Z El Señor De Los Zombis (Lib...

By FacundoCaivano

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Tras despertarse en un callejón baldío, cubierto de sangre y sin ser capaz de recordar su identidad, un solit... More

0. Lo muerto, debe quedarse muerto. (I)
0. Lo muerto, debe quedarse muerto. (II)
1. Mi nombre es... (I)
1. Mi nombre es... (II)
2. ¡¡Corre!! (I)
2. ¡¡Corre!! (II)
3. ¿Asociación libre? (I)
3. ¿Asociación libre? (II)
3. ¿Asociación libre? (III)
4. El día "Rojo" de Rex. (I)
4. El día "Rojo" de Rex. (II)
4. El día "Rojo" de Rex. (III)
4. El día "Rojo" de Rex. (IV)
5. Bienvenidos a la Nacion Escarlata (I)
5. Bienvenidos a la Nacion Escarlata (II)
5. Bienvenidos a la Nacion Escarlata (III)
5. Bienvenidos a la Nacion Escarlata (IV)
5. Bienvenidos a la Nacion Escarlata (V)
6. Acuerdo de paz. (I)
6. Acuerdo de paz. (II)
6. Acuerdo de paz. (III)
6. Acuerdo de paz (IV)
6. Acuerdo de paz (V)
6. Acuerdo de paz (VI)
6. Acuerdo de paz. (VII)
7. La puerta Zeta. (I)
7. La puerta Zeta. (II)
7. La puerta Zeta. (III)
7. La puerta Zeta (IV)
7. La puerta Zeta (V)
8. Esto no es un adiós (I)
8. Esto no es un adiós. (II)
8. Esto no es un adiós. (III)
8. Esto no es un adiós. (IV)
9. El pequeño Zeta (I)
9. El pequeño Zeta (II)
9. El pequeño Zeta (III)
9. El pequeño Zeta (IV)
10. El Señor De Los Zombis (I)
10. El Señor de Los Zombis (II)
10. El Señor De Los Zombis (III)
10. El Señor De Los Zombis (IV)
10. El Señor De Los Zombis (V)
10. El Señor De Los Zombis (VI)
11. Somos Los Escarlata (I)
11. Somos Los Escarlata (II)
11. Somos los escarlata (III)
11. Somos Los Escarlata (IV)
12. Cuenta Regresiva (I)
12. Cuenta Regresiva (II)
12. Cuenta Regresiva (III)
12. Cuenta Regresiva (IV)
12. Cuenta Regresiva (V)
12. Cuenta Regresiva (VI)
13. No Eres Un Héroe (I)
13. No Eres Un Héroe (II)
13. No Eres Un Héroe (III)
13. No eres un héroe (IV)
13. No eres un héroe (V)
13. No eres un héroe (VI)
13. No Eres Un Héroe (VII)
Final: No eres un héroe.
¡Gracias!
¡Reboot ya disponible!

10. El Señor De Los Zombis (VII)

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By FacundoCaivano

El animal se encontraba jugando con una mano en el suelo, pero la dejó de lado para prestar atención al joven. Zeta interpretó el acto como una afirmación y decidió por fin dirigirse hasta la puerta. Observó una última vez a todos los presentes para cerciorarse de que todos estuvieran en posición, todos asintieron al cruzar miradas con el muchacho. Zeta tomó aire, los golpes en la puerta aún se escuchaban, los monstruos estaban preparados para atacar. Pero ellos también lo estaban. El joven giró la llave lentamente, y abrió la puerta. Un grupo de cuatro hambrientos zombis, cruzaron a toda velocidad.

Marcos no tardó en utilizar su única mano sana, para tomar su escopeta y derribarlos, luego cruzó del otro lado y volvió a disparar, otro grupo de muertos cayó al suelo, el hueco estaba abierto.

- ¡Corran! -Ordenó Marcos, mientras comenzaba la carrera derribando a unos zombis con la culata de su escopeta.

- ¡Corre, amigo! -dijo Zeta, a su peludo compañero, mientras seguía a Marcos.

El pequeño Zeta acató la orden y partió junto al muchacho, pero su velocidad era tal que no le costó demasiado bordear a los monstruos y hacerse con la delantera. El animal surcaba el pasillo con tanta velocidad, que desestabilizaba a los zombis, dejándole servida la mesa a Marcos y Zeta para que los derribaran sin problemas. Las mujeres no se quedaban atrás, siguiéndoles el paso de cerca. El final del pasillo estaba a escasos metros, Elena se alegró por dentro, no quedaba mucho para que esta intensa misión terminara de una vez. Pero algo pasó, el pie de Elena resbaló al pisar un charco de sangre, la caída fue inminente y los monstruos no dudaron en atacar. Elena gritó de manera abrumadora, mientras esas criaturas le arrebataban su vida con uñas y dientes.

Marcos frenó en seco al escuchar la voz desesperada de su mujer pidiendo ayuda, volteó raudo para acudir a su socorro, pero Zeta le dio un fuerte empujón para que prosiguiera su camino. Tres palabras bastaron para que el espíritu de Marcos se quebrara en mil pedazos.

- ¡Ya es tarde!

Los ojos miel de Marcos no tardaron en estallar en lágrimas, su mujer aún seguía en el suelo, un centenar de esas bestias desgarraban cada pedazo de su cuerpo vivo, mientras la agonía de la mujer se escuchaba a gritos por todo el pasillo. El cuerpo de Marcos deseaba con ímpetu ir hacia su esposa, pero Zeta insistía, con escasos resultados, en arrastrarlo con él, pero la diferencia de peso entre ambos era considerable. Marcos desvío la mirada, su mente no podía soportar la escena, resolvió seguir corriendo. Aunque su cuerpo se movía su mente se había quedado junto a su mujer, repitiendo la brutal escena una y otra vez.
La enfermera los seguía de cerca, se había quedado unos pasos atrás, su edad ya no era la óptima para este tipo de actividades, de vez en cuando se giraba para disparar a ciegas a los monstruos que se le aparecían, al menos en eso si era buena. Pero desgraciadamente, al volver a voltearse, vio algo que le devolvió a su cuerpo las fuerzas necesarias para aumentar la velocidad. Un zombi nocturno bordeó a la muchedumbre de monstruos que se cenaban a Elena, y comenzó a correr desesperadamente hacia Érica. La mujer se esforzaba por alcanzar a los chicos, intentó advertirles con un grito, pero le era imposible pronunciar palabra alguna con lo agotada que se encontraba. Tanto Zeta como Marcos se alejaban cada vez más, ninguno de los dos miraba hacia atrás, como si se hubiesen olvidado de ella. Sus fuerzas se agotaban, su cuerpo comenzó a tornarse pesado, y el dolor de sus piernas incrementaba. No era de extrañar, la lucha que tuvo que realizar para despejar a todos los monstruos de la sala de espera la habían dejado a media máquina, y esto fue lo último que su organismo pudo aguantar. La mujer se frenó en seco mientras sostenía el peso de su cuerpo con las manos en sus rodillas. Sabía que su hora había llegado, intentó mirar hacia atrás una vez más, pero el nocturno fue más rápido.

