Luna del inframundo | Hyunlix

By itsjustwine

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En un mundo donde la libertad es la norma y las reglas son pocas, Hyunjin decide ir en contra del camino traz... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 34 (Final)
Epílogo
Hola, vinitos❤️

Capítulo 33

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By itsjustwine

Inmerso en un pozo de crueles meditaciones, Chris llevaba a sus labios una copa de cristal fino, colmada de un vino carmesí cuyo sabor agridulce embriagaba su paladar. Desde el amplio ventanal de un espacioso salón, su mirada se posó en el palacio de Zeus, donde los primeros rayos de luz acariciaban con delicadeza las elegantes estructuras.

<<Quiero ver si lograrás ser valiente como yo nunca lo fui, porque créeme, hermano, me encantaría ver que tú sí puedes liberarte de la maldita imposición de nuestro padre y así ser feliz>>

Cerrando los ojos con fuerza, recordó las palabras de Rodo, las cuales despiadadamente perforaban su pecho.

—¡Chris! —el angustioso llamado de Seungmin lo sobresaltó, y girando su cuerpo se encontró con la mirada preocupada del menor, cuya respiración agitada parecía anhelar expresar un sinfín de pensamientos— La guerra... La... —Seungmin se acercó al mayor, y deteniéndose frente a él, detalló su rostro imperturbable— ¿Pelearás? —preguntó en un susurro.

Frunciendo el ceño, Chris depositó la copa en una pequeña mesa y contempló la armadura negra de Seungmin, quien sujetaba un yelmo con nerviosas manos.

—¿Pelearé? —repitió, alzando la mirada hacia el menor— ¿De qué hablas?

La sorpresa fue evidente en los ojos de Seungmin al escuchar esa respuesta, pero antes de que pudiera decir algo más, un fuerte temblor sacudió el suelo, haciendo que los candelabros oscilaran y las copas se desplomaran, estallando en fragmentos. Chris observó por el ventanal cómo varios árboles caían cerca del palacio de Zeus, mientras una multitud de jinetes guerreros, liderados por un enigmático jinete de cabello negro que ocultaba bajo un yelmo, avanzaban hacia el reino, galopando un caballo blanco con ímpetu.

—¿Hyunjin? —susurró Chris, quedándose sin aliento, al ver la tropa a la lejanía.

Sintiendo el temblor retumbar bajo sus pies, Zeus avanzó con paso acelerado por el pasillo que conducía hacia el salón principal. El estruendo de los cristales de los ventanales al quebrarse y el agitado vaivén de las lámparas, amenazantes al borde de caer, lo llenaban de una tensión atosigante.

—¡Señor! —exclamó Hermes, logrando detener los pasos del mayor, quien, girándose con una mirada sombría, lo observó en silencio— He cumplido con su mandato y he buscado a Changbin, pero lamento informarle que su hijo ya se encuentra con la tropa de Ares, listos para atacar.

Apretando los dientes con desesperación, Zeus se limitó a asentir y prosiguió su rumbo hacia el salón. Tras traspasar las pesadas puertas, quedó paralizado y turbado a la vez, al encontrarse con Hades, que yacía sentado en el trono, portando una leve sonrisa, mientras sus ojos se teñían de un perturbador y gélido rojo, posándose de manera intensa y exclusiva sobre él.

—Hermano —la voz ronca del pelinegro, que resonó penetrante por cada rincón del lugar, fue el último sonido que alcanzó a escuchar Zeus, cuando sin percatarse, la figura de Hades se abalanzó sobre él como una sombra oscura y tomándolo con fiereza por el cuello, lo alzó en el aire como si fuera una marioneta impotente.

En un gesto siniestro y soltando un rugido ensordecedor, Hades lo arremetió con violencia contra el suelo, cuyos cimientos temblaron bajo el impacto descomunal. Los ladrillos del tercer piso en el que se hallaban se resquebrajaron y se partieron en pedazos mientras ambos dioses caían a través de las fisuras abiertas.

En su descenso desenfrenado, atravesaron el segundo piso y, sin detenerse, destrozaron el suelo de cemento del primero. La estructura del palacio se desmoronó ante la fuerza devastadora de Hades, quien utilizó el cuerpo de Zeus como una macabra herramienta para abrir un camino hacia las profundidades de la tierra.

En medio del caos y la destrucción, Zeus sintió un dolor insoportable, cada hueso de su cuerpo se resentía con cada choque, mientras era arrastrado sin control en medio de la oscuridad, donde no pudo ser capaz de ver nada.

De pronto, ambos cayeron en un lugar cubierto por llamas violentas que iluminaban la desolación de ese sombrío espacio. Zeus yacía aturdido, con su visión borrosa y sus pulmones inundados de Ícor, al momento que se recobraba del impacto devastador. Al levantar la mirada, cayó en la realidad de que se hallaba en el Tártaro, y levantándose en un impulso por escapar, se encontró con la espeluznante figura de Cerbero, cuyos ojos oscuros y penetrantes irradiaban una oscuridad sobrecogedora. La colosal bestia se acercaba con una tenebrosa lentitud, al mismo tiempo que su cola de serpiente se movía de un lado a otro con brusquedad, como si presintiera la presencia de un intruso en su dominio infernal.

Las llamas danzantes iluminaban las fauces abiertas de Cerbero, revelando sus afilados dientes, y Zeus palideció ante la magnitud del monstruo de tres cabezas, descubriendo en la mirada de aquella criatura la perfecta representación del funesto odio de Hades.

Volviendo la mirada hacia su hermano, Zeus quedó paralizado, consumido por el temor arraigado en su ser, mientras observaba al pelinegro avanzar con una ominosa lentitud, apretando en una de sus manos un elegante bidente, cuyos dos filos se mostraban como espejos en donde se reflejaban las llamas que los rodeaba. Su largo cabello ondeaba de lado a lado al liberar su rostro del yelmo, dejando al descubierto sus penetrantes ojos rojos.

—¿Por qué has escogido este lugar? —preguntó Zeus, intentando mantener la calma en medio de la tempestad de terror que le embargaba.

Con la comisura derecha de sus labios alzándose, Hades esbozó una oscura sonrisa.

—Para evitar que tu alma atraviese el río Aqueronte, puesto que deseo que comiences a pagar tu eterna condena cuanto antes. —dejando caer el yelmo al suelo, Hades inclinó su cabeza, mientras apretaba su bidente con fuerza— Sé que todas las almas que habitan este lugar sienten un profundo resentimiento hacia ti, por lo que les permitiré vengarse a mi lado.

Retrocediendo un paso, Zeus examinó su entorno, escuchando los opresivos ecos de las almas que merodeaban a su alrededor.

—Tengo la sospecha de que el alma de Hera ansía vengarse antes que ninguna otra. —añadió el pelinegro, provocando un temblor en las piernas del menor.

Aquel era uno de los poderes más temibles del rey del inframundo, infundir un miedo tan atroz y asfixiante que cualquiera preferiría morir antes que padecer dicho sufrimiento.

—¿Realmente piensas matarme? —interrogó Zeus, con voz débil— ¿Al rey del Olimpo?

—¿Si pienso matarte? —repitió Hades entre risas, y lanzando el bidente con fuerza, logró clavarlo en el pecho del contrario, haciendo que Zeus escupiera una inmensa cantidad de Ícor, al mismo tiempo que sus ojos se abrían desmesuradamente a causa del impacto y el excesivo dolor— Todavía no —añadió el pelinegro al verlo caer de rodillas, maravillado con los dos filos de su arma que habían salido por la espalda de su hermano— Primero quiero jugar.

