Luna del inframundo | Hyunlix

Por itsjustwine

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En un mundo donde la libertad es la norma y las reglas son pocas, Hyunjin decide ir en contra del camino traz... Más

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34 (Final)
Epílogo
Hola, vinitos❤️

Capítulo 24

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Por itsjustwine

Changbin caminaba por los pasillos de mármol con columnas altas y estatuas majestuosas del palacio de su padre. Cuando llegó al salón principal, se detuvo para admirar la belleza de la habitación. Las cortinas de seda dorada ondeaban ligeramente con la brisa que entraba por las ventanas abiertas. Los candelabros de plata brillaban bajo la iluminación del sol de la mañana. Y aunque nunca consideró ese lugar como un hogar, lo llenaba de calma.

—¡Mi hijo sufrirá las consecuencias de tus idioteces! —la fuerte voz de su madre, logró interrumpir su paz, y girando hacia la puerta, pudo ver como segundos después Hera entró al salón hecha una fiera con Zeus siguiendo sus pasos.

Ambos se quedaron rígidos al ver a Changbin, pero el menor levantó el mentón, fingiendo serenidad.

—¿De qué hablaban? —preguntó con suavidad.

Hera, luego de dedicarle una gélida mirada a su esposo, salió del salón abruptamente. Zeus la observó hasta ver cerradas las puertas, y soltando un largo y exhausto suspiro, caminó hasta un sillón cercano. Dejando caer su barbilla en una mano, miró a su hijo con seriedad, evaluando la curiosidad en sus ojos.

—Hablábamos de Eros. —contestó— De Félix y también hablábamos de ti.

—¿Eros? —repitió confuso— ¿Qué tiene que ver Eros con Félix y conmigo?

Zeus calló por un momento, con un gesto pensativo.

—Creo que puedes imaginarlo.

Changbin se quedó mudo, intentando controlar sus emociones.

—Padre —soltó con dureza— ¿Eros tuvo algo que ver con mi compromiso? —preguntó, arrugando cada vez más su frente, pero el silencio del mayor aclaró sus sospechas— Pensé que Félix... pensé que quería casarse, o por lo menos que cumpliría con su deber. Realmente creí que...

—¿Que te amaba? —le cortó Zeus, sonriendo en modo de burla—
Hijo, eres como yo, y nadie ama a esta clase de monstruo.

El corazón del castaño dio un vuelco al escuchar las palabras frías y crueles de su padre. Sintiéndose humillado e increíblemente herido, apretó los dientes, evitando mirar directo a los ojos de su padre.

—Sin embargo, este compromiso debe seguir en pie. —agregó Zeus, levantándose del sillón— Félix se comprometió contigo y no creo que rompa una promesa. Por lo menos su padre no lo hará, no sería prudente de su parte. —sonrió con amargura, llenando una fina copa de vino.

Changbin frunció el ceño ante la revelación de su padre.

—¿Piensas casarme con alguien que no desea estar a mi lado? —preguntó, con un palpable dolor en su tono de voz.

—¡Mira a tu madre! —Zeus sonrió con burla ante la pregunta— ¿De verdad crees que ella deseaba estar a mi lado?

Changbin presionó sus labios, sintiendo como un nudo empezaba a formarse en su estómago.

—Además —continuó el mayor, tomando un gran sorbo de su copa— No puedes perder a ese chico. Nos conviene tener a Félix de nuestro lado.

El castaño guardó silencio, consciente de lo imprudente que sería llevarle la contraria a su padre. Desde que era un niño, se había acostumbrado a obedecer sin derecho a quejas.

—Y me niego a que seas humillado —siseó Zeus— No serás la burla del Olimpo, por lo que debemos evitar que Félix rompa este compromiso.

—¿Y por qué lo rompería? —preguntó Changbin, con voz dura— Desde el inicio aceptó estar conmigo. ¿Por qué de repente te viste en la necesidad de recurrir a los juegos de Eros para mantener a Félix a mi lado?

Zeus vaciló, mirando con detalle la rabia en los ojos grises de su hijo.

—Porque está claro que no es a tí a quien Félix ama.—contestó, con pena.

Petrificado y con los labios entreabiertos, Changbin permaneció en silencio. Aquello lo había tomado por sorpresa, sobre todo el dolor que extrañamente estaba sintiendo en su interior. Cuando se dispuso a hablar, para proceder con sus inquietantes dudas, las puertas de la sala se abrieron con violencia, provocando un sobresalto en él. Entre dos guardias arrastraban a Eros, para luego lanzarlo a los pies de su padre.
La mirada llena de desprecio de Zeus no dejó claro si lo había invitado o si lo habían llevado por la fuerza, pero para Changbin, aquel dios que temblaba arrodillado frente a su padre, tenía un papel importante en su compromiso, por lo que de cierta forma le alegraba verlo ahí.

—Hijo, retírate. —ordenó el mayor— Déjame a solas con Eros.

—No. —masculló el castaño— Me corresponde estar aquí y escuchar todo lo que tengan por decir.

Zeus lo observó con desdén pero a Changbin no pareció importarle.

—Ya que terminaré con este juego, debo saber cuál pieza me corresponde mover. —agregó el menor.

Aquello sólo hizo sonreír a Zeus, hinchado de orgullo al saber que su hijo poseía un corazón igual de frío que el suyo.