Tras de un difícil y largo trayecto, su destino estaba solo a unos cuantos pasos, Zeta abrió la puerta sin perder tiempo. La habitación no era muy amplia, varios paneles iluminaban tenuemente el lugar, y unas cuatro pantallas distribuidas en un muro mostraban los distintos sectores del hospital. Algo en esa habitación no concordaba, y a Zeta le alegró eso. Las pantallas funcionaban y eso solo podía significar una cosa.

Barrió la habitación entera con la mirada, y fue cuando lo vio. La caja de fusibles se encontraba cerca de una de las pantallas, la abrió, y sin reparos comenzó a deslizar las palancas hacia arriba. Seguido de eso, un zumbido envolvió a todo el hospital, y por fin, las luces comenzaron a volver de sector en sector. Zeta exhaló aliviado, pero sabía que el trabajo todavía no había terminado.

-Ahora si podemos matar a esos hijos de perra -exclamó Zeta, volviendo al pasillo junto a Marcos y al pequeño Zeta.

-Hay un problema -comunicó el hombre.

Zeta no preguntó, siguió la mirada de Marcos que se posicionaba en la pobre Érica quien tenía a un nocturno aferrado a su rostro. El demonio clavó sus oscuros ojos en ambos, y se alejó rápidamente del lugar, chocando con cada obstáculo en su camino. Zeta sabía que podía haberle disparado, pero resolvió no hacerlo. Sus balas estaban al límite y los nocturnos ya no eran un problema al tener el hospital iluminado.

Pero el problema ahora era Érica, habían pasado unos cuantos segundos desde que había sido mordida por el nocturno y su cuerpo ya se encontraba en el piso convulsionando de dolor. Sus gemidos eran abrumadores e inhumanos, su cuerpo se zarandeaba de un lado a otro estrellando su cabeza contra el suelo una y otra vez. Zeta jamás había presenciado algo así, la dulce enfermera que lo había ayudado hace unos minutos atrás, se encontraba completamente irreconocible. Con sus manos comenzó a arrancarse la piel del rostro, rasguñó y desgarró constantemente sin descanso hasta que su cara se envolvió en sangre. Los ojos de Zeta dejaron asomar unas pocas lágrimas.

-Es uno de los veloces -dijo Marcos con la vista perdida, ni siquiera miraba a Érica y sus ojos ya no brillaban con la determinación de hace un momento-. Hay que matarla.

Zeta limpió sus lágrimas con una mano, sabía lo que debía hacer ahora. Dio un paso adelante y asumió la responsabilidad por su cuenta.

-Yo me encargo.

Pero en ese momento, algo pasó. Un portazo se escuchó a lo lejos en el pasillo aledaño, y Marcos pudo ver a Leo en el otro extremo. Su rostro se veía decaído, apenas podía sostenerse en pie y caminar. Marcos se alegró por dentro, siempre había confiado en que su amigo se mantendría vivo, él siempre lo hacía. No importaba la situación que viviera, siempre salía bien parado y con su imborrable sonrisa pegada a su rostro.

Marcos alzó su brazo para que su compañero lo viera, pero justo antes de poder decir nada, la cabeza de Leo fue exprimida de manera brutal. El titán había salido de la nada y Marcos no tuvo oportunidad alguna de advertir a su amigo. Gran cantidad de sangre se escurría por las manos del monstruo, quien procedió a tomar el cuerpo sin vida de Leo y comenzó a desmembrarlo sin piedad. La sangre se esparcía por todos lados, salpicando las paredes y los muros. El titán golpeaba y aplastaba a Leo con furia, y siguió con su juego, hasta que no quedó nada de él por triturar.

El shock se tradujo en Zeta y en Marcos de la misma manera, ninguno pudo evitar abrir sus ojos al máximo ante tal espantosa escena. En tan solo unos minutos, ya tres personas habían sido brutalmente devoradas y trituradas frente a ellos. Zeta sintió un pinchazo de angustia en la boca del estómago que casi lo hace vomitar. Y Marcos había olvidado al completo la presencia de Érica, hasta que su agudo grito se los recordó. El perro ante el perturbador sonido comenzó a ladrar, a la vez que los zombis que habían devorado a la mujer de Marcos se acercaban, y otros se asomaban curiosos desde las habitaciones. Todos, inclusive el titán y Érica, dirigieron sus muertas miradas hacia Zeta y Marcos.

El panorama se reducía a un paisaje no muy alentador. De un lado, tenían un inmenso grupo de monstruos de cada clase dispuestos a lo que sea por un pedazo de carne humana o canina; del otro, tenían a un enorme zombi sediento de sangre y una descomunal fuerza sobrehumana. Sus municiones escaseaban y solo tenían una opción, luchar.

- ¿Crees que si se lo pedimos amablemente nos dejarán ir?

Inmediatamente, los zombis comenzaron una carrera exasperada hacia ellos.

-Intenta convencerlos si quieres, yo me largo -dijo Marcos, mientras abría una puerta a su lado y subía por unas escaleras.

Zeta recordó en ese instante las palabras de Érica sobre unas escaleras que llevaban a la terraza. Descartó la charla con los zombis y decidió emular los movimientos de Marcos para seguirlo, pero tuvo que volver por el pequeño Zeta, que insistía en hacer frente a un ejército de monstruos a base de aullidos. El joven lo tomó con sus brazos, y lo arrastró con fuerza hacia las escaleras.

- ¡Sube Zeta, maldición sube! -ordenó cerrando bruscamente la puerta a sus espaldas.

El animal comenzó a ascender veloz, obedeciendo a Zeta, mientras él lo seguía por detrás. Al subir la primera serie de escalones, la puerta salió volando en pedazos y una horda de endemoniados zombis comenzó a perseguirlos. Zeta uso todas sus fuerzas para subir las escaleras a gran velocidad. Tras él, le pisaban los talones un ejército de zombis que se amontonaban y tropezaban en una carrera donde el premio era el muchacho. Pero fue el zombi de Érica quien tomó la delantera, usando las barandas de la escalera y las paredes como punto de apoyo para escalar por sobre los zombis y llegar a la par Zeta. El joven no tuvo oportunidad alguna ante la agilidad de Érica y una brutal embestida lo arrojó sobre las escaleras. Érica inmediatamente buscó la carne del joven, y lo mordió sin piedad.