Alzando la vista, Zeus clavó sus ojos en él, mientras sus pupilas se llenaban de Ícor. Era evidente que Hades no tendría piedad.

Desde la cima de una colina envuelta por los rayos del sol, una multitud de guerreros aguardaba con ansias la orden de Felix para iniciar el ataque, pero el menor permanecía inmóvil, erguido en el lomo de Fengári, con sus ojos fijos en la lejana figura de su padre, quien se hallaba de pie frente a las grandes puertas del palacio de Zeus, atento al llamado de Hades para dar inicio a la guerra.

Felix apretó las riendas del caballo cuando percibió el inquieto movimiento de Fengári, cuyas orejas se agitaron como en señal de advertencia. Siempre había comprendido al astuto animal, por lo que era consciente de que algo perturbaba su tranquilidad, pero antes de que pudiera reaccionar, una flecha cruzó el aire frente a sus ojos, rozando apenas el rostro del rubio con un silbido amenazador.

El estruendo de las espadas desenvainadas, acompañado del feroz grito de batalla, resonó entre los grandes pinos. La guerra había comenzado, y Felix en un gesto instintivo, extrajo una flecha de su carcaj y apuntó hacia los arbustos, de donde emergieron incontables rivales con voces desgarradoras.

La flecha que sostenía el rubio encontró su blanco mortal, hundiéndose en la garganta de un guerrero que se había lanzado hacia él sin miramiento. Y evitando perder más tiempo, el menor cambió el arco por la espada y se sumergió en la pelea despiadada que había iniciado.

El bosque se convirtió en un escenario brutal y salvaje, donde el metal chocaba sin piedad. En medio de aquel caos, Felix liberó gritos de ira mientras aniquilaba sin vacilación a sus oponentes, cuya vida se extinguía bajo el filo de su espada. Estocadas certeras encontraron estómagos, cuellos, espaldas e incluso cabezas.

En un momento de pausa, sus ojos se desviaron hacia las afueras del palacio de Zeus. Allí vio a Helios, rodeado por la rigurosa tropa de Ares, lo que solo podía significar una cosa: Ya Hades había dado el primer golpe.

Repentinamente, una inquietante pregunta lo asaltó: ¿Hyunjin también había empezado a pelear?

Con la furia del viento azotando sus ojos, Hyunjin cabalgaba con ímpetu, seguido de cerca por su aguerrida tropa, cuyos gritos roncos y espadas alzadas desafiaban al grupo de enemigos que se aproximaba, dispuestos a atacar en respuesta.

Oyendo su respiración agitada, ahogada dentro del yelmo, Hyunjin maldijo en silencio al reconocer a Minho, liderando a la tropa enemiga. Aunque sus emociones pugnaban por aflorar, decidió apartarlas y sepultar los recuerdos vividos con aquel dios, al momento que desenvainaba su espada con celeridad. Cuando el mayor se acercó peligrosamente, Hyunjin reclinó su cuerpo hacia atrás y con maestría hirió las patas del caballo enemigo, provocando la caída de Minho, quien rodó varias veces al impactar contra el suelo.

Alzando su cuerpo nuevamente, Hyunjin tomó las riendas de Ílios y dirigió una última mirada a su amigo, quien en ese instante robaba el caballo de otro guerrero, para volver a unirse al combate. Pero haciendo caso omiso, o fingiendo desinterés, el pelinegro volvió la vista al frente y cabalgó en dirección a Helios, mientras hundía con destreza su espada en los cuerpos de los enemigos que se abalanzaban sobre él en el camino.

Al acercarse al rubio, ayudó a despejar la zona mientras buscaba con inquietud a Ares, cuya presencia aún no se manifestaba en el campo de batalla. Entre choques de espadas, gritos de furia y dolor, su mirada se cruzó con la de Changbin, quien desde su caballo lo contemplaba con desprecio, mientras limpiaba su cuello ensangrentado de sangre humana, con una expresión saturada de soberbia.

Sonriendo con malicia, Hyunjin clavó sus talones en Ílios y se aproximó al castaño, quien hacía lo mismo con su caballo, acercándose velozmente. Cuando estuvieron uno frente al otro, el choque de sus espadas, sobrecargadas de sus propios poderes, los hizo salir despedidos de sus monturas, arrastrando sus cuerpos por el pasto.

Exclamando un grito de desesperación, Hyunjin se puso de pie rápidamente y se arrojó sobre Changbin, quien aún permanecía tendido en el suelo. Sin clemencia alguna, el pelinegro golpeó una y otra vez el yelmo que cubría el rostro del castaño, hasta partirlo en dos, dejando al descubierto su semblante.

Lleno de odio, Hyunjin apretó el cuello de Changbin y desató sus poderes que recorrieron el cuerpo del castaño, provocando angustiosos gritos mientras el Ícor emergía sin control por su boca, asfixiándolo en su propia angustia.

En un intento desesperado por resistir, Changbin pataleó con furia, pero el descomunal poder de Hyunjin hizo estallar cada tendón de su cuerpo, desgarrándolo desde adentro, pero justo cuando el ataque alcanzaba su punto culminante, un grito repentino captó la atención de ambos, y sus miradas se dirigieron hacia una colina, donde vieron a Felix y Fengári caer.

Hyunjin se alejó del cuerpo de Changbin y se puso de pie, con la mirada clavada en la figura del rubio rodando colina abajo, y levantando la vista, se encontró con la mirada de Jeongin, quien le sonreía con frialdad, disfrutando del momento.

Agradeciendo aquel momento de descuido, Changbin dejó escapar un grito desgarrador y el cielo pareció responder a su furia con una danza eléctrica de relámpagos que caían en el campo, creando agujeros profundos en la tierra. Y cuando Hyunjin se preparaba para enfrentar la embestida, su visión se nubló repentinamente, sumiéndolo en una oscuridad desconcertante.

El pelinegro se tambaleó impotente, ocultando su rostro, siendo incapaz de distinguir lo que ocurría a su alrededor. En medio de su vulnerabilidad, Changbin aprovechó para lanzar un golpe brutal, haciéndolo chocar violentamente contra uno de los pilares del palacio de Zeus, provocando que una oleada de Ícor brotara de su boca.

—¡Maldito seas, Changbin! —gritó Hyunjin, cayendo al suelo de rodillas, buscando con inquietud algún punto de referencia en la oscuridad, mientras la malévola risa del castaño resonaba en sus oídos.

Mientras la batalla seguía su curso, Helios, con su espada ensangrentada en mano, observó al pelinegro con preocupación. Ver al dios más poderoso postrado en el suelo, rendido ante Changbin, era desconcertante y poco creíble. Algo estaba mal.

Corriendo para asistirlo, Helios divisó a Ares avanzando en la distancia, con la mirada fija en Hyunjin. En ese instante, comprendió lo que sucedía y, apartándose del trayecto, corrió hacia Ares. En un gesto decidido, blandió su espada que colisionó con el yelmo del contrario en un golpe seco que lo arrojó por los aires.

Ares se levantó del pasto, con la rabia reflejada en sus ojos, mientras el rubio se aproximaba lentamente, portando una sonrisa de triunfo al descubrir su malévolo plan.

—¿Sabes cuántas prohibiciones impuso Hades a Hyunjin? —interrogó Helios, observando cómo Ares desenvainaba su espada— Le prohibió paralizar almas y detener el tiempo, porque supuestamente eso nos concedería una victoria fácil e injusta.