—No hay mucho por hacer. —mencionó Eros, con voz débil— El hechizo se rompió.

—¿Qué dices? —preguntó Zeus, volviendo una oscura mirada a él— Me hiciste creer que eras el único capaz de romperlo.

—Sí —afirmó con apuro— Porque pensé que Félix podía llegar a amar a Changbin con el paso de los días.

—¿Eso qué significa? —farfulló el mayor, mientras Changbin lo miraba con seriedad.

Eros llenó sus pulmones de aire, sintiendo escalofríos por todo su cuerpo al recordar la visita de Hades.

—El hechizo se rompe cuando la víctima se encuentra enamorada de otro ser. —murmuró— La flecha se deshace, y con ella la falsedad... —con un nudo en su garganta, recordó el cuerpo de su amada Psique tirado en el piso— Félix ama a otra persona, y no hay nada que yo pueda hacer.

—¡Eso no tiene sentido! —exclamó Changbin, con furia— ¡Tus malditas flechas debían borrar todos esos sentimientos!

—¡Es imposible! —refutó Eros— Luché por manipular a Félix pero fui testigo de cómo mis poderes flaqueaban en su interior. El hijo de Helios mantuvo una batalla firme para ir en contra de las decisiones de su cuerpo. Él sabía que algo andaba mal, y prefirió sufrir sólo para rechazar el poder de mi flecha, para rechazarte a ti.

Con puño cerrado, Changbin golpeó la mejilla del contrario con fuerza, logrando callarlo. Eros llevó una mano a su rostro, sintiéndose extremadamente mareado, y volvió sus ojos a él.

—Soluciona esto. —masculló Changbin, acercándose más a él, con ojos inertes— Porque no pienso soltar a Félix.

Eros dejó que el silencio lo salvara de ser atacado nuevamente, y alzó la vista a Zeus, que lo miraba con suspicacia, fue entonces que entendió que debía obedecer, pero su mente se hallaba nublada de incertidumbre. Tenía que actuar rápido para finalmente escapar del Olimpo o Hades no tardaría en llevarse su alma también.

Changbin, con su habitual arrogancia, llegó a la puerta de entrada del palacio de Helios, con fuertes golpes que carecían de prudencia. A los segundos, Rodo abrió, pero al ver quién era, su rostro se tensó.

—Changbin, ¿qué haces aquí? —preguntó, con una mirada indiferente.

—Necesito ver a Félix. —la voz del castaño era áspera, sin mencionar la oscuridad en sus ojos.

—Lo siento, Félix no se encuentra en el palacio. —contestó Rodo, intentando cerrar la puerta, pero Changbin la detuvo con su pie y se abrió paso hacia adentro sin ser invitado.

La fría mirada de Helios, quien se hallaba de pie en el centro del inmenso salón, detuvo las intenciones del menor. La tensión entre los dos se hizo evidente y Rodo cerró la puerta con cuidado para luego posicionarse a un lado de su esposo, centrando su atención únicamente en Changbin.

—¿Qué te hace pensar que puedes entrar a mi palacio de esta forma tan abrupta? —preguntó Helios con voz gruesa.

Tratando de parecer tranquilo, el castaño levantó el mentón.

—Necesito hablar con Félix. —contestó.

—No existe nada que tengas que hablar con mi hijo.

—¡Por supuesto que sí! —exclamó Changbin, elevando su voz, lo que de inmediato alteró a Helios.

—Será mejor que te vayas. —masculló el rubio, pero Changbin hizo caso omiso al desprecio del contrario y caminó hasta un enorme pasillo donde suponía se encontraba el menor. Helios lo siguió con gesto hostil, mientras Félix los escuchaba detrás de la puerta de su habitación.

—Félix se comprometió conmigo. —murmuró el castaño, viendo las manijas de cada puerta, como si de esa forma pudiera adivinar el escondite de su víctima.

—¡Lárgate de este lugar! —ordenó Helios, con mirada atroz, lo que enseguida atemorizó al contrario. Los ojos de aquel rubio brillaban con una intensidad que casi parecía hipnotizarlo.

En medio de la discusión, Félix apareció detrás de la puerta de su habitación, interrumpiendo el momento y atrayendo las miradas de todos, incluyendo la de Rodo, que empezaba a desvanecerse de miedo al ver a Helios tan molesto.

—Changbin —dijo con voz débil y el castaño lo observó en silencio— Tienes razón, me he comprometido contigo.

—Félix —intervino Helios pero el menor no lo miraba, sus ojos yacían clavados en los de Changbin.

—Me casaré contigo. —prosiguió Félix, inexpresivo.

—¿Qué dices? —intercedió su padre, estupefacto con la respuesta del rubio, al mismo tiempo que una malévola sonrisa decoraba el rostro de Changbin.

Ajeno a la alegría del castaño y la decepción en el rostro de Helios, las emociones de Félix se estaban apoderando de él. La culpa lo invadía, sintiéndose atrapado en el acuerdo y pensando que la única forma de proteger a Hyunjin era casándose con Changbin. Todo lo que se levantaba en su interior era asfixiante, no era más que un títere en una situación que parecía no tener salida.