Zeta imaginó el dolor de la mandíbula del monstruo atravesando su brazo, pero se sorprendió al darse cuenta que lo único que sentía era una leve presión. Érica había mordido su brazo derecho, justo en el lugar donde una malla de kevlar recubría su armadura. Zeta aprovechó la ocasión para tomar su Beretta y darle un descanso definitivo a la enfermera, pero en ese momento una navaja se le adelantó e hizo crujir cráneo de Érica.

-No gastes tus municiones, las necesitarás.

-Marcos, pensé que ya estarías muy lejos de aquí -expresó Zeta mientras se incorporaba con ayuda de su compañero.

-Hasta aquí llegue muchacho, mi cuerpo no me permitió avanzar un escalón más -confesó Marcos, mientras se dedicaba a disparar a los monstruos que se aproximaban-. Antes de desmayarme y morir como un cobarde, prefiero hacer algo bueno y morir como un hombre, tal como Leo.

Zeta quedó sin palabras ante Marcos, una punzada de culpa invadió su ser. Incontables eran ya las personas que habían dado su vida por darle un minuto más a la suya. El remordimiento lo carcomía internamente, quería quedarse y luchar. Pero su instinto le gritaba que diera media vuelta y siguiera su camino, y eso hizo. Sin siquiera despedirse del hombre, corrió por las escaleras junto con el pequeño Zeta, pero antes de cruzar la puerta que lo llevaría a la terraza, le dedicó unas últimas palabras a Marcos.

- ¡Encontraré a tu hijo Esteban, y te juro que lo mantendré vivo!

-Esteban -recitó Marcos por lo bajo, mientras escuchaba la puerta cerrarse de un portazo. Sus ojos se humedecieron ante el recuerdo de su único hijo, y se empaparon completamente al imaginar el horrible destino que le depararía el futuro. Marcos ya había dejado de disparar, y el momento de su fin había llegado. En su mente solo cabía espacio para pensar en su fallecida esposa y su hijo. Deseó con fuerza que nada le pasara, miró al techo buscando que su última plegaria fuera escuchada por ese ser protector que todo lo ve. Aun cuando nunca antes había rezado, sus últimas palabras fueron dirigidas hacia él, hacia Dios. -Cuídalo.

*****

El tiempo apremiaba, ni siquiera buscó una manera de trancar la puerta ya que con la gigantesca bestia del otro lado, un par de barrotes no harían la gran cosa. Zeta sabía que tenía que encontrar una manera de bajar del hospital, su primera opción mental fue buscar unas escaleras de emergencia que halló al otro lado de la terraza. Pero rechazó esa opción cuando vio un gran helicóptero amarillo, de trompa redondeada y hélice larga, montado sobre una plataforma circular. La tentación le ganó la partida, y junto con su peludo amigo, se dirigieron directamente al helicóptero.

Una vez dentro del vehículo, Zeta aseguró al animal en el asiento trasero y se sentó en la cabina del piloto. La variada cantidad de teclas y botones asustaron al joven, quien indeciso prefirió comenzar su curso exprés de pilotaje probando con las teclas del techo, pero nada pasó. Siguió intentando con las del tablero, y una tecla entre tantas, provocó que las luces del tablero y de las pantallas encendieran. El muchacho siguió experimentando cuidadosamente, si una palanca no funcionaba, la dejaba en su lugar de nuevo y probaba con otra. Luego de muchos intentos fallidos que ocasionaron unos extraños ruidos de los que prefirió hacer oídos sordos, las hélices del helicóptero comenzaron a moverse. Zeta gritó de felicidad, y su amigo canino lo secundó con un ladrido. Al fin lo había logrado, ahora solo debía despegar suavemente y escapar de ese espantoso lugar.

-Vamos Zeta, si pudiste robarle el auto a tu padre a los nueve años, puedes con esto -Se animó a sí mismo.

A medida que pasaba el tiempo, las hélices potenciaban cada vez más su velocidad, pero todavía le faltaba la fuerza necesaria para iniciar vuelo. Justo en ese momento, se escuchó el crujir metálico de la puerta que daba a las escaleras. El zombi titán había arrasado con todos a su paso para poder cruzar y se encontraba ya en la terraza, arrastrando en su mano el cadáver despedazado de Marcos, que arrojó hacia un lado.

Al ver el helicóptero en marcha el demonio enfureció y no musitó en dirigirse velozmente hacia Zeta, dejando atrás al resto de los monstruos. Ya era hora, no podía perder más tiempo. Zeta tomó con decisión la palanca y dio un fuerte tirón hacia atrás.

Lo que ocurrió entonces estuvo lejos de lo que planeaba; el helicóptero se inclinó peligrosamente hacia un lado, y la hélice rozó el suelo a punto de chocar. Zeta intentó a duras penas mantener el control, pero lo único que logró fue dirigir la nave de perfil hacia el zombi titán, la hélice impactó de lleno justo en su cuello y lanzó su cabeza al vacío. El helicóptero perdió el control que nunca tuvo y prosiguió su recorrido volando bajo sobre la terraza. La nave se sacudió bruscamente al primer impacto contra el suelo y una de las hélices se quebró volando también hacia el vacío. El segundo impacto terminó de destruir lo que quedaba de las hélices y arrastró los restos del helicóptero hasta la puerta, formando un improvisado tampón en contra de los zombis.

Zeta se encontraba completamente aturdido y su visión le fallaba por momentos. Con sus últimos residuos de fuerza, se desabrochó el cinturón. El helicóptero se encontraba volcado, y tuvo que hacer una difícil maniobra con su cuerpo para poder salir por la puerta, no sin antes sacar primero a su peludo compañero. A primera vista, ninguno presentaba heridas mayores, Zeta agradeció haber resuelto a último momento en impactar contra la terraza, antes de intentar volar de esa manera sobre la ciudad y matarse de forma estúpida contra algún edificio.

Bajó del helicóptero y decidió volver a su plan original, bajar las escaleras de emergencia. El trayecto no fue difícil, solo unos cuantos zombis habían logrado pasar a la terraza pero se encontraban despistados con el accidente ocurrido y deambulaban cerca del helicóptero, por lo que no fue necesario matar más de los que se le cruzaron en el camino. Al llegar a las escaleras Zeta tuvo que cargar al animal en sus brazos y depositarlo del otro lado. Pero todavía no quería marcharse, los zombis habían ocasionado grandes problemas desde su arribo en el mundo, Zeta los odiaba eternamente y no dejaría escapar ninguna oportunidad para acabar con una gran cantidad de esos endiablados seres de una sola vez.

