Te Necesito

By MyPerfectGuys

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Entrenador y jugadora. Profesor y alumna. Amigo y amiga. Para algunos eran una cosa, para otros otra... pe... More

Sinopsis
01.
02.
03.
04.
05.
06.
07.
08.
09.
10.
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14.
15.
16.
17.
18.
19.
20.
21.
22.
23.
24.
25.
26.
27. «1ª parte»
27. «2ª parte»
28.
29.
30.
31. «1ª parte»
31. «2ª parte»
32.
33.
34.
Epílogo
Nueva temporada
~~~

12.

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By MyPerfectGuys

'Estoy abajo esperándote' -Liam

Leí el mensaje de Liam medio adormilada y tumbada todavía, pero en cuanto realmente procesé lo que aquello significaba, salté literalmente de la cama y me repetí una y otra vez que en menos de tres minutos debía estar preparada. ¡Me había quedado dormida!

Hoy me importaba poco si hacía ruido y despertaba a mis padres, me importaba más que Katy no se retrasara en el colegio por mi culpa. Por eso corrí de un lado para otro en mi casa viendo lo que necesitaría para el día de hoy, y cuando ya lo tuve todo listo, salí de casa sin siquiera cojer algo de comida para el recreo. Me tocaba aguantarme y morirme de hambre durante las próximas horas.

Tras una carrera a toda velocidad desde mi portal hasta la calle, llegué hasta el coche de Liam como un torbellino y me senté en el asiento de su derecha.

-Lo siento mucho, me quedé dormida -solté con rapidez y preocupación tratando de disculparme.

-No pasa nada -rió-. Aún quedan veinte minutos.

Minutos más tarde de que Liam arrancara el coche, casi íbamos a mitad de camino, miré hacia atrás y me encontré a Katy durmiendo plácidamente con la cabeza apoyada en la ventanilla. Sin poder evitarlo comencé a observarla de forma exhaustiva, fijándome así en sus labios carnosos y en su nariz ligeramente redondeada. Cualquiera que viera a Liam junto con su hermana sin conocerlos, no dudaría en afirmar que eran padre e hija.

-Está muy cansada -habló él al percatarse de lo que retenía mi atención-. Dice mi madre que se ha pasado la noche entera sin dormir porque tenía muchas pesadillas.

-Pobrecita -susurré volviéndome a sentar bien en el asiento-. ¿Alguna vez te han preguntado si eras su padre?

-Más de las que te puedas imaginar -sonrió-. Pero aunque no lo sea, actúo como tal. Mi miedo es que al final ella se lo termine creyendo de verdad.

-¿Tu padre no pasa tiempo con ella? -le pregunté.

-Sí, pero no el suficiente, y ahora con el trabajo menos todavía. Por eso es que casi siempre Katy está conmigo, no quiero que crezca sola.

-¿Y tu madre?

-Ella hace todo lo que puede por pasar más tiempo juntas, pero ahora que está buscando trabajo también lo tiene complicado -dijo mientras aparcaba el coche en una calle cercana al colegio y se desabrochaba el cinturón. Yo, imitándolo, hice lo mismo-. La verdad es que mis padres se mueren de ganas por estar siempre con ella, me consta de hecho, pero el problema es que necesitan dinero, y para conseguirlo tienen que trabajar. Eso les quita mucho tiempo para verla -admitió con algo de tristeza. Él giró la cabeza y la observó con ternura- ¿Quieres despertarla tú?

Yo asentí con entusiasmo. Me bajé del coche y me monté en la parte trasera al lado de ella. Liam mientras tanto me observaba atentamente desde su asiento.

Acaricié los brazos de la pequeña con continuidad al mismo tiempo que le propinaba suaves empujoncitos y le susurraba su nombre al oído. Abrió sus preciosos ojitos lentamente y pestañeo unas cuantas veces para acostumbrarse a la luz. Cuando ya parecía ser consciente de lo que pasaba a su alrededor y me vio, se abalanzó sobre mí y me abrazó con fuerza por el cuello.

-¡_____! -exclamó dándome besos por toda la cara- ¿Qué haces aquí? ¿y por qué llevas el mismo uniforme que yo?

-¡Vamos a ir al mismo colegio! -exclamé.