El palacio decorado en los colores más ricos y lujosos, como un intento de destacar la riqueza y la prosperidad, parecía ayudar a subrayar todos los sentimientos negativos que corrientemente lo dominaban. La oscura humedad del aire alrededor de Félix parecía palpable, mientras los detalles en los que se enfocaba el ojo, como las cortinas de terciopelo y las elegantes mesas, solo servían para acentuar la tristeza del joven que se sentía cada vez más atrapado. Parecía que el palacio, estaba contaminado por el desaliento que anidaba en su corazón, haciéndolo sentir más solo y desolado que nunca.

—Me retiro. —sonrió Changbin, y luego de lanzar una mirada saturada de burla a Helios, salió con premura del palacio.

—¿Qué acabas de hacer? —increpó el rubio, observando con rabia a su hijo, pero Félix se adentró a su habitación, evadiendo el juicio de su padre.

Helios caminó detrás de él hasta verlo de pie frente a una ventana, donde pudo notar como las manos del menor temblaban.

—Es mi deber casarme. —susurró Félix, de espaldas a su padre.

—No lo es. —atajó Helios— No tienes que hacer esto.

—Es la única forma de alejarme de Hyunjin.

—¿Eso quieres? —preguntó el mayor, con un fuerte estado de confusión que se asomaba en sus ojos, mientras Rodo se acercaba a él.

Félix apretó sus labios, consumido por el dolor que torturaba su desdichada existencia. Sólo deseaba estar en los brazos de Hyunjin.

—Padre —musitó— Soy destructivo para él.

—Félix...

—Usé una despiadada cantidad de poder en su contra. —continuó el menor, haciendo a un lado la preocupación de su padre— En estos momentos desconozco el estado de salud de Hyunjin, pero en mi mente vive la cruda imagen de sus heridas, de mi flecha clavada en su pecho, de su hermoso rostro siendo destruido por unas malditas grietas... —ahogando un quejido de dolor, Félix dejó en libertad el llanto que quemaba su garganta— Debo apartarme de él.

—No quieres hacer esto. —insistió Helios— No quieres casarte con alguien a quien no amas.

—¿¡Cómo lo sabes!? —gritó el menor, volviendo sus ojos a él.

Helios cerró su boca de inmediato, detallando el sufrimiento en la mirada de su hijo. Sus ojos estaban repletos de lágrimas, enrojecidos y anegados en un mar de pena.

—Félix —intervino Rodo, segura de que aquella pregunta le había afectado en magnitud a Helios— Te ves muy alterado con este tema, ¿por qué no descansas?

El rubio bajó la mirada y asintió con pesar, al momento que Helios salía de la habitación sin decir ni una sola palabra.

Félix se sentía abatido por la tristeza y la culpa, el peso del daño que había causado a Hyunjin era tremendo, y destrozaba su pecho con violencia. Ver a su padre salir sin siquiera mirarlo a los ojos, había clavado un nuevo puñal en él, pero sabía que debía mantenerse firme en su decisión de casarse con Changbin, era lo correcto para alejarse de Hyunjin y evitarle más dolor.

La mañana estaba bañada por los rayos dorados del sol. Los árboles se mecían suavemente con la brisa fresca, sus hojas verdes ondeando al compás del viento. Los arbustos se erguían orgullosos, sosteniendo en sus ramas flores de diferentes colores, cada una de ellas un espectáculo para la vista. El aroma de las flores se elevaba en el aire, envolviendo todo el paisaje en una atmósfera dulce y fragante.

Hyunjin corría detrás de Ílios y Fengári. Su cabello largo y oscuro se encontraba sujeto en una coleta alta que le daba un toque de elegancia y sofisticación. Sus ojos brillaban como dos esmeraldas sumergidas en el azul del mar, sus labios curvados mostraban una sonrisa inocente y encantadora.

Vestía un pantalón negro de tiro alto y unas botas negras altas que envolvían sus piernas de forma ajustada. Su torso se encontraba completamente desnudo, sin ninguna tela que lo cubriera, mostrando su piel pálida y su pequeña cintura.

Selene, lo observaba con ternura desde lejos, deleitándose con la pureza y la alegría que emanaba de su ahijado. Al verla, la sonrisa de Hyunjin se desvaneció lentamente de su rostro.

—¿Ílios no se ha separado de ti? —preguntó la mayor, dando pequeños pasos hacia él, con los ojos fijos en el caballo blanco que jugaba con Fengári.

—Le gustó más mi compañía. —Hyunjin sonrió, viendo a los animales— Así somos de reemplazables.

Selene volvió sus ojos a él, consciente de que semejante respuesta no iba dedicada a Ílios, precisamente.

—Vienen circulando serios rumores del Olimpo. —mencionó ella, cruzando sus brazos.

—Rumores... —resopló el pelinegro con una risa baja.

—De hecho, invitaciones. —corrigió, pero Hyunjin solo miraba a los caballos— Nos han invitado a la boda de Félix y Changbin. —aclaró, lo que enseguida llamó la atención del menor.

Hyunjin clavó sus ojos en ella, con una mirada profunda en la que la mezcla del azul y el verde lograron perderla.

—¿Hablas del Félix que yo conozco o sigue bajo el poder de Eros?

—No lo sé. —contestó Selene, cortando con la mirada que su ahijado le sostenía— Pensé que había despertado del hechizo.

—¡Vaya! —exclamó Hyunjin, riendo— Hubiese preferido escuchar que seguía siendo manipulado por Eros, eso dolería menos, en cambio, Félix logró deshacer el maldito hechizo y aún decide casarse con Changbin. —volvió a reír, sacudiendo su cabeza.