Para su suerte, ahora tenía la posibilidad de brindar una majestuosa venganza contra los monstruos que habían causado estragos en todo el hospital. Aprovechando que todos los zombis se encontraban cerca del helicóptero volcado, y todavía más del otro lado de la puerta, el momento para actuar era ahora. Se dirigió hasta una fuga de combustible que se extendía hasta el helicóptero, y sacó de su bolsillo el encendedor catalítico que Érica había usado en dos ocasiones y lo arrojó encendido al combustible.

Zeta se apresuró a volver con su compañero canino y ambos bajaron las escaleras por la parte exterior del edificio. Zeta tuvo que cargar al animal en sus brazos para bajarlo de una plataforma a otra sin que se cayera, y justo en el último tramo antes de llegar al suelo una explosión sacudió todo el lugar. Ambos fueron arrojados por el temblor al suelo. La explosión se escuchó por gran parte de la ciudad y efectivamente por cada monstruo, pero eso no le importaba a Zeta. El joven se incorporó y buscó al perro por todos lados, pero al ubicarlo el can ya se encontraba a una manzana de distancia, corriendo velozmente en dirección a la Nación Escarlata.

Zeta se sorprendió y una sensación de nostalgia se encendió dentro de él, mesclada con un poco de felicidad y alivio.

-Al menos tú si sobreviviste -expresó Zeta de forma sentimental, mientras observaba como su peludo compañero se perdía en la distancia-. Fue una gran aventura, pequeño Zeta.

En ese momento algo cayó a su lado de manera imprevista. Zeta dio un paso atrás alarmado, pero se tranquilizó un poco al ver que solo se trataba de un cadáver envuelto en llamas. El cuerpo pertenecía a un zombi cortador, que apenas podía retorcerse en el suelo, al joven le causó gracia el deplorable estado en que se encontraba, indefenso y débil. Luego, alzó la mirada al techo del hospital, desde su posición podía apreciar como varios zombis en llamas se arrojaban a muerte súbita desde la cima y caían como una lluvia de fuego al suelo. Algo en su cabeza hizo un clic en ese momento y una sonrisa se dejó proyectar en su rostro. A su misión todavía le faltaba una tarea más.

*****

Renzo Xiobani se encontraba recostado de espaldas en un muro, ubicado en la parte superior de la nación. Su humor no se encontraba en condiciones como para entablar conversación con nadie, su perspectiva de la Nación Escarlata había dado un giro brusco desde que el presidente Máximo no permitió que acompañase a Zeta a cumplir la misión y dudaba seriamente acerca de la salud mental del presidente.

Ya habían pasado dos horas y media desde que cerraron las puertas y dejaron a su amigo a la deriva por su cuenta. Si Zeta seguía vivo, debería de haber vuelto hace mucho. Maldijo por dentro, odiaba la impuntualidad y en este nuevo mundo si alguien no llega a la hora estipulada solo significaría una cosa, pero no quería llevar a su mente a ideas pesimistas. Se puso de pie y decidió dar una vuelta a la nación por cuarta vez en la noche para despejar sus ideas. Bajó lentamente por las espiraladas escaleras, no había apuro alguno. Las luces se encontraban apagadas, solo unos cuantos centinelas recorrían el perímetro con sus linternas. Su compañero Jin hacia media hora que se había rendido ante el sueño y lo había abandonado, por lo que resolvió acercarse a un pequeño grupo de personas que se encontraban reunidos cerca de la puerta, compartiendo anécdotas y charlas.

-Hola Rex, ¿también esperas a Zeta? -preguntó amablemente Sam, mientras lo invitaba con un gesto a sentarse junto a ella-. Él es de quien les comenté, es amigo de Zeta.

-Sí, me preocupa que se haya pasado de la hora -comentó Rex a la vez que se sentaba en el suelo, junto con Sam y una ronda de seis personas más.

- ¿Gustas un café muchacho? -ofreció una amable señora con suficiente peso de edad en sus hombros como para ser la abuela de Rex. El joven acepto-. El presidente no nos deja prender fogatas por la noche, así que el café nos mantiene calientes.

-Gracias.

-Entonces -interrumpió una muchacha joven de cabello claro y lacio-. ¿Conoces a Zeta? ¿Sabes su verdadero nombre?

Rex movió su cabeza hacia los lados. -No, él no lo recuerda, perdió su memoria.

- ¿Y tú crees eso? Yo opino que es un farsante, nadie puede olvidarse de su nombre -expresó un hombre moreno, y con cabello muy rapado-. Yo creo que esconde algo serio.

-Yo no creo que mienta -respondió Sam-. No tiene necesidad de hacerlo, ¿o me equivoco Rex?

-No.

El ambiente se sumió en un gélido silencio que duro lo que Rex tardó en tomarse su café.

-El nuevo es muy callado -insistió el joven moreno.

-Yo sé porque esconde su nombre -dijo divertida, una niña de unos once años.

- ¿Otra vez con esa teoría hija? -intervino la señora que le había ofrecido el café a Rex.

-Sí, yo sé quién es él y porque esconde su nombre -insistió la niña-. Es el señor de los zombis.

Rex alzó sus cejas en una mueca de incertidumbre.

- ¿El señor de qué?

- ¿No conoces la historia? -preguntó Sam.

-El señor de los zombis no existe -refutó de mala manera, la muchacha de cabello lacio.

- ¿Quién es el señor de los zombis? -preguntó Rex interesado.

-Es un rumor que se pasa de boca en boca por la nación -respondió Sam-. Hay muchas historias del señor y amo de los zombis; se comenzó diciendo que podía controlarlos, y que fue él quien manipuló al zombi inteligente que uso un arma para disparar a una persona, pero ese rumor cayó rápidamente porque nunca pudo comprobarse su veracidad.

-Y surgió entonces otro rumor -prosiguió la señora-, de una persona que podía matar a cualquier tipo de zombi. Una persona solitaria, que se encontraba siempre en movimiento y que no descansaría hasta eliminar a todos y cada uno de esos seres.

- ¿Algo así, como un héroe? -inquirió Rex divertido.

-Algo así. Es gracioso, porque Zeta da la talla, es un joven solitario que escapó de la nación oscura y ya hemos visto como se enfrenta a los zombis especiales.

-Ahora que lo dices es verdad -Lo meditó Rex-, tiene una particular manera de salirse siempre con la suya. Pero no creo que por eso sea el señor de los zombis.

