Al otro lado del Atlántico

By PurpuraSoul

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Mara Kahler, hija de un importante Obersturmbannführer, se ve involucrada en el episodio más fatídico de su v... More

Prólogo
Oktober 1944
Kapitel eins
Kapitel zwei
Kapitel drei
November 1944
Kapitel vier
Kapitel fünh
Kapitel sechs
Kapitel Sieben
Kapitel acht
Kapitel neun
Kapitel zehn
Kapitel elf
Kapitel zwölf
Kapitel dreizehn
Dezember 1944
Kapitel vierzehn
Kapitel fünfzehn
Kapitel Sechzehn
Kapitel siebzehn
Kapitel achtzehn
Kapitel neunzehn
Kapitel zwanzig
Chapter twenty one
Januar 1945
Chapter twenty two
Chapter twenty three
Chapter twenty four
February 1945
Chapter twenty six
Chapter twenty seven
Chapter Twenty eight
Chapter twenty nine
Chapter Thirty
Chapter Thirty one
Chapter thirty two
March 1945
Chapter Thirty three
Chapter Thirty four
Chapter Thirty five
Chapter Thirty six
April 1945
Kapitel siebenunddreißig
Kapitel achtunddreißig
Kapitel neununddreißig
Kapitel vierzig
Kapitel einundvierzig
Kapitel zweiundvierzig
Kapitel dreiundvierzig
Epilog
Agradecimientos
Después de años

Chapter twenty five

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By PurpuraSoul


Febrero de 1945. Nuevos llegados, náufragos. Me acerqué hasta el bar del señor Collins a ayudar con la instalación de los nuevos. A decir verdad, nuestro plan de solidaridad funcionaba a pesar de los pequeños inconvenientes. Se quedaban dos semanas en el edificio y luego buscaban oportunidades en otras ciudades.

A pesar de llevar la gabardina, el frío se colaba hasta los huesos. Sin embargo, el crudo invierno neoyorquino no se comparaba a la helada que se vivía en Berlín. Armada de valor, caminaba por los alrededores del bar; ya me había acostumbrado a simplemente ver pesadores quienes saludaban cortésmente, pero esta vez un hombre de meditabundo andar deambulaba con cigarrillo en mano. Sin persistir en la curiosidad, empujé la puerta del bar.

— ¿Sibylle?

Mi madre. Nombraron a mi madre. Inmediatamente busqué con la mirada iluminada algún rastro de ella. No encontré más que a un hombre vestido con traje y sombrero mientras sostenía un puro entre los dedos.

El hombre se acercó hasta mí. Tensé los hombros.

—Imposible. Disculpe señorita. Solo que se parece a una persona que conocí.

— ¿Sibylle?

—Sí. Pero ella debe tener muchos años más que usted. Lo siento.

Se dio media vuelta y siguió andando fuera del bar.

—Espere.— él se volvió mirándome atento— ¿De dónde es usted?

Regresó hasta mí sonriendo como si recordara algo.

—Múnich. ¿Y usted? No es de Nueva York ¿o sí?

—Nein.

Podía ser él. Es él. No sabía cómo explicarle que una corazonada me decía que era mi padre. Bendita la hora en la este hombre vino a parar a este lugar.

—Berlín. Sé que usted habla de Sibylle Kähler. No hay duda.

Sus ojos se iluminaron. Zarek se acercó hasta mí posicionando sus manos en mis hombros, de pie detrás de mí brindándome protección.

—¿Qué sabes de ella?— preguntó con ansia en la mirada.

Suspiré al evocar su recuerdo. Su sonrisa, sus lágrimas el último día que la vi.

—Que aún lo ama con todo el músculo vital, y que soy su hija.

Su semblante de asombro fue la afirmación que confirmaba la sospecha.

—Señor, ¿se encuentra bien?— preguntó Zarek acercándose al percatarse de su palidez.

Lo ayudamos a caminar hasta el bar, ocupó una silla de la barra mientras miraba al suelo preocupado. Le llevé un vaso de agua. Parecía como si su mente viajara años atrás, recordando.

Necesité controlarme, inhalar bocanadas de aire helado. Igual servía. Prudencia. Mataría al hombre sin saber qué vínculo tenía con mi madre.

—Dígame. ¿Usted puede ser mi padre?— expuse casi afirmando.

El hombre se sacó el sombrero, dejó el puro en un cenicero y volvió a beber agua. Su lentitud acabaría con mi poca paciencia.

—Entonces los sabes.

¿Estaba afirmando o solo era una pista de la respuesta?

—Señor Aaron Neuman, es una larga historia. Solo adelantaré que sé que usted es mi padre y de cierta manera por eso estoy aquí.

Suspiró.

— ¿Y tu hermano?

—Se convirtió en un despreciable nazi.

—Mierda— susurró.— Déjame saber por qué estás aquí. Lo sospecho.

Le narré la misma monótona historia que contaba a todos los que conocía. Ya se volvía aburrida y con sentido público. Pensé en publicar un libro, pues no era más un secreto —excepto mi nacionalidad—. El repudio hacia Adler hacia que lo narrara de manera fría, cruel. Incluso ya no lloraba al recordar frente a otros. Pero las imágenes de los muertos a mí alrededor me perseguían en sueños, casi permanente. Supongo que mi recuerdo evocaba aquellos pasajes traumáticos porque mi subconsciente no podía deshacerse de ellos.

—Insisto en que cenemos juntos. Con tu esposo, claro.— miró a Zarek.

Esposo. Sonaba bien. Volteé a verlo, al parecer también le gustó el término. Sonrió.

