedo?

—Claro que puedes ver el partido, lo que no puedes es estar aquí. Tú tienes que sentarte en las gradas, este sitio está reservado única y exclusivamente para los entrenadores y los árbitros.

Él se quedo pensativo obsevando hacia un punto al frente. Más tarde me di cuenta de que a lo que le prestaba tanta atención era a una chica con un silbato colgado al cuello y vestida con ropa deportiva, era indudable que ella era el árbitro. Giró la cabeza y me miró haciéndose el interesante.

—Mira y aprende.

Sin perder tiempo, Niall se encaminó hacia ella y a lo tonto se puso a charlar con ella animádamente, como si fueran amigos de toda la vida. Luego, por el acortamiento de distancia entre ellos y por las risas fáciles de ella supe que Niall ahora la trataba de engatusar, por no decir claramente que estaba ligándosela allí, delate de todo el mundo. Era sorprendente la facilidad que tenía para entablar una conversación con una chica de manera tan descarada y en tan poco tiempo, y que no lo mandaran a la mierda por ello.

Giré mi cabeza y observé las gradas con gran detenimiento. Intentaba visualizar a mi madre y a Katy entre la muchedumbre, pero entre tanta gente me resultó imposible. A la única que distinguí fue a Ainhoa, la profesora de Alemán del colegio, o de algún otro idioma. No recordaba exactamente. Al parecer ella también me observaba a mí en ese momento, ya que al cruzar miradas me sonrió ampliamente y agitó su mano en el aire saludándome. Yo le respondí con un leve movimiento de cabeza y una pequeña sonrisa.

—Listo. Problema solucionado —celebró Niall contento sentándose junto a mí en el banco—. Ya me podré sentar contigo en todos los partidos.

—¿Qué le has dicho?

—Bah, lo de siempre... —habló con chulería, como si embaucar a las chicas fuera su especialidad—. Ojos preciosos, cabello sedoso, y un par de frases que nunca fallan.

Yo puse mis ojos en blanco.

—¿Y que ha pasado con la chica aquella que no podías sacarte de la cabeza? —pregunté alzando las cejas. Había descubierto ya por mi propia cuenta quién era esa misteriosa chica, y la verdad era que no me había costado demasiado.

Su expresión se tornó de lo más seria y preocupada en menos de una milésima de segundo.

—No me hables de eso, por favor. Sabes que estoy tratando de olvidarlo —agachó su cabeza.

—Lo siento, pero es que no sé como piensas olvidarla si vienes hoy aquí precisamente para verla a ella. Es de tontos, perdóname que te diga.

Él alzó su cabeza de golpe y me miró con lo ojos bien abiertos.

—¿Desde cuándo lo sabes?

—Pues desde que algunas noches, cuando te quedas a dormir en casa, te oigo hablar de ella en sueños —él balbuceó algo incomprensible golpeándose la cabeza con la mano—. Además, es indiscutible que ambos no paráis de miraros el uno al otro cuando estáis cerca.

Él se mostró algo avergonzado ante la situación, por lo que decidí no hablarle más sobre aquel tema por el resto del día.

—Chicas —las llamé a todas levantándome de mi sitio. Ellas se acercaron a mí y bebieron agua mientras me prestaban atención—, llegó el momento. Según me han dicho, este equipo no es de los más buenos que hay en la competición, pero igualmente tenéis que estar concentradas al máximo para poder poner en práctica todo lo que habéis aprendido estas semanas, ¿de acuerdo? —todas ellas asintieron entusiasmadas—. En el primer set saldréis todas menos... —busqué con la mirada a las dos que tenía en mi cabeza—, Ruth y Selena (una niña que no está en el curso de _____). Vosotras saldréis en el próximo.

Ellas dos fueron hasta el banquillo y se sentaron unos asientos a la derecha de Niall, poniendo bastate distancia entre medias. Las demás se repartieron por el campo, cada una en la posición que le había asignado, y chocaron sus manos las unas con las otras dándose ánimos.

El entrenador del otro equipo aún no había terminado de hablar con sus jugadoras, por lo que aproveché y me acerqué a _____, que de todas era la que más nerviosa parecía y más ensimismada estaba.

—¿Estás bien?

Ella se giró hacia mí y me dedicó una sonrisa un tanto forzada.

—Sí, sí...

—Relájate —susurré, pasándole mi dedo índice por el contorno de sus labios fruncidos mientras que un leve rubor comenzaba a adornarle las mejillas—, lo vas a hacer perfectamente.