Selene se limitó a detallar la reacción del menor, parecía abrumado, molesto e incrédulo.

—No sabrás lo que está pasando si te quedas aquí. —prosiguió ella, con voz firme— Casi se cumple una semana que no ves a Félix. Llevas días encerrado en la fortaleza o en este lugar con Ílios y Fengári.

—No hay mejor compañía que la de ellos. —afirmó el pelinegro.

—Hyunjin. —la seriedad en su madrina, lo hizo voltear para mirarla— Escúchame.

—¿Por qué lo haría? —replicó, con el ceño fruncido— ¿Por qué te escucharía? No sé si me dices la verdad o sigues ocultándome cosas.

Selene exhaló con brusquedad, exhausta del tema.

—No hagas lo que hice yo. —masculló— No te quedes de brazos cruzados viendo como el amor de tu vida se entrega a otra persona.

Hyunjin suavizó su expresión, sin dejar de ver los cristalizados ojos de la mayor.

—Estoy cansada, ahijado. —hizo una pausa, suspirando profundamente antes de continuar— Cansada y sumamente desilusionada de la vida que yo misma elegí. Debí haber peleado, sin embargo, el miedo a perder a mi hijo y a Helios, me invadió, convirtiéndome en una débil y temerosa cobarde. —Selene recordó las palabras de Helios en el bosque y, con un toque de tristeza en su risa, añadió:
—Anhelo fervientemente que tú no tropieces con las mismas piedras. Yo lo he perdido todo, ¿acaso te expondrás a lo mismo?

Hyunjin permaneció en silencio, admirando a la mujer que se hallaba delante de él. Sonaba más como la figura ejemplar que tuvo desde niño, y no como la cobarde que había conocido en los últimos días.

—No. —musitó— No pienso perder a nadie.

Con una leve curva en sus labios, Selene asintió.

—No cuentas con mucho tiempo. —agregó, haciendo una cómica mueca— La boda es mañana.

—¿¡Qué!? —exclamó el pelinegro, con una voz tan fuerte que Ílios y Fengári lo observaron nerviosos— ¿Mañana? ¡Maldita sea, Félix! Ese niño mimado me va a escuchar. —siseó, lo que provocó la risa en Selene— No es gracioso, madrina. —soltó entre dientes, al verla reír.

—Perdona —volvió a reír, cubriendo su boca con una mano— Pero has dicho que mi hijo va a escucharte y eso me ha llenado de emoción.

Hyunjin cerró su boca, al verse descubierto por la mayor. Entre sus palabras había dejado claro parte de lo que su mente planeaba, pero agradecía que su madrina fuera ajena al resto de su plan, y con una gran sonrisa, clavó sus ojos en Ílios.

—Yo debo irme. —dijo Selene— Lo que sea que pase por tu cabeza, evita que termine en un acto imprudente.

—¡Oh! —soltó Hyunjin, con una exagerada expresión de asombro— Pero si hablas con un desquiciado, ¿cómo me pides algo así?

—Sólo no llames tanto la atención. —replicó Selene, evadiendo la risa.

Sonriendo de lado, el pelinegro la miró.

—Soy hijo de Hades. —contestó juguetón— Nací para llamar la atención.

Selene puso los ojos en blanco, y dándose la vuelta, empezó a caminar lejos de él, segura de que ningún consejo entraría a los oídos de su ahijado.

—¡Madrina! —llamó Hyunjin, y la mayor frenó sus pasos para mirarlo— Todavía estás a tiempo de luchar. —agregó el pelinegro.

Con las comisuras de sus labios formando una gran sonrisa, Selene sintió como su corazón se arrugaba.

—Eso lo sé. —afirmó, y luego de guiñarle un ojo, retomó su camino.

La habitación de Félix estaba inmersa en el misterioso silencio de la noche. La luz de la luna llena era tan intensa que traspasaba los vidrios de las ventanas, velando por el sueño del rubio. Una suave brisa se colaba en la habitación, removiendo ligeramente las cortinas, creando una suave melodía. Pero nada era capaz de perturbar la paz, que luego de tanto llanto, Félix pudo encontrar.

De repente, la figura sombría de Eros apareció sobre su lecho. El castaño observaba a Félix como a una presa, bastante cerca de su rostro. Acariciando suavemente su mejilla, pensó en cómo acabar con él para poder escapar del Olimpo y la amenaza de Hades. Pero justo cuando estaba a punto de actuar, un estruendo ensordecedor sacudió la habitación.

La ventana había sido partida en añicos por Selene que entró al lugar con ira en sus ojos, y sin vacilar ni un instante, lo tomó de la garganta y lo empujó contra la pared. con una violencia desmedida.

Félix despertó de golpe con el corazón desbocado y la respiración entrecortada. Tardó unos segundos en entender lo que estaba sucediendo, pero una vez que se dio cuenta de que Selene estaba atacando a Eros, salió de la cama en un fuerte estado de conmoción.

—Te dije que te alejaras de él. —soltó entre dientes Selene, ahorcando con una de sus manos al castaño que retorcía su rostro, a causa del dolor.

—¿Vas a romper tu promesa? —preguntó entre quejidos, con una odiosa sonrisa que incrementó la ira en la diosa.

Selene, con los ojos inyectados en ira, lo miró fijamente, y su expresión demoníaca sacudió a Eros en lo más profundo de su ser, pero el castaño, consciente de que aquella diosa no tendría piedad con él, clavó sus afiladas garras en el abdomen de la contraria.