Apretando la empuñadura de su arma, Ares tensó la mandíbula, guardando silencio.

—Pero al verte escondido en la mente de Hyunjin para debilitarlo, siento una profunda decepción.—añadió el rubio con una tenue sonrisa— Quiero verte pelear con valentía, ¿por qué no vas y enfrentas al hijo de Hades como un verdadero dios lo haría? ¡Maldito cobarde! —gritó con una mirada cargada de rabia.

En un estallido de furia, Ares alzó su espada y se abalanzó sobre Helios, el que alguna vez fue su amigo, pero que en ese momento era solo otro enemigo en aquel campo de batalla caótico.

Al ver a su padre enfrentándose a Ares, Felix se alzó del pasto con agilidad y se precipitó hacia Fengári, que comprendiendo la urgencia del momento se levantó entre relinchos inquietos, que parecían invitar al rubio a montar en su lomo con premura, pero antes de que Felix pudiera subir, Jeongin se abalanzó hacia él con astucia, logrando derribarlo una vez más.

En el enfrentamiento, Jeongin alzó su espada hacia el mayor, pero un certero rodillazo de Felix lo hizo retroceder momentáneamente. Aprovechando el instante, el mayor le propinó un contundente golpe en el rostro, colocándose ahora en una posición ventajosa, quedando encima de él.

Con cada golpe que Felix lanzaba, la piel del menor empezaba a abrirse, mostrando quemaduras profundas, y ahogando sus quejidos de dolor, Jeongin arrebató una flecha del carcaj del mayor, clavándola ágilmente en la pierna de Felix, lo que provocó un grito ronco de dolor en el rubio, mientras se apartaba. Aunque había logrado herirlo, el triunfo de Jeongin no duró mucho cuando la piel del mayor se regeneró en un abrir y cerrar de ojos.

Jeongin, sin perder un solo instante, se incorporó del suelo y empuñando con firmeza su espada, continuó con su inclemente ataque hacia Felix, dejando en claro su inquebrantable deseo de matarlo.

El encuentro de sus hojas se convirtió en un ballet salvaje y ágil, con gruñidos graves y miradas sombrías que reflejaban el profundo desprecio que ambos sentían.

Consciente de que no podía perder más tiempo en ese enfrentamiento, Felix desplegó su fuerza y propinó un poderoso golpe en el estómago de Jeongin, abriendo una profunda herida que empezaba a subir hasta su pecho, haciéndolo caer. Con celeridad, el mayor montó en el lomo de Fengári y partió al galope, alejándose del rubio cuyo rugido de dolor y desesperación resonaba por todo el campo de batalla.

Corriendo con una velocidad asombrosa, Chris detuvo su avance al toparse con una aterradora escena de guerreros engalanados en armaduras doradas y negras, envueltos en un encuentro maléfico que desvelaba su despiadado deseo de destruirse mutuamente.

Alzando la mirada hacia el mar, presenció la aparición de imponentes remolinos que se elevaban hacia el cielo, donde los truenos de Changbin caían con furia sobre las aguas, desatando un caos sin precedentes.

—¡Debes ir! —exclamó Seungmin, desenvainando su espada mientras detallaba nervioso su alrededor, descubriendo a los guerreros de armaduras doradas que se aproximaban con sed de violencia— ¡Vete, Chris! —gritó, ganándose una mirada preocupada por parte del mayor— Yo te cubro.

Chris asintió con labios temblorosos y, girando sobre sus talones, se lanzó a grandes zancadas hacia el mar, escuchando el encuentro de espadas detrás de él. A lo lejos, pudo observar cómo Rodo generaba un remolino de agua que aprisionaba con violencia a su propio padre.

Y con el agua llegando hasta sus muslos, Chris divisó a una mujer de ojos escarlata que acechaba por detrás de Poseidón, mostrando una sonrisa malévola. Sin previo aviso, la diosa hundió sus garras en el cuello de su padre, mientras manchas oscuras se extendían descontroladas por el cuerpo de Poseidón, quien soltaba gritos furiosos y agonizantes, con el Ícor brotando de sus ojos, orejas y nariz, siendo el perfecto resultado de la tortura infligida por la diosa y Rodo.

—Hermana... —susurró Chris con la voz quebrada, incapaz de creer lo que veían sus ojos.

Con las manos aún dirigiendo el remolino, Rodo giró su rostro hacia el menor, notando las lágrimas que surcaban sus mejillas.

—Chris... —musitó con una media sonrisa, pero antes de poder decir algo más, el tridente de Poseidón atravesó su pecho y abdomen.

—¡NO! —gritó Chris con una voz que parecía desgarrar su alma, acercándose con rapidez a su hermana para sostenerla, quien con los ojos empapados de lágrimas, contemplaba cómo el tridente de su padre salía de su piel, manchado de su propio Ícor.

—Hermano... —sollozó ella, mientras Chris la sostenía por los hombros para evitar que cayera— Por favor... por favor... acaba con esta pesadilla.

—¡Rodo! —desgarradoramente, la voz de Anfítrite resonó, llevando a Chris a desviar la mirada hacia su madre, quien una vez cerca de ellos, cargó en brazos a Rodo y corrió entre sollozos inquietos hacia la orilla.

Siguiendo con la mirada a su madre y hermana, Chris vio cómo varios guerreros golpeaban con brutalidad a Seungmin, quien yacía en el suelo, escupiendo Ícor.

Ese fue el punto límite que logró que un grito animal brotara de su garganta. Volviendo su atención a Poseidón, aún prisionero del poder de la desconocida diosa, Chris levantó los brazos, con sus ojos pintados de un penetrante azul. Con un grito gutural y puños cerrados, liberó un poder desconocido. Las venas de sus brazos y cuello se brotaron, y unas lágrimas espesas fluyeron de sus ojos, cayendo al mar sin control. La tierra tembló bajo sus pies, mientras el agua se reducía, dejando atrapado a Poseidón en un gigantesco remolino que, segundos después, desapareció, engullendo al mar y a su padre. Desapareciendo la existencia de Poseidón.

Cayendo de rodillas, Chris levantó la mirada hacia el terreno despejado, contemplando a la diosa que había atacado a su padre, visiblemente sorprendida por lo acontecido. Chris había consumido todo el agua del mar en cuestión de segundos, pero él se hallaba sumido en un terrible estado de conmoción, adolorido y abrumado por la pesadilla que todos los dioses estaban viviendo en medio de esa cruel guerra.

En las profundidades del Tártaro, las llamas danzaban con furia, proyectando destellos siniestros que iluminaban el lúgubre y asfixiante lugar. Un eco incesante de almas condenadas, susurrando atroces historias y clamando por redención, llenaba el aire de una sensación opresiva y terrorífica, como si miles de voces torturadas se unieran en una sinfonía macabra.

Zeus, parado frente a su hermano Hades, podía sentir cómo los ojos de éste lo penetraban con una mirada sombría. La tensión entre ambos dioses se intensificaba, aumentando el sufrimiento del menor, al ser consciente de que su hermano tenía planeado un destino atroz para él.

—Quítame este bidente y peleemos como verdaderos dioses —masculló Zeus con determinación, pero solo recibió un desdeñoso resoplido y bajas risas de parte del pelinegro.

Con un gesto apenas perceptible de su mano, Hades hizo que el bidente saliera bruscamente del pecho de Zeus y regresara a su posición.