El silbato del árbitro sonó, por lo que ella se colocó rápidamente en su posición. Hasta ese momento no me di cuenta de que lo que acababa de hacer lo podría haber visto cualquier persona desde las gradas. Eso no era algo común que hiciera un entrenador con una jugadora, era obvio, pero para mi suerte nadie pareció estar prestándome atención a mí en ese momento.

                                                 *     *     *

—Lo estáis haciendo genial, chicas. Sólo queda otro set más y ganamos, así que ahora concentración total —las animé chocándoles las manos a todas—. Esta vez comenzaremos con Alba al saque —ella asintió en mi dirección con mucha seguridad—, las demás ya sabéis lo que hacer.

El tercer set comenzó y ellas empezaron a moverse por todo el campo sin perder de vista la pelota. Ahora que las veía jugando de verdad en un partido oficial, me daba cuenta de que en realidad eran muy buenas en general como equipo. Quizá uno de los mejores equipos que había entrenado en toda mi vida, y aunque tuviera pocos años aún, había sido primer entrenador de muchos equipos en Inglaterra. Sabía que con ellas este año podríamos llegar muy lejos.

—Oye Liam —me susurró Niall.

—Dime.

—¿Quién es aquel chico? —preguntó serio señalando un lugar en las gradas.

—Es Marcel, un amigo de Alba y _____ —le respondí distraído con la vista en el partido—, ¿por qué?

—La está mirando mucho, a Alba digo. ¿No crees?

—¿En serio me estás preguntando esto en el momento más decisivo del partido? —le cuestioné irritado volviéndome hacia él.

—Perdón, perdón... —susurró arrepentido.

—¡_____, bloquea! —exclamé justo en el momento en que devolví toda mi atención a lo que pasaba frente a mí. Ella, sin necesidad de que yo se lo hubiera dicho, hizo su trabajo. Y no sólo saltó y bloqueó, sino que también hizo un gorro (es una forma de bloquear un ataque pero mandando el balón directamente al suelo, dejando al otro equipo sin la posibilidad de seguir jugando para ganar el punto)— ¡Eso es!  

Sonreí al observar que la grada entera se levantó para hacerle una sonora ovación. Ella me miró orgullosa de su trabajo y yo le sonreí de oreja a oreja giñándole un ojo. Todas las chicas se acercaron al centro del campo junto con ella y lo celebraron haciendo una especie de bailecito que habían preparado anteriormente por si se producian aquel tipo de puntos. Segundos después todo volvió a la normalidad.

Las caras de las chicas del otro equipo no presagiaban nada bueno, parecían cabreadas y me daba la impresión de que algo malo o extraño estaban tramando por algunas caras de maldad que vi.

Ahora era a Alba a la que le tocaba estar en la red, y por lógica, ella también debía bloquear. Eso y los saques eran sus puntos fuertes en este deporte. Pero con lo que yo no contaba era con lo que iba a suceder a continuación. Ella saltó y sacó sus manos por encima de la red para bloquear un balón, pero algo falló y le provocó una caída repentina al suelo. Seguidamente se escuchó un grito de dolor por su parte.

Todas las personas allí presentes enmudecieron y se levantaron de sus asientos para observar mejor la escena. Niall se levantó como un resorte y salió disparado como una bala para llegar hasta ella cuanto antes. Yo, aún asimilando lo que acababa de ocurrir, lo seguí ágilmente.

—Alba, ¿estás bien? —le pregunté cuando llegué hasta ella, colocándome justo al lado de Niall, quién le sujetaba la mano fuertemente tratando de ayudarla a calmar el dolor.

Ella, con los ojos cerrados y una expresión de sufrimiento en el rostro, negó.

Sin saber como lo había conseguido, Marcel llegó bastante agitado y preocupado hasta nosotros y logró hacer que ella abriera sus ojos y nos dijera como se sentía.

—Me duele... mucho... —jadeó.

—¿El qué? —quise saber examinando su cuerpo, intentando encontrar así alguna lesión visible a simple vista.

—El tobillo... el derecho.

Niall dirigió su mirada hacia ese punto y lo escrutó detenidamente. Con mucho cuidado desató el cordón de su zapatilla y la retiró dejándola a un lado. De esa manera todos los que estábamos alrededor pudimos comprobar que no mentía. Su tobillo estaba hinchado, muy hinchado.

Narra Niall.

—¡¡Ah!! —se quejó ella derramando una lágrima.

—Lo siento, lo siento... —retiré mi mano rápidamente y la miré a los ojos.

—Hay que llevarla a la enfermería —dijo _____.

—Yo la llevo —se ofreció Marcel en seguida, haciendo el ademán de querer ayudarla a levantarse, pero yo lo interrumpí poniéndole una mano en el pecho.