Aceptamos. Zarek sabía que tenía que aceptar aquella oferta. Calmaría mi angustia de saber más sobre Aron Neuman. Él pasaría por nosotros al edificio.

— ¿Qué tal si me quiere dejar en claro que no vuelva a verlo más?— pregunté mientras calzaba mis zapatos.

—Linda, no creo que fuese así.— respondió Zarek.

Pensé que le preguntaba al viento o a mí misma, pero él respondió. No estoy sola.

Se acercó a entregarme el abrigo. Él ya estaba listo, siempre apuesto y de porte respetable. Algunas personas creían que era un militar alemán y le temían.

A las siete de la noche, el señor Neuman pasó por nosotros en su auto. Nos sentamos en el asiento posterior. Me pregunté por su esposa e hijos, pero preferí llegar a su hogar para invadir un poco su privacidad, lo necesitaba aunque sonara imprudente.

— ¿Han oído a Frank Sinatra?

Ambos negamos. En casa oía música clásica. Sin duda, discutir de música no era la mejor de las conversaciones, para mí. Desde pequeña preferí discutir literatura.

Llegamos a su hogar. Una casa modestamente acomodada en Brooklyn. Por dentro era acogedora. Olía a pastel de manzana, delicioso.

Neuman nos ayudó a sacarnos los abrigos. Tomamos asiento en los sofás de la pequeña sala. Regresó y nos ofreció algo de beber.

— ¿Whisky, caballero?— Zarek asintió.

Se acercó con un vaso de los que solía tener el señor Collins especialmente para la bebida.

— ¿Un Merlot, señorita?— asentí.

La puerta se abrió dejando ver a una joven casi de mi edad, de cabello castaño claro, ojos verdosos ; no le encontraba rastro genético de  Aaron Neuman. Supuse que era la hija de su nuevo matrimonio.

—Buenas noches.— saludó con voz cándida y cordial.

Nos levantamos a saludar.

—Lucy, ella es Mara. Tu hermana.

Ella a pesar de su sorpresa, se acercó a abrazarme.

—Un gusto.— sonrió— Así que era cierto.

—Nunca mentí, querida. — Sonrió Aaron— El joven es Zarek Friedmann, su esposo.

Aaron solo vivía con Lucy, su hija adoptiva. La madre de ella murió repentinamente sin un diagnóstico acertado. Aaron se casó con ella siendo madre soltera, así que técnicamente era viudo. Lucy aún estaba en la escuela y tenía diecisiete años.

Nos sentamos a la mesa. Lucy fue gran anfitriona, el pastel de manzanas lo preparó ella. Estaba exquisito. Aaron confesó que aprendió a cocinar cuando su esposa enfermó, era extraño encontrar a un hombre haciéndose cargo de la cocina. Zarek solo hervía agua.

—Mara, ¿qué sabes de tu madre?— preguntó Aaron.

—No mucho. Como sabe, su marido no puede saber que estoy viva. No puedo enviar cartas porque sospecharía, mucho menos llamar por teléfono.

—Entiendo. Esperemos que se encuentre bien.

—Cuéntame de ti, hermana.— insistió Lucy.

— ¿Qué te gustaría saber?

—Algo que tu mirada esconda, pero tus labios reciten.

Me quedé pasmada. A pesar de sentir que bromeaba en tono intelectual, noté su habilidad para embellecer palabras. Me agradaba de cierto modo.

—Estupendo. Hablas mi idioma.— sonreí encantada.

— ¿Qué se puede esperar de un profesor de literatura en la universidad de Columbia?

Eran una caja de sorpresas. Ahora sentía un vínculo mucho mayor con Aaron. Él sonrió afirmando la acotación de Lucy.

—Ahora entiendo la magia que posee Mara— añadió Zarek.

Profesor de literatura en una de las mejores universidades de Estados Unidos, mi padre. Me sentía orgullosa de ser su hija, sin duda. No me avergonzaba en lo absoluto pues no asesinaba personas para "limpiar la raza".

Después de cenar, Lucy me llevó a la pequeña biblioteca que tenían. El espacio era pequeño, acogedor y sobrecargado de libros. En aquel espacio bibliográfico no existía distinción de autores por su creencia, si lo había no trataba con la ideología que empecé a repudiar hace un par de años. Leían a Freud, autor que no podía por ninguna circunstancia adornar una biblioteca Alemana. Lucy quería estudiar psicología, me parecía genial.

Aaron me obsequió un par de libros, los cuales recibí sin negar. Comprar libros no era un lujo accesible en mi situación.

—Mara, tengo una conversación pendiente contigo. Pasaré a buscarte luego.

Asentí.

Aquella noche dormí sin pesadillas. Había motivo de regocijo en mi alma, encontré a mi padre. Hice el amor con tanta alegría que no supe cuando cerré los ojos. Mi vida tomaba sentido, sentía el espacio paternal lleno. Mi padre me buscaría para charlar, idea que me encantaba. Amaba que pronunciara mi nombre. Me hubiese encantado que me leyera cuentos por las noches y que me llamara por un apelativo cariñoso.

Podrían anunciar mi muerte, pero no impedía que borre la sonrisa que traía en el rostro después de saber que mi padre estaba vivo y compartí una cena con él.

—Déjame decirte que esa sonrisa te queda fantástica en el rostro; no te la quites.— comentó Zarek antes de besar mis labios y desaparecer tras la puerta.


N.de la A.

Disculpen por la frase tan cliché, pero era necesaria jajaj. Espero gusten del capítulo, gracias por leerme; se los agradeceré siempre. ¡Que tengan buen día!

N.N


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