El dolor agudo que atravesaba el cuerpo de Zeus tras el ataque no lo detuvo, y en un intento desesperado por derrotar a su hermano, lanzó innumerables rayos en dirección a Hades, pero el pelinegro ni siquiera tuvo que moverse para detenerlos. Los rayos se volvieron en su contra, devolviéndole su propio ataque a Zeus, quien soltó un grito ensordecedor al sentir cómo la energía eléctrica de sus rayos ardía en su interior, desgarrando huesos y tendones que desprendían Ícor por la profunda herida causada por el bidente en su pecho.

De repente, desde las sombras del Tártaro, ecos torturantes empezaron a llenar sus oídos, susurrando atrocidades que provenían de las almas condenadas. Se vio acorralado entre palabras que lo culpaban de sus desgracias, lo que hizo que Zeus, desesperado, tapara sus oídos, anhelando silenciar aquellas voces angustiosas que le arrancaban el alma.

—Mátame ya... —susurró, alzando la vista hacia el pelinegro que se acercaba a él con una lentitud elegante— Mátame de una vez por todas.

—Lo haré. —sonrió Hades, deteniendo sus pasos— Pero todavía me falta mucho por hacer.

Sin previo aviso, el mayor clavó sus garras en el pecho de Zeus, quien emitió un quejido ahogado mientras se quedaba sin aliento, consumido por el dolor. Con movimientos calculados, Hades manipuló sus dedos en el interior del cuerpo del menor, arrancándolos después y hundiéndolos nuevamente, esta vez a un costado, partiéndole varias costillas.

—¿Qué piensas lograr...? —apretando los dientes, Zeus luchó por mantenerse en pie, aunque el dolor se intensificaba con cada segundo— ¿Qué pretendes lograr dejando agujeros en mi cuerpo que pronto cerrarán?

Sacando su mano con brusquedad, Hades alzó su brazo a la vista de Zeus, dejando que contemplara cómo yacía negro y sus largas garras estaban bañadas en un líquido oscuro.

—Oh, estas heridas no cerrarán... —sonrió el mayor con malicia— Han sido envenenadas por el rey del inframundo, lo que indica que tu alma tiene contadas las horas de vida.

Nuevamente, la mano de Hades se hundió en el cuerpo de Zeus, clavándose en el otro costado, lo que provocó un grito desesperado por parte del menor, pero antes de continuar con la cruel tortura que parecía disfrutar, una extraña sensación recorrió el cuerpo de Hades, y mostrando una oscura sonrisa, inclinó su cabeza para observar el Ícor que descendía de los ojos de Zeus.

—Parece que pronto se nos unirá Poseidón. —murmuró con una voz ronca que llenó de terror e incertidumbre a Zeus.

—¿Qué? —susurró él, consternado.

—Han matado a nuestro hermanito. —burló Hades, mostrando una sonrisa maníaca que reflejaba la ausencia total de cordura en él, mientras el rojo intenso de sus ojos resaltaba en la oscuridad del Tártaro.

Zeus, envuelto en un estado de furor, levantó su brazo, y mirando fijamente a Hades con desprecio, lanzó en su dirección penetrantes rayos que se dispararon por todo el lugar. Pero, Hades, sonriendo con una calma inquietante, se quedó inmóvil en su lugar, al mismo tiempo que los rayos se dispersaban sin siquiera rozarlo.

Alzando sus manos, el pelinegro invocó el poder del inframundo, y desde las profundidades emergieron una multitud de almas torturadas, antiguos guerreros y bestias monstruosas, todos bajo su control. La tierra empezó a temblar bajo la presión de su presencia, mientras las sombras de los caídos se alzaban, listas para seguir las órdenes de su sombrío rey.

Zeus, confiado en sus habilidades, lanzó otro rayo con furia hacia la horda de figuras espectral. Sin embargo, para su sorpresa, las sombras simplemente se disiparon y desvanecieron, demostrando ser solo ilusiones diabólicas. Aquello hizo sonreír a Hades, captando cómo la frustración se apoderaba de Zeus.

Y maravillado con el sufrimiento del contrario, el mayor creó una ilusión aún más cautivadora: un ejército inmenso que parecía surgir de todos los rincones del Tártaro. Miles de figuras sombrías, con ojos brillantes y rostros retorcidos por la pena, avanzaban hacia Zeus con pasos silenciosos. El corazón del menor se aceleró mientras intentaba lidiar con la aplastante fuerza de aquellos seres.

Cada frágil rayo de Zeus parecía atravesar las formas etéreas de las sombras, sin lograr ningún impacto real. Su furia crecía mientras se daba cuenta que había caído en el juego astuto y mortífero de Hades, quien solo se movía como una sombra alrededor de él, con los ojos ardiendo de triunfo.

En ese instante, el aire se volvió más frío, rodeando a Zeus como un sudario. Visiones del pasado, derrotas devastadoras y miedos más profundos acechaban en cada esquina de su mente. La angustia emocional lo envolvía y la voz de Hades susurraba en sus pensamientos, recordándole sus fracasos más dolorosos. Aquel poder del mayor, era lo que más aterraba el alma de Zeus, el miedo tan atroz que lograba incrustar en su interior.

El tormento mental y emocional provocó que Zeus perdiera su concentración, al mismo tiempo que su poder flaqueaba. Hades, aprovechando la debilidad de su enemigo, se deslizó como una sombra, y sujetando con firmeza su bidente ennegrecido, lo elevó con firmeza, observando con intensidad a Zeus mientras la oscuridad bailaba a su alrededor. Con una mirada fría y despiadada, el pelinegro arremetió con fuerza, clavando el filo con precisión en el hombro del contrario. Un grito cargado de sufrimiento resonó en el abismo mientras el bidente se rasgaba implacablemente a través del tejido.

Cerrando los ojos, Hades se deleitó con la melodía siniestra de los lamentos de Zeus, quien yacía en el suelo, intentando en vano detener el flujo de ícor que brotaba de su herida. Con una sonrisa perversa, el pelinegro arrancó el bidente de un solo movimiento, desprendiendo el brazo del menor.

—¡Hades! —gritó Zeus, angustiado, mientras con su mano buscaba desesperadamente contener la cascada del líquido dorado que fluía de su ser. Pero el pelinegro, complacido con el tormento del menor, lanzó el brazo desgarrado hacia Cerbero, quien lo devoró sin dudar, exacerbando aún más el dolor de Zeus.

Despojándose con elegancia de su capa negra, Hades comenzó a limpiar los bordes del bidente con una calma envidiable, mientras los gritos agonizantes de su hermano retumbaban en las sombras, pareciendo emerger de las profundidades mismas del inframundo.

—¿Sabes qué me confesó Perséfone antes de tenerte de rodillas ante mí? —preguntó el pelinegro, con voz grave y unos ojos oscuros que reflejaban una ferocidad insaciable—. Que tuviste el atrevimiento de tocarla —soltó, pronunciando cada palabra con un desdén penetrante.

Un rictus de risa nerviosa escapó de la boca de Zeus, quien intentaba recuperar su compostura mientras se ponía de pie con dificultad, sin dejar de mirar a su hermano con desafío.

—¿Todo este drama es por Perséfone? —preguntó con tono burlón—. Tu esposa debería aprender a cerrar la boca.

—No se trata solo de Perséfone —resopló Hades entre risas sardónicas—. Todo esto es consecuencia de tus nefastos tratos con el reino y sus dioses —añadió, acercándose de nuevo al menor que retrocedía con temor—. Te metiste con mi hijo, con Hyunjin —masculló con una voz ronca, evocando el nombre con la fuerza de una bestia encolerizada—. Te entrometiste en la vida de Helios y Selene, y lastimaste a Felix —frenando sus pasos a escasos centímetros del rostro del contrario, Hades sonrió al respirar su miedo—. Y sí, has desatado mi ira al tocar a Perséfone, la única dueña y responsable de mi alma. Todo por no ser capaz de controlar tus repugnantes deseos.