—No hace falta, yo puedo hacerlo.

Los nos enfrentamos con la mirada duramente y con los ojos entrecerrados, hasta que él volvió a insistir no contento con mi proposición.

—Que no, que yo la llevo.

—¡Me da igual quien sea, pero hacedlo ya! —gritó Alba exasperada.

No perdí ni un segundo más y me agaché, colocando uno de sus brazos al rededor de mi cuello mientras ella hacia un gran esfuerzo por levantarse apoyándose nada más que en una pierna. Avancé junto con ella unos metros más allá hasta que estuvimos lo suficientemente alejados de todo aquel barullo, fue entonces cuando Liam se acercó a nosotros y exigió explicaciones.

—Alba, ¿sabes cómo ha pasado todo?

—Pues no, verdaderamente no —negó ella con tristeza al mismo tiempo que aseguraba su apoyo en mí—. Liam yo... lo siento mucho, sé que éste era el primer partido y yo... yo lo arruiné todo —agachó su cabeza y musitó—, siempre lo hago.

—Pero, ¿qué estás diciendo Alba? Tú no has arruinado nada, has jugado perfectamente y estoy muy, muy contento contigo por eso y por tu actitud en el partido —le aseguró Liam obligándola a mirarlo—. Ahora irás a la enfermería a que te digan qué es lo que le pasa a tu tobillo, y luego Niall te llevará a tu casa para que descanses, ¿de acuerdo?

Ella asintió algo insegura mirándome a mí. Se notaba que se sentía bastante incómoda teniéndome tan cerca.

Íbamos a mitad de camino cuando ella de repente se paró en seco y se alejó con dificultad de mí.

—¿Qué pasa? —le pregunté.

—No puedo seguir —dijo apunto de desplomarse en el suelo—, me duele mucho...

Sus ojos se pusieron vidriosos, pero ella pestañó varias veces y se obligó a no llorar de nuevo.

—No pasa nada —dije conciliador acercándome a ella, pero puso ambas manos en mi pecho y me impidió avanzar más—. ¿No quieres que te ayude?

—Sí, pero...

—Pero nada.

Aparté sus manos y, tras un rápido movimiento, la tuve entre mis brazos alzada como si fuera una princesa. Nuestros rostros quedaron a escasos centímetros de distancia, lo que me dificultó enormemente tener que despegar la vista de sus delgados pero apetecibles labios. Ella, al parecer aún impactada porque la hubiera cargado, reaccionó y se sacudió queriendo que la soltara.

—¿Qué te crees que estás haciendo? —me preguntó molesta.

—Pues cogerte para que así no te quejes tanto.

—¿Perdona? —murmuró ofendida—. Si me quejo es porque me duele, idiota. No pensaba que fueras así de insensible.

—Era broma, Alba —reí a carcajadas.

—Pues a mí no me hace ninguna gracia —manifestó.

Ladeó sus cabeza irritada hacia un lado, impidiéndome así poder seguir observándola. No me quedó otra opción que la de seguir caminando con ella en brazos y aceptar que lo había fastidiado todo, que la había hecho enfadar por mis inoportunas bromas.

A mitad de camino, pareció que de manera inconsciente, pasó un brazo alrededor de mi cuello buscando una mejor sujeción. De esa forma fue poco a poco inclinando su cabeza cada vez más hasta que ésta descansó completamente sobre mi hombro. Para cuando llegamos a la enfermería, ella ya estaba totalmente abrazada a mí. Sonreí para mis adentros sintiéndome victorioso.

La puerta de la habitación estaba entornada, por lo que con una leve flexión de rodilla y una pequeña patada logré abrirla de par en par.

—¿No hay nadie? —preguntó ella extrañada.

—Pues parece que no —dije observando a mi alrededor con atención—. Creo recordar que Kelly —la enfermera—, libra los domigos.

Caminé con ella aún cargada hacia la camilla que había tras un biombo y la dejé cuidadosamente sentada sobre ella, con las piernas colgando a poca distancia del suelo.

—¿Y entonces por qué hemos venido? No tiene sentido —balbuceó como si fuera tonto y no me diera cuenta de lo que hacía.

—Hemos venido aquí porque te voy a curar yo.

—¿Tú? —preguntó alzando las cejas.

—Sí, yo —le sonreí.

—Está bien, a ver que maravilla me haces —aceptó con ironía rodando sus ojos. Se recostó sobre la pared que tenía detrás y se cruzó de brazos sin dejar de mirarme.

—Créeme que te haría muchas —susurré en voz baja.