Con el grito de cólera que Selene había soltado, Félix intentó acercarse a Eros para apartarlo de ella, pero frenó sus piernas al recordar la luna llena. Siendo un simple humano solo sería una carga más para la diosa.

Con una furia imparable, Selene tomó a Eros del cuello y lo arrastró hacia el balcón. En su rostro se reflejaba la venganza, la furia y la justicia que estaba dispuesta a hacer valer. Lo sujetó con una fuerza descomunal y lo levantó como si fuera una pluma, manteniéndolo suspendido en el aire a pocos centímetros del vacío.

—Félix, mantente alejado. —ordenó y el rubio observó la escena aterrado.

Las alas de Eros salieron violentamente de su espalda, mientras con un movimiento brusco intentó zafarse de Selene, pero fue inútil. Con un grito de histeria contenida, la diosa arrancó una de sus alas con un chasquido sordo. Eros sintió una punzada de dolor tan intensa que su cuerpo entero se arqueó de agonía. La piel se rasgó y el Ícor brotó en abundancia, al mismo tiempo que las lágrimas saltaban de sus ojos.

La segunda ala fue arrancada con la misma fuerza, produciendo un sonido repulsivo que resonó en todo el lugar. Eros soltó un alarido agudo, pero Selene no le dio tregua. Parecía estar disfrutando del dolor que le causaba. Los huesos crujieron y las venas se tensaron bajo la presión de la diosa.

Los gritos de Eros llenaron el aire, pero Selene no se detuvo, seguía sacudiendo el cuerpo del castaño mientras las lágrimas y el sudor empapaban su rostro. Cuando la tortura parecía no terminar, las alas se desprendieron por completo y Selene arrojó el cuerpo inútil de Eros al suelo.

Eros yacía allí, con la piel y las heridas en carne viva, y su rostro contorsionado de dolor. Las lágrimas, el Ícor y la saliva se unieron en su boca mientras luchaba por respirar. La vista de su cuerpo ensangrentado, sin las alas que representaban su esencia, lo hacían sentir indefenso y desolado, sin hablar del terror que sentía al ver los ojos de Selene que no paraban de mirarlo con un intenso odio.

—Déjame ir... —suplicó, horrorizado, pero solo recibió una sonrisa sombría de parte de la contraria.

—Aún no termino. —susurró ella, con una voz que erizó la piel de Eros.

Selene arrodilló a Eros y apretó su cuello, causando un terrorífico estremecimiento en todo su cuerpo.

La expresión de los ojos blancos de la diosa se intensificó a medida que intensificaba su ataque. Félix no podía evitar mirar cómo el cabello de la diosa se alzaba con una fuerza sobrenatural a su alrededor. Los efectos de su poder se manifestaban en el cuerpo de Eros, cuyas heridas y cortes comenzaron a aparecer en su piel. El sufrimiento del castaño era evidente a medida que el ícor brotaba de sus ojos, nariz y orejas.

Félix detalló con asombro como los poderes de Selene lograban que su oponente perdiera vitalidad con rapidez. A pesar de que Eros luchaba con todas sus fuerzas, no podía hacer nada para detener la furia de Selene. Con el torturante paso de los segundos, el cuerpo de Eros cayó rígido al suelo.

Selene se alejó de su presa, observando sus propias manos, increíblemente sorprendida y en gran parte perturbada por lo que acababa de hacer. No sentía arrepentimiento, al contrario, un intenso sentimiento de satisfacción inundó su interior.

—¿Estás bien? —preguntó Félix, provocando un brinco en el cuerpo de la diosa, quien había olvidado por completo que no se encontraba sola.

—Siento mucho esto. —murmuró con apuro— Siento mucho que hayas tenido que presenciarlo.

Ladeando una sonrisa, Félix sacudió su cabeza.

—Yo lamento no poder ayudar. —respondió— Soy un completo inútil en las noches de luna llena.

Selene sonrió con dulzura, pero la ruidosa entrada de Helios a la habitación, irrumpió su tranquilidad.

—¿Qué ocurrió aquí? —preguntó el mayor, con ojos muy abiertos y fijos en el cuerpo de Eros.

—Padre —intercedió Félix, poniéndose delante de él— Eros intentó atacarme.

Helios, aun perplejo, observó a Selene, captando la intención de la diosa de ocultar el Ícor que bañaba sus manos.

—¿Está muerto? —preguntó Helios.

—Sí. —afirmó Félix, sonriendo de oreja a oreja pero a los segundos su expresión cambió a una de preocupación— Está muerto. —susurró aterrado, con sus ojos ahora fijos en Eros, imaginando las consecuencias de aquello.

—No. —intervino Selene— No está muerto.

Félix la miró extrañado, mientras Helios solo observaba las heridas en el cuerpo de la diosa.

—No lo he matado, aún. —continuó Selene— Lo llevaré al inframundo.

Al escuchar aquel lugar, el estómago de Félix se contrajo. Deseaba preguntar por Hyunjin, pero sabía que no era el momento indicado para sus caprichos.

—Te ayudaremos a sacarlo de aquí. —contestó Félix.

—¿Cómo supiste que Eros se hallaba aquí? —interrumpió Helios, mirándola con recelo.

Selene suspiró, forzando tranquilidad, aunque los ojos del mayor oprimieran su pecho.