- ¿Y porque entonces no quiere que nadie lea su diario? -inquirió Sam, divertida con la conversación.

-Vamos, no creo que eso tengo algo que ver.

-Discúlpenme señores, voy a tener que pedirles que se retiren y dejen espacio, las puertas se abrirán en breve y tenemos que despejar el area -comunicó un centinela, acercándose al grupo.

Todos hicieron caso y se hicieron a un lado, confusos por la repentina orden. Todos conocían la rígida norma del presidente de no abrir nunca las puertas en horas nocturnas y ya se había abierto una vez en la noche cuando permitieron salir a Zeta, por lo que Rex dedujo en su mente que solo podía tratarse de una persona.

Las luces internas de la nación volvieron a encenderse y las puertas fueron finalmente abiertas para dar espacio al ingreso de una camioneta azabache de cúpula cerrada. El vehículo se dirigió a paso de hombre hasta el centro del patio exterior. Las personas que descansaban fueron alertados por el alboroto ocasionado por el motor del vehículo y algunos disparos de los centinelas para mantener a raya a los zombis que quisieran acercarse a las puertas. Algunas personas se vieron tentadas a salir de sus habitaciones para corroborar con sus propios ojos lo que ocurría en el piso de abajo.

La camioneta se detuvo en el centro, y el motor se apagó. Los vidrios polarizados de las ventanas impedían a todos ver quien conducía el vehículo, por lo que un grupo de centinelas tomaron medidas de seguridad y rodearon la camioneta con sus manos posadas en la funda de sus armas. En ese momento la puerta del vehículo se abrió y lo primero en salir fue una pierna, seguida de otra más.

- ¡Sal con las manos donde podamos verlas! -Ordenó un centinela de porte imponente.

Del vehículo salió un joven portando la armadura con los colores de la nación. Sus manos se alzaban levemente, con un gran esfuerzo por mantenerlas en la misma posición. El muchacho tenía un aspecto terrible, un hilo de sangre bajaba desde su frente hasta su magullado rostro; la armadura que usaba se encontraba bastante deteriorada pese a ser que le habían asignado una de las más nuevas y sus ojos café se perdían mirando con dificultad hacia el suelo.

-Está bien, puedes bajarlos -comunicó el centinela, acercándose a Zeta-. Parece que viviste todo un infierno, pensé que no lo lograrías.

-Tu confianza me conmueve -respondió Zeta a secas, sin hacer contacto visual.

-No me malinterpretes, no lo hubiese pensado de nadie, pero me alegra que estés bien. Lo único malo es que perdí la apuesta.

Zeta subió una ceja ante el comentario.

-Lamento haber arruinado tu economía, como sea, las cosas que me pidió el presidente están en el asiento de atrás. Yo me retiro.

-Perfecto, se los llevaré de inmediato -dijo el centinela, mientras abría la puerta para inspeccionar que todas las cosas que había pedido el presidente se encontraban ahí-. Esta todo, muy bien. Pero todavía no puedes irte.

Zeta ya se encontraba muy agotado, y las últimas palabras del centinela le obligaron a emitir un quejumbroso bufido.

- ¿Qué pasa ahora?

-Desde lo que le pasó a la muchacha, el presidente implementó nuevas reglas más rígidas. Cada quien que entre a la nación, por más que haya salido solo por unos minutos, deberá acudir al enfermero de turno para una revisión médica. Como tú te tardaste unas cuantas horas y por el aspecto de tu cara, deberás acudir al enfermero cuanto antes. Si te da el visto bueno, podrás marcharte a tu dormitorio sin ningún problema.

Zeta asintió, el punto de vista del centinela sonaba muy lógico, por lo que no se preocupó por discutir más.

-De todas formas no pensaba irme a dormir todavía. Quiero hablar con el presidente de algo.

-Pues estas de suerte, él está justo ahora acompañando al doctor Peláez en la enfermería.

*****

Peláez ya se había preparado su cuarto café en toda la noche. Sus manos temblaban incesantes al colocar el azúcar en la taza. Jamás había pasado tanto estrés en toda su carrera, como un no tan exitoso medico de barrios bajos. Aquellos tiempos eran mucho más sencillos, nunca necesitó de procedimientos tan complicados para ganarse la vida. La gente solo acudía a sus servicios si necesitaban una receta médica, o alguna revisación de procedimiento. Su rubro no era para nada operar, aunque admiraba en secreto la destreza de sus compañeros cirujanos, él jamás tocaría un bisturí para abrir en dos a una persona. Pero ahora las cosas habían cambiado por completo. La vida de una inocente muchacha estaba en sus regordetas manos. Nunca había realizado una operación y no estaba cien por ciento seguro de qué era lo que haría si el muchacho apareciera con las cosas que ordenó. Amputar dos brazos era la locura más grande con la que jamás imagino que tendría que lidiar.

Su mente se atormentaba a sí mismo constantemente. Nunca tendría que haberle dicho al presidente que era un experto médico cirujano. Tarde o temprano la mentira iba a ser descubierta y las consecuencias no quería ni imaginarlas. Pero algo lo reconfortaba. El hecho de que el muchacho todavía no llegaba lo mantenía ligeramente calmado. Ya habían esperado tres horas, siendo que había marcado un límite de dos para que la joven muriese. Claro que lo malo era que Noelia aún seguía viva y su diagnóstico no había acertado en lo absoluto. Pero ya se le ocurriría una excusa para inventar más adelante. Por el momento, lo único que deseaba es que ese muchacho no cruzase la puerta de su despacho.

En ese instante algo alertó al doctor. Un ruido de pisadas fuertes provenía del pasillo, y la perilla giró seguido de un fuerte puertazo. A Peláez por poco se le para el corazón.

- ¡Doctor! -Era el presidente, Peláez respiró, seguramente venía a comunicarle que el muchacho ya no vendría-. Zeta volvió y tenemos todo lo que solicitó para la operación. Comience lo antes posible.

El doctor saltó de su asiento. Las palabras del presidente lo atravesaron como una flecha, no podía creer lo que escuchaba. Las probabilidades de que ese muchacho sobreviviera nunca estuvieron a su favor y justamente por esa razón había ordenado una lista con cosas que básicamente había inventado para que absolutamente nadie pudiera traerlas vivo. El destino le estaría jugando una broma pesada, sin creerse todavía las palabras del presidente se vio tentado a preguntar.

- ¿No me digas que lo consiguió todo? ¿Todo?

-Está todo lo de la lista, mis centinelas ya lo llevaron a la sala de urgencias, apresure su gordo trasero y comience la operación de inmediato.

