*Narra Arturo*
Impacientes por el regreso a casa, nadie duerme. Estamos a punto de llegar al muelle.
—¿Sigues pensando en ella? —escucho la voz de Mery—. ¿No ves que estoy aquí?
La miro. Ha crecido desde la última vez que la vi, pero su actitud sigue siendo la misma. Entonces éramos críos, yo era un cascarrabias y ella insistía en casarse conmigo por alguna razón. Mery no nació como una mujer loba, la convirtieron por accidente. Tras eso, llegó al Clan de la Luna y no tardó en llamar la atención de los más jóvenes, no solo por su pelaje o sus ojos claros, sino porque también era indudablemente bonita.
—No empieces.
—Di que me has echado de menos.
Antes de que pueda reaccionar, se pone de puntillas y estampa sus labios sobre los míos.
—Oye —la aparto. Podré habérselo dejado pasar cuando era más joven, pero no estoy de humor para soportar sus confianzas.
—¿Por qué me evitas? Llevas todo el trayecto pasando de mí.
—Porque eres un coñazo.
Miro a la gente de la cubierta. Es un alivio que mis padres no estén presente, seguramente me molestarían con Mery si hubieran visto el beso.
—Ya no te intereso porque me estás engañando con otra, ¿verdad? —tiembla de ira—. He visto cómo mirabas a la pelirroja.
Me llevo una mano a la cabeza. Por estas cosas no debería dar esperanzas a la gente tóxica, acaban pensando que tienen derecho a reclamarme cosas.
—Supérame ya, ¿quieres?
—¡Mírame cuando me hables! —grita fastidiada—. Durante todo este tiempo, yo nunca te he olvidado... Sin embargo, tú... Oh, ¡no me queda nadie!
—Deja de decir tonterías. El Clan de la Luna es tu familia, alégrate de volver.
—Me alegra que Evelyn, o como se llame, haya muerto.
El corazón me da un vuelco.
—¿Quieres dejar de ladrar, perra? —interviene inesperadamente Lizz, girándose hacia Mery. Ha estado todo este tiempo apoyada sobre el borde del barco mirando el mar, por lo que ha escuchado nuestra conversación—. Tus lloriqueos estropean la bonita vista al mar.
Camina hacia nosotros.
—¡¿Cómo te atreves?! —la cara de Mery enrojece.
—¿Cómo te atreves tú?
—Sanguijuela...
—No sabes con quién hablas.
—Oh, sí que lo sé —Mery ríe—. La estúpida princesa que se ha escapado de su castillo, dejando la isla a la idiota de su hermana.
—Mi hermana escapó conmigo —dice Lizz. Si le ha molestado los insultos de Mery, no lo muestra.
—No, no. Tú no me engañas. La he visto en el castillo, no ha desaparecido. Tú eres la que lleva desaparecida desde hace incontables años.
La chispa que ilumina la mirada de Lizz no pasa desapercibida.
—Tampoco es para tanto —se entromete Connor, con gesto despreocupado—. Lizz no puede tener más de diecisiete años.
—Los vampiros no envejecemos fácilmente, Connor.
—¿Insinúas que puedes tener perfectamente cuarenta años? —pregunta Connor con los ojos como platos.
—Triplícalo.
—¡Veo tierra! —grita un hombre desde el otro lado del barco, eufórico—. ¡Estamos de vuelta!
*Narra Lizz*
Percibo algo extraño y familiar en el ambiente. Miro hacia el muelle y veo una figura esperándonos. Me froto los ojos y vuelvo a mirar; no está. Pero puedo notar que se acerca.
Una niebla oscura se forma en la cubierta, ha subido al barco. Es una de las formas que podemos adoptar los vampiros.
A mi lado, Connor gruñe y está en posición de ataque, como algunos otros. Ellos también lo notan. La niebla toma forma humana y reconozco el estilo implacable de mi hermana mayor.
—¿Elisabeth?
Los hombres lobo rescatados tensan sus músculos al escuchar el nombre.
—Qué sorpresa —dice ella.
Si lo que ha dicho Mery es cierto... no debería alegrarme. Significaría que me ha engañado.
—¿Por qué me mentiste?
—Veo que ya lo sabes. No me mires así, deberías estar agradecida. Sin mi ayuda, seguirías estando en la isla —mira a su alrededor—. No tengo intención de dañarte si te marchas ahora. No vuelvas a poner un pie sobre mi isla.
—¿Tu isla?
—Padre fallecerá pronto. Es triste, pero miro las cosas por el lado bueno.
Su sonrisa se expande. No puedo creer que vea algo bueno en la muerte de nuestro padre. Cuando escapé, solo era una mocosa de sesenta y cinco años que soñaba con viajar. No me importa si Elisabeth hereda el trono, pero su mentira hace que quiera arrebatárselo.
—He terminado de estudiar hechicería, ¿sabes? Ya no eres rival para mí. Ni tú, ni estos hombres lobo. Ni siquiera los vampiros.
—No eres la única que sabe usar la magia en este barco.
—Ah, ese viejo tampoco es rival para mí. Pero mírale, si está más muerto que vivo —ríe con veneno en su voz—. Lizz, lárgate. Tengo trabajo que hacer.
—Te prohíbo tocar a mis amigos.
—¿Amigos...? Son hombres lobo, ¡no son tus amigos! —me mira de arriba abajo antes de seguir hablando—. No te atrevas a darme órdenes, mocosa.
Dispara una luz hacia mí, pero no llega a impactarme encima. Una barrera mágica me ha salvado; sonrío al ver que el abuelo de Evelyn me enseña los pulgares.
Elisabeth se gira con intención de atacar al anciano, pero los lobos saltan sobre ella.
—¡Quietos! ¡Os estoy dando una oportunidad para volver como esclavos a mi isla! —exclama Elisabeth.
Intento no dejarme llevar por el pánico, un lobo ha empezado a mutar y se ha convertido en una gallina.
—¡Eso os haré si seguís sin obedecer!
Los lobos vacilan un momento, pero vuelven con más fiereza. Miro al mago, esperando que tenga un plan.
—He gastado mi magia en acelerar el barco —dice él—. Debes avisar a la abuela de Evelyn, buscar refuerzos...
Como si hubiera escuchado la llamada, una figura misteriosa cae en picado hacia el barco como una estrella fugaz. Elisabeth, ocupada, no se da cuenta. ¿Vendrá a ayudarnos? Un momento... ¡Está montada sobre una escoba! Su cabello blanco ondea tras ella. ¿Será la abuela de Evelyn? No, parece ser una adolescente. Lanza varias piedras a la cubierta y realiza un complicado giro con la escoba para detenerse en el aire.
Son piedras solares, desprenden una luz cegadora. Me envuelvo en mi capa negra, la misma que hechizó el abuelo de Evelyn para aislarme de la mortífera luz solar. Elisabeth no podrá reaccionar a tiempo, la luz se derramará como agua hirviendo sobre su cuerpo.