—Perséfone debía ser mía —bramó Zeus, con voz temblorosa—. Yo debía estar con ella, yo debía ser el dios más poderoso —murmuró, mientras Hades alzaba ambas cejas, mirándolo con una mezcla de burla y desprecio—. Y Hyunjin debía ser mi hijo.

Al oír eso, Hades apretó con fuerza el cuello del menor, sintiendo cómo el poder de Zeus se desvanecía bajo su implacable control.

—Ya perdí la paciencia contigo —escupió entre dientes, mientras su voz retumbaba en las sombrías paredes y levantando nuevamente el bidente, lo clavó en el otro hombro del menor, repitiendo el proceso anterior. Al desprender el último brazo, lo lanzó hacia Cerbero, observando cómo era devorado en segundos.

Los gritos y llantos de Zeus llenaron el lugar, y Hades, con una lentitud tortuosa, perforó una vez más el cuello del contrario con su bidente, haciéndolo sentir cómo su garganta se desgarraba ante el hierro impío.

—¿Por qué tus brazos no se han regenerado? —preguntó el pelinegro con una media sonrisa, mientras Zeus luchaba por respirar, expulsando ícor con violencia por su boca y orejas.

Con un gesto preciso y contundente, Hades separó sin piedad la cabeza de su hermano, provocando que los gritos agonizantes se extinguieran al instante y el llanto desapareciera. Al ver cómo la cabeza caía al suelo, el pelinegro dirigió su mirada hacia el alma de Hera, cuya presencia estaba acorralada por innumerables muertos atormentados, sumiéndola en un abrumador remordimiento que se reflejaba en sus ojos inundados de lágrimas, dejándola petrificada por lo que había presenciado.

Con una elegancia serena, Hades procedió a limpiar nuevamente el bidente, deshaciéndose de las manchas de ícor que ensuciaban su arma. Luego, con un gesto ligero, lanzó su capa manchada a las llamas cercanas, donde el fuego voraz parecía alimentarse de los vestigios de la presencia de Zeus. Quedándose varios segundos paralizado, observó cómo el manto se consumía en una danza violenta de fuego y sombras, borrando las huellas de la sangrienta confrontación.

Llevando sus ojos a otra dirección, le hizo una leve señal a Cerbero, cuyas fauces goteaban con el Ícor de Zeus, y con una obediencia silenciosa, el feroz guardián de tres cabezas se acercó para cumplir con la orden de su rey. Cerbero se abalanzó sobre el cuerpo inerte de Zeus, limpiando los restos que se hallaban en el suelo, dejando solo el recuerdo de aquella feroz batalla en el Tártaro.

En un instante, Hades desvaneció su figura en las sombras, alejándose de la escena donde la oscuridad y la desolación seguían reinando. Con paso silente, dejó atrás el escenario de caos, como un espectro desapareciendo entre los recovecos del Tártaro.

En el horizonte se alzaba una sutil aureola carmesí y dorada, la cual anunciaba el fatídico desenlace de la guerra. Un viento helado susurraba entre los campos, mientras los guerreros, con miradas impregnadas de una mezcla de determinación y temor, se enfrentaban cuerpo a cuerpo.

Los arcos y flechas cortaban el aire, tejiendo un baile letal y silencioso entre las filas enemigas. El retumbar de las espadas chocando resonaba como una sinfonía caótica que exaltaba la crudeza del enfrentamiento.

El campo de batalla se convirtió en un tapiz sangriento, adornado con los cuerpos de valientes soldados que ofrendaron sus vidas en busca de la gloria y el honor. Los gritos de agonía y los alaridos de victoria se entremezclaban en una sinfonía trágica, mientras la naturaleza misma parecía retener su aliento, presenciando dicha tragedia. La guerra se había convertido en una danza macabra donde las vidas se ofrendaban al compás de un conflicto ancestral.

Con un esfuerzo titánico, Minho se quitó el yelmo con manos temblorosas y alzó la vista al cielo que se nublaba. Su rostro estaba manchado de sangre que provenía de los numerosos guerreros que había abatido a lo largo del día en la brutal batalla.

Sus oídos zumbaban, perdiendo momentáneamente la audición ante el estruendo de la lluvia de flechas incendiadas que caían en el centro del campo, haciendo arder los árboles que los rodeaban.

Desesperadamente, su mirada se desvió hacia el bosque, donde podía percibir cómo ramas retorcidas emergían y se clavaban sin piedad en los cuerpos de varios guerreros de la tropa de su padre. Aquello, sin duda, era obra de Jisung, Perséfone y Deméter, pero Minho se esforzó en apartar aquellos pensamientos y concentrarse en los brutales truenos que provenían de Changbin, retumbando por doquier.

Esa visión paralizó a Minho cuando divisó, en la lejanía, las llamas que se ampliaban por el pueblo, al mismo tiempo que los rayos caían sobre las humildes casas de los humanos. Un lamento angustioso escapó de sus labios, mientras el corazón le latía desbocado, agobiado por el horror que se desataba ante sus ojos.

—No... —susurró con voz quebrada, dejando caer el yelmo en el pasto, y avanzando con paso rápido entre la multitud de guerreros que se enfrentaban sin piedad, evadió los cuerpos inertes que yacían en el suelo sin vida, en una apresurada búsqueda por llegar a su padre y suplicarle que dieran fin a la guerra.

Fue entonces que vio cómo Helios lo alzaba con fuerza del cuello mientras la piel de Ares empezaba a agrietarse. Movido por un arrebato de valentía, Minho corrió hacia el rubio, soltando un grito descomunal.

Al separar a Helios de su padre, Minho intentó golpearlo con fuerza, pero siendo consciente de que el mayor tenía un poder superior al de él, optó por entrar en su mente, bloqueando así su defensa. Levantando su espada, se preparó para atacar, pero una flecha atravesó su hombro, causándole un dolor insoportable que ardía en su cuerpo.

Girándose con premura, Minho pudo ver cómo Felix acomodaba su arco en la espalda al momento que desmontaba del lomo de Fengári y avanzaba hacia él con unos ojos dorados que destilaban una furia endemoniada. La ira había transformado el rostro del rubio, convirtiéndolo en una marioneta manipulada por la cólera que recorría sus venas.

Minho se puso en pie con determinación, dispuesto a enfrentar el ataque, pero antes de que pudiera reaccionar, la figura de Hyunjin apareció ante él como una sombra imprevista. Sus ojos se abrieron desmesuradamente por la sorpresa, y sin tiempo para defenderse adecuadamente, fue abrumado por la ferocidad de los golpes que llovían sobre su rostro, mientras Hyunjin lo sujetaba con violencia por el cuello.

—Hyun... Hyunjin... —jadeó Minho, recibiendo los feroces embates del menor, pero el pelinegro continuó con su devastador ataque, destrozando el semblante de su amigo mientras su puño se teñía de Ícor.

Minho retrocedía inmensos pasos, perdiendo el equilibrio, convertido en la víctima indefensa de los violentos golpes de Hyunjin, y en silencio dejó caer su espada al suelo, rendido ante el aplastante poder del pelinegro. Soltando rugidos de rabia y tristeza, Hyunjin alzó el cuerpo del mayor y lo arrojó lejos, adentrándolo en el bosque.