A Peláez no le quedó remedio más que asentir silencioso y dirigirse por el pasillo a la sala de operaciones donde Noelia se encontraba pacíficamente dormida. El camino hacia la sala le pareció eterno, sentía como su frente traspiraba cantidades inmedibles de sudor. Sentía una fuerte presión en el cuello, fruto de la mentira que ya había alcanzado su punto límite. La situación era irreversible, solo un milagro lo salvaría de la humillación que pasaría al llegar a la sala y matar a la muchacha por una mala praxis. Dudó por un instante antes de ingresar, pero el presidente le dio un empujón por detrás haciéndolo entrar por la fuerza.

Detrás de la puerta se encontraban Franco y dos centinelas más apuntando con sus armas a Noelia. El doctor y Máximo se sorprendieron al ver a la muchacha de pie junto a su camilla. Sus garras ahora parecían ser más largas y filosas que antes, y sus ojos eran de un tono grisáceos y vacíos de vida. A su cuerpo estaban conectados los aparatos que marcaban las pulsaciones de la joven. Algo en la maquina preocupó a Peláez, algo que no estaba bien.

- ¿Qué paso? -preguntó Máximo atónito.

-Cuando vinimos, ella despertó -Explicó Franco, sin dejar de apuntar a Noelia.

-Pensé que habías dicho que la muchacha seguía viva -dijo el presidente, dirigiendo toda su furia al doctor.

-Hay un problema... con eso -respondió Peláez, acercándose un paso a Noelia para cerciorar que sus ojos no le fallaban-. Según lo que marca el electrocardiógrafo, la jovencita sigue viva. Es decir, su corazón aún no se detuvo.

- ¿Hablas de esa máquina de ahí? Quizás está rota -indicó el centinela.

-No lo está, la revisé antes de usarla con ella. Esa muchacha aún está viva.

-Pues si está viva, no creo que ella de ahí sea Noelia -dijo Franco retrocediendo un paso a la vez que la muchacha avanzaba hacia ellos.

Noelia bramó un quejido y se dirigió a la carrera rumbo al centinela. Todos retrocedieron pero ninguno se atrevió a disparar. Según lo que había dicho el doctor Noelia seguía viva, entonces no era uno de esos monstruos. El centinela se vio en un grave aprieto.

- ¡¿Tenemos permiso para disparar presidente?! -preguntó el centinela retrocediendo apresurado, mientras Noelia alzaba sus garras buscando su rostro.

En ese momento un disparo estalló súbitamente en el lugar y el cuerpo de la joven se desplomó en el suelo. Todos dirigieron sus miradas hacia Franco, quien luego del disparo procedió a guardar su arma como si nada hubiera pasado.

- ¡Mierda! -Vociferó el centinela, quitándose la sangre de Noelia de su rostro.

-No dije que dispararan todavía -Se plantó el presidente furioso, frente a Franco-. Podríamos haberla reducido sin matarla. Todo lo que hicimos fue completamente en vano.

-Prefiero perder una vida, que perder dos- Se excusó el soldado-. Noelia no tenía salvación, ya no era la misma.

-Ella seguía viva, podríamos haber hecho algo, o al menos intentado.

-Y lo hicimos -refutó Franco, seriamente-. Pero ella representaba una amenaza para la nación, tenía que eliminarla. Sigo firme en mi decisión, sin embargo, si desea castigarme por desobedecerlo lo entenderé.

La frialdad y determinación de Franco todavía sorprendía a Máximo, llevaba sangre de todo un soldado corriendo en las venas. Pero decidió no castigarlo puesto que su decisión se hallaba dentro de los términos de la lógica. Pero se encargó de hacerle entender que sería la última vez que desobedecería una orden directa.

Franco lo entendió y se retiró de la enfermería. Por órdenes del presidente y por protocolo, dejó su pistola en la armería y se dirigió al pario central. La gran parte de la nación se encontraba despierta esa noche, lo cual no era extraño dado que una camioneta negra había despertado a la mitad de la población y el ruido de su reciente disparo a la otra mitad. Todo era caos cuando la gente se acumulaba y hablaban al unísono, murmurando y preguntándose cosas sin sentido. A Franco le molestaba un poco eso, pero prefirió olvidarlo y buscar a su novia.

Entre toda la gente la búsqueda se tornaba difícil, así que prefirió comenzar por su habitación privada. Aunque la suerte no estaba de su lado, continuó buscando en el piso superior. Cruzó por el pasillo que daba a las habitaciones y se dirigió hacia el final, donde un puente conectaba un lateral del edificio con otro. Desde el centro del puente se podía ver con claridad todo el patio central desde las alturas. Su periférica desde ahí era perfecta para buscar a su novia, pero al encontrarla algo en su interior se revolucionó. Zeta estaba con ella, hablando y riendo como si se conocieran de toda la vida. Eso no le gustaba nada teniendo en cuenta que la última charla con Sam había terminado en una discusión que él decidió cortar gracias a su orgullo.

Sin perder más tiempo decidió dirigirse velozmente hacia el lugar, nunca había sentido eso por ninguna otra persona, eso que otros llamarían: celos. No aceptaba ese tipo de sentimientos en su persona, pero algo en ese sujeto no le agradaba y prefería a Sam lo más lejos de él posible. Al llegar donde se encontraron redujo la velocidad de su marcha, intentando pasar desapercibido, luego se acercó a Sam por detrás y la tomó del brazo.

-Te estaba buscando por todos lados, ¿Qué hacías?

La joven se sorprendió un poco.

- ¡Franco! No me asustes así.

-Lo siento, ¿estás bien?

-Sí, ¿Qué tal tú?

-Yo estoy bien, ¿Qué haces tú aquí? -dijo refiriéndose a Zeta-. ¿No deberías estar en revisión médica?

-Agradezco tu preocupación, pero no me dejan entrar en la enfermería. Se escuchó un disparo hace muy poco y están todos como locos.

-Es verdad, tú estabas con el presidente ahí ¿verdad? -inquirió Sam.

Franco asintió, bajando la mirada.

-Sobre eso, el del disparo fui yo.

-Mierda, sabía que alguien lo mataría algún día pero nunca imaginé que serias tú -dijo Zeta.

-No seas estúpido. Fue a Noelia a quien disparé -Los ojos de Sam, Zeta y Rex se abrieron de par en par por la noticia-. Ya era tarde para ella. Al llegar a la enfermería no era la misma, ya no era humana. Tuve que hacerlo.

-No puede ser -El semblante de Sam se transformó en pura angustia.

Zeta y Rex intercambiaron miradas serias y Franco contuvo a su novia.

- ¿Cuántos más seguirán muriendo? -balbuceó Samantha cabizbaja.