—Porque lo seguía. —sonrió avergonzada— Teníamos asuntos por resolver, pero no imaginé que entraría a la habitación de Félix, lo que aumentó mi deseo de acabarlo.

—Sin embargo —atajó Helios— No lo hiciste, no lo has matado.

Selene sonrió ante la frialdad del rubio.

—Porque Hades lo hará. —repuso, con mirada retadora y una media sonrisa.

Helios tragó grueso, luchando por permanecer sereno. Esa Selene frente a sus ojos le traía gratos recuerdos de la valentía que emanaba la diosa que siempre había amado.

—Será mejor que los deje descansar. —añadió Selene— Me llevaré este desastre. —murmuró, observando el cuerpo desvanecido de Eros.

—Déjame ayudarte. —dijo Félix.

—No. —ordenó Helios, señalando la cama— Debes dormir, mañana es tu boda.

El menor rodó los ojos y miró con ternura a Selene. Acercándose a ella con pasos grandes, la envolvió en un fuerte abrazo.

—Gracias. —susurró con dulzura, y la diosa se quedó pasmada, sin saber cómo reaccionar ante aquel gesto. Apretando sus labios, batalló por no llorar y le correspondió el abrazo. Su hijo era cálido y aquello la hizo sonreír con tristeza.

Al separarse, Félix arrugó su frente y miró fijamente los preciosos ojos de la diosa que lo miraba con atención. La cercanía de Selene lo llenaba de una desconocida paz.

—Hijo. —interrumpió Helios— Ve a descansar.

Félix observó a su padre y asintió, caminando con desgana hasta su cama.

—Estás herida. —mencionó Helios, viendo ahora el abdomen manchado de Ícor de la diosa.

Selene se tensó y llevó una rápida mano a su estómago.

—No es nada, ya sanó. —dijo, con timidez.

—¿Estás segura? —insistió el mayor.

Sin poder escapar de todas las emociones que corrían por sus venas, Selene mostró una inocente sonrisa que dejó sin aliento al contrario.

—Es luna llena, el débil eres tú, ¿recuerdas?

Helios bajó la mirada al escuchar eso, al momento que una risa baja salía de su boca.

—Limpiemos este desastre. —prosiguió él, con una mirada dulce.

Selene, siendo incapaz de decir algo más, se limitó a asentir.

Félix se encontraba ahogado en una intensa corriente de emociones que lo desorientaba. Podía sentir cómo su corazón latía con fuerza en su pecho, mientras su mente se encontraba llena de pensamientos acerca de Hyunjin.

A su alrededor, los sonidos de la multitud se fundían en un murmullo incomprensible. Los pilares del lugar parecían cerrarse cada vez más, y el palacio de Zeus se volvía más opresivo con cada segundo que pasaba.

Félix caminaba de un lado a otro, como si no pudiera encontrar un lugar donde posar sus pies. Vestía de blanco con detalles en dorado y su cabello iba recogido en una media coleta. Había un traje elegante sobre él, pero sus ojos reflejaban un profundo abatimiento.

Escuchaba los murmullos de los invitados que demostraban emoción por su matrimonio con Changbin. Todos parecían felices por el gran evento que estaba por empezar en el majestuoso palacio. Pero la mente del menor solo se debatía entre el deber y el anhelo de yacer en los brazos de Hyunjin.

La tarde caía sobre él, envolviéndolo en una penumbra dorada, mientras el palacio se llenaba de una energía tensa, expectante. El rubio podía sentir cómo el tiempo corría inexorable, acelerando el momento en que tendría que tomar una decisión definitiva.

El enigma alrededor de su futuro lo atormentaba, pero se aferraba a la esperanza de que pudiera encontrar una salida, una alternativa que le permitiera no tener que sacrificar sus sentimientos hacia Hyunjin. Tristemente, todo lo llevó a la conclusión de que casarse con Changbin era la única forma de mantener la paz.

—¿Estás listo? —preguntó Helios, sacándolo del martirio de su mente.

Félix se negó a responder y solo bajó la mirada. No estaba listo, no deseaba casarse, quería salir corriendo de ese lugar.

Rodo y Helios se posicionaron frente a él, dejándolo en medio de ambos, con sus ojos fijos al frente, donde a la distancia permanecía Changbin de pie, con Zeus y Hera erguidos de orgullo.

La suave melodía de los violines empezó a sonar por el inmenso salón, al mismo tiempo que todos los presentes se ponían de pie y clavaban el juicio de sus ojos en Félix. Helios fue el primero en dar el primer paso, seguido por Rodo. El menor no tuvo más opción que seguirlos, forzando una expresión tranquila, y no el temor que devoraba su ser.

A medida que avanzaba, se sentía como una marioneta en un juego cruel, una vida que no había elegido, pero que debía acatar. Su corazón se encogía cada vez que pensaba en Hyunjin, y en los momentos que habían compartido en el campo de flores.

Fue entonces que Félix notó la mirada triste de su padre, quien giró su rostro para mirarlo con un atisbo de dolor y compasión. Helios apretó sus dientes, sintiéndose impotente e inevitablemente culpable. Nunca debió considerar esa unión con el hijo de Zeus. Como consecuencia de esa decisión, Félix se sentía obligado a cumplir con un deber que le fue injustamente infligido.