El golpe contra el suelo no fue nada en comparación con el dolor de las heridas en su rostro. Sintiendo una intensa necesidad de llorar por aquel enfrentamiento con su propio amigo, Minho se hizo un ovillo en el gélido pasto de aquel bosque, rodeado de inmensos pinos que parecían comprender su angustia.

—Minho... —una voz conocida lo llamó, pero sin fuerzas para abrir los ojos, sintió cómo unos brazos suaves lo acunaban, y entonces pudo ver el rostro preocupado de Jisung.

—¿Estoy muerto? —preguntó el mayor, esbozando una triste sonrisa.

—¿Quién te ha hecho esto? —preguntó el pelinegro, limpiando con ternura el Ícor que descendía como una cascada de la nariz del contrario.

—Hyunjin... —musitó Minho, luchando por no cerrar los ojos.

Alzando la vista hacia los guerreros que luchaban en la lejanía, Jisung le echó un rápido vistazo a Perséfone, quien corría hacia ellos con premura.

—¿Cómo está? —preguntó la pelirroja, buscando alguna otra herida en el cuerpo de Minho.

—Hyunjin lo ha dejado en este bosque. —respondió Jisung mientras Perséfone lo miraba con cautela— Hyunjin sabe que nosotros estamos aquí, lo que significa que lo está protegiendo de algo peor.

Al escuchar aquello, Minho abrió más los ojos, percibiendo la abrumadora preocupación en la mirada de Perséfone, quien arrugando su rostro, clavó sus ojos a otra dirección, sintiendo escalofríos por todo su cuerpo.

—Ya vuelvo. —dijo la pelirroja, al momento que se perdía entre los arbustos.

—Jisung... —susurró Minho, capturando la mirada del menor mientras apretaba su mano— El fuego... y... y los rayos de Changbin han alcanzado el pueblo... —soltando un quejido, arrugó su frente al sentir el dolor en sus heridas que tardaban en cerrar— Ava... —dejando escapar un gemido quebrado, notó cómo el temor invadía los ojos del pelinegro, llenándolos de lágrimas al comprender el sombrío significado de aquellas palabras.

El campo se teñía con un vibrante manto verde, que contrastaba con los tonos rojizos y dorados dejados por la furiosa danza de la guerra. Innumerables cuerpos yacían sin vida, marcados por quemaduras profundas causadas por el imponente poder de Helios y Felix, que se movían con ligereza, aniquilando a cualquier guerrero que se atreviera a enfrentarlos.

Felix, desde lejos, observó a Changbin como si de una presa se tratara, quien lanzaba rayos sobrecargados con un poder atroz, mientras Hyunjin esquivaba los ataques con elegancia, pero cuando se disponía a acercarse al enfrentamiento, su mirada se encontró con la de Jeongin, quien corría hacia él con una furia inmensurable. Frenando sus pasos, Felix maldijo al verlo aún de pie.

Desenvainando su espada, Jeongin se abalanzó con un grito de cólera, pero Felix detuvo el ataque a tiempo, y cuando las hojas de sus armas chocaron con fuerza, detalló la rabia en el rostro del menor. Felix comprendía que dar fin a la vida de aquel dios sería tan sencillo como clavar una flecha en el centro de una diana, sin embargo, no era la facilidad del acto lo que lo detenía, sino la profunda pena que sentía por Jeongin, cuyo único rencor provenía de un amor no correspondido.

—¿Por qué no huyes? —preguntó Felix con una voz grave que contrajo el estómago del contrario.

—¿Me crees un cobarde? —cuestionó Jeongin, forzando el encuentro de sus espadas.

—Al contrario, siempre te he considerado uno de los mejores dioses del Olimpo —contestó el mayor, con voz calmada—. No solo por tu poder, sino por la calidez de tu alma.

Tensando su mandíbula, Jeongin tragó grueso, incapaz de emitir sonido alguno.

—Sabes lo fácil que sería para mí matarte. —añadió Felix, frunciendo el ceño—. Como también sabes que he evitado hacerlo.

—No sientas compasión por mí —sonrió el menor con desdén—. Porque créeme que yo no dudaré en matarte.

Con los labios entreabiertos, Felix guardó silencio, evaluando los oscuros ojos del contrario, donde solo se reflejaba un profundo odio. Decidido a poner fin a esa pelea, el mayor retrocedió varios pasos y levantó su espada para atacar, pero un fuerte temblor lo hizo perder el equilibrio. Girando hacia Hyunjin, vio al pelinegro acorralando a Changbin en uno de los pilares del palacio, golpeándolo con una ferocidad que hacía temblar la tierra.

En medio de risas amargas, Hyunjin observaba con despiadada satisfacción cómo Changbin se retorcía de dolor por sus ataques desmedidos. Con una destreza letal, el pelinegro hundió sus garras en el cuello del mayor, haciendo que escupiera grandes cantidades de Ícor. Sin embargo, la rabia ardiente en el interior de Changbin provocó una devastadora tormenta de relámpagos, que iluminaron el cielo con un frenesí despiadado. Unos rayos incontrolables perforaron el suelo y el techo del palacio, abriendo inmensas grietas en los pilares.

El caos desatado llevó a todos los guerreros a buscar refugio para protegerse de los intensos rayos que incendiaban el campo. Por su lado, Helios se apresuró a correr hacia Felix, mientras con ojos desesperados buscaba algún rastro de Rodo, pero un rayo detuvo el curso de su plan, atravesando su espalda hasta salir por su abdomen.

—¡PADRE! —el grito de Felix, que parecía destrozar su propio interior, hizo que Hyunjin girara su rostro para buscarlo frenéticamente en medio de la multitud que corría de un lado a otro. Fue entonces que lo encontró sacudiendo el cuerpo de Helios con desesperación, soltando gritos angustiados.

Aprovechando la distracción de Hyunjin, Changbin puso una mano en su pecho y lo perforó con un rayo que hizo estallar violentamente la armadura del pelinegro, haciendo que volara por los aires, al mismo tiempo que su cabello negro se liberaba gracias al yelmo que caía partido al suelo.

—¡NO! —gritó Felix al verlo rodar por el pasto, pero antes de que pudiera reaccionar, una flecha rozó su mejilla, apenas abriendo una pequeña herida de la que se asomaba el Ícor. Con las manos temblorosas, apretó el cuerpo de su padre, descubriendo a Apolo como el causante de aquel ataque devastador. El mayor, al verlo indefenso, corrió hacia él con rapidez, pero antes de dar un paso más, Ares enterró su espada en su estómago, ganándose una mirada asombrada de parte de Apolo, que lo observaba como a un traidor.

Sacando la espada, Ares lo dejó caer al pasto y sin previo aviso, clavó de nuevo el filo de su arma, esta vez en el cuello del rubio. Enseguida, Hyunjin emergió como una sombra detrás de Apolo para arrebatar sus poderes y evitar que sus heridas se regeneraran.

Frente a la angustiosa escena, Jeongin se quedó inmóvil, sintiendo cómo el bullicio de la tragedia se desvanecía. El único sonido que llegaba a sus oídos era el palpitar de su corazón, destrozado por la intensidad del momento en donde acababan con la vida de su padre. Retrocediendo varios pasos, el rubio comenzó a correr sin mirar atrás, alejándose del dolor, del Olimpo, y de Hyunjin. Perdiéndose en la oscuridad del bosque.

Acercándose a Felix con rapidez, Hyunjin examinó detalladamente la herida en su mejilla, que se cerraba rápidamente. Sus ojos se llenaron de preocupación al observar a Helios, quien se retorcía de dolor, apretando su estómago mientras el Ícor fluía de su boca.