Nadie respondió a la pregunta. Los rostros de los tres hombres seguían sin expresión alguna, perdidos en sus pensamientos. Ninguno demostraba mucho sentimentalismo por la reciente perdida y la oji verde notó eso.

-No lo entiendo -dijo la muchacha al verlos mientras se separaba de todos-. ¿A nadie le provoca nada la muerte de una compañera? ¿Soy acaso la única estúpida que sufre por eso?

-No es eso, uno ya se acostumbra a ver gente morir -explicó Rex-. La noticia es angustiante, pero ya no tiene el mismo impacto con el tiempo.

-Pues a mí sí me impacta -expresó Sam con un atisbo de ira.

-No puedes decirles a las personas como tienen que sentirse -intervino Franco-. Es obvio que a nadie le gusta ver gente morir, pero en estos días eso es tan común como lavarse los dientes. Quizás a ti todavía no te pasó, pero algún día ver gente morir no te sorprenderá como hoy.

- ¡Lo que dicen es absurdo!

-No lo es -afirmó Zeta sin mirar a nadie en especial-. Lo que dice Franco es verdad, hay un momento en tu vida en que dejas de preocuparte por eso, inclusive dejas de preocuparte por tu propia vida -Torció su cabeza, ahora dedicándole una mirada a la muchacha-. Cuando estuve afuera conocí un grupo de personas que me ayudaron a sobrevivir. Eran muchos, todos unidos por un mismo objetivo. Tenían un líder que los guiaba y les daba esperanzas. Se protegían entre todos, eran tan unidos como una gran familia.

-Eso es genial -exclamó Rex-. ¿A qué nación pertenecían?

-A ninguna. No necesitaban ninguna Nación Escarlata o Nación Oscura que los proteja, se tenían el uno al otro.

-Están muertos -anticipó Franco con gravedad.

-Así es -dijo Zeta-. Pero no se trata solo de eso. Uno de ellos: Marcos. Era una increíble persona, fuerte y valerosa hasta el final, no le importó perder una mano en batalla, su espíritu seguía siempre vivo. Elena, su esposa, una mujer imparable, incluso cuando todos pensaban que su líder había muerto ella se erguía optimista y mantenía al grupo calmado; y junto con Érica, una enfermera que pese a sus años todavía mantenía su vitalidad a pleno y se encargaba de que todos estuvieran bien. Cada uno de ellos tenía algo en común que les permitía seguir adelante pese a cualquier obstáculo.

- ¿Qué cosa? -inquirió Rex.

-Ellos tenían algo por lo que creer. Alguien que los unificaba y los potenciaba como grupo, alguien que los motivaba y que les daba esperanzas para vivir. Tenían lo que nosotros no tenemos en esta nación: Un líder.

- ¿Qué me dices del presidente? -preguntó Sam.

-Él no es un líder. Los líderes no se esconden en una silla y dan ordenes, los líderes salen afuera, arriesgan su vida con sudor y sangre como todos los demás.

-Algo, como el señor de los zombis -añadió Rex.

- ¿Quién? -preguntó Zeta arqueando una ceja.

Rex se tomó su momento para explicarle a Zeta todo lo que sabía del señor de los zombis, Samantha lo ayudó en eso.

-Entonces -comenzó a decir Zeta-. ¿Es un invento para mantener la esperanza de los niños?

-Un rumor básicamente -explicó Sam-. Hace rato nos divertíamos pensando que tú podrías ser el señor de los zombis, ya que eres tan reservado para algunas cosas y según tu pasado como viajero solitario.

Zeta no pudo evitar sonreír ante el comentario.

- ¿Yo, el señor de los zombis?

- ¿Entonces es verdad? ¡Lo sabía! -Le dijo una niña de unos doce años, a su grupo de amigos-. ¡Eres el señor de los zombis!

Zeta quedó perplejo ante la acusación de la niña.

- ¡No lo creo! -exclamó otro de los niños, el más alto del grupo.

- ¡No seas tonto! -Gritó la niña-. Él mismo lo dijo, y yo sé que es él.

- ¿Cómo lo sabes? Tiene que demostrarlo y no lo hizo.

-Pues yo creo en él.

- ¡No puedes simplemente creer en él!

- ¡Niños dejen de molestar al muchacho! -interrumpió una señora mayor, la misma que había ofrecido el café a Rex momentos atrás -. Discúlpalos, son unos revoltosos -dijo la mujer mientras se los llevaba a todos con ella.

En ese instante la mente de Zeta se revolucionó y como una chispa, una idea se incendió en su interior. Recordó lo que le había dicho Marcos sobre las naciones, bastaba un error para que todo se derrumbara y cayera en pedazos. Quizás lo que la nación necesitaba era ser más como el grupo de Leo; quizás la nación necesitaba alguien en quien confiar y sentirse esperanzados y no solo un régimen autoritario que les brindara seguridad. El presidente hacia un buen trabajo dentro de sus limitaciones pero la gente de esta nación necesita a alguien más para llevarlos adelante, aún más con los posibles acontecimientos futuros que podrían originarse contra la Nación Oscura. Quizás lo que necesitan es...

Zeta cruzó su mirada con Samantha, y solo un guiño de ojo bastó para comunicarle lo que planeaba hacer. Se acercó a los niños y antes de que se alejaran les dijo en voz fuerte y alta, con la intención de que todos alrededor escucharan:

- ¡Hey niña! -vociferó, todos los chicos y la anciana se detuvieron a observar-. ¿Por qué yo? ¿Por qué piensas que soy yo?

La niña se separó un poco de su grupo con un atisbo de vergüenza.

-Yo lo creía así -admitió la niñita, con la voz quebrada y una mirada angustiosa-. Yo quería que nos salvaras de esos monstruos. Pero creo que me equivoque.

Zeta se tomó un momento para responder. Sabía que la gente lo comenzaba a observar, eso era exactamente lo que quería.

- ¿Y quién dijo que te equivocaste?

En ese momento, la mirada de la niña se encendió como una lámpara.

- ¿Entonces... si eres tú? -Su sonrisa en esta instancia era imborrable.

-No puede ser, tienes que demostrarlo o no te creeré. No soy tan tonto como ella, quiero ver pruebas y solo así sabré que no mientes -dijo el niño más alto, desafiando a Zeta.

-Bien, esperaba que dijeras eso -dijo Zeta con una sonrisa confiada, y se dio media vuelta-. Sígueme y te lo demostraré.