Félix desvió sus ojos hacia los grandes ventanales que dejaban entrar la luz de la tarde al palacio, sintiendo como un extraño frío traspasaba su cuerpo.

Una vez frente a Changbin, Félix les dedicó una rápida mirada a Zeus y Hera, quienes sonreían victoriosos al verlo. Quitándoles atención, centró sus ojos en Helios, viendo como su padre se unía a la multitud de dioses que habían asistido para ser testigos de dicha unión.

Rendido y soltando las escasas esperanzas de su alma, el rubio le sonrió a Changbin y giró su rostro hacia Zeus, deseando que ese día culminara lo antes posible.

Los minutos transcurridos, le dieron la bienvenida a una exquisita venganza. Hyunjin llegó al palacio usando la oscuridad de sus nuevos poderes, aquellos que le permitían detener el tiempo y someter a los dioses y seres del Olimpo a su voluntad. Al entrar al majestuoso palacio, caminó con elegancia, dejando a su paso el eco de su presencia. Su cabello negro y sedoso se mecía al ritmo de sus pies, como una ensortijada serpiente.

Al ver a Changbin y Félix, su corazón se llenó de un sentimiento contradictorio, uno de tristeza y añoranza, pero también de dolor. Sus ojos captaron cada detalle de la escena, todos los dioses presentes, vestidos con finas telas y sus rostros iluminados por la presencia de Zeus y Hera.

Eso le causó repulsión, ver los mismos rostros ocultos por caretas de falsedad, fingiendo sonrisas cuando claramente vivían en la desgracia de un reino que carecía de justicia.

Sin embargo, su poder no había sido utilizado en vano, todo había sido calculado con precisión milimétrica. Paralizó el tiempo, deteniendo incluso el latido de los corazones de los dioses presentes, quienes quedaron postrados en su lugar, como si fuesen estatuas de mármol. Por lo que nadie notaría su visita.

En el interior del palacio, las ventanas relucían en el brillo del sol que entraba por ellas. La decoración estaba finamente pulida y cada elemento de la estructura hablaba del poder y la riqueza de los dioses.

Una vez cerca de Félix, se plantó frente a él para apreciarlo desde la cercanía de sus rostros. Sus ojos se clavaron en los del rubio, los que ahora desprendían un intenso dorado. Todas las emociones del pelinegro destrozaron su pecho. El deseo, la añoranza y la tristeza se mezclaron en una explosión de sentimientos que le cortaban la respiración.

—Perfecto Félix. —susurró cerca de los labios del dios que se hallaba congelado. Su mirada demostraba tristeza y aquello llenó de alegría a Hyunjin, quien de inmediato imaginó que el rubio no deseaba casarse.

De pronto, los dioses despertaron desconcertados, sin saber que habían sido sometidos al poder del hijo de Hades. Con sus ojos fijos en el hijo de Zeus, pudieron notar la ausencia de Félix, lo que horrorizó a todos, llenando el salón de murmullos en los que se interrogaban sobre lo sucedido en el palacio.

—¿Félix? — Helios palideció con la repentina desaparición de su hijo.

Los rostros de Zeus y Changbin se llenaron de ira, pues sabían que había algo más detrás de aquel suceso. Zeus, en particular, podía sentir el poder oscuro en sus huesos, algo que no era propio de un dios, pero que le resultaba familiar.

—¡Maldición! —la rabia en Changbin se supo manifestar en forma de tempestad en el cielo.

A diferencia del resto, Zeus intuía que todo había sido una trampa orquestada por el poderoso ser que había logrado secuestrar a Félix.

La criatura que habían enfrentado era algo más grande que un simple dios, algo más poderoso y oscuro; una bestia que había logrado burlar a los dioses y llevarse a su objetivo sin que nadie lo pudiera impedir.

La incertidumbre creció en el palacio con el descubrimiento de la desaparición de Félix, y la ira de los dioses comenzó a surgir sin remedio. El cautiverio del hijo de Helios les había resultado una afrenta imperdonable que pondría en peligro la tranquilidad del Olimpo.

Por otro lado, Félix se hallaba en pánico, la oscuridad de la sala de la fortaleza del inframundo lo envolvió. Podía sentir sus latidos acelerados y la tensión en su cuerpo. La chimenea ardía en la esquina de la habitación, y las cortinas carmesíes se agitaban con el viento frío que entraba por las ventanas. Los candelabros emitían un resplandor débil, lo único que iluminaba la gran sala. El rubio se encontraba solo, sin saber cómo había llegado allí.

De repente, una figura emergió de la oscuridad y comenzó a caminar hacia él. Félix se quedó sin aliento al ver que se trataba de Hyunjin, y entrecerrando sus ojos pudo notar que algo en él había cambiado. Ya no llevaba el cabello rojo, ahora era negro y largo, sujeto en una media coleta. Vestía un traje negro elegante que hacía destacar su cuerpo esbelto, su capa se arrastraba en el piso con los pasos de sus largas piernas.

Félix se tensó aún más al captar que la mirada penetrante de Hyunjin estaba clavada únicamente en él. Sus ojos seguían siendo de un azul intenso, pero lo que asombró al menor fue el tono verde que rodeaba sus pupilas.

—Hyunjin... —soltó el rubio, con voz debil. Lleno de culpa y tristeza— Lo siento tanto, yo...