—¿Qué has dicho?

—Que te sorprenderás mucho.

Arrastré la silla del escritorio hasta dejarla frente a la camilla y, sintiendo su mirada atravesarme, me dirigí hacia el armario donde estaban almacenados todos los medicamentos. Saqué de allí una pomada y unas vendas. Dejé todas las cosas en una mesita pequeña que había al lado de la silla y me senté, de forma que sus piernas quedaron justo a la altura de mi cara. Alcé ambas manos posándolas sobre su rodilla izquierda y fui bajándolas con lentitud por su pierna hasta llegar a su hinchado tobillo. Le quité el calcetín con mucha delicadeza y suavidad y apoyé la planta de su pie sobre mi muslo. A continuación, empujé un poco de pomada fuera del tubo que la contenía y se lo extendí por la zona afectada tratando de no presionar y no tocar más de la cuenta para no hacerle daño.

—Con esto tu tobillo tendrá mejor pinta de aquí a unas horas, también te aliviará el dolor.

Ella asintió de forma automatizada, sorprendida por mi actitud seria en aquel momento. Cuando se trataba de trabajo yo me convertía en una persona completamente distinta, me preocupaba realmente lo que a los demás les pudiera pasar, eso era lo que hacía que me implicara mucho más en mis labores.

Volviendo a centrarme en ella, desenrrollé la venda que me quedaba por colocarle y se la puse alrededor del puente de su pie y más tarde sobre su tobillo, así estaría bien sujeta durante unas cuantas horas.

—G-gracias —murmuró examinándose la pierna con impresión—. ¿Cómo... Cómo supiste hacer...?

—¿Que cómo supe lo que debía hacer? —le pregunté completando su pregunta. Ella asintió— Cuando estudiaba en este colegio siempre me escapaba en mis ratos libres para venir a ver a Kelly. Desde que era muy pequeño me gustaba mucho este trabajo, por eso siempre aprovechaba cualquier rato que tuviera libre para venir a aprender cosas nuevas con Kelly. A ella le encantaban mis visitas. Pero llegó un día en que mi madre me pilló faltando a clases por esto y me castigó, prohibiéndome venir más aquí. Aunque luego yo hice lo que me dio la gana y continué con mi rutina —admití, haciéndola reír.

—¿Y por qué no estudiaste medicina entonces? —me preguntó.

—Porque más adelante descubrí que la sexología era una carrera que despertaba en mí muchísimo más interés que la medicina. Es algo innusual encontrarte en tu día a día con un sexólogo, y eso me pareció interesante. Además, las reacciones de la gente son mucho más divertidas —comenté refiriéndome a la que estaba teniendo ella en ese mismo momento.

—Oh —murmuró, roja como un tomate—. ¿Podrías llevarme ya a mi casa?

—Sí, claro.

Dejé todo tal y como lo encontramos antes de llegar y la cargué de nuevo entre mis brazos. Por suerte el partido aún no había terminado y pudimos ir hasta los aparcamientos sin encontrarnos a nadie por los pasillos del colegio.

—¿Hoy no trajiste la moto? —me preguntó al ver que me aproximaba hacia un todoterreno oscuro.

—No, ¿por qué? ¿Te apetecía dar una vuelta en ella? —sonreí.

—¿A mí? Ni loca... —murmuró desinteresada.

La subí en el asiento de delante y más tarde, tras rodear el coche, me monté yo a su lado. Nos mantuvimos durante todo el camino en silencio. Ella miraba por la ventanilla haciéndose la distraída y yo tan sólo conducía. De vez en cuando la observaba discretamente, interesado en saber si ella me miraría también a mí de reojo, pero no pareció ser así.

—Llegamos —le anuncié.

Ella giró su cabeza y me miró por primera vez desde que estábamos en el coche.

—¿Podrías... podrías subirme a mi casa? —preguntó torciendo su mandíbula— Le diría a mis padres que bajaran a por mí, pero ellos no están en casa hoy.

Yo acepté encantado. Me bajé del coche y la acomodé de nuevo en mis brazos. La gente que pasaba por la calle en esos momentos, sobre todo un grupo de chicas jóvenes, nos miraron extrañadas. No a todas las chicas las llevan por la calle como si fueran novias. Alba se podía sentir afortunada entonces.

Ella me tendió las llaves de su casa en cuanto el ascensor llegó a su piso.

—Llévame a mi habitación, por favor —me pidió.

Atravesé el corto pasillo de su casa siguiendo sus indicaciones hasta llegar a una puerta con su nombre visible en un letrero de colores. Al igual que había hecho en la enfermería, empujé la puerta, caminé con ella hasta dejarla tendida sobre la cama y me quedé de pie a su lado.