Zeta comenzó a caminar. Los niños lo siguieron por detrás y casi por inercia, la gente de la nación se vio tentada a observar cada detalle desde sus posiciones. Zeta terminó su recorrido justo detrás de la camioneta en la que había llegado y los niños se ubicaron a una distancia prudencial, sin atreverse a acerarse más. Zeta procedió a abrir la puerta de la cúpula mientras volvía a iniciar la conversación con los chicos.

- ¿Ustedes alguna vez han estado afuera? ¿Saben a qué nos enfrentamos verdad? -preguntó Zeta con gravedad en sus palabras.

- Eso es obvio, a zombis -respondió uno de los niños.

-Muy bien, puedes decirme ahora ¿Cuántos tipos de zombis existen?

Todos los niños se miraron con confusión, esperando que alguno respondiera. Pero finalmente todos negaron con la cabeza.

- ¡Tú! El de la carabina -dijo Zeta refiriéndose a uno de los soldados que hacia guardia por la zona-. Tú eres un centinela, ¿sabes cuantos estilos de zombis hay entre nosotros?

El centinela se tomó un momento para contarlos con los dedos de la mano.

- ¡Cuatro! -Fue su respuesta final.

- No -declaró Zeta fríamente-. La respuesta correcta es seis, ¿quieren saber cómo es que lo sé? -Zeta se volteó y se metió dentro de la cúpula de la camioneta.

Lo siguiente que pasó fue que un cadáver salió volando de la camioneta y cayó justo enfrente de todos. La gente de la nación se conmocionó y los niños retrocedieron alarmados.

-Tranquilos no se levantará, está muerto -dijo Zeta saliendo de la camioneta con otro cadáver bajo el brazo-. Ese que está ahí es un zombi común, solo le gusta comer y comer. No tienen visión, pero si un oído muy agudizado. No se confíen con esta clase, porque uno solo no será un gran problema, pero millones de ellos sí lo son.

Luego el joven arrastró el siguiente cadáver y lo colocó junto al otro. Mientras tanto, las personas de la nación comenzaron a acercarse al lugar. Todos sucumbieron a la curiosidad por saber que pasaba. Inclusive el presidente se aproximó desde lejos a observar. Zeta tenía ahora, la atención de todos en la nación.

-Este de aquí es mi favorito, y es un poco distinto al anterior. Pueden notarlo en las diferencias físicas que denota su rostro carcomido y los huesos de la cara a la vista, a este en especial me gusta llamarlo: Parca-explicó Zeta moviendo la cabeza de la criatura con su pie para que todos pudieran verla-. Son muy rápidos y tienen que tener extremo cuidado cuando se topan con uno así. Lo bueno es que siempre nos avisará de su posición con un grito de guerra, claro que lo malo es que alerta a los demás zombis en las cercanías.

Zeta volvió a buscar otro cadáver a la camioneta.

-Este de aquí, es un cortador -dijo, depositando el cuerpo de la bestia junto a los otros dos-. Desgraciadamente fue uno de estos quienes infectaron a una compañera nuestra. Antes podíamos pensar que la infección se trasmitía por una mordida, pero dada las circunstancias, no se dejen siquiera tocar por uno así... o lo lamentarán.

Zeta prosiguió a dejar otro cadáver más junto al resto, pero con la diferencia de que este no llevaba la cabeza. Las personas quedaban completamente anonadadas ante todo lo que el muchacho les decía, inclusive el presidente no creía lo que sus ojos veían.

- ¡Decapitado! A este le puse el nombre de cómo se los extermina. Si me permiten un momento... ¡Aquí esta! -dijo arrojando la cabeza, la cual terminó a los pies de una persona, quien del asco la pateó alejándola de él-. Lo siento, lo siento. Este de aquí es uno de los más peligrosos si me lo preguntan -comenzó a explicar, mientras alzaba la cabeza y mostraba a todos la hilera de dientes que surcaba de oreja a oreja toda su boca-. Su cabeza es un poco más grande de lo que es una cabeza normal de una persona y la hilera de dientes que tiene le permite arrancar un cráneo humano de una sola mordida. Lo único que tienen que hacer para acabar con este es cortarle la cabeza cuando esté comiendo. No hay otra manera su cuerpo es indestructible, créanme, incluso probamos con un lanzamisiles y nada le pasó. Recuerden bien, cuando come le cortan la cabeza.

-No me digas que tienes a uno de los gigantes metidos ahí dentro -bromeó el chico más alto del grupo.

-En realidad... no -contestó Zeta dirigiéndose a la camioneta y sacando de ahí otra cabeza, pero esta era aún más grande que la anterior-. No pude rescatar nada de su cuerpo, quedó completamente destrozado. Solo conseguí su cabeza, ten -Arrojó la cabeza cerca de los cadáveres para que todos pudieran verla.

La reacción de la gente fue la que el joven había imaginado, todos comenzaron a hablar entre murmullos y hacerse preguntas sobre él. Era el momento de Zeta de sacar su última carta.

-Todo esto nos lleva al último de todos, el número seis: El nocturno -Zeta depositó el último cadáver en el suelo, y le abrió los ojos sus dedos-. Si se acercan podrán notar que sus ojos son completamente negros, esto les permite ver a la perfección en la oscuridad como si tuviesen visores nocturnos, de ahí su nombre -explicó, mientras ahora procedía a abrir la boca de la bestia-. Como verán sus dientes son parecidos a los de una serpiente, y la función que tienen es básicamente la misma. Si este zombi te muerde, y presten mucha atención a lo que les diré... Si apenas un colmillo de un nocturno llegase a tocarte, te transformarías en menos de treinta segundos en cualquiera de todos estos -dijo señalando todos los cadáveres en el suelo.

La nación entera se hundió en el silencio absoluto. Todos quedaron atónitos ante la noticia, muy pocos habían visto siquiera la mitad de todos los zombis nombrados por el muchacho y él los traía a todos en bandeja de plata para una exposición abierta como si fuera lo más normal del mundo. Las dudas comenzaron a surgir en las mentes de todos los habitantes, mezclado con un miedo ante lo desconocido de una persona capaz de matar a toda esa cantidad de bestias y a su vez traerlas a la nación. Si algo estaba claro es que esa persona no podía ser alguien normal. Las preguntas ahora eran muchas, pero solo una persona de entre la muchedumbre se atrevió a preguntar lo que todos querían saber con urgencia.

-Muchacho -comenzó a decir un hombre mayor de edad-. ¿Quién eres?

Era la pregunta que el joven se esperaba, no pudo evitar proferir una media sonrisa. Utilizó un cuchillo que llevaba para arrancarse la manga de su traje, dejando a la vista de todos, su cicatriz.

-Mi nombre, es Zeta -Alzó su mirada hacia el frente y dijo con ímpetu y seguridad-. El señor de los zombis.

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