—¿Cómo se encuentra tu padre? —preguntó Hyunjin con voz preocupada.

—No... No sé... No sé... —balbuceó Felix con manos temblorosas, viendo cómo la escena de Selene se repetía frente a sus ojos, esta vez siendo Helios el protagonista.

Al alzar la vista, Hyunjin se percató de las gruesas lágrimas que recorrían el rostro de Felix. Verlo perderlo todo, a ese dios que amaba profundamente, era algo que no podía tolerar, y movido por la impotencia, soltó un rugido y corrió en dirección a Changbin, quien en ese preciso momento, peleaba contra Ares y varios guerreros más. Agarrándolo con fuerza del cuello, Hyunjin lo arrastró por el pasto, dejando un profundo rastro de Ícor en el suelo mientras el castaño emitía bramidos ahogados.

Impulsado por la ira, el pelinegro descargó una lluvia de golpes contra el rostro de Changbin, entre gritos de cólera, estrellándolo contra un pilar tambaleante que amenazaba con colapsar en cualquier momento. Con crueldad despiadada, el menor enterró su mano en el abdomen del castaño, liberando una mezcla de Ícor y un líquido oscuro que simbolizaba el letal veneno que le estaba transmitiendo.

—No sabes cuánto deseaba matarte —masculló Hyunjin, con su rostro a centímetros del de Changbin, cuyos ojos luchaban por permanecer abiertos, encontrándose con la mirada malévola del pelinegro, donde el verde y el azul sofocaban su alma con intensidad.

—Pero aunque lo hagas... —Changbin luchó por hablar con una media sonrisa—. Maté a tu madrina... Ma... Maté a Helios y con eso, maté a Felix.

Esa declaración encendió un odio ardiente en el alma de Hyunjin, y sin vacilar, clavó sus garras en los ojos grises del castaño, al mismo tiempo que robaba todo su poder.

Los gritos de Changbin estremecieron a todos los presentes, quienes habían detenido sus batallas por orden de Ares, y ahora eran testigos de ese trágico espectáculo.

—¡No absorbas sus poderes! —gritó Hades, apareciendo en medio de la multitud mientras se apresuraba hacia su hijo. Con desesperación intentó separarlo de Changbin, pero la fuerza de Hyunjin era abrumadora, sus venas en el cuello estaban a punto de estallar mientras la tierra temblaba bajo sus pies, y unas inmensas grietas se abrían en las paredes del palacio. La ira de Hyunjin no solo estaba consumiendo a Changbin, sino al Olimpo entero.

—¡Sus poderes no pueden mezclarse con los tuyos! —gritó Hades, forcejeando a Hyunjin para separarlo del contrario. Pero el pelinegro estaba cegado y absorbido por su furia, negándose a retroceder— ¡Hyunjin! —volvió a llamar el mayor, al ver cómo de los ojos de su hijo bajaban hilos de Ícor debido al intenso sufrimiento que padecía por fusionar los poderes del inframundo con los del Olimpo, pero Hyunjin no lo escuchaba, se hallaba hipnotizado por el rostro desfigurado de Changbin, quien era prisionero de su propio poder.

Mientras tanto, Felix aprovechó el momento y se levantó rápidamente, dejando con cuidado a Helios en el pasto. Llevando una mano a su carcaj, notó que solo le quedaba una flecha, lo que significaba que solo existía una oportunidad. Caminando con paso decidido, dirigió una mirada a Ares, quien comprendió las intenciones del menor con tan solo ver sus ojos. Felix volvió su atención a Hyunjin, al mismo tiempo que Ares entraba en la mente del pelinegro, logrando que soltara a Changbin y se apartara.

—¡Hades, aléjalo de Changbin! —gritó Perséfone, llegando al lugar acompañada de Deméter, y el mayor sin dudarlo, tomó a Hyunjin del brazo y lo apartó.

—Felix... No... —susurró Helios al reconocer el plan de su hijo, pero Felix le ofreció una dulce sonrisa antes de volver su mirada a Changbin. Colocando la flecha en el arco, tiró de la cuerda con firmeza, sintiendo cómo se tensaba. Respirando hondo, exhaló con suavidad al mismo tiempo que liberaba la flecha, clavándola en el pecho de Changbin con precisión. Un grito desgarrador resonó en todo el Olimpo mientras despiadados agujeros se abrían por todo el cuerpo del castaño, acompañados de profundas quemaduras.

Dejando caer el arco, los ojos dorados de Felix se intensificaron mientras la flecha se desvanecía en la piel de Changbin, liberando todos sus poderes en dirección al rubio, quien cerrando los ojos se dejó invadir por esa recarga de energía que comenzó a incendiar su interior.

—¡Puede morir! —exclamó Hyunjin, separándose de Hades al recobrar la conciencia—. ¡Felix, detente!

Aquellos gritos, el miedo de su padre y el dolor en todo su cuerpo se sintieron como una despedida para él. Con una leve sonrisa, Felix comenzó a debilitarse, mientras absorbía todas las fuerzas de Changbin. Aquel insoportable sufrimiento lo alejó del ruido exterior, parecía haber entrado en un lugar lleno de calma y silencio. Su cuerpo, testigo del gélido dolor, se llenó de una calidez inexplicable, haciéndolo sentir amado, protegido y acompañado.

Esa sensación era extraña pero familiar, y aún con los ojos cerrados, alzó sus manos, sintiendo el cuerpo de alguien más que lo abrazaba con fuerza. Arrugando su rostro, se negó a abrir los ojos, no quería alejarse de esa tranquilidad que su alma experimentaba, y se dejó acunar por aquellos gentiles brazos.

Con intensas emociones inundando su pecho, sintió cómo su fuerza se regeneraba mientras sus poderes se equilibraban, y retrocediendo varios pasos, abrió los ojos, encontrándose con la dulce mirada de Selene.

Selene estaba delante de él.

—Madre... —sollozó el rubio, pero la diosa sonrió ampliamente y lo envolvió en un fuerte abrazo, absorbiendo parte de los poderes que el rubio había tomado de Changbin. Con eso, dividió la sobrecarga de energía que el menor había recibido, salvándolo y poniendo fin a la existencia del hijo de Zeus.

Volviendo sus miradas al frente y entrelazando sus manos con firmeza, ambos contemplaron cómo las majestuosas estructuras del palacio se desplomaban sobre el inerte cuerpo de Changbin, poniéndole fin a todo.

Ante sus ojos, los cuerpos de los innumerables guerreros se hallaban regados por el inmenso campo, aquellos quiénes con valentía se habían entregado por completo para restaurar la anhelada paz en el Olimpo.

Observando a Félix con ternura, Selene le regaló una sonrisa antes de dirigirse hacia Helios, quien permanecía arrodillado en el pasto, con una mano puesta en su abdomen. La diosa, embargada por sus emociones, se lanzó a sus brazos, y allí, en un abrazo apasionado, oyó los sollozos entrecortados del rubio mientras él acariciaba con dulzura su cabello y la sostenía con firmeza.

—No puedes abandonarme ahora que he regresado —susurró Selene, acercando su frente a la del mayor.

Helios, entre risas y lágrimas desenfrenadas, acarició su rostro y depositó varios besos en sus mejillas, frente y labios, sin poder creer que volvía a tenerla en sus brazos.

—No volveré a separarme de ti nunca más —susurró él, provocando una risa en la menor que dejaba en libertad infinitas lágrimas— ¿Dónde estuviste todo este tiempo? —continuó Helios, mirándola con detenimiento.