El pelinegro lo tomó de la nuca y besó sus labios, interrumpiendo las palabras del menor. Sus bocas se juntaron con delicadeza, mientras las manos de Hyunjin acariciaban la espalda del contrario con suavidad.

La delicadeza no duró mucho tiempo, cuando Hyunjin comenzó a tomar mayor control del beso, sus labios ahora más hambrientos, anhelantes, deseosos. La pasión en sus besos y caricias se intensificó, haciendo que Félix se agarrara fuerte a él.

Hyunjin deslizó sus manos por el cuerpo de Félix, apretando su cintura con fuerza. Perdiéndose en su boca, explorando cada rincón y haciendo que su cuerpo temblara.

El beso se volvió intenso y violento, como una tormenta que amenazaba con arrasar con todo. Hyunjin atrapó a Félix en sus brazos ferozmente, sus bocas se unieron con exigencia y necesidad. Félix respondió con la misma entrega, luchando por ganar el control.

Las manos de Hyunjin subieron, enredándose en el cabello de Félix mientras lo besaba con un asfixiante arrebato de pasión. El menor se aferró a él, deslizando los dedos por su espalda, demostrando lo mucho que lo había añorado.

El beso pareció durar una eternidad, una explosión de emociones y profunda lujuria que los dejó sin aliento. Fue un beso que desató todas las ansias acumuladas, que puso de manifiesto la grandeza de los sentimientos que tanto habían guardado.

—¿Por qué tus ojos se tornaron dorados? —jadeó Hyunjin, cerca de sus labios— Escuché que eso ocurre cuando alguien a quien amas se encuentra en peligro.

Félix fue incapaz de responder, sin poder despegar su mirada del perfecto rostro del contrario.

—¿Me amas, Félix? —preguntó el pelinegro, con mirada penetrante.

—¿Amarte? —repitió el rubio— Eso... Yo...

Hyunjin empezó a reír y volvió a arrebatar su boca, pegando el cuerpo del menor a una pared.

—Tu cabello... —murmuró Félix, sin aliento, al sentir los labios del mayor en su cuello.

—¿Te gusta? —preguntó Hyunjin cerca de su oreja, lo que enseguida envió corrientazos por todo el cuerpo del rubio.

—Es perfecto. —afirmó Félix, jadeante.

—Oh, no. —sonrió Hyunjin, tomándolo del mentón para centrar sus ojos en los de él— Olvidas que entre nosotros, el perfecto eres tú.

Apretando sus labios, el menor se dejó derrotar por todas las emociones oscuras que perforaban su pecho, y sin poder evitarlo, las lágrimas salieron descontroladas de sus ojos.

—No. —Hyunjin dejó varios besos en sus mejillas, al verlas manchadas por el suave sollozo del menor— ¿Por qué lloras? Debería llorar yo. Perdí mi cabello rojo.

Félix empezó a reír con aquella respuesta y secó sus ojos con timidez.

—Te he hecho tanto daño. —susurró.

—Sí. —afirmó el pelinegro, retrocediendo varios pasos para observarlo con detenimiento— Pero escuché que no eras consciente de tus acciones.

El rubio parpadeó varias veces, sin dejar de mirarlo en silencio.

—Responde algo. —añadió el mayor— ¿Has querido casarte hoy por decisión propia?

Inundado en la vergüenza y de nuevo en la culpa, Félix bajó la mirada.

—Sí... —respondió con voz rota— Pensé en protegerte. No consigo perdonarme el daño que te hice en el campo de flores.

Una amarga sonrisa empezó a dibujarse en los labios de Hyunjin, erizando la piel del menor.

—Esa vaga idea de alejarte de mi, es tan absurda. —siseó.

—Hyunjin...

—Es tonto que pienses que puedes librarte de mi. —le cortó el mayor, cortando de nuevo con la distancia de sus cuerpos.

Rodeando con uno de sus brazos la pequeña cintura del rubio, Hyunjin lo atrajo a su cuerpo, con la intensidad de sus ojos penetrando el dorado en la mirada del contrario.

—¿Me amas? —volvió a preguntar, con una voz ronca que hizo estremecer al menor.

Félix se limitó a mirarlo, extraviado por el fuerte torrente de deseo que sentía hacia el pelinegro. Lo amaba, era un hecho, pero las palabras no salían de su boca.

—Me amas. —afirmó Hyunjin, con una media sonrisa.

—¿Por qué insistes en saberlo? —cuestionó el rubio, arqueando una ceja, con el mentón en alto.

Cerrando los ojos, con el corazón acelerado ante la seguridad que desprendía Félix, Hyunjin sonrió.

—Porque yo te amo. —contestó, bajando la mirada a los labios entreabiertos del menor— Y porque soy un desquiciado que te exigirá respuestas cuando su mente se encuentre nublada.

—¿Me amas? —la voz de Félix se quebró.

—La pregunta es la siguiente... —mencionó Hyunjin, rozando la punta de su nariz con la del menor— ¿Realmente quieres ser amado por un desquiciado como yo?

Perdiendo la fuerza de su cuerpo, Félix se sujetó de los hombros del mayor, al mismo tiempo que Hyunjin enterraba sus dedos en su cintura.

—Lo quiero. —contestó, perdiendo la voz— Lo deseo.

De nuevo una sonrisa cargada de triunfo iluminó el rostro de Hyunjin, quien ladeando su cabeza, alzó ambas cejas, fingiendo sorpresa.

—Que así sea.

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