-¿En serio? -preguntó entusiasmada volviendo a cogerse con seguridad a mi cuello- ¡Qué bien!

-Hola Katy, estoy aquí -dijo Liam haciéndose el ofendido, abriendo la puerta donde se encontraba acomodada ella.

-¡Hermanito! -ella pasó de mis brazos a los de él haciendo pucheros- No te enfades conmigo, sabes que te quiero mucho.

-Claro que lo sé, enana -imitó sus pucheros provocando una risa contagiosa por parte de ella. La sacó del coche acomodándola en sus brazos y más tarde se dirigió a mí-. ¿Puedes coger su mochila?

Tomé su maleta rosa de Barbi junto con la mía, las colgué en mi hombro y caminé junto a ellos calle arriba, pasando a incontables mujeres que miraban a Liam muy descaradamente.

-¿Has desayunado? -me preguntó él cuando ya hubimos dejado a Katy en el colegio.

-Uhm, no -respondí haciendo una mueca. Sabía que eso estaba mal, y me daba la impresión de que él era una de esas personas muy estrictas en lo que a las comidas se refería.

Liam entrecerró sus ojos desaprovándome, tal y como supuse, pero a continuación ladeó su cabeza dejándolo pasar y extendió una mano indicándome el camino que debíamos seguir.

-Entonces ven por aquí. No puedes estar sin comer desde tan temprano.

Su mano buscó la mía sin yo esperarlo, tomándola con seguridad y sin bacilar. Mi corazón se puso a mil al sentir su tacto extremadamente cálido, pero al darme cuenta de que para él hacer eso no era para nada inquietante, respiré hondo y actué del mismo modo, como si nada pasara.

Nos desviamos de una de las calles principales para meternos por un callejón oscuro desconocido para mí, pero al parecer no para él. Avanzaba muy decidido, como si pasara por allí cada día. Yo me arrimé a él miedosa agarrándolo del brazo. Aquello me daba muy mal rollo.

-¿A dónde vamos? -el nerviosismo era evidente en mi voz.

-Tranquila -me miró a los ojos sonriendo. Eso de algún modo me calmó-, te va a encantar el sitio, sobre todo si te gustan los dulces.

-¿Qué? -pregunté sin entender.

-Date la vuelta -me indicó. Frunciendo el ceño y completamente intrigada, di media vuelta sobre un mismo eje.

-Guau -fue lo único que logré articular.

De ninguna manera alguien se podía imaginar que, justo en el centro de aquella calle tan lúgubre y siniestra, pudiera haber un local tan particular y exclusivo como el que tenía frente a mis ojos. Era una tienda en donde sólo parecían vender dulces, en especial los cup-cakes que tan de moda estaban ahora.

A través del cristal de la puerta y del escaparate se podían distinguir los diferentes tipos de pasteles, estratégicamente decorados para que se te metieran por los ojos y te dejaran hipnotizada. Pero mi atención de inmediato se vio centrada en unos en especial, los de chocolate.

-¿Te gusta? -Liam, detrás mía, preguntó esperanzado.

-Es... es... -suspiré maravillada mientras me daba la vuelta y lo miraba-, es perfecto. ¡Me encanta!

Sin darle tiempo a que reaccionara, eché a correr y entré en la pasatelería tan entusiasmada como si fuera una niña pequeña con juguetes nuevos. Me detuve frente al mostrador, y justo cuando me dispuse a hablarle a la anciana tan adorable que parecía ser la dueña, Liam me interrumpió apareciendo en mi campo de visión.

-Ve a sentarte, yo pediré por ti -dijo autoritario. Yo dudé, ya que seguramente no sabría lo que quería tomar-. Déjame sorprenderte.

-Está bien -acepté divertida alejándome de él-, sorpréndeme entonces.

Tomé asiento en una mesa situada justo al lado del ventanal del escaparate, desde donde podía ver el callejón escasamente iluminado con la luz del amanecer. En la tienda tan sólo nos encontrábamos nosotros y la anciana, nadie más por suerte.

Miré a mi alrededor analizando el pequeño lugar, que a parte de solitario, era muy acogedor por la decoración y el mobiliario empleado. Las paredes estaban recubiertas de grandes pósteres de la ciudad de Londres, y sobre las estanterías y también en las mesas habían figuritas de los soldados típicos ingleses. Y que decir del olor... mi boca se hacía agua cada vez que tomaba una bocanada de aire para respirar. Aquel era el mejor lugar en el que estaba desde hacía mucho tiempo.

Antes de esperarlo, Liam apareció a mi lado, llevando entre sus manos una bandeja con dos tazas y lo que yo tanto esperaba, un cup-cake con cobertura de chocolate.

-¿Cómo lo supiste? -pregunté con desesperación, adueñándome de mi comida. Cogí un trocito y lo introduje en mi boca saboreándolo lentamente- Mmm... que bueno está.

-Te quedaste embobada cuando los viste en el escaparate -rió observándome. Llevó una de las tazas hasta sus labios y bebió de ella sin despegar la vista de mí-. Entonces, ¿te gusta esto?

-Claro que sí, es precioso -le contesté con franqueza. Volví a engullir otro pequeño trozo y seguidamente tomé un trago de café de mi taza-. Está situado en una callejuela que nadie conoce, pero eso me gusta. Lo hace más especial -dije encogiéndome de hombros-. ¿Tú no comerás nada?

-No, tengo que cuidarme. Me gusta mantenerme en forma.

-Oh -de pronto, una sensación de culpabilidad por haberme metido más calorías de las necesarias en el desayuno me invadió por dentro-, yo tampoco debía de haber comido nada. Ayer en el entreno casi no podía correr de lo pesada que me sentía... Estoy engordando mucho últimamente -susurré entristecida mordiéndome el labio.

-¿Qué? No. _____, no digas tonterías. Estás perfecta tal y como estás -insistió echándose hacia a delante en su asiento. Por lo que pude notar, se había alarmado mucho.

-¿De verdad lo crees?

- De verdad - me contestó honesto -. Sólo necesitas acostumbrarte al ejercicio diario. Ya verás como la semana que viene no tendrás tantos problemas. Pero que yo no me entere de que dejas de comer por esto. Estás creciendo aún y necesitas alimentarte bien, ¿de acuerdo? -asentí realmente convencida de lo que había dicho- Es cierto que lo que acabas de comer no es muy sano, pero apuesto lo que sea a que esto no lo haces regularmente. Un día es un día.

-Lo sé, pero a veces el chocolate me pierde -él dejó escapar unas risas volviendo a adoptar una postura más relajada, como se había mantenido hasta que el tema de la comida surgió.

-Todos tenemos perdiciones -añadió de manera enigmática. ¿Cuál sería la suya?

Cuando la hora de irnos llegó, ambos abandonamos el lugar, no sin antes felicitar a la encantadora anciana por su maravillosa repostería. Le prometimos además que algún que otro día volveríamos para hacerle compañía, y ya de paso desayunar o merendar allí.

-Te acompañaría hasta la puerta -interrumpió nuestra conversación justo unos metros antes de acercarnos demasiado al portón-, pero podrían vernos y no creo que sea lo adecuado.

-Ya, no te preocupes -le dije comprensiva-. ¿Entrenas esta tarde a las pequeñas?

-Sí. Y tú tienes conservatorio, ¿me equivoco?

-Sí, de nuevo vuelvo a la rutina -confirmé con una sonrisa consternada.

-Eh, ¿y esa cara? No, no -negó chasqueando su lengua haciéndome sonreír-. Ya verás como te irá mejor de lo que esperas. Créeme.

-A ver si es verdad.

Él se aproximó a mí y sin dudarlo me abrazó. Sus manos se juntaron en la parte baja de mi espalda, consiguiendo acercarme más a su cuerpo. Supuse que eso lo hizo para darme confianza, ya que debió notar lo tensa que estaba -todavía no terminaba de acostumbrarme a nuestros acercamientos-, pero más que relajarme, consiguió que la situación se tornara un poco incómoda para mí. Lo único que sosegó mi estado fue su olor, que incluso podía asegurar que era mejor que el de la pastelería. Y eso ya era difícil.

* * *

A pesar de faltar tan sólo cinco minutos para que las clases comenzaran, no había casi nadie en mi aula. Según entré por la puerta, visualicé en una esquina a David y a Javier, dos niños que habían sido compañeros míos desde que entré en aquel colegio. Eran los típicos chicos malos e idiotas superficiales que, como tenían a todas las niñas detrás de ellos, se creían más que nadie. Los estudios no eran una de sus prioridades, preferían pasarse el día haciendo el vago y presumiendo de sus innumerables conquistas semanales.

Por el colegio corrían muchos rumores, ciertos o inciertos, nadie lo sabía con exactitud, pero el caso es que se decía que algunas noches los habían pillado con las manos en la masa, robando o vendiendo drogas. Los peores rumores llegaban incluso a afirmar que numerosas chicas habían sido forzadas contra su voluntad por aquel par de dos. Pero sólo había que echarles un simple vistazo para darse cuenta de que tan sólo eran críos de diecisiete años, ellos no podían ser capaces de hacer tales cosas. Yo personalmente no creía nada de aquello.

Javier el año pasado había intentado algo conmigo, pero cuando se dio cuenta de que no era como las demás chicas que babeaban por él, tomó la sabia decisión de alejarse de mí. Por suerte, nunca más volvió a insistir.

A parte de aquellos dos, sólo encontré a Alba en la otra esquina de la clase. Ella, notablemente aburrida, dejó de golpear una y otra vez su lápiz contra la mesa y alzó la vista con una sonrisa de alivio en cuanto notó mi presencia. Atravesé la clase casi a zancadas para llegar junto a ella lo mas rápido posible, pero cuando pensé que había conseguido mi cometido, la voz de uno de los chicos me hizo pararme en seco.

-_____, ¿no saludas?

Volteé con fastidio hacia ellos, haciendo evidente en la expresión de mi rostro la molestia que me suponía el tener que hablarles.

-Hola -dije seca mostrando una sonrisa fingida-. ¿Qué pasa? ¿Estáis demasiado cansados como para ir persiguiendo chicas desde tan temprano? -musité burlona.

-No, te equivocas, ya tenemos todo lo que necesitamos delante nuestra -me aclaró Javier con una sonrisa de psicópata horripilante.

Con sólo verle la cara me daban escalofríos. ¿Por qué sería que no aguantaba a los chicos que se comportaban así?

-¿No nos vas a presentar? -preguntó señalando a Alba.

-Alba, ellos son David y Javier. No te acerques a ellos si no quieres ser otra más de su séquito de idiotas artificiales -le comenté a ella con humor. Me giré en dirección a ellos y los miré con una sonrisa socarrona plantada en mi cara-. Hala, ya está, presentados.

Si yo hubiera sido otra persona, estaba convencida de que se hubieran levantado hechos unos energúmenos y me hubieran partido la cara, pero de algún extraño modo siempre me hice respetar, hasta con los malotes como ellos. Quizá mi carácter les intimidara un poco, aunque en el fondo eran ellos los que me intimidaban a mí. También ayudaba que Ruth, una de mis amigas, fuera la hermana de Javier, y por eso me daba la impresión de que se contenían más de lo normal.

Justo en el momento en que me senté en mi sitio dándoles la espalda, el timbre sonó y el resto de los estudiantes comenzaron a entrar a empujones por la puerta, seguidos por el profesor que trataba de poner orden.

Me pasé las tres primeras horas de clase sin prestar atención a nada de lo mis profesores explicaban. Realmente no quería despistarme, pero en cuanto pasaba un sólo minuto escuchando hablar sobre Trigonometría o la Segunda Guerra Mundial, por algún extraño motivo perdía el hilo y volvía a quedarme en Babia. Lo único que era capaz de hacer para matar el tiempo era pintar dibujos sin sentido en un papel en blanco, el cual al final quedó lleno de tinta de bolígrafo, y mirar el reloj constantemente para comprobar la hora de salida del colegio.

-¡_____! -exclamo Alba. Yo de inmediato pegué un bote en mi silla del susto.

-¿Qué?

-¿Te gusta Liam? -preguntó atónita observando la hoja de papel sobre mi mesa.

Asombrada, dirigí mi mirada hacia la hoja y ahogué un grito sorprendida al ver lo que había dibujado inconscientemente. Al parecer, mis dibujitos sin sentido, ya no eran tan sin sentido. El perfil de Liam perfectamente delineado con su nombre en letras mayúsculas estaba plasmado en aquel trozo de papel. Raudamente lo arrugué en mi mano intentando ocultarlo.

-No me lo puedo creer, te gusta... -le tapé la boca antes de que pudiera seguir hablando.

-Cállate -le ordené mirando a mi alrededor con preocupación-, te podría oír alguien.

-Entonces, ¿es verdad? ¿te gusta? -parecía muy entusiasmada mientras me preguntaba.

-No, no me gusta. Yo nunca he dicho eso.

Aunque no quisiera admitirlo, eso había sonado demasiado falso.

-Ya claro -rió sarcástica-, por eso lo dibujaste sin darte cuenta.

Bajé la cabeza pensando en una posible respuesta, pero por más que me esforzaba en buscarle una explicación lógica a lo que había hecho, no la encontraba. ¿Estaría obsesionándome demasiado con él? No era normal estar constantemente pensando en alguien al que conocía de tan sólo unos pocos días, y lo peor de todo no era eso, sino que, aunque me costara admitirlo, comenzaba a experimentar nuevos sentimientos con respecto a él que nunca antes había experimentado con nadie. No podía ponerles nombre, ya que eran desconocidos, pero sí podía afirmar con franqueza que lo que sentía cada día iba creciendo más y más, y eso me asustaba mucho.

* * *

A la hora del recreo, Alba y yo nos dirigimos al patio como los demás alumnos hasta llegar a nuestro sitio habitual. Allí nos sentamos en el suelo, yo con la espalda recostada en uno de los muros que delimitaban aquel espacio y ella frente a mí.

-¿Me explicarás ya lo que pasa con Liam? Porque es obvio que ayer no fue vuestro primer encuentro...

-L-la historia es un poco larga -me excusé pretendiendo que no ahondara más en el tema, pero eso no dio resultado.

-No importa, tenemos tiempo de sobra.

Ella se inclinó hacia adelante, apoyando su codo derecho sobre su rodilla derecha y mirándome atenta. Suspiré rodando los ojos y comencé a relatarle todo, desde el primer día en que nos vimos en el aeropuerto, hasta el día de la cena con nuestros padres.

-¿Sólo eso ha pasado entre vosotros? -me questionó extrañada.

-Lo primero, no hay un 'vosotros' -le aclaré haciéndola reír, parecía que le costaba creérme-, y lo segundo, ¿te parece poco haber compartido todos los días desde que estoy aquí con él?

-No, no me parece poco pero... no sé, ayer dio la impresión de que os conocías desde hacía bastante tiempo. Y, por las caras de idiotas que teníais, más que amigos parecíais otra cosa...

-¿Qué cosa? Anda no digas tonterías -dije indignada.

No debí ser tan expresiva ayer cuando lo vi en el entrenamiento, hecho todo un manojo de nervios, revolviendo los papeles que tenía en su regazo avergonzado y evitando mirarme. Recordaba que en ese instante quise morir por lo extremadamente adorable que se veía. Pero no, eso estaba mal, yo nunca había pensado esas cosas y debía seguir sin pensarlas.

-Te gustaría ser algo más, vamos admítelo -Alba me guiñó su ojo aún sin deshacerse de esa sonrisa tan irritable que decía: tengo razón, y lo sabes-. Te has puesto roja, te has puesto roja...

-_____, ¿podemos hablar?

Dejando de lado los insoportables canturreos de la morena que tenía en frente, centré mi atención en el chico que se había acercado a nosotras y ahora se encontraba de pie esperando una respuesta por mi parte.

-No tengo nada que hablar contigo Javier.

-Sólo será un minuto... dos como máximo -condicionó procurando convencerme, pero yo me mantuve quieta en mi sitio sin mover ni un solo músculo-, por favor, _____.

-No te irás hasta que consigas lo que quieres, ¿verdad? -pregunté sabiendo la respuesta. Él negó con seguridad- Está bien, de acuerdo, pero no me entretengas demasiado.

Me tendió su mano para ayudarme a levantar y esperó a que le dijera a Alba que me esperara, que no iba a tardar mucho en volver. Javier me guió hasta una de las esquinas del patio donde menos gente había, por lo general solían estar el resto de sus amigos y unos pocos chicos más de cursos menores que prentendían ser igual de idiotas que ellos. Pero esta vez el hecho de que no hubiera nadie me puso alerta.

-¿Qué quieres? -quise saber sin dar rodeos.

-Que salgas conmigo el viernes -me contestó con total naturalidad-. Al cine, a cenar... lo que tú quieras, pero que sea conmigo.

Fruncí el ceño al escucharlo. Es era muy raro, el plan aquel debía tener trampa o algo. Él nunca pedía citas. Si quería algo contigo debía ser una cosa instantánea, ni preguntas ni proposiciones, directamente pasaba a la acción. De todas formas, tenía cero ganas de pasar tiempo con él. De sólo pensarlo se me revolvía el estómago.

-Lo siento pero no.

Me di la vuelta con la intención de volver con Alba, pero su mano tomó mi brazo con rapidez y extrema fuerza haciéndome permanecer en mi sitio.

-Suéltame. Me haces daño -le pedí, casi rogándole.

-No hasta que aceptes -insistió endureciendo su tono de voz y acercándose más amenazadoramente hacia mí.

-Ya te he dicho que no -me reiteré aguantando una mayor presión en mi antebrazo que posiblemente dejaría un hematoma-. ¡Para!

-¿Qué está pasando aquí?

Daniel, mi profesor de música y ángel salvador en aquel momento, habló detrás nuestra pillando completamente desprevenido a Javier. Él me soltó con tal brusquedad que casi me tira al suelo de cabeza, gracias a Dios mi capacidad para mantener el equilibrio era excelente y conseguí estabilizarme a tiempo.

-Nada -respondí restándole importancia a aquel incidente.

Mi profesor no quedó muy convencido con mi respuesta, por eso, antes de que pudiera reaccionar y volver a pedirnos más explicaciones, salí casi corriendo de allí queriendo que la tierra me tragara. No me apetecía meterme en líos.

-¿Qué te ha dicho? -Alba no tardó en preguntarme en cuanto me vio. Junto a ella ya se encontraban Carla y Ruth.

-Oh, nada, sólo quería preguntarme una cosa sobre los apuntes de Matemáticas.

Quería olvidar lo ocurrido, por eso no me pareció correcto compartirlo con ellas. A demás, Ruth estaba harta de escuchar a la gente hablar mal de su hermano y de sus amigos, así que esa era otra de mis razones. Ella, al igual que yo, pensaba que todos los rumores que circulaban eran tan sólo habladurías.

Durante los escasos quince minutos que quedaban de recreo, tuve que volver a contar mi 'historia' con Liam ante la insistencia de ellas que no habían presenciado mi anterior explicación, pero esta vez lo hice de una forma más resumida.

-Guau, ¡te gusta Liam! -vociferó Carla con su potente y firme tono de voz-. Nuestra santita ha pasado a ser una completa y total rebelde, ¡es un milagro!

-¡Que no! -exclamé cansada de escuchar lo mismo. Las tres rieron a carcajada limpia cuando volví a repetirlo una y otra vez más- Y a ver si controlas el volumen de tu voz, que a este paso te van a escuchar hasta en la China.

-Perdón -musitó arrepentida dándose cuenta de que se había pasado un poco. Ella era así de efusiva siempre, y nada podía hacer para remediarlo-, pero es que, a ver, seamos sinceras... está muy bueno... excesívamente bueno. Vamos, es que si hubiera sido yo la que termino en suelo del aeropuerto con el culo dolorido, le hubiera reclamado una revisión a fondo como compensación para que me quitara todos los dolores -rió rodándo los ojos, seguramente que imaginando alguna escena obscena en la que Liam actuara como protagonista.

-¡Carla! -le regañamos Alba y yo conscientes de la mente tan pervertida que tenía.

-¡Pero qué sosas sois! -se quejó con cara de asco-. Bueno, como tú te niegas a aceptar la realidad sobre tus sentimientos hacia ese bombonazo que tenemos como entrenador, hablemos de otra persona. Hablemos de ti -señaló a Alba con una mirada pícara-. ¿No hay por ahí algún chico que te remueva por dentro? ¿Ninguno que haga que tus bragas se empapen y quieras tirarte a su cuello cada vez que lo ves?

-No, claro que no -contestó ella avergonzándose hasta la médula.

-¿Ni si quiera David o mi hermano? -le preguntó Ruth alzando sus cejas repetidas veces.

Ella negó encogiéndose de hombros.

-Oh, oh, vírgen a la vista -susurró Carla en el oído de Ruth, pero lo suficientemente alto como para que nosotras dos lo escucháramos. Alba me miró intrigada queriendo saber que significaba aquello. Yo sólo negué sabiendo el cuestionario que vendría a continuación-. ¿Has tenido novio antes?

-Eh, no.

-¿Te ha gustado alguien alguna vez?

-No.

-¿Has dado tu primer beso ya?

-No, tampoco -respondió con inocencia.

-Definitivamente, sois iguales -admitió Ruth mirándonos a ambas como si fuéramos bichos raros.

Narra Alba.

Después de pasarnos todo el recreo hablando de chicos, cosa que yo en mi vida había hecho, volvimos a clase cuando llegó la hora. Inglés se me pasó rápido, sólo tuvimos que hacer unos cuantos ejercicios de repaso. El resto del tiempo pudimos aprovecharlo para avanzar en otras materias, pero antes de eso decidí hablarle a _____ para que me contara sobre su comportamiento ayer por la tarde.

Cuando me enteré de que lo que le preocupaba eran los cambios que estaba teniendo su madre, comprendí por fin lo esquiva que estuvo en el entrenamiento conmigo y con el resto de las chicas. Intuía que debía ser algún asunto de gravedad, pero jamás imaginé que pudiera ser una infidelidad por parte de su madre.

La hora de Francés pasó más rápida que de costumbre, por lo que en un abrir y cerrar de ojos ya nos encontrábamos todos abriendo los libros de Física y Química. Al ser esa nuestra primera clase del curso supuse que no haríamos gran cosa, tan sólo las típicas presentaciones y comentar las formas del profesor de evaluar, pero me equivocaba completamente.

-Buenas tardes -saludó recolocando unas gafas antiguas de pasta sobre el puente de su nariz-. Separen sus mesas por favor. Hoy haremos un pequeño examen para comprobar el nivel que tienen en la asignatura.

Todos mis compañeros comenzaron a emitir quejas y a maldecir contra él, pero enseguida los hizo callar a todos con mucha facilidad.

-¿Quién es la señorita Alba Segovia? -preguntó observando la lista de clase.

-Yo -respondí con timidez alzando mi mano.

-¿Sabe dónde está el despacho de la directora?

-Eh, s-sí -tartamudeé nerviosa. La palabras 'despacho' y 'directora' en la misma frase no presagiaban nada bueno.

-Tranquila, no se asuste. Es sólo para saber si podría ir a recoger los exámenes. Están sobre el escritorio del despacho.

-Ah, por supuesto.

Me levante de mi silla ya más tranquila y abandoné la clase, poniendo rumbo hacia donde me habían indicado. Al llegar a la pequeña recepción, me extrañó no ver a la señorita que siempre recibía las llamadas del colegio y atendía a los alumnos.

Caminé hasta la puerta del despacho y toqué varias veces, pero nadie me abrió. Giré la manilla de la puerta y entré por mi cuenta con rapidez. A pesar de que me hubiera mandado un profesor, no quería que me pillaran allí. Quizá me buscara algún problema.

En seguida visualicé los exámenes. Los cogí colocándolos en mi brazo y me di la vuelta para salir por donde mismo había entrado. Pero esta vez, cuando me dispuse a alargar el brazo para abrir la puerta, alguien desde el otro lado actuó antes que yo e irrumpió en la habitación de una forma sorprendentemente veloz.

Lo siguiente que sentí fue mi cuerpo impactar contra el suelo y un peso adicional al mío cayendo sobre mí. Me había dado un fuerte golpe en la cabeza, pero aún así hice un sobresfuerzo por abrir los ojos y descubrir quien era la persona que me estaba aplastando y apenas me dejaba respirar.

-¿Tú? -cuestionó él sorprendido.

-Tú -repetí, afirmando con la misma cara de asombro que tenía él.


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