—Ya puedes irte —me dijo evitándome. Jamás esperé que fuera a ser tan directa.

 Yo bufé desesperado y me llevé las manos a la cabeza.

—¿Se puede saber qué demonios te pasa conmigo? —le pregunté estallando de una vez por todas. Llevaba desde primera hora de la mañana aguantando sus extrañas miraditas durante el partido, y no sólo eso, sino que también se mostró totalmente a la defensiva cuando la llevé a la enfermería. No entendía nada, y no aguantaba más sin saber el porqué.

—Nada.

—¿Cómo que nada? —grité exasperado. Ella me miraba como si me hubiera vuelto loco de repente— A veces me hablas como si tuviéramos una excelente relación, otras te enfadas conmigo sin yo haber hecho ni dicho nada, sin motivo alguno, y otras me miras como si quisieras matarme o enterrarme vivo bajo tierra... ¡No te entiendo, Alba! Es como si te acordarás siempre de algo que hace que tu actitud cambie con respecto a mí.

Ella se mordió el labio con fuerza. Era obvio que también quería estallar y decir algo que guardaba en lo más profundo de su ser, pero por mucho que esperé, ella no se pronunció.

—Por favor, vete —repitió.

—Está bien, me iré —acepté asintiendo—, pero que sepas que no me voy a rendir hasta saber lo que ocurre. Sé que me contarás que pasa, tarde o temprano lo harás. Me vas a ver con mucha frecuencia por el colegio, por los entrenamientos, por tu casa... así que no te quedará otra.

Dicho esto, di media vuelta y me fui por donde había venido.

Narra _____.

—¡¡Síí!! —exclamé emocionada saltando sobre Liam cuando el partido hubo terminado y la mayoría de las personas habían desalojado las gradas— ¡¡Ganamos!!

Los dos reímos, abrazándonos el uno al otro y sujetándonos con fuerza.

—No te puedes ni imaginar lo contento y orgulloso que estoy de ti, y de todas en general —me sonrió.

Por la emoción del momento hubiera seguido abrazada a él, pero su hermana y su madre se acercaban a lo lejos hacia nosotros, por lo que él me bajó hasta el suelo guiñándome un ojo y aguardamos pacientes.

—Lo has hecho genial _____ —me felicitó Karen.

—Gracias —le dije abrazándola.

—¡Ha sido increíble! —gritó emocionada Katy a la vez que se subía a los brazos de Liam.

—¿Ya no estás enfadada conmigo? —le preguntó él divertido.

—Mmm... sí, un poco —se separo de él—, pero sé que de cualquier manera voy a terminar yendo. _____ te convencerá y tú me dejarás ir, lo sé.

Ella me miró traviesa con los ojos entrecerrados haciéndome reír.

—Me vais a hacer perder la cabeza entre las tres —musitó él serio, pero en el fondo era evidente que le divertía aquello y que tenía unas ganas tremendas de reír—. ¿Nos vamos?

—Id yendo vosotros a por el coche. Yo volveré al vestuario a recoger mis cosas. En cinco minutos estaré en la puerta.

—¿Quieres que te acompañe? —me preguntó él con amabilidad, aunque ambos sabíamos que no podía entrar al vestuario femenino.

—No, Liam, no es necesario. Pero gracias igualmente —le agradecí.

—De acuerdo. Entonces te esperaremos en la entrada del colegio.

Al llegar al vestuario de chicas, me di una ducha rapidísima, me vestí y me aseé para estar lo más decente posible. Cuando comprobé que tenía todas mis cosas en la mochila guardadas, me colgué ésta al hombro y salí de allí, comenzando a caminar en dirección a la puerta pricipal.

El sonido de mi móvil me sobresaltó de pronto. Lo saqué de mi bolsillo mientras continuaba avanzando por los pasillos y extrañada observé que se trataba de nuevo de un mensaje procedente de un número oculto. Apreté mis dientes con rabia y gruñí.

Desde que aquellos mensajes comenzaron a llegarme tres semanas atrás, ya hacía cinco días que no recibía uno, y la muy ilusa de mí pensó que la persona que estuviera haciéndolo, realmente se habría cansado ya. Pero evidentemente me equivocaba.

   ' TE AVISÉ. SI NO DEJABAS DE TRATAR A LIAM DE ESE MODO LOS DOS SUFRIRÍAIS LAS CONSECUENCIAS. YA ME CANSÉ DE DARTE OPORTUNIDADES. ENVIARÉ LA FOTO MAÑANA MISMO. ' 


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