Selene llevó sus ojos a Perséfone, quien abrazaba con fuerza a Hades desde la lejanía, y sonrió.

—La reina del inframundo se encargó de proteger mi alma —respondió, volviendo sus ojos a él.

Helios arrugó su rostro y permaneció en silencio por un momento, consciente de que aquellas palabras guardaban varios secretos.

—Padre... —intervino Felix, arrodillándose a un lado de Selene— ¿Cómo te sientes?

—Estaré bien —sonrió Helios, tratando de transmitir calma al menor— Ahora ve a buscar a Hyunjin.

Al escuchar las palabras de su padre, Felix intercambió una rápida mirada con Selene, quien le devolvió una sonrisa alentadora. Poniéndose en pie con firmeza, el rubio se abrió paso entre la multitud de dioses y guerreros que se abrazaban y lloraban entre sí. Con cada paso que daba, tropezaba con los cuerpos, pero con sus brazos hacía a un lado a la muchedumbre que le bloqueaba el camino, mientras sus ojos seguían buscando desesperadamente a Hyunjin, con su corazón latiendo con violencia a causa de la ansiedad y el temor.

Su mente se llenaba de imágenes del mayor, tratando de encontrar algún rastro que lo guiara hacia él. Fue entonces, que lo vio a lo lejos, el pelinegro se hallaba con su cabello suelto y los labios entreabiertos, mostrando una agitada respiración que reflejaba el esfuerzo y la tensión que había dejado la guerra. Parecía estar buscándolo también.

Felix detuvo sus pasos, quedándose inmóvil mientras admiraba el perfecto rostro de Hyunjin. En ese momento, la desesperación se mezcló con una calma reconfortante al verlo a salvo, pero la ansiedad seguía presente en su corazón, incrustando en él la necesidad de abrazarlo y asegurarse de que estaba bien.

De pronto, los ojos de ambos se encontraron en un instante que los hizo contener el aliento. El tiempo pareció detenerse como siempre ocurría cuando sus miradas se cruzaban. En ese momento, todo a su alrededor se desvaneció, dejándolos absortos en sus pensamientos, compartiendo una conexión profunda que entrelazaba sus almas sin siquiera tocarse. Era el amor en su forma más pura, la complicidad que se encontraba en la mirada, la capacidad de comprender los sentimientos del otro sin necesidad de palabras.

La desesperación de Felix se fundió con el anhelo y la necesidad de estar junto a Hyunjin, y sin aguantar un segundo más separado de él, corrió con velocidad, al momento que su cabello rubio era manipulado por el viento, hasta lanzarse hacia el mayor, donde fue recibido por sus fuertes brazos. Su rostro se hundió en el cuello de Hyunjin, y un largo suspiro escapó de sus labios, liberando todo el miedo y la tristeza que lo habían consumido durante la batalla. En ese abrazo, encontró refugio en la paz que solo la cercanía de Hyunjin podía brindarle.

—Eres un desquiciado, perfecto Felix —murmuró Hyunjin, tomando su rostro entre sus manos para exigir su mirada— Pudiste morir.

—¿Qué hay de ti, imperfecto Hyunjin? —replicó el menor con una media sonrisa— También arriesgaste tu vida.

—Pero tú sabías que habías unido tu vida a la de un desquiciado —bromeó Hyunjin entre risas— Debes acostumbrarte a estos arrebatos.

Félix ladeó su cabeza y esbozó una sonrisa.

—Pues déjame decirte que también me has convertido en un completo desquiciado —susurró— Ahora, la pregunta es: ¿Quieres ser amado por un desquiciado como yo?

Riendo con fuerza, Hyunjin se vio castigado con sus propias palabras y, sin necesidad de responder, robó los labios del rubio, apretándolo con fuerza contra su cuerpo, sintiendo la cercanía que tanto había anhelado.

Con paso pausado, Ares salía entre los escombros del destrozado palacio del Olimpo, al momento que sus ojos reflejaban serenidad mientras sostenía una corona de oro en una de sus manos. Alzando la vista, se dirigió hacia Hades, quien observaba con una leve sonrisa cómo Perséfone y Hyunjin abrazaban a Selene soltando escandalosas risas.

—Creo que esto te pertenece —pronunció con voz firme, atrayendo la mirada sombría del pelinegro. Hades bajó la vista hacia la corona y tensó su mandíbula.

—¿Por quién has peleado? —preguntó el mayor, clavando sus ojos azules en él.

Ares bajó la mirada y sacudió su cabeza.

—He peleado por mí y por mi familia. ¿Es suficiente respuesta?

Un silencio significativo envolvió el lugar mientras Hades detallaba la mirada del contrario, encontrando en sus ojos una profunda honestidad.

—Lo es —murmuró, con una media sonrisa.

Aliviado por aquella reacción, Ares asintió mientras entregaba la corona en las manos del pelinegro y se alejaba.

Hades sostuvo el material dorado entre sus manos y alzó la vista hacia su hijo y Perséfone, quienes se acercaban con sonrisas radiantes, acompañados por Felix y Selene, quienes ayudaban a Helios a caminar.

—Hemos recuperado el trono —soltó Hyunjin con emoción, dándole varias palmadas en el hombro a su padre, pero Hades solo sonrió, con unos ojos repletos de orgullo dedicados a su hijo.

—Mi trono se encuentra en el inframundo —respondió, ganándose una mirada extrañada por parte del pelinegro— Es donde pertenezco. Pero conozco a un dios capaz de restaurar la paz que el Olimpo había perdido. Un hombre digno de llevar la corona como es merecido.

Extendiendo su brazo, Hades clavó sus ojos en los de Helios mientras le entregaba la corona.

Petrificado, el rubio abrió sus ojos de par en par, sintiendo cómo su corazón latía con tanta fuerza que parecía abrir su pecho sin piedad.

—Helios —continuó Hades— Por primera vez en la historia, hagamos que el Olimpo y el Inframundo sean hermanos.

Quedándose sin aliento, el rubio le dedicó una rápida mirada a Felix, quien abrazado a él, le sonreía ampliamente, con aquellos ojos dorados brillando de emoción. Dirigiendo ahora su atención a Selene, que se hallaba a su otro lado, pudo ver en el rostro de la diosa cómo varias lágrimas caían sin control.

—Debes aceptar —intervino Rodo, cuyo vestido celeste estaba manchado con Ícor, evidencia del sufrimiento que había padecido durante la guerra— Y debes reinar junto a Selene, ya que aquella absurda obligación de alejarlos ha muerto con Hera y Zeus.

Al verla, Felix corrió a abrazarla con fuerza, recibiendo la calidez de aquella mujer a quien también consideraba su madre.

Con los ojos cristalizados, Helios asintió y, llenando sus pulmones de aire, caminó lentamente hacia Hades, arrodillándose frente a él, mientras hacía caso omiso al dolor en su abdomen.

Tomando la corona con ambas manos, Hades la alzó a la vista de todos, y luego se la colocó al rubio con delicadeza, mientras Helios levantaba su rostro para mirarlo con profunda admiración.

Poniéndose de pie con ayuda del pelinegro, Helios giró su rostro hacia todos los guerreros y dioses presentes, observando cómo se arrodillaban en su presencia. Perséfone, Selene, Felix, Rodo, Hyunjin y Hades hicieron lo mismo, demostrando sus más sinceros respetos al nuevo rey del Olimpo.









Hola, mis vinitos 🌼
Paso por acá para aclarar que Luna del inframundo no ha llegado